Notas de Antonio Paneque sobre las charlas del profesor Agustín Domingo Moratalla
Hay tres figuras femeninas destacadas en el proceso de recuperación de la ética del cuidado: Carol Gilligan, María Ángeles Durán y Catherine Ellison.
Carol Gilligan
Hay tres figuras femeninas destacadas en el proceso de recuperación de la ética del cuidado: Carol Gilligan, María Ángeles Durán y Catherine Ellison.
Carol Gilligan
Dice que la verdadera justicia consiste en tratar a todos de manera diferenciada: la organización de los servicios sociales, de la educación, de los derechos no es igual, porque hay que tener en cuenta la categoría ética de la preocupación por la diferencia. Porque, en realidad, la humanidad depende del cuidado. Hasta ahora la economía y el derecho laboral se han planteado olvidándose del cuidado, y hay que recuperarlo, hacer que las ciencias sociales estén alimentadas por el cuidado. Éstas no se hacen cargo del cuidado invisible de las madres, abuelas, esposas en casa. A nivel de la contabilidad, de la economía y del derecho público cuando nace un niño se empobrece un pueblo; cuando nace un cordero crece el producto interior bruto. La economía, la política funciona diciendo: si hay más criaturas nos empobrecemos. Y se defienden políticas antinatalistas: la economía capitalista penaliza el número de personas que han de compartir los bienes.
María Ángeles Durán
De ahí que les interese que haya corderos, no que haya niños. Hay que invertir eso, afirma María Ángeles Durán, autora de “La riqueza invisible del cuidado”, introduciendo en la contabilidad el cuidado no visible, porque la justicia depende del cuidado. No solo es una cuestión de derechos sociales, sino de estructura. Dice que la revolución del siglo XXI va a ser la revolución del Cuidatoriado. En el siglo XIX los proletarios se unieron, tomaron conciencia y surgió la clase social del proletariado. Durán dice: si todos aquellos que cuidamos de alguien nos uniéramos, el mundo cambiaría. Necesitamos promover la revolución de los cuidados. Y hay una nueva expresión social que es el Cuidatoriado, como apreciamos en nuestros entornos. El día que los cuidadores tengan conciencia de clase, el mundo será distinto. Nuestra tarea en la pastoral sanitaria, pastoral social, consiste en decir: no nos olvidemos de los cuidadores, para no desatender esta dimensión personal de atender y cuidar
Catherine Ellison
Catherine Ellison plantea un concepto importante y revolucionario: inteligencia maternal como clave de vida social, cómo la maternidad nos hace más inteligentes. En esta época en que se habla de inteligencia emocional, social, matemática, las así llamadas inteligencias múltiples, ella afirma que hay una inteligencia nueva, la maternal. Parte del rechazo a la maternidad en el contexto laboral, pensando que sería un obstáculo y que el cerebro se empequeñece a medida que se tienen hijos, de modo que perdería su capacidad profesional. Pero ella afirma lo contrario: gracias a que tengo hijos soy más creativa, despliego recursos, porque hay un tipo de inteligencia muy importante vinculada a la maternidad. En psicología y filosofía se habla del papel del corazón, y desde aquí se plantea la inteligencia cordial. Con la recuperación de la inteligencia maternal se da carta de naturaleza a toda esta tradición, donde el corazón no es algo emocional, emotivo, sino estructural y constitutivo de la humanidad
Así pues, hablamos de una persona que genera un bien, un valor, en una determinada actividad, en unas circunstancias, allí donde están los otros. En el esquema fenomenológico para analizar el cuidado hay un cuidador, una persona que es objeto de cuidados en determinadas circunstancias, y hay un encuentro, una relación que generan una serie de prácticas. La ética del cuidado no se alimenta solo de una relación entre el yo y el tú, porque las circunstancias históricas, como el contexto concreto del que se trate, cuentan mucho.
¿Qué es cuidar?
Veamos ahora qué es cuidar, qué son los cuidados. Igual que se define al ser humano como homo ludens, como homo sapiens, como homo homini lupus, hoy tenemos que hablar del homo curans, pues somos animales que curan. La humanidad ha llegado donde está porque unos hemos cuidado de otros, sin el cuidado tendemos a embrutecernos, a deshumanizarnos.
Pero el campo semántico del cuidado es muy amplio. Hemos de ver dónde nos encontramos con precisión:
- cuidar remite en primer lugar a la cura, la crianza, la atención a los hijos en los primeros momentos de la vida respondiendo a sus necesidades. Es lo que en la historia de la moral, desde Platón hasta Santo Tomás, se conoce como la cura. También la filosofía del siglo XX con Heidegger retoma la cura como concepto central. La fenomenología, el existencialismo, el personalismo se alimentan de esta reflexión sobre la crianza.
- en segundo lugar, cuidar es devolver la salud, restaurar el equilibrio, el orden. El cuidado tiene que ver con la terapia, consiste en recuperar la salud perdida. Visto así, el cuidado es una actividad terapéutica, generativa, vinculada con la salud en todos sus sentidos: individual, colectiva, etc.
