Nuestra forma de celebrar desvela bien quienes somos. Nuestra forma personal de celebrar y también nuestra forma comunitaria. Si necesitas cosas como ir el 1 de enero a Viena estás regular de la cabeza, además de sobrado en el bolsillo. Si disfrutas con encuentros sencillos y significativos con otras personas es que algo arde en tu corazón.
Dos personas que comparten plenamente su vida son un bien para todos. En una asociación a la que pertenezco (www.encuentroysolidaridad.net) desde siempre damos especial importancia al matrimonio. No necesita un brillo artificial y es bueno que la luz no se esconda. Por eso cada año hacemos una “renovación comunitaria del matrimonio” en la Eucaristía final de nuestra Asamblea anual.
Siguiendo una amplia tradición el sacerdote leonés Eugenio Merino a mediados del siglo XX, habiendo sido un referente para sus sacerdotes como director espiritual del Seminario de Valderas, acuñó la luminosa idea de centrar los sacramentos en que son “luz, medicina y fortaleza”. Así -fácilmente memorizable- aquellos cristianos iban reflexionando sobre ello a partir de sus vivencias. Con esa idea en esta renovación del matrimonio se pretende sobre todo aumentar el amor más que conservarlo, porque la experiencia y la reflexión saben que el amor tiene mucho que ver con la voluntad. Para amar, sobre todo hace falta querer: querer amar.
En la historia del apostolado obrero y solidario hemos querido siempre actualizar y recrear estas formas de celebrar. Sin hacer ningún tipo de artificio ni de exageración hemos reelaborado algunos textos y gestos, siempre respetando las ideas fuerza y los gestos fundamentales. Creemos seguir la multisecular praxis de los creyentes que tampoco se han atado fría y quizá un poco farisaicamente a las normas, o mejor dicho a la exterioridad de las normas.
Por eso el ultimo 16 de agosto, en el marco de la Eucaristía hicimos un poco distinto, un poco más completo, la Presentación de ofrendas. Quisimos ofrecer nuestro deseo de una mejor vivencia del sacramento del matrimonio. Especialmente los que están casados, pero también los que por alguna razón se separaron e incluso los no casados podemos hacer algún tipo de ofrecimiento que tenga relación con el amor por este sacramento esencial para la Iglesia.
Para san Juan de la Cruz y los místicos la relación esponsal es la mejor imagen de la relación del alma (hoy decimos más bien la persona) con Dios. “Que mi amado es para mí y yo soy para mi amado” dice Teresa de Jesús. “Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro” dice Juan de la Cruz. Lo más interesante es, me parece, la vivencia cotidiana de esto en la pastoral y la vida de cada día. De forma que no solo los grandes teólogos sino que la práctica habitual de nuestro entorno lo hace. Y así aparece en muchos sectores sociales antes del Concilio y sobre todo después. Una pequeña muestra de ello es que hace años que la revista del centro teológico de Las Palmas publicó un magnifico artículo del sacerdote Higinio Sánchez sobre la íntima relación entre matrimonio y Eucaristía.
El Vaticano II dio gran importancia a la Liturgia. Manifestó que es elemento central de la renovación que pretendía. Algunas exageraciones de la creatividad parecen haber producido el pendulazo de volver a las normas de manera ritualista. Nada peor puede pasar. Las personas influidas por el sacerdote Marcelino Legido (unos más, otros menos) siempre hemos deseado una vivencia creativa que respetara fielmente la celebración. Era yo muy joven cuando oía decir que Marcelino había dicho a alguien que manejaba caprichosamente las celebraciones “la Eucaristía no es tuya, es de la Iglesia”. Avatares de la vida me llevaron a ser el párroco por un año de sus parroquias y esa experiencia se sentía en el ambiente. Era algo magnífico.
Dio la casualidad que en aquel momento tocaba visita pastoral del Obispo. Tras las jornadas de la Visita tuvimos una reunión de curas con don Braulio en un santuario. Se le preguntó espontáneamente sobre sus impresiones y lo primero que dijo fue algo así como “Bueno, parece que habéis desterrado el “lavabo” pero bien, muy bien”. Se refería a que en las parroquias ningún cura hacia el preceptivo rito del lavado de manos. Sin embargo quedaba claro que no le daba ninguna importancia. El obispo sí lo hacia en sus celebraciones pero entendió perfectamente que aquel grupo de curas no estaba haciendo ninguna herejía. En el libro dedicado a Marcelino (El esplendor de la misericordia) el obispo Braulio escribió de él con mucho cariño y admiración como sacerdote fiel. Es con esas coordenadas como muchos intentamos ensanchar vitalmente la liturgia, tan lejos de los caprichos como de la rigidez.
En el caso concreto de esa Presentación de ofrendas cada quien, muchos en pareja, ponen sobre el altar algo de su vida que quieren ofrecer. El ser humano tiene vocación de generosidad. Se pueden ofrecer cualidades, tiempo, bienes materiales, dificultades, temores, entusiasmo… Todo ello se expresa con algún objeto y lo ponemos en el altar. No tratamos con ello de hacer una “miniconsagración” de objetos. Es más sencillo. Queremos entrelazar nuestra vida con los sacramentos, con Jesús, queremos bendecir y ser bendecidos. Somos miembros de un Cuerpo y queremos expresarlo. Somos amor, recibimos amor y lo damos.