miércoles, abril 27, 2016

HACE UN AÑO RENACÍ




Por lo visto hace un año renací. Y quizá debiera cambiarme el nombre y llamarle Eugenio Javier en vez de Eugenio Alberto porque hace un año me trasplantaron de mi hermano Javier. Total: "biológicamente" soy otro. Eso es hermoso y más hermoso es experimentar aquello que decía san Bernardo: la vida es una escuela de amor. La vida no es una experiencia de degradación sino de promoción.  La enfermedad, la pasión y la compasión, es capítulo importante de esta escuela. Esta escuela tiene muchos aperitivos pero el plato fuerte es la pasión y la compasión; el amor es paciente, o sea, padece.

Lo más importante que he aprendido este año, por experiencia, es que la amistad vale más que la salud; es verdad que llorábamos pero también es verdad que lo hacíamos juntos, estrechábamos lazos, compartíamos vida. El bienser es sagrado, el bienestar no se sabe lo que es, muchas veces un estorbo. La amistad también crece en la familia, algunos lazos se fortalecen, otros se reestablecen, todos mejoran. Qué papel tan importante juegan en la enfermedad los familiares y amigos que visitan al enfermo. Qué bueno cuando colaboran y no atosigan, cuando se relacionan con respeto y cariño con todo el personal del hospital...

También se aprende la grandeza del ser humano. Mediante la técnica, animada por el amor el prójimo, se resuelven problemas como las enfermedades, se cura y atiende; y no por la magia o la beatería sino mediante el Trabajo vivido como vocación y servicio. Y siempre queda pendiente que esa técnica llegue a todos, que no se apropien de ella las multinacionales del negocio, que cada ser humano pueda beneficiarse de ella.  En esa técnica todos son importantes. Lo es el equipo médico pero también el de limpieza. En casi todas las enfermedades, pero especialmente en ésta, la limpieza es un factor clave que depende del trabajo de personas sencillas que ponen amor en el trabajo y juegan además un papel importante en el trato personal con el enfermo. Según me explicó un amigo llegaron a echar de la universidad a quien intentó poner el énfasis en el lavado de manos que él había aprendido de las matronas.

Hemos dicho muchas veces ¡Ahora más que nunca! Hay que seguir, hay que servir, hay que amar... Ahora estoy en campaña contra la expresión "vale la pena". ¿Valió la pena la enfermedad? No, valió la alegría. En el amor no se pueden calcular las penas que conlleva, hay que calibrar la alegría. Todo vale la alegría, la enfermedad también. La vivencia de la promoción lleva a la alegría. Las experiencias no es que valgan la pena... valen la alegría.

Ahora que recordamos a Cervantes por el Centenario caemos en la cuenta de que somos un poco quijotes; esencial para la vida y la enfermedad. También estamos de aniversario  por Utopía de Tomás Moro, el patrón de los políticos que nos anima a construir una sociedad justa que pone cada cosa en el lugar que le corresponde; por eso en la Utopia que soñó hizo que los orinales fueran de oro;  el oro a sui sitio: para hacer orinales; orín viene de oro. Estamos en el centenario de Foucauld, maestro de espiritualidad de encarnación, que nos anima a ser el último y nos enseño a repetir con verdad:"Hágase tu voluntad". Un "foucauldiano" fue asesinado en Tibhrine hace veinte años y en su testamento llamó a su asesino "hermano del último minuto".

El año que viene es el cincuentenario de aquel magnífico cura, Milani, que murió de leucemia precisamente y que decía, entre otras muchas cosas: "Desde Hiroshima Y Nagasaki la obediencia no es virtud sino la más sutil de las tentaciones". O sea que este año de "trasplantado" hemos aprendido unas cuantas cosas. Estos "gigantes" ayudan a convivir con la enfermedad. También esos otros "gigantes" que son el poeta del pueblo y la persona que toda la vida ha dado testimonio de vivir para los demás de manera sencilla y no muy tenida en cuenta por otros.