- el cuidado tiene también que ver con lo que en griego se conoce por Merimnao, es decir, la solicitud por el otro, la preocupación, atención hacia las necesidades del otro. Así, cuidar es hacer que nuestra ética no nazca de nosotros, sino que sea la respuesta que damos al otro, que se nos hace presente y nos reclama. Es el otro el que nos mueve a actuar, incluso sin haber dialogado ni haber reflexionado. Su rostro nos reclama. Por eso Levinas afirma que la clave de la ética no puede ser la autonomía moral: la clave de la ética es la heteronomía, la vicariedad respecto al otro. Mientras tenga alguien que cuidar, estoy haciendo ética. Quien no ha cuidado, no sabe de qué va la bioética.
¿Y desde el punto de vista cristiano?
- los primeros cristianos entendían el cuidado como eskeptomai, como vigilancia: el Señor se ha ido pero no nos ha dejado solos, nos sigue cuidando. Se trata de no descuidarse, de echar un ojo. Por eso, cuidar es no perder de vista. En otras palabras, cultivar la atención, que es un problema estructural serio en la era digital, y cada vez hay más alumnos con dificultades de atención. Cuidar, pues, es vigilar. No perder de vista al otro, su salud, las relaciones. Atender, evitar las distracciones. En la ética del cuidado hay una pregunta bíblica a la base de todo: ¿dónde está tu hermano? Es importante recuperar la idea de Merimnao, de solicitud, porque nos conduce a categorías importantes como la vulnerabilidad, la finitud, la fragilidad, que no tienen buena fama.
¿Y la pregunta filosófica?
¿y cómo cuidar bien? Aquí se propone el cuidado generativo, como el modo de llevar a cabo un cuidado responsable. Porque el cuidado, la profesionalización del cuidado y su práctica no consiste solo en dar de mí, dedicar tiempo a la persona objeto del cuidado, ver lo que necesita sin perderla de vista. A veces pensamos que el cuidado es la entrega, la donación (acción de donarse). Es cierto, porque el cuidador da su tiempo, sus conocimientos. Así es, sin donación no hay bioética del cuidado. Pero el don se puede plantear de dos formas: como un juego de suma-cero, de equilibrio, dando de lo propio. Pero esto es erróneo: a nosotros nos interesa que el dar sea un dar generativo. El voluntario cuando da su tiempo, no da horas, sino que crece, aprende, porque cuidar no es solo dar conocimiento, tiempo, entrega, sino que en realidad es dar-se, estar dispuesto a crecer con el otro. Quienes cuidan crecen, dan de sí. No es dar de mí, sino dar de sí. La clave de las relaciones humanas no es el tiempo que uno da al otro, sino el hecho de que estar dando tiempo al otro supone crecer juntos, el nivel de encuentro, de relación, de felicidad se ensancha, se esponja, da gusto. El verdadero profesional no es aquel que da su tiempo o conocimientos, sino aquel que está dispuesto a aprender del otro, por lo que la clave está en ese dar de sí.
Condiciones para que nuestras prácticas de cuidado sean dignas
El buen cuidado requiere que nos planteemos varias condiciones. Hay un cuidado inmediato, que no es necesario estudiar para aprender, pero si queremos cuidar bien hemos de aprender fisioterapia, medicina, etc. La investigación, el conocimiento son importantes. Veamos las condiciones para que nuestras prácticas de cuidado sean dignas:
1. En primer lugar, lo que llamamos la competencia, la pericia, que es un bien muy importante. Hay que saber hacer las cosas para proporcionar el cuidado requerido. Significa especialización y no ingenuidad
2. La confidencia: quien cuida del otro ya no lo olvida nunca, pasa a formar parte de su historia, porque se han vivido momentos confidenciales, únicos. El buen cuidado significa gestionar la confidencia, los secretos. La discreción es importante en el cuidado
3. La compasión: los cuidados atañen a personas con sensibilidad; hay personas que gestionan muy bien las cosas, pero son poco idóneas para el trato con las personas al carecer de compasión, de capacidad de sentir y padecer con el otro.
4. La confianza: las prácticas de cuidado han de generar confianza, de modo que el cuidado desee el encuentro con el cuidador, porque puede confiar en él. En la digitalización no hay confianza, hay sospecha y mera comprobación de datos.
5. Conciencia: cuidar es tener conciencia, es lo que nos distingue de los animales. Es la posibilidad de reflexionar sobre lo que se hace, cuestionarse ante los dilemas, y tener las ideas claras sobre aquello que se debe y no se debe hacer, siendo capaces de llevar la contraria al sistema. Se trata de no ser parte del engranaje digital del sistema sanitario.
