martes, octubre 28, 2025

EL FARISEO Y EL PUBLICANO ORDINARIO C XXX


A DIOS NO LE GUSTA
LA GENTE "PERFECTA"
(Lc. 18,9-14)
Como este fariseo de la Parábola que inflado, satisfecho y seguro de sí mismo... desprecia y juzga duramente a los demás calificándolos de ladrones, mentirosos y adulteros ... y llegando a atribuirles una elaborada y exhaustiva lista de defectos.
Este es un hombre arrogante que disfruta mirando a los demás por encima del hombro y que sube al templo, no a pedir ayuda, sino a pasarle factura a Dios por sus buenas obras que, eso sí, él solo reduce a dos:
- pagar los impuestos religiosos y - cumplir con la ley del ayuno...
mientras que se olvida de practicar lo más importante:
- el amor y
- la misericordia.
Este es un hombre que, cuando reza, no habla con Dios, ni escucha a Dios... solo habla y se escucha a sí mismo, bajo el frágil paraguas de su "ego".
Y, frente a la actitud engreída de este fariseo tan estirado, aparece la figura de un publicano que ni siquiera se atreve a levantar los ojos al cielo porque se considera un pobre pecador, necesitado de ayuda.
Este es un hombre humilde, insatisfecho de sí mismo, que no se considera superior a los demás... ni se ve capaz de juzgar, ni despreciar a nadie...
Por eso se dirige a Dios diciendo:
"Compadecete de mi, Señor, que soy un pecador".
De este relato se pueden deducir varias cosas importantes:
- Que a Dios no le gusta la gente engreida, sino la gente sincera y sin dobleces, que sabe pedir perdón de sus errores, con un corazón arrepentido, y que se esfuerza por superarse, cada día.
- Que Dios no es como nosotros, que, solemos vivir y nos dejamos llevar por apariencias...
Él no se deja engañar y nos quiere siempre como somos... aunque, a veces, arrastremos una vida bastante rota y distorsionada.
- Que para Dios, lo importante no son las cosas que hacemos o dejamos de hacer, sino nuestras actitudes profundas... aquello que nos brota del fondo del corazón... nuestros deseos y nuestras intenciones más hondas... que es, en definitiva, lo que da valor a nuestros actos...
Porque es precisamente ahí, en el trasfondo más profundo de nuestro ser y en el santuario de nuestro corazón, donde nos encontramos cara a cara con Dios.
Y es ahí donde Él nos mira y nos descubre:
- humildes o soberbios,
- justos o injustos,
- acogedores o distantes,
- misericordiosos o arrogantes...
El relato evangélico termina diciendo que estos dos hombres, después de estar en el templo, volvieron a casa...
Pero solo uno de ellos se fue justificado y en paz consigo mismo...
¿Cuál de ellos?
No el fariseo hipócrita y arrogante, tan seguro de sí mismo que despreciaba a los demás...
Sino el publicano humilde que supo hacerse cargo de la falsedad de su vida, sin tener que ofender ni despreciar a nadie...
¡Aprendamos pues, la gran lección de Jesús picapedrero que nos muestra hoy, el verdadero camino de la grandeza humana!
Manuel Velazquez Martín.