También me he acercado de otra manera a María. Muchas veces he rezado el ¡María, alégrate! como gustaba a aquel viejo hermano marista que no paraba hasta lograr que los novicios sustituyeran en el Rosario la expresión "Ave María" por "¡María alégrate, llena eres de gracia..!" No me digan que no gana y bastante... Es una expresión más clara y gozosa. Antirutinaria, vamos. Dice un famoso cardenal que a veces podemos quedarnos sin palabras para Jesús, pero siempre podemos contar con María.

También he tenido miedo. Miedo a la muerte y miedo al juicio. Ha habido momentos de euforía... pero también de miedo. Miedo razonable a la muerte y miedo desconcertante al Juicio. No es que dude en mi cabeza de la misericordia de Dios pero la realidad es que también he tenido miedo al Juicio. ¿qué he hecho con mi vida, con los dones recibidos? ¿Cuántos y por qué actos injustos contra otros?

Antes de acabar este primer año Francisco ha escrito su magnífico "La alegría del amor". Nos llama de nuevo a un amor grande. Incluye el amor a los enemigos. Un amor como vocación, un amor como salida hacia los demás. Comenta hermosamente a san Pablo: "El amor es paciente, el amor es servicial, no se jacta, no es celoso, no se engríe, es amable...". No les quito más tiempo. Escuchemos a la vida y en ella leamos cosas magníficas como "La alegría del amor".