6. Consuelo: es muy difícil saber consolar, tenemos que entrenarnos para ello: compartir historias, recursos musicales, artísticos, literarios que tengan que ver con la ternura. Cuando no hay ya nada que hacer, siempre se puede narrar un poema, contar una historia, cantar una canción. Cuando la curación no es posible, el consuelo y el cuidado sí lo son. No es lo mismo morir sin un poema, un canto, una oración familiar
Segunda entrevista
El personalismo
En la tradición cristiana del personalismo comunitario, la preocupación por el cuidado va siempre asociada a la preocupación por la justicia, por llevar a cabo un cuidado justo (Emmanuel Mounier, Jacques Maritain). Maritain habla de humanismo integral, porque las ciencias han hecho que el ser humano se convierta en un objeto, y hay que recuperar la condición de sujeto. Desde su trabajo en la UNESCO tendrá una responsabilidad directa en la redacción de la declaración universal de los derechos humanos, basado en la doctrina social de la iglesia. El humanismo perseguido no es anti teológico, sino un humanismo en que el ser humano es un centro descentrado. En nuestra antropología el ser humano desempeña un papel central, pero en el conjunto de la creación nuestra autonomía es teónoma, se mide por la relación con Dios. A la base del Vaticano II se halla este tipo de filosofía. La Populorum Progressio habla de desarrollo integral, tema que retoma Francisco con el cuidado integral de la creación, y se pone en continuidad con este humanismo teocéntrico .
Así pues, promover el cuidado integral supone cuidar físicamente, psicológicamente, en todas las dimensiones, y también en la esfera espiritual, pues la apertura a la transcendencia, la presencia de Dios en nuestros discursos y en nuestras prácticas no puede ser obviada.
La pregunta por el cuidado y las dimensiones del cuidado tiene tres aspectos importantes:
- macro cuidado (cuidado de la casa común, medio ambiente, impacto de la tecnología, impacto del progreso, e incluso el tema de las generaciones, sus derechos, porque el cuidado tiene una dimensión no solo intra generacional, sino que la dimensión generativa del cuidado se traduce en las nuevas generaciones y en sus derechos, ya que somos herederos de algo que se nos ha dado y lo hemos de legar);
- micro cuidado: limpieza, higiene, apoyo espiritual, la ayuda del otro: hoy se habla del cuidado del cuerpo, del cuidado holístico, integral; es una dimensión vinculada con el yo, el cultivo del yo, a veces estamos algo enmimismados pues el sistema social queda encerrado en el yo. De ahí un tipo de cultura y de prácticas individualistas, atomistas, vivimos en sociedades atomizadas, donde cada átomo cuida de sí, de su propio cuerpo.
- Pero se olvida o se deja a un lado el cuidado institucional, una dimensión clave ya que las instituciones han de tener rostro, estar al servicio de las personas: los bancos, las instituciones de justicia, las administraciones, los colegios no son fines en sí mismos sino han de estar al servicio y son una forma de cuidado.
La dimensión dialógica
Entramos en la hermenéutica o fenomenología del cuidado. La vida humana es encuentro, es cuidado. Por tanto se da la recuperación de una dimensión dialógica de la vida donde el encuentro es fundamental. Se recupera la persona, la conciencia, el sentido de comunidad: no hay persona sin comunidad. No estamos cerrados, nos vamos haciendo. La clave del propio currículo vitae no está en los cursos que hemos hecho, la clave de la construcción de la persona es el tipo de relaciones que ha mantenido, porque el otro es constitutivo del yo, de ahí la importancia de la alteridad. Yo soy por un tú que me ha constituido. De hecho, es decisivo ser llamado por el propio nombre, porque hasta que no se dice el nombre, uno no sabe quién es. La identidad de la persona es día-lógica, per-sonal. Uno no se reconoce si nadie ha dicho su nombre: la alteridad es constitutiva, el otro no es solo el diferente, sino alguien con quien tratar. Pasamos de la persona como átomo a la persona como abierta.
Carácter intencional del cuidado
Y aquí hay un elemento fundamental, que es el carácter intencional del cuidado, de modo que este no es un dato que se pueda recoger en una tabla de Excel, en un registro de datos. Los datos no recogen la intencionalidad, el carácter personal del cuidado. Cuando nos referimos al cuidado no pensamos solo en la objetividad sino en el significado, y esto es clave en la sociedad de la información y de la comunicación en la que vivimos. Debemos repensar el cuidado desde esa clave de la comunicación. Decía Laín Entralgo que la gran herramienta de la medicina es la silla, porque el médico tiene que saber escuchar para hacer un buen diagnóstico. Por eso es tan importante entrenarse en la escucha y en la gestión de la palabra.
La bioética se preocupa por los problemas que tienen que ver con el principio de la vida, eugenesia, y por el final de la misma, eutanasia. Sin olvidar lo que hay en el medio de ambas: la eudaimonia, o sea, la ilusión, el sentido. A veces la sanación es recuperar el sentido: una palabra sanadora, consoladora, que tiene mucho que ver con la palabra, el saludo. El saludo es clave para personalizar el trato, por lo que el agente de pastoral de la salud tiene la misión de introducir ilusión, calidad, en los profesionales sanitarios para que estos lleven un saludo cordial. Son prácticas de comunicación que hay que cuidar para percatarnos de la transcendencia de la escucha y de la palabra. Y hemos de entrenarnos, igual que entrenamos el cuerpo en el gimnasio.
