miércoles, diciembre 13, 2023

APROXIMACIÓN AL MISTERIO DE CRISTO EN SAN JUAN DE LA CRUZ

Toda la información sobre Marcelino Legido se está recopilando en www marcelinolegido.es
Homilía en la apertura del IV Centenario de su muerte. 14 de diciembre de 1990. Carmelo de Ledesma.

En éste día en que comenzamos el centenario de Juan de la Cruz, vamos a contemplar el rostro de Jesús, el Amado. 138 veces se le llama en sus escritos “Hijo de Dios”, 313 veces le llama Juan de la Cruz, “Amado”, 231 “Esposo”. Quiere decir que nosotros tenemos que ahondar el misterio de Jesús a partir de la palabra Amado que es una palabra que Juan de la Cruz repite incesantemente.

Sabemos que la oración de Jn 17 él la oraba sin cesar en el silencio, en la cárcel, y en los caminos; y que ha sido ésta oración de Jn 17 la que ha configurado su vida. Vamos por tanto a descifrar el misterio de Jesús, el Amado. Tenemos que partir, como parte él, del abrazo abismal de amor que el Padre ha dado a su Hijo en el Espíritu Santo. Cuando estuvo en la cárcel desde Adviento de 1577 hasta pasado Corpus Christi del 78 compuso las mejores canciones sobre el misterio de Jesús que vamos a descifrar. El romance sobre el Verbo que estaba en el principio es nuestro punto de arranque.

El Padre ha amado a su Hijo y le ha dado un abrazo de amor antes de la creación del mundo. "Me amaste antes de la creación del mundo, con la gloria que tuve en ti, antes de que el mundo existiera". Juan de la Cruz en la cárcel comenta:
"... Dale siempre su sustancia 
y siempre se la tenía.
Y así la gloria del Hijo
es la que en el Padre había
y toda su gloria el Padre 
en el Hijo poseía".

El Hijo es el Amado, es la Palabra con la que nos lo ha presentado el Padre: "Este es mi Hijo, “el Amado". El Padre el amante. El Hijo el Amado. Pero después el Hijo el amante. Y el Padre el Amado. Y así un amor, una llama de Amor viva, "un inefable nudo que decir no se sabía". "Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde antes de la creación del mundo nos predestinó en El para que fuésemos santos, para que fuésemos suyos por El y para El, por el gran amor con que nos amó, cuando nos agració en el Amado". Este abrazo abismal de amor parte del Padre. El Padre se propone reunir una muchedumbre de hijos para amarlos como ama a su Hijo Amado, dándose del todo en todo a ellos en su Hijo Amado. Pero lo admirable del romance es que el Padre ha creado a todos los hombres, y a la creación entera, para hacer compañía al Hijo. El Padre sale de sí por amor de su Hijo:
"Una esposa que te ame, 
mi Hijo, darte quería, 
que por tu valor merezca, 
tener nuestra compañía
y comer pan a una mesa 
de el mismo que yo comía, 
porque conozca los bienes 
que en tal Hijo yo tenía
y se congracie conmigo
de tu gracia y lozanía".

Por causa del Hijo hemos sido creados nosotros y todas las criaturas. Para hacer compañía al Hijo. Para amarnos el Padre como ama al Hijo.

Para que nosotros podamos amar al Padre como el Hijo le ama. Que la muchedumbre de hijos le amen a Él como le ama el Hijo Amado. Dándose del todo en todo al Padre en el Hijo Amado, en la unidad del Espíritu Santo. Es el texto de Jn 17 que llevaba escrito en el corazón: "Padre, quiero que donde yo estoy estén ellos también conmigo para que contemplen mi gloria. Porque les has amado a ellos como me has amado a mí". O aquellas palabras misteriosas del Apóstol en Gal 4 y Jn 8: "El hecho de que sois hijos se muestra en que el Padre envió a vuestro corazón el Espíritu de su Hijo que grita: 'Abbá, Padre'. Ya no eres esclavo sino hijo". Y la palabra de Rom que acabamos de proclamar: "Que no habéis recibido un espíritu de servidumbre para recaer en el temor, sino el Espíritu de adopción filial en el que gritemos: 'Abbá, Padre'. Ese mismo Espíritu es el que da a nuestro espíritu la certeza de que somos hijos de Dios y si hijos también herederos con El". Hijos en el Hijo. Él la cabeza, y toda la humanidad sus miembros. Y el profundo abrazo de amor que él nos da a nosotros es para llevarnos al abrazo del Padre:
"...Y que así juntos en uno 
al Padre la llevaría,
donde de el mismo deleite 
que Dios goza, gozaría;
que, como el Padre y el Hijo 
y el que de ellos procedía
el uno vive en el otro,
así la esposa sería
que, dentro de Dios absorta, 
vida de Dios viviría".