miércoles, abril 06, 2016

Lorenzo MILANI y el AMOR A LOS ENEMIGOS

Al sacerdote don Antonio Arfanotti*

“Barbiana, 20-5-59
Querido Antonio:
Gracias por tu carta, que contesto con algo de retraso porque estoy invadido por la fiebre de los exámenes (de los chicos, no míos).
Me alegra que mi libro te haya enseñado algo. Precisamente lo he escrito con este fin de inquietar los espíritus, especialmente de los sacerdotes jóvenes y los seminaristas.
Tengo que decir que ese fin lo he logrado hasta en exceso.
Pero además tenía otro que era comunicarles el equilibrio que (modestia aparte) ya he comenzado a disfrutar internamente.
Esto me parece muy difícil cuando estamos en el seminario o cuando acabamos de salir de él. Hay quien encuentra el equilibrio adaptándose al ambiente y entonces resulta fácil, pero cobarde y no lo envidiamos. Y hay quien rompe con el equilibrio conformista y se agita ante la lectura o la contemplación de injusticias, falsedades o errores y se lanza a discurrir con su propia cabeza, a chocar con gente pacífica, con tradiciones etc… Es evidente que yo quisiera que todos los jóvenes sacerdotes o seminaristas fueran de esta otra clase, pero entonces nace urgentemente el problema del equilibrio. Porque por la vía maestra del conformismo no se cae uno nunca, mientras que por el alambre encaminado a asomarse hacia los alejados, el equilibrio es un arte que una vida entera no nos bastará para aprenderlo bien.
Por ejemplo, yo veo sacerdotes jóvenes y clérigos "de izquierdas" que han perdido el equilibrio por el lado de la amargura. Leen, oyen y cuentan desde la mañana a la noche los hechos, episodios y situaciones en los que la Iglesia y los católicos se deshonran. Hechos que suelen ser verdaderos, más aún, con frecuencia ni siquiera son lo peor de la verdad y, sin embargo, su dignidad de hechos verdaderos (aun siendo mejor que la versión de los hechos que nos ofrece cierta prensa) está viciada por el hecho de que haber sido escogidos y de estar demasiado presentes en la cabeza.
Si el descubrimiento del mal debe ocupar tanto sitio en nuestra vida que ya no sepamos mirar con una sonrisa divertida y afectuosa todas las cosas buenas que existen en el mundo y en la Iglesia, entonces más valía no haberlo descubierto. 
Así que rebusquemos en los errores de nuestra propia casa sólo cuanto hace falta para contribuir también nosotros, sin falsa humildad, a la educación e instrucción de nuestros hermanos y superiores, comprendidos los obispos y el Papa (que lo necesitan como todos los demás y, tal vez, más que los demás). Pero después de haber obtenido estos dos fines, basta, no hablemos más de ello, podemos incluso echar a su costa una carcajada divertida. Si adoptamos el rostro trágico de la catástrofe quiere decir que no creemos en Dios ni en la Providencia, quiere decir que no estamos en gracia de Dios. Lo que ha hecho la DC tras la caída de Fanfani es desagradable y deshonroso para ella y, sobre todo, para la Iglesia y el clero y para los periódicos que no se lo han explicado al pueblo ni se han puesto al margen con una toma de posición clara. Han sido unos mentirosos la DC y los curas, han engañado a un pobre pueblo indefenso. Es triste, es una deshonra, es grave y todo lo que quieras, pero no es una catástrofe: que se las arreglen, que se vayan al diablo, rezaré por ellos, me reiré de ellos, les daré un cachete como se hace con los chavales mentirosos o impuros y, si vienen a confesarse, les amonestaré y diez avemarías de penitencia. ¿Y después?
Después iré a comer y a dormir tranquilamente y trataré de observar día a día la ley de Dios y de la Iglesia y no querré dejar de ser una persona sonriente y serena, que posee la paz y sabe defenderla y que, aun haciendo polémica agria y hasta fustigadora no hace como aquel cochero que para fustigar mejor a un caballo se asomó demasiado y se cayó del pescante. Ni como aquel otro que no fustigaba a ninguno y vendió la fusta. Es decir, lo justo. Combativos hasta la última gota de sangre y a costa de hacerse relegar en una parroquia de 90 almas en la montaña y hacerse retirar los libros del comercio, sí, todo, pero sin perder la sonrisa de los labios y el corazón y sin un momento de desesperación o melancolía, desánimo o amargura. Antes que nada está Dios y luego la Vida Eterna.
  Y además están los años que pasan. Los hombres que se equivocan envejecen y mueren: los que tienen razón no envejecen. Así que todo consiste en conseguir tener razón de verdad, en encontrar la verdad verdaderamente. Un proverbio chino dice: "Basta tener el coraje de sentarse a la orilla del río y esperar: un día u otro veremos pasar el cadáver de nuestro enemigo". No es un proverbio demasiado cristiano, pero matar es menos cristiano todavía.
Así que yo no tiro a matar ni sobre el cardenal Ottaviani, ni sobre la DC; me siento aquí arriba, en el Monte Giovi, pienso, estudio, escribo, rezo, sonrío bonachón y pacientemente: un día, sin haberme manchado el alma ni de homicidio ni de herejía ni de cisma ni de voto a los comunistas, veré pasar allí abajo, por la llanura, diversos cadáveres. Entonces diré Requiem aeternam sin satánica alegría y sin negro dolor y cuidaré de que mis muchachos no se manchen el alma atribuyendo a tales muertos más culpas de las reales.
La historia la dibuja Dios y no nosotros, y lo único que deseo es comprender su dibujo a medida que lo realiza y no aspiro a quitarle el lápiz de la mano y tratar de convertirme en un autor de la historia.
Pero no sé si conseguiré explicarte lo que quisiera de ti y de tantos jóvenes inquietos. Las inquietudes son una gran gracia de Dios. Pero también el equilibrio y la serenidad son grandes gracias de Dios.
Tal vez si pasas algún día aquí arriba será más fácil entenderse.
Un saludo afectuoso y hasta pronto. Tuyo

Lorenzo”.