Las bases éticas para el cuidado son la atención, el diálogo, la capacidad de respuesta y la personalización. O sea, acoger al otro, el uso de la palabra, la relación y, sobre todo, hacer que el mundo no sea de objetos atomizados sino de personas. El otro a menudo es visto como un cliente, un usuario, un paciente, un ciudadano, un consumidor. Son muchos roles, y pueden olvidar que se trata de una persona que tiene derecho a la atención, al cuidado. La personalización es la clave.
Veamos algunos personajes relevantes en la bioética del cuidado. En primer lugar, Levinas.
Él habla del cuidado como solicitud, y tiene una reflexión de gran hondura sobre la maternidad, la mujer. Plantea el hecho de que el tú es el que nos mueve. El origen de la ética no está en el yo (Descartes, Kant), hay ética cuando tú me movilizas: el tú es el origen de la ética. Y dice que tenemos que entender el diálogo en clave de asimetría. En la bioética principialista, cuando se habla del principio de autonomía se habla del consentimiento informado. No se trata de un papel que se firma, es una práctica comunicativa que busca recuperar la confianza entre el médico y el paciente. En cualquier caso se piensa en clave de relaciones simétricas. Levinas dice que en el cuidado no hay simetría; hay asimetría entre alguien que cuida y alguien que necesita cuidado. El que cuida acude a la demanda del rostro del otro, y se en-carga de él. Se hace cargo de él, porque el otro va a ser una carga, un peso. Más allá de la simetría del consentimiento informado, el cuidado genuino recupera la asimetría estructural de la relación de cuidados. En el modelo de la bioética principialista hay una cláusula de contrato, ese es el documento principal, pero la responsabilidad es carga; cuidar es asumir que la vida es una tarea pesada. Rezamos porque creemos que la gracia nos ayuda a llevar el peso. Hay una dimensión teológica vinculada al peso: hacerse cargo del otro.
Lo más fácil es que del cuidado se haga cargo el estado, que organiza los servicios de atención a los mayores, a los dependientes en condiciones de simetría (régimen liberal contractual), racionalizando, institucionalizando el sistema de cuidados. Pero en la pastoral de la salud recuperamos una dimensión asimétrica de la responsabilidad que a veces se olvida en el discurso social, político. La ética del cuidado tiene que ir más allá, hemos de cargar con el otro, asumir el cuidado . Levinas da más importancia al rostro que a la palabra, pues la comunicación no se termina en la palabra. Contamos con la caricia, la mirada, el consuelo. Así pues, el cuidado no puede ser solo apalabrado, expresado en un documento. El cuidado tiene que ver con la fuerza expresiva del rostro. El cuidador tiene que cuidar también su rostro, para que destelle ilusión, agrado, al margen del rostro del otro, que es el que nos mueve. El cuerpo recoge una sensibilidad que se nos va de las manos y nos interroga.
Levinas menciona tres figuras bíblicas: la viuda, el huérfano y el extranjero, para comprobar el ejercicio de la justicia. Son tres símbolos que funcionan como indicadores de un cuidado ético. Y habla del diálogo como apelación, reclamación, exigencia de responsabilidad, que el otro me reclama antes de que yo tenga propiamente conciencia de ello. El otro es el tú que reclama mi cuidado.
La segunda figura es Hans Jonas
otro pensador judío, que habla de la responsabilidad y afirma que la responsabilidad es el cuidado, que debe tener un carácter proléptico pues debemos pensar en nuestros hijos y en las futuras generaciones. No puede ser solo un cuidado cortoplacista, y el primer mandamiento es que la humanidad en el futuro siga existiendo, porque el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico nos está conduciendo a la catástrofe. El imperativo kantiano (haz siempre lo que debes) es insuficiente. A partir de ahora tiene que haber un nuevo imperativo, el de la responsabilidad, que guíe la investigación científico-técnica. Porque el hecho de que podamos coger los genes (técnica de los Crispys), cortarlos, repararlos, ponerlos, para decidir el color del pelo, la altura, etc, de los seres humanos hacen ver que las posibilidades de manipulación genética son tan grandes, tenemos tanto poder en el laboratorio, que estamos consiguiendo que nuestra civilización sea eugenésica, no nacen personas imperfectas, porque buscamos la perfección, y porque la política liberal capitalista en que nos movemos, nuestro sistema sociosanitario va hacia la eugenesia liberal: queremos la perfección de la especie y no nos preocupa la curación y el crecimiento, sino el mejoramiento. Pero ¿qué es mejorar la especie? La investigación se centra en perfeccionar en el sentido de mejorar, pero se olvida de otras cosas. La bioética trabaja hacia la perfección, pero nadie da gracias por lo que se tiene. Nadie recuerda que la vida es un don, solo se piensa que es una masa que hay que experimentar y manipular. Jonas advierte de que las estrategias de mejoramiento plantean la distinción entre crear, crecer, curar. A su juicio, el coche de la investigación científico-técnica va demasiado acelerado, y nadie le puede poner freno. La ética de la responsabilidad consiste precisamente en poner el semáforo en rojo, detenerse, gestionar el cambio de marcha. No hay que ser ingenuos respecto a la investigación científica, es preciso reforzar los controles y la ética para asumir la responsabilidad. Para ello, la ética ha de dejarse ayudar de la metafísica.
