viernes, diciembre 15, 2017

Manos arriba: la Lotería es un atraco

El Estado inculca la ludopatía y la superstición del dinero celestial con una estafa institucional edulcorada con las voces angelicales de los niños de San lldefonso

 

Ruben Amón/EL PAÍS

 

Llegan este viernes los bombos de la Lotería al Teatro Real con la sugestión de un símbolo totémico. Y como si el alojamiento entre los muros del templo lírico aportara solemnidad a la estafa del Estado. Y como si los niños cantores de San Ildefonso -niños y niñas, de todas las razas, en una dramaturgia encubridora- revistieran de candor y pureza un manifiesto latrocinio institucional.
Y no aspira uno a convertirse en el señor Scrooge malogrando al prójimo la salmodia de los números mágicos ni la anestesia de la cabalística benefactora, pero conviene desengañar al ingenuo ciudadano de su hipnosis y expectativa: sépalo, no va a tocarle la lotería.
¿Y por qué no va a tocarle, si los angelotes de San Ildefonso, pulquérrimos, incapaces de robar en el cepillo, y no así en el Carrefour, están repartiendo hiperbólicamente el dinero número a número, tolva a tolva, enjaezando los euros a semejanza del maná en la tierra baldía?
No es verdad que la lotería caiga en Leganés o en Valladolid, como acostumbra a decirse en esta tentadora identificación de la ciudad y la administración que ha repartido un número. La lotería no cae muy repartida, sino muy restringida. Y la lotería no tapa agujeros. Que ese es el oficio de los enterradores. La lotería tapa los agujeros del Estado y los oídos de los telespectadores.
Mencionamos al enterrador y se nos aparece Montoro. El undertaker de una película del Oeste. El tipo facineroso y desgarbado que aprovecha el estupor los sentimientos y la fe milagrera ajenos para hacer caja. Caja decíamos. Y caja hace el 22 de diciembre, extorsionando a los poquísimos premiados -podría tratarse de figurantes- con un impuesto voraz, añadido del 20%.
Añadido porque la Lotería es en sí mismo un mecanismo recaudatorio y una gran estafa piramidal que organiza el Estado y que envuelve el propio Estado en propaganda de la esperanza, la ilusión y superstición. Nos hace soñar a los españoles como hacía soñar a los vecinos de Villar del Río en la expectativa providencial de Mr.Marshall.





Hay que reconocer al Estado la honestidad de esta edición. Y la campaña publicitaria. No lleva a equívocos. La lotería necesita un estímulo sobrenatural para hacerse carne. No toca la lotería, pero hay que fingir que lo hace. La lotería degenera pues en un juego cruel e inmoral. Un cuento de navidad.
Porque un cuento es el placebo de la Lotería. El Estado lo inculca, lo receta, lo impone, desde una posición de abuso cultural, institucional, publicitario. Y fomenta la religión de la ludopatía en un pueblo particularmente crédulo y milagrero, hasta el extremo de que el remedio a la decepción de otro año sin recompensa -la pedrea y el reintegro equivalen a la anorgasmia, a un premio de consolación vácuo- es la confianza ciega en la lotería del niño.