domingo, abril 03, 2016

PAPA FRANCISCO: Discípulos de Cristo y no de la ideología

«Cuando un cristiano se convierte en discípulo de la ideología, ha perdido la fe y ya no es discípulo de Jesús». Y el único antídoto contra tal peligro es la oración. Este es el mensaje que el Papa Francisco tomó de la liturgia de la Palabra de la misa celebrada el jueves 17 de octubre por la mañana en Santa Marta.
El Pontífice centró su homilía en el pasaje evangélico de Lucas (11, 47-54) que relata la advertencia de Jesús a los doctores de la ley —«Ay de vosotros, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia; vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido»—, asociando a ello la imagen de «una iglesia cerrada» en la que «la gente que pasa delante no puede entrar» y de donde «el Señor que está dentro no puede salir». De aquí la referencia a esos «cristianos que tienen en su mano la llave y se la llevan, no abren la puerta»; o peor, «se detienen en la puerta» y «no dejan entrar».
¿Pero cuál es la causa de todo ello? El Santo Padre la identificó en la «falta de testimonio cristiano», que se presenta aún más grave si el cristiano en cuestión «es un sacerdote, un obispo, un Papa». Por lo demás, Jesús es muy claro cuando dice: «Id, salid hasta los confines del mundo. Enseñad lo que yo he enseñado. Bautizad, id a las encrucijadas de los caminos y traed a todos dentro, buenos y malos. Así dice Jesús. ¡Todos dentro!».
En el cristiano que asume «esta actitud de “llave en el bolsillo y puerta cerrada”» existe, según el Pontífice, «todo un proceso espiritual y mental» que lleva a que la fe pase «por un alambique» transformándola en «ideología». Pero «la ideología —advirtió— no convoca. En las ideologías no está Jesús. Jesús es ternura, amor, mansedumbre, y las ideologías, de cualquier sentido, son siempre rígidas». Se corre el riesgo de hacer al cristiano «discípulo de esta actitud de pensamiento» antes que «discípulo de Jesús».
Por ello sigue siendo actual el reproche de Cristo: «Vosotros os habéis llevado la llave del conocimiento», pues «el conocimiento de Jesús se ha transformado en un conocimiento ideológico y también moralista», según el mismo comportamiento de los doctores de la ley que «cerraban la puerta con tantas prescripciones». El Papa recordó al respecto otra advertencia de Cristo —contenida en el capítulo 23 del Evangelio de Mateo— contra escribas y fariseos que «lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros». Es precisamente a causa de estas actitudes que se desencadena un proceso por el que «la fe se convierte en ideología ¡y la ideología espanta! La ideología expulsa a la gente y aleja a la Iglesia de la gente».
El Papa Francisco definió «una enfermedad grave ésta de los cristianos ideólogos»; pero se dijo también consciente de que se trata de «una enfermedad no nueva». Ya había hablado de ello el apóstol Juan en su primera carta, describiendo a «los cristianos que pierden la fe y prefieren las ideologías»: su «actitud es hacerse rígidos, moralistas, “eticistas”, pero sin bondad».
Entonces es necesario preguntarse qué provoca «en el corazón de ese cristiano, de ese sacerdote, de ese obispo, o de ese Papa» una actitud así. Para el Papa Francisco la respuesta es sencilla: «Ese cristiano no reza. Y si no hay oración», se cierra la puerta.
Así que «la llave que abre la puerta a la fe es la oración». Porque «cuando un cristiano no ora, su testimonio es soberbio». Y él mismo es «un soberbio, es un orgulloso, es uno seguro de sí, no es humilde. Busca la propia promoción. En cambio, cuando un cristiano ora, no se aleja de la fe: habla con Jesús».
El Santo Padre puntualizó al respecto que el verbo «orar» no significa «decir oraciones», porque también los doctores de la ley «decían muchas oraciones», pero sólo «para hacerse ver». En efecto, «una cosa es orar y otra es decir oraciones». En este último caso se abandona la fe, transformándola precisamente «en ideología moralista» y «sin Jesús».
Quienes oran como los doctores de la ley —apuntó el Pontífice— reaccionan de igual modo «cuando un profeta o un buen cristiano les reprocha», utilizando el mismo método que se usó contra Jesús: «Al salir de allí los escribas y los fariseos empezaron a acosarlo implacablemente —dijo, repitiendo las palabras del pasaje evangélico— y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarle con alguna palabra de su boca». Porque —comentó— «estos ideólogos son hostiles e insidiosos. ¡No son transparentes! Y, pobrecitos, ¡son gente ensuciada por la soberbia!».

De ahí la invitación conclusiva a pedir al Señor la gracia de no dejar nunca «de orar para no perder la fe» y de «permanecer humildes» a fin de no transformarse en personas cerradas «que cierran el camino al Señor».

Jueves 17 de octubre de 2013

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 42, viernes 18 de octubre de 2013