María Ángeles Durán
De ahí que les interese que haya corderos, no que haya niños. Hay que invertir eso, afirma María Ángeles Durán, autora de “La riqueza invisible del cuidado”, introduciendo en la contabilidad el cuidado no visible, porque la justicia depende del cuidado. No solo es una cuestión de derechos sociales, sino de estructura. Dice que la revolución del siglo XXI va a ser la revolución del Cuidatoriado. En el siglo XIX los proletarios se unieron, tomaron conciencia y surgió la clase social del proletariado. Durán dice: si todos aquellos que cuidamos de alguien nos uniéramos, el mundo cambiaría. Necesitamos promover la revolución de los cuidados. Y hay una nueva expresión social que es el Cuidatoriado, como apreciamos en nuestros entornos. El día que los cuidadores tengan conciencia de clase, el mundo será distinto. Nuestra tarea en la pastoral sanitaria, pastoral social, consiste en decir: no nos olvidemos de los cuidadores, para no desatender esta dimensión personal de atender y cuidar
Catherine Ellison
Catherine Ellison plantea un concepto importante y revolucionario: inteligencia maternal como clave de vida social, cómo la maternidad nos hace más inteligentes. En esta época en que se habla de inteligencia emocional, social, matemática, las así llamadas inteligencias múltiples, ella afirma que hay una inteligencia nueva, la maternal. Parte del rechazo a la maternidad en el contexto laboral, pensando que sería un obstáculo y que el cerebro se empequeñece a medida que se tienen hijos, de modo que perdería su capacidad profesional. Pero ella afirma lo contrario: gracias a que tengo hijos soy más creativa, despliego recursos, porque hay un tipo de inteligencia muy importante vinculada a la maternidad. En psicología y filosofía se habla del papel del corazón, y desde aquí se plantea la inteligencia cordial. Con la recuperación de la inteligencia maternal se da carta de naturaleza a toda esta tradición, donde el corazón no es algo emocional, emotivo, sino estructural y constitutivo de la humanidad
Así pues, hablamos de una persona que genera un bien, un valor, en una determinada actividad, en unas circunstancias, allí donde están los otros. En el esquema fenomenológico para analizar el cuidado hay un cuidador, una persona que es objeto de cuidados en determinadas circunstancias, y hay un encuentro, una relación que generan una serie de prácticas. La ética del cuidado no se alimenta solo de una relación entre el yo y el tú, porque las circunstancias históricas, como el contexto concreto del que se trate, cuentan mucho.
¿Qué es cuidar?
Veamos ahora qué es cuidar, qué son los cuidados. Igual que se define al ser humano como homo ludens, como homo sapiens, como homo homini lupus, hoy tenemos que hablar del homo curans, pues somos animales que curan. La humanidad ha llegado donde está porque unos hemos cuidado de otros, sin el cuidado tendemos a embrutecernos, a deshumanizarnos.
Pero el campo semántico del cuidado es muy amplio. Hemos de ver dónde nos encontramos con precisión:
- cuidar remite en primer lugar a la cura, la crianza, la atención a los hijos en los primeros momentos de la vida respondiendo a sus necesidades. Es lo que en la historia de la moral, desde Platón hasta Santo Tomás, se conoce como la cura. También la filosofía del siglo XX con Heidegger retoma la cura como concepto central. La fenomenología, el existencialismo, el personalismo se alimentan de esta reflexión sobre la crianza.
- en segundo lugar, cuidar es devolver la salud, restaurar el equilibrio, el orden. El cuidado tiene que ver con la terapia, consiste en recuperar la salud perdida. Visto así, el cuidado es una actividad terapéutica, generativa, vinculada con la salud en todos sus sentidos: individual, colectiva, etc.
- el cuidado tiene también que ver con lo que en griego se conoce por Merimnao, es decir, la solicitud por el otro, la preocupación, atención hacia las necesidades del otro. Así, cuidar es hacer que nuestra ética no nazca de nosotros, sino que sea la respuesta que damos al otro, que se nos hace presente y nos reclama. Es el otro el que nos mueve a actuar, incluso sin haber dialogado ni haber reflexionado. Su rostro nos reclama. Por eso Levinas afirma que la clave de la ética no puede ser la autonomía moral: la clave de la ética es la heteronomía, la vicariedad respecto al otro. Mientras tenga alguien que cuidar, estoy haciendo ética. Quien no ha cuidado, no sabe de qué va la bioética.