Del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo viene a nosotros el abrazo de amor y sube desde nosotros al Padre por el Hijo en la unidad del Espíritu Santo, en la llama de amor viva del Espíritu Santo.

La pregunta es por qué Juan de la Cruz llama a Jesús el Amado, el Esposo. Es una palabra que nosotros no sabemos bien y que tenemos que descifrar. Y es que éste abrazo de amor que el Padre y el Hijo se dan desde siempre, y que el Hijo nos da a nosotros, y que nos lleva al Padre en el Espíritu Santo, es una abrazo de amor esponsal. Lo que extraña sobremanera es que éste abrazo de amor del Padre al Hijo se halla traducido con el amor esponsal. ¿Qué secreto se esconde en el amor del desposorio y del matrimonio? Hemos de decir desde el principio que no es el desposorio a lo divino el que se entiende desde el desposorio humano; más bien es el desposorio humano un lejano resplandor del desposorio divino. Es el desposorio del Hijo con la naturaleza humana asumida, el que hace posible, que la humanidad entera, y la creación entera, entren al desposorio en el misterio de la Encarnación, con el que Juan de la Cruz describe todo el misterio de Cristo. El Hijo ha dado un abrazo de amor a toda la humanidad, a todos y cada uno de los hombres. Y este abrazo de amor ha sido acogido y reconocido en la Iglesia, en su Iglesia. El Esposo y la esposa se intercambian y pueden decir con Jn 17: "Todo lo mío es tuyo y lo tuyo, es mío".

En segundo lugar Juan de la Cruz, que subraya la altura del Hijo, le iguala después a nosotros como compañero y hermano. "Quien se allega el Señor se hace un Espíritu con El". Y la diferencia que había de nosotros a Él en la carne y el pecado es sobrepasada por el abismo del Amor hacia la igualdad del desposorio:
"En los amores perfectos
ésta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería".

¡Qué admirable amor tiene para igualarnos a Él! Pero además del intercambio y de la igualdad, el rasgo profundo del desposorio es la unidad. Que el Esposo y la esposa son un sólo Espíritu. Por eso Juan de la Cruz estará apasionadamente enamorado de las palabras del Apóstol que repetía incesantemente: "Vivo, pero ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí", como lo repite constantemente en el Cántico y en la Llama. O aquella otra palabra de la carta a los Filipenses: "Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir". ¡Qué admirable!

Ahora le comprendemos a Juan de la Cruz cuando llama a Jesús el Amado. Por el intercambio, por la igualdad, por la unidad del Amor. ¿Pero cuándo ha tenido lugar este intercambio del Amor esponsal? En el Pesebre, en la Cruz, en el Bautismo, en la Unión, en la Mesa sin término. En el Pesebre tuvo, en primer lugar el abrazo del Amor esponsal.
"... El llanto del hombre en Dios 
y en el hombre la alegría,
lo cual de el uno y de el otro 
muy ajeno ser solía".

En aquel día del desposorio nuestras lágrimas pasaron al rostro de Dios y la alegría del rostro de Dios pasó a nuestro rostro en un desposorio acogido por nosotros en el silencio. Pero este desposorio se consuma en la Cruz, cuando el amor no es acogido en silencio, sino rechazado con golpes y el Hijo cuelga en el madero, solo, a solas, a oscuras y a secas de la humanidad amada, su esposa:
"Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado 
sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos 
y muerto se ha quedado asido dellos,
el pecho de el amor muy lastimado".

Es debajo del manzano, debajo del árbol de la vida, donde se ha consumado el nuevo desposorio. Que por medio del árbol de la Cruz fue desposada con El la humanidad. Dándose en todo a ella, en su misericordia, por la muerte. Del árbol de la muerte ha pasado al árbol de la Vida.

