sábado, noviembre 22, 2025

Síndrome del pavo real

Samuel Elanius/
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Menos telas y encaje, menos palacios de terciopelo y frases de efecto ensayadas. Lo que falta no es brillo en las paradas, sino brillo en los ojos de quienes realmente caminan con la gente. La fe no necesita ventanas doradas, necesita pies en el camino, manos sucias sirvientes y oídos abiertos a los dolores que hacen eco a través de las calles y en corazones cansados.

Menos sombreros y decoraciones, menos preocupación por el centro de atención y más conciencia de que el Reino no se basa en las apariencias, sino en el compromiso. No es la estética lo que sustenta la verdad del Evangelio, sino la sincera devoción y el amor encarnados en la vida cotidiana.

Menos "círculos", menos teatro de piedad, menos predicación que pone a Dios en un trono inalcanzable, distante e inalcanzables. Bajó, caminó con nosotros, lloró nuestras lágrimas, sintió el peso del hambre y la soledad, y en eso nos enseñó que la santidad comienza en el suelo.

Es triste ver a una generación de sacerdotes más preocupados por ser vistos que por ver; más interesados en ser celebrados que en celebrar la vida de Cristo entre pequeños. La misión no es convertirse en una celebridad de la fe, sino en testimonio del siervo de Cristo, el que se inclina para lavarse los pies, que abraza el sufrimiento humano para transformarlo en esperanza.

Volvamos a lo básico: menos espectáculo, más gospel. Menos posar, más presencia. Menos gloria humana, más cruz compartida. Porque el Reino nace cuando uno elige amar sin necesidad de aplausos.