¿Y desde el punto de vista cristiano?
- los primeros cristianos entendían el cuidado como eskeptomai, como vigilancia: el Señor se ha ido pero no nos ha dejado solos, nos sigue cuidando. Se trata de no descuidarse, de echar un ojo. Por eso, cuidar es no perder de vista. En otras palabras, cultivar la atención, que es un problema estructural serio en la era digital, y cada vez hay más alumnos con dificultades de atención. Cuidar, pues, es vigilar. No perder de vista al otro, su salud, las relaciones. Atender, evitar las distracciones. En la ética del cuidado hay una pregunta bíblica a la base de todo: ¿dónde está tu hermano? Es importante recuperar la idea de Merimnao, de solicitud, porque nos conduce a categorías importantes como la vulnerabilidad, la finitud, la fragilidad, que no tienen buena fama.
¿Y la pregunta filosófica?
¿y cómo cuidar bien? Aquí se propone el cuidado generativo, como el modo de llevar a cabo un cuidado responsable. Porque el cuidado, la profesionalización del cuidado y su práctica no consiste solo en dar de mí, dedicar tiempo a la persona objeto del cuidado, ver lo que necesita sin perderla de vista. A veces pensamos que el cuidado es la entrega, la donación (acción de donarse). Es cierto, porque el cuidador da su tiempo, sus conocimientos. Así es, sin donación no hay bioética del cuidado. Pero el don se puede plantear de dos formas: como un juego de suma-cero, de equilibrio, dando de lo propio. Pero esto es erróneo: a nosotros nos interesa que el dar sea un dar generativo. El voluntario cuando da su tiempo, no da horas, sino que crece, aprende, porque cuidar no es solo dar conocimiento, tiempo, entrega, sino que en realidad es dar-se, estar dispuesto a crecer con el otro. Quienes cuidan crecen, dan de sí. No es dar de mí, sino dar de sí. La clave de las relaciones humanas no es el tiempo que uno da al otro, sino el hecho de que estar dando tiempo al otro supone crecer juntos, el nivel de encuentro, de relación, de felicidad se ensancha, se esponja, da gusto. El verdadero profesional no es aquel que da su tiempo o conocimientos, sino aquel que está dispuesto a aprender del otro, por lo que la clave está en ese dar de sí.
Condiciones para que nuestras prácticas de cuidado sean dignas
El buen cuidado requiere que nos planteemos varias condiciones. Hay un cuidado inmediato, que no es necesario estudiar para aprender, pero si queremos cuidar bien hemos de aprender fisioterapia, medicina, etc. La investigación, el conocimiento son importantes. Veamos las condiciones para que nuestras prácticas de cuidado sean dignas:
1. En primer lugar, lo que llamamos la competencia, la pericia, que es un bien muy importante. Hay que saber hacer las cosas para proporcionar el cuidado requerido. Significa especialización y no ingenuidad
2. La confidencia: quien cuida del otro ya no lo olvida nunca, pasa a formar parte de su historia, porque se han vivido momentos confidenciales, únicos. El buen cuidado significa gestionar la confidencia, los secretos. La discreción es importante en el cuidado
3. La compasión: los cuidados atañen a personas con sensibilidad; hay personas que gestionan muy bien las cosas, pero son poco idóneas para el trato con las personas al carecer de compasión, de capacidad de sentir y padecer con el otro.
4. La confianza: las prácticas de cuidado han de generar confianza, de modo que el cuidado desee el encuentro con el cuidador, porque puede confiar en él. En la digitalización no hay confianza, hay sospecha y mera comprobación de datos.
5. Conciencia: cuidar es tener conciencia, es lo que nos distingue de los animales. Es la posibilidad de reflexionar sobre lo que se hace, cuestionarse ante los dilemas, y tener las ideas claras sobre aquello que se debe y no se debe hacer, siendo capaces de llevar la contraria al sistema. Se trata de no ser parte del engranaje digital del sistema sanitario.
6. Consuelo: es muy difícil saber consolar, tenemos que entrenarnos para ello: compartir historias, recursos musicales, artísticos, literarios que tengan que ver con la ternura. Cuando no hay ya nada que hacer, siempre se puede narrar un poema, contar una historia, cantar una canción. Cuando la curación no es posible, el consuelo y el cuidado sí lo son. No es lo mismo morir sin un poema, un canto, una oración familiar
Segunda entrevista
El personalismo
En la tradición cristiana del personalismo comunitario, la preocupación por el cuidado va siempre asociada a la preocupación por la justicia, por llevar a cabo un cuidado justo (Emmanuel Mounier, Jacques Maritain). Maritain habla de humanismo integral, porque las ciencias han hecho que el ser humano se convierta en un objeto, y hay que recuperar la condición de sujeto. Desde su trabajo en la UNESCO tendrá una responsabilidad directa en la redacción de la declaración universal de los derechos humanos, basado en la doctrina social de la iglesia. El humanismo perseguido no es anti teológico, sino un humanismo en que el ser humano es un centro descentrado. En nuestra antropología el ser humano desempeña un papel central, pero en el conjunto de la creación nuestra autonomía es teónoma, se mide por la relación con Dios. A la base del Vaticano II se halla este tipo de filosofía. La Populorum Progressio habla de desarrollo integral, tema que retoma Francisco con el cuidado integral de la creación, y se pone en continuidad con este humanismo teocéntrico .