¡Pero qué admirable que este abrazo del desposorio de la Cruz sucede para cada uno de nosotros en el bautismo! Todos estamos llamados al desposorio, al Amor esponsal. Aquel desposorio que se hizo de una vez para siempre dándose Él al alma en el bautismo por primera vez en gracia. Y las palabras supremas del desposorio de los textos de Pablo y de Juan, que se aplican a la consumación de la unión, son las palabras precisamente del bautismo: "Porque sois hijos, el Padre os dio el Espíritu". "Donde estoy yo, allí estaréis vosotros". Porque sois consortes de la naturaleza divina. Todos, por tanto, ¡es admirable!, llamados desde el abrazo bautismal hasta la consumación del Amor.

Sólo unos pocos responden a esta consumación del Amor. No porque el Amor no esté destinado a todos, sino porque muy pocos responden al abrazo del Amor. Y este abrazo del Amor es un abrazo lento que aunque es todo uno, la diferencia es, que aquel abrazo del Amor, el del Bautismo, y el de la Cruz, se hizo al paso de Dios y se hace de una vez para siempre, mientras el abrazo de la unión, se hace al paso del hombre, y va poco a poco hasta que el hombre llega a beber del corazón, del costado abierto de Cristo.
"En la interior bodega
de mi Amado bebí...
Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal en su servicio
 ya no guardo ganado
ni ya tengo otro oficio, 
que ya sólo en amar 
es mi ejercicio".
El abrazo de la unión es, por tanto, la entrada al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Y los últimos capítulos de la Llama describen como ninguna otra página de la historia entera de la cristiandad este abrazo abismal de la unión transformante:
"Con aquella sola aspiración divina, muy subidamente levanta el alma y la informa y habilita para que el alma aspire en Dios la misma aspiración de Amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo". ¡Increíble la expresión! Tal vez ningún hermano en la historia de la Iglesia haya podido describirlo así.

Pero este abrazo del Amor esponsal del Pesebre, de la Cruz, del Bautismo, de la unión,... se consuma en el abrazo de la Cena interminable donde se comparte, el pan de la Trinidad, que es la Eucaristía:
"Tener nuestra compañía
y comer pan a una mesa 
del mismo que yo comía".
"La Cena que recrea y enamora.
La llama que consume y no da pena".
"Aquesta viva fonte está escondida e
n este vivo pan por darnos vida, 
aunque es de noche.
Aquesta viva fuente que deseo
en este pan de vida yo la veo, 
aunque es de noche".

Ahora comprendemos, para terminar, cómo para poder asociarnos a ese Amor inmenso hay que abrir las manos al Amor, ¡infinitamente! Hay que emprender el camino de ascenso hacia lo alto abriendo nuestras manos al Amor ¡infinitamente! No se abren las manos para acoger el fuego. Es el fuego acogido el que extiende las manos, ¡infinitamente! Es la vida teologal de la fe, de la esperanza y del amor, la que traspone los límites de nuestra vasija de barro para acoger el Amor infinito. Pasando del hombre viejo al hombre nuevo y realizando el sueño que verdaderamente tiene todo hombre en el corazón: el sueño de ser Dios.

Pero ésta aventura de la vida teologal solo se hace por la travesía de la pascua. Dejando la nada y adhiriéndose al Todo. Pero traduzcamos bien: el Todo es El, y la nada es la nada a la que El quedó reducido a las tres de la tarde el Viernes Santo, cuando dijo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". La nada no es la renuncia del hombre que lucha consigo mismo, es la asociación profunda a la oscuridad desnuda de la Cruz, donde de la nada se pasa al Todo del Amor. Ahora comprendemos muy bien. Abajo está la fuente escondida, después se toma la senda del ascenso en vertical: la puerta es la Cruz, la senda es la Cruz, el báculo es la Cruz, la Mesa es la Cruz. Pero Juan de la Cruz no debe ser entendido desde la Cruz, sino desde el amor abismal del Amado. La locura del Amor es la locura de la Cruz. Su profunda concentración en el misterio de la Cruz, del Amor crucificado, de la Cruz gloriosa. El desamparo de la Cruz y la suprema victoria del Amor. Porque en el supremo desamparo hizo la mayor obra que toda la vida con milagros y obras había hecho en la tierra y en el cielo; que fue, reconciliar y unir al género humano, por Gracia, con Dios. Parece que sus ojos están centrados en el Misterio Pascual enteramente. Inseparable el Amor de la Cruz. Inseparable la gloria de la ignominia. Inseparable la fuerza de la debilidad. Inseparable la vida de la entrega.

