"No era Dios quien se equivocaba, sino ellos imaginándose a un Dios solemnísimo y pomposo. Si Dios existía, tenia que ser «aquello», aquel pequeño amor, tan débil como ellos en el fondo de sus almas. Sus orgullos rodaron de su cabeza como un sombrero volado por el viento. Se sintieron niños, se sintieron verdaderos. Se dieron cuenta de que en aquel momento comenzaban a vivir"
Martín Descalzo