Así pues, promover el cuidado integral supone cuidar físicamente, psicológicamente, en todas las dimensiones, y también en la esfera espiritual, pues la apertura a la transcendencia, la presencia de Dios en nuestros discursos y en nuestras prácticas no puede ser obviada.
La pregunta por el cuidado y las dimensiones del cuidado tiene tres aspectos importantes:
- macro cuidado (cuidado de la casa común, medio ambiente, impacto de la tecnología, impacto del progreso, e incluso el tema de las generaciones, sus derechos, porque el cuidado tiene una dimensión no solo intra generacional, sino que la dimensión generativa del cuidado se traduce en las nuevas generaciones y en sus derechos, ya que somos herederos de algo que se nos ha dado y lo hemos de legar);
- micro cuidado: limpieza, higiene, apoyo espiritual, la ayuda del otro: hoy se habla del cuidado del cuerpo, del cuidado holístico, integral; es una dimensión vinculada con el yo, el cultivo del yo, a veces estamos algo enmimismados pues el sistema social queda encerrado en el yo. De ahí un tipo de cultura y de prácticas individualistas, atomistas, vivimos en sociedades atomizadas, donde cada átomo cuida de sí, de su propio cuerpo.
- Pero se olvida o se deja a un lado el cuidado institucional, una dimensión clave ya que las instituciones han de tener rostro, estar al servicio de las personas: los bancos, las instituciones de justicia, las administraciones, los colegios no son fines en sí mismos sino han de estar al servicio y son una forma de cuidado.
La dimensión dialógica
Entramos en la hermenéutica o fenomenología del cuidado. La vida humana es encuentro, es cuidado. Por tanto se da la recuperación de una dimensión dialógica de la vida donde el encuentro es fundamental. Se recupera la persona, la conciencia, el sentido de comunidad: no hay persona sin comunidad. No estamos cerrados, nos vamos haciendo. La clave del propio currículo vitae no está en los cursos que hemos hecho, la clave de la construcción de la persona es el tipo de relaciones que ha mantenido, porque el otro es constitutivo del yo, de ahí la importancia de la alteridad. Yo soy por un tú que me ha constituido. De hecho, es decisivo ser llamado por el propio nombre, porque hasta que no se dice el nombre, uno no sabe quién es. La identidad de la persona es día-lógica, per-sonal. Uno no se reconoce si nadie ha dicho su nombre: la alteridad es constitutiva, el otro no es solo el diferente, sino alguien con quien tratar. Pasamos de la persona como átomo a la persona como abierta.
Carácter intencional del cuidado
Y aquí hay un elemento fundamental, que es el carácter intencional del cuidado, de modo que este no es un dato que se pueda recoger en una tabla de Excel, en un registro de datos. Los datos no recogen la intencionalidad, el carácter personal del cuidado. Cuando nos referimos al cuidado no pensamos solo en la objetividad sino en el significado, y esto es clave en la sociedad de la información y de la comunicación en la que vivimos. Debemos repensar el cuidado desde esa clave de la comunicación. Decía Laín Entralgo que la gran herramienta de la medicina es la silla, porque el médico tiene que saber escuchar para hacer un buen diagnóstico. Por eso es tan importante entrenarse en la escucha y en la gestión de la palabra.
La bioética se preocupa por los problemas que tienen que ver con el principio de la vida, eugenesia, y por el final de la misma, eutanasia. Sin olvidar lo que hay en el medio de ambas: la eudaimonia, o sea, la ilusión, el sentido. A veces la sanación es recuperar el sentido: una palabra sanadora, consoladora, que tiene mucho que ver con la palabra, el saludo. El saludo es clave para personalizar el trato, por lo que el agente de pastoral de la salud tiene la misión de introducir ilusión, calidad, en los profesionales sanitarios para que estos lleven un saludo cordial. Son prácticas de comunicación que hay que cuidar para percatarnos de la transcendencia de la escucha y de la palabra. Y hemos de entrenarnos, igual que entrenamos el cuerpo en el gimnasio.
Las bases éticas para el cuidado son la atención, el diálogo, la capacidad de respuesta y la personalización. O sea, acoger al otro, el uso de la palabra, la relación y, sobre todo, hacer que el mundo no sea de objetos atomizados sino de personas. El otro a menudo es visto como un cliente, un usuario, un paciente, un ciudadano, un consumidor. Son muchos roles, y pueden olvidar que se trata de una persona que tiene derecho a la atención, al cuidado. La personalización es la clave.
