miércoles, abril 06, 2016

Lorenzo MILANI y el AMOR A LOS ENEMIGOS

Al sacerdote don Antonio Arfanotti*

“Barbiana, 20-5-59
Querido Antonio:
Gracias por tu carta, que contesto con algo de retraso porque estoy invadido por la fiebre de los exámenes (de los chicos, no míos).
Me alegra que mi libro te haya enseñado algo. Precisamente lo he escrito con este fin de inquietar los espíritus, especialmente de los sacerdotes jóvenes y los seminaristas.
Tengo que decir que ese fin lo he logrado hasta en exceso.
Pero además tenía otro que era comunicarles el equilibrio que (modestia aparte) ya he comenzado a disfrutar internamente.
Esto me parece muy difícil cuando estamos en el seminario o cuando acabamos de salir de él. Hay quien encuentra el equilibrio adaptándose al ambiente y entonces resulta fácil, pero cobarde y no lo envidiamos. Y hay quien rompe con el equilibrio conformista y se agita ante la lectura o la contemplación de injusticias, falsedades o errores y se lanza a discurrir con su propia cabeza, a chocar con gente pacífica, con tradiciones etc… Es evidente que yo quisiera que todos los jóvenes sacerdotes o seminaristas fueran de esta otra clase, pero entonces nace urgentemente el problema del equilibrio. Porque por la vía maestra del conformismo no se cae uno nunca, mientras que por el alambre encaminado a asomarse hacia los alejados, el equilibrio es un arte que una vida entera no nos bastará para aprenderlo bien.
Por ejemplo, yo veo sacerdotes jóvenes y clérigos "de izquierdas" que han perdido el equilibrio por el lado de la amargura. Leen, oyen y cuentan desde la mañana a la noche los hechos, episodios y situaciones en los que la Iglesia y los católicos se deshonran. Hechos que suelen ser verdaderos, más aún, con frecuencia ni siquiera son lo peor de la verdad y, sin embargo, su dignidad de hechos verdaderos (aun siendo mejor que la versión de los hechos que nos ofrece cierta prensa) está viciada por el hecho de que haber sido escogidos y de estar demasiado presentes en la cabeza.
Si el descubrimiento del mal debe ocupar tanto sitio en nuestra vida que ya no sepamos mirar con una sonrisa divertida y afectuosa todas las cosas buenas que existen en el mundo y en la Iglesia, entonces más valía no haberlo descubierto. 
Así que rebusquemos en los errores de nuestra propia casa sólo cuanto hace falta para contribuir también nosotros, sin falsa humildad, a la educación e instrucción de nuestros hermanos y superiores, comprendidos los obispos y el Papa (que lo necesitan como todos los demás y, tal vez, más que los demás). Pero después de haber obtenido estos dos fines, basta, no hablemos más de ello, podemos incluso echar a su costa una carcajada divertida. Si adoptamos el rostro trágico de la catástrofe quiere decir que no creemos en Dios ni en la Providencia, quiere decir que no estamos en gracia de Dios. Lo que ha hecho la DC tras la caída de Fanfani es desagradable y deshonroso para ella y, sobre todo, para la Iglesia y el clero y para los periódicos que no se lo han explicado al pueblo ni se han puesto al margen con una toma de posición clara. Han sido unos mentirosos la DC y los curas, han engañado a un pobre pueblo indefenso. Es triste, es una deshonra, es grave y todo lo que quieras, pero no es una catástrofe: que se las arreglen, que se vayan al diablo, rezaré por ellos, me reiré de ellos, les daré un cachete como se hace con los chavales mentirosos o impuros y, si vienen a confesarse, les amonestaré y diez avemarías de penitencia. ¿Y después?
Después iré a comer y a dormir tranquilamente y trataré de observar día a día la ley de Dios y de la Iglesia y no querré dejar de ser una persona sonriente y serena, que posee la paz y sabe defenderla y que, aun haciendo polémica agria y hasta fustigadora no hace como aquel cochero que para fustigar mejor a un caballo se asomó demasiado y se cayó del pescante. Ni como aquel otro que no fustigaba a ninguno y vendió la fusta. Es decir, lo justo. Combativos hasta la última gota de sangre y a costa de hacerse relegar en una parroquia de 90 almas en la montaña y hacerse retirar los libros del comercio, sí, todo, pero sin perder la sonrisa de los labios y el corazón y sin un momento de desesperación o melancolía, desánimo o amargura. Antes que nada está Dios y luego la Vida Eterna.
  Y además están los años que pasan. Los hombres que se equivocan envejecen y mueren: los que tienen razón no envejecen. Así que todo consiste en conseguir tener razón de verdad, en encontrar la verdad verdaderamente. Un proverbio chino dice: "Basta tener el coraje de sentarse a la orilla del río y esperar: un día u otro veremos pasar el cadáver de nuestro enemigo". No es un proverbio demasiado cristiano, pero matar es menos cristiano todavía.
Así que yo no tiro a matar ni sobre el cardenal Ottaviani, ni sobre la DC; me siento aquí arriba, en el Monte Giovi, pienso, estudio, escribo, rezo, sonrío bonachón y pacientemente: un día, sin haberme manchado el alma ni de homicidio ni de herejía ni de cisma ni de voto a los comunistas, veré pasar allí abajo, por la llanura, diversos cadáveres. Entonces diré Requiem aeternam sin satánica alegría y sin negro dolor y cuidaré de que mis muchachos no se manchen el alma atribuyendo a tales muertos más culpas de las reales.
La historia la dibuja Dios y no nosotros, y lo único que deseo es comprender su dibujo a medida que lo realiza y no aspiro a quitarle el lápiz de la mano y tratar de convertirme en un autor de la historia.
Pero no sé si conseguiré explicarte lo que quisiera de ti y de tantos jóvenes inquietos. Las inquietudes son una gran gracia de Dios. Pero también el equilibrio y la serenidad son grandes gracias de Dios.
Tal vez si pasas algún día aquí arriba será más fácil entenderse.
Un saludo afectuoso y hasta pronto. Tuyo

Lorenzo”.