Sugerencias para un cristianismo del siglo XXI: dialogante, comprometido, plural, vocacional, misionero, en crecimiento
lunes, noviembre 03, 2025
Manolo Gajete en su aniversario (17-6-1927/ 3-11-2010)
Cuando conocí a Manolo Gajete ya llevaba unos cuantos años en el Movimiento Cultural Cristiano (MCC). Fue en los tiempos en que el Aula Malagón-Rovirosa se celebraba en el monasterio de Santa María del Espino, en Santa Gadea del Cid. Carmita y yo estábamos recién casados. Manolo y su familia habían asistido a nuestra boda, en plena ruptura en dos del MCC, un veinticinco de noviembre de mil novecientos ochenta y nueve. En la oración de los fieles, realizó una petición por nosotros. El siempre hablaba de la familia como iglesia doméstica, con su voz grave y su inconfundible acento andaluz.
Conocer a Manolo Gajete y su familia supuso un verdadero impacto para nuestro grupo de formación. Nos habían contado que durante un tiempo vivió con Rovirosa, eso eran palabras mayores. Pero conocerlo personalmente aumentó ese impacto, no tanto por su aspecto físico, marcado por un gigantesco “antojo” que ocupaba y deformaba la mitad de su cara, como por su personalidad. Manolo tenía una personalidad arrolladora, un verbo fácil y multitud de historias que contar.
Había sido un líder, líder en su familia, líder en el sindicato, líder en su trabajo… En los astilleros de Cádiz era toda una personalidad. Mucho tiempo después supimos que todo eso le fue arrebatado, primero con el despido de los astilleros y, después, al casarse con Chari… Pero fue un matrimonio por amor, de forma que, contra todo pronóstico, superaron barreras gigantescas, así como el olvido y la distancia de sus propios familiares.
Nosotros le conocimos cuando todo ese huracán había pasado. Manolo llevaba ya años casado con Chari y tenían tres hijos. Los dos pequeños con un severo retraso, aunque superdotados afectivamente. Y en esto desafío a cualquiera que se niegue a aceptarlo. He visto a estos niños, Pedrito y Miriam, querer a las personas hasta el punto de escuchar muchas veces a Chari decir que eran el mejor regalo que le ha dado la vida. El mismo Manolo me contaba más de una vez como Pedrito le obligaba a calmarse cuando se enfadaba delante de él (y Manolo tenía un temperamento muy fuerte), porque era tal el grado de sufrimiento al ver enfadado de su padre, que era imposible seguir gritando y no pedir perdón por haber perdido la serenidad.
Su hijo mayor, Israel, dejó una frase el día de su funeral, que es la mejor descripción que he oído de él: “mi padre vivió de una manera especial la virtud de la Pobreza”. Hasta tal punto que el mismo Israel reconocía que esa vivencia de la Pobreza le había calado tan hondo que los que vivieron con Manolo, no tenían más remedio que vivir pobremente. La carta que escribió a su padre, llena de cariño y también de juventud nos sirvió más de homilía que las propias palabras del sacerdote. Eran las palabras del corazón de un hijo abrazando a su padre en su última despedida. La pobreza de Manolo nos sobrecogió a todos los que le conocimos. No exagero cuando digo que su casa era la casa más despojada que yo había visto. En el comedor ningún mueble, sólo unas sillas de segunda mano, una mesa, que Manolo había hecho con unos tablones que encontró en la calle, y un espejo grande, pegado a la pared, con una barra, como las de las escuelas de ballet, para que Pedrito y Miriam aprendiesen a andar. No tenían camas, porque sus hijos pequeños sufrían convulsiones y se caerían al suelo. El remedio más pobre era echar los colchones al suelo. Y eso hizo la familia Gagete, dormir con los colchones en el suelo durante muchos años. Mientras tanto Manolo arreglaba todo lo que caía en sus manos, y eso que tenía unas cataratas en los ojos que lo habían dejado casi ciego.
Ahora Manolo estará con el Padre, haciendo todos los arreglos que se necesiten.
Ahora te rezamos y pedimos tu intercesión para que no nos falte escucha y fortaleza. Tu intercesión, la de Rovirosa, Don Tomás, Don Felipe, Josefina, Eduardo… tantos militantes que ya formáis el equipo triunfante con el Padre.
Juan Antonio Tapia