Veamos algunos personajes relevantes en la bioética del cuidado. En primer lugar, Levinas.
Él habla del cuidado como solicitud, y tiene una reflexión de gran hondura sobre la maternidad, la mujer. Plantea el hecho de que el tú es el que nos mueve. El origen de la ética no está en el yo (Descartes, Kant), hay ética cuando tú me movilizas: el tú es el origen de la ética. Y dice que tenemos que entender el diálogo en clave de asimetría. En la bioética principialista, cuando se habla del principio de autonomía se habla del consentimiento informado. No se trata de un papel que se firma, es una práctica comunicativa que busca recuperar la confianza entre el médico y el paciente. En cualquier caso se piensa en clave de relaciones simétricas. Levinas dice que en el cuidado no hay simetría; hay asimetría entre alguien que cuida y alguien que necesita cuidado. El que cuida acude a la demanda del rostro del otro, y se en-carga de él. Se hace cargo de él, porque el otro va a ser una carga, un peso. Más allá de la simetría del consentimiento informado, el cuidado genuino recupera la asimetría estructural de la relación de cuidados. En el modelo de la bioética principialista hay una cláusula de contrato, ese es el documento principal, pero la responsabilidad es carga; cuidar es asumir que la vida es una tarea pesada. Rezamos porque creemos que la gracia nos ayuda a llevar el peso. Hay una dimensión teológica vinculada al peso: hacerse cargo del otro.
Lo más fácil es que del cuidado se haga cargo el estado, que organiza los servicios de atención a los mayores, a los dependientes en condiciones de simetría (régimen liberal contractual), racionalizando, institucionalizando el sistema de cuidados. Pero en la pastoral de la salud recuperamos una dimensión asimétrica de la responsabilidad que a veces se olvida en el discurso social, político. La ética del cuidado tiene que ir más allá, hemos de cargar con el otro, asumir el cuidado . Levinas da más importancia al rostro que a la palabra, pues la comunicación no se termina en la palabra. Contamos con la caricia, la mirada, el consuelo. Así pues, el cuidado no puede ser solo apalabrado, expresado en un documento. El cuidado tiene que ver con la fuerza expresiva del rostro. El cuidador tiene que cuidar también su rostro, para que destelle ilusión, agrado, al margen del rostro del otro, que es el que nos mueve. El cuerpo recoge una sensibilidad que se nos va de las manos y nos interroga.
Levinas menciona tres figuras bíblicas: la viuda, el huérfano y el extranjero, para comprobar el ejercicio de la justicia. Son tres símbolos que funcionan como indicadores de un cuidado ético. Y habla del diálogo como apelación, reclamación, exigencia de responsabilidad, que el otro me reclama antes de que yo tenga propiamente conciencia de ello. El otro es el tú que reclama mi cuidado.
La segunda figura es Hans Jonas
otro pensador judío, que habla de la responsabilidad y afirma que la responsabilidad es el cuidado, que debe tener un carácter proléptico pues debemos pensar en nuestros hijos y en las futuras generaciones. No puede ser solo un cuidado cortoplacista, y el primer mandamiento es que la humanidad en el futuro siga existiendo, porque el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico nos está conduciendo a la catástrofe. El imperativo kantiano (haz siempre lo que debes) es insuficiente. A partir de ahora tiene que haber un nuevo imperativo, el de la responsabilidad, que guíe la investigación científico-técnica. Porque el hecho de que podamos coger los genes (técnica de los Crispys), cortarlos, repararlos, ponerlos, para decidir el color del pelo, la altura, etc, de los seres humanos hacen ver que las posibilidades de manipulación genética son tan grandes, tenemos tanto poder en el laboratorio, que estamos consiguiendo que nuestra civilización sea eugenésica, no nacen personas imperfectas, porque buscamos la perfección, y porque la política liberal capitalista en que nos movemos, nuestro sistema sociosanitario va hacia la eugenesia liberal: queremos la perfección de la especie y no nos preocupa la curación y el crecimiento, sino el mejoramiento. Pero ¿qué es mejorar la especie? La investigación se centra en perfeccionar en el sentido de mejorar, pero se olvida de otras cosas. La bioética trabaja hacia la perfección, pero nadie da gracias por lo que se tiene. Nadie recuerda que la vida es un don, solo se piensa que es una masa que hay que experimentar y manipular. Jonas advierte de que las estrategias de mejoramiento plantean la distinción entre crear, crecer, curar. A su juicio, el coche de la investigación científico-técnica va demasiado acelerado, y nadie le puede poner freno. La ética de la responsabilidad consiste precisamente en poner el semáforo en rojo, detenerse, gestionar el cambio de marcha. No hay que ser ingenuos respecto a la investigación científica, es preciso reforzar los controles y la ética para asumir la responsabilidad. Para ello, la ética ha de dejarse ayudar de la metafísica.