Quisiera decirme a mi mismo y a vosotros éstas palabras del capítulo 7 de la Subida: "Veo que es muy poco conocido Cristo de los que se tienen por sus amigos, pues les vemos andar buscando en Él sus gustos y consolaciones, amándose mucho a sí, mas no las amarguras y muertes, amándole mucho a Él".

Si me permitierais un minuto más, sintiendo en el corazón las angustias y esperanzas de los hombres de hoy me preguntaría: ¿Y qué puede decir Juan de la Cruz a los hombres de hoy? Yo diría que los hombres de hoy encierran en el corazón una adivinanza y una añoranza. ¿Cual es la adivinanza de los hombres de hoy? El sueño de la infinitud. Quieren ser infinitos. Y llevan razón. Porque el hombre está llamado a sobrepasarse infinitamente. Por eso nosotros no podemos evangelizar al hombre de hoy desde la mediocridad, desde las medias tintas. ¡Arriba. Hacia la altura, decididamente! "¡Oh, almas criadas para estas grandezas y para estas llamadas! ¿Qué hacéis? ¿En qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras pasiones, miserias. ¡Oh, miserable ceguera de los ojos de vuestra alma! Pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos no viendo que en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, que en tantos bienes hechos ignorantes e indignos!" Lleva razón el hombre de hoy. Está llamado a ser hijo de Dios. No un gigante, ni una hormiga. Algo que está por encima del gigante y de la hormiga. Hijos en el Hijo. Hermanos en el Hermano. Y esto sólo es posible en la infinitud de las manos que se abren para la Llama de Amor Viva.

Pero el hombre de hoy, que es un gigante, al mismo tiempo, se siente caído en el camino. El hombre de hoy tiene una añoranza. La añoranza de la cercanía. No conoce la sonrisa. Nadie le ama sonriéndole. Todo el mundo le busca para pasarle después un recibo de cuentas. La tarea urgente y pendiente de la mística de Juan de la Cruz, es horizontalizar la experiencia vertical de Juan de la Cruz. Al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Y por El, con El y en El, a los hermanos, a los pobres, a todas las criaturas. Por el Hijo en el Espíritu Santo, alentar al Padre el Espíritu Santo. Hoy, después, alentar en los hombres y en las criaturas el mismo aliento por El, con El y en El, que "inclinando la cabeza entregó el Espíritu". Y alentando les alentó el Espíritu Santo.

El Concilio Vaticano II es el fuego que se ha prendido en la tierra. Decía Pablo VI al terminar el Concilio, el día 8 de diciembre: "El descubrimiento de las necesidades humanas, y son tanto mayores cuanto más grande se hace el hijo de la tierra, ha absorbido la atención de nuestro Sínodo. Una corriente de afecto y de simpatía se ha volcado desde el Concilio al mundo moderno". La Iglesia es el "buen samaritano" del hombre de hoy. Y tiene urgencia de la más atrevida y radical verticalidad: porque sin el Amor vertical no es posible la Gracia, para poder volcarla al mundo y hacer posible que los hombres, y los pobres, y las criaturas inauguren un amanecer nuevo de la historia. De la absoluta novedad. Esta es la exigencia de la hora: horizontalizar la experiencia de Juan de la Cruz.

Termino ya con aquellas palabras entrañables que él dirigía a los predicadores del Evangelio:

"Es más precioso delante de Dios y del alma, para ésta aventura que hacemos, un poquito de éste amor puro. Y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas estas obras juntas". A los que somos muy antiguos, a los que pretendemos convertir el mundo con nuestros compromisos y con nuestras predicaciones... "si gastara siquiera la mitad del tiempo en estarse con Dios en oración, con una sola obra, más que con mil, bastaría. De lo contrario todo es martillar, martillar, y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño".

Por eso nuestra última palabra es una palabra de alabanza al dulcísimo Jesús, como él termina el Cántico, que nos ha llamado a pasar del Amor esponsal de la Iglesia peregrina al Amor esponsal de la Iglesia celestial: "Él, que sea bendito por los siglos".

Marcelino Legido