La toma de posesión como presidente del Gobierno de Pedro Sánchez, que prometió su cargo sin crucifijo ni Biblia, es la expresión de un el laicismo excluyente, que es una actitud enfrentada y beligerante con la Iglesia, propio de una izquierda que no ha sabido olvidar nada ni aprender nada.
Creo, no obstante, que el Estado, constitucionalmente aconfesional, debe garantizar la laicidad incluyente y integradora, que supone respeto para los que profesan cualquier religión, una situación, con estatus político y jurídico, que garantiza la neutralidad en el tema religioso, el pluralismo, los derechos y las libertades, y la participación de todos. Norberto Bobbio aclaró que el laicismo es “un comportamiento de los intransigentes defensores de los pretendidos valores laicos contrapuestos a las religiones y de intolerancia hacia las creencias y las instituciones religiosas. El laicismo que necesita armarse y organizarse corre el riesgo de convertirse en una Iglesia contrapuesta a otra Iglesia“. (Gregorio Peces Barba. El País 19.9.2007).
Las personalidades históricas más importantes del socialismo español se distinguieron por su profundo respeto a las creencias religiosas y a la figura humana de Jesucristo. En el despacho del Congreso de los Diputados, figuró, desde tiempo inmemorial, un magnífico crucifijo de marfil. El presidente de las Cortes Constituyentes de la República, don Julián Besteiro, no quiso tocarlo. Como el señor Largo Caballero le hiciera una indicación desaprobatoria, aquel gran señor, que había sido el mejor presidente parlamentario de los últimos cincuenta años, le contestó que conservaba el crucifijo por ser una gran obra de arte y por que era un símbolo que a él no le molestaba. Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid y agnóstico declarado, decidió mantener el crucifijo que se encontró en la mesa de su despacho, porque, según dijo, lo consideraba un símbolo de amor y fraternidad.
La cosmovisión cristiana y religiosa del anticlerical Benito Pérez Galdós, presidente de la Conjunción Republicano-Socialista desde 1907 a 1913, presentado en la Real Academia por Marcelino Menéndez y Pelayo y presentador en la misma de don José María de Pereda, alcanza una de sus más genuinas expresiones en el elogio y admiración que sintió por Ernestina Manuel de Villena, que renunció a su futuro en la alta sociedad madrileña para dedicarse abnegadamente a los pobres del depauperado Madrid del siglo XIX, para la que reclamó su canonización e inmortalizó en su novela “Fortunata y Jacinta”, con el nombre de Guillermina Pacheco.
Don Fernando de los Ríos se confesaba cristiano erasmista. Aunque agnóstico, don Juan Negrín tenía un profundo respeto y amor por su madre, doña Dolores López Marrero, que murió en Lourdes por amor a la Virgen, por su hermana Lolita, que profesó en una orden religiosa, y por su hermano Heriberto, sacerdote claretiano. Una muestra de su tolerancia y respeto por las creencias de los demás es la carta que desde Paris, le dirigió el 20 de julio de 1952 al que había sido uno de sus discípulos, don José María Corral, profesor de Bioquímica de Cádiz: “Mi buen amigo: A nuestro antiguo amigo y colega Bellido le ha tocado su hora según me acaba de informar su hija desde Toulouse para donde salgo ahora. Vd. que comparte sus mismos sentimientos, se alegrará saber que D. Jesús ha muerto como el católico ferviente que siempre ha sido y que a él ciertamente le hubiese emocionado saber que Vd. lo recuerda en sus plegarias, cosa que no podemos hacer, a menos en la misma manera, los que no tenemos el privilegio de haber sido tocados por la fe”.
Es conocida la profunda amistad que el líder socialista Indalecio Prieto tenía con el arquitecto Ricardo Bastida, ferviente católico, y con la monja Cecilia, a los que se refería cuando dijo: “Es propio de imbéciles no reconocer en campos opuestos a nuestras altas jerarquías, como las de Bastida, que me superaba en bondad, y la de Cecilia, cuyo fino espíritu evidenciaba la tosquedad del mío”. En su artículo “El consuelo de la fe”, escrito en el exilio mejicano, decía: “Quien haya conseguido el inapreciable bien de la fe religiosa será un insensato si se esfuerza en desprenderse de ella, ya que al perderla se dará cuenta del enorme consuelo que representaba”.
Acto de toma de posesión de Pedro Sánchez, sin crucifijo, ni biblia en la mesa. Eligio Hernández lo desmonta en este erudito y documentadísimo artículo./Presidencia Gobierno de España-
Don Miguel de Unamuno, nada sospechoso de clericalismo, dijo: “La presencia del crucifijo en las escuelas no ofende a ningún sentimiento ni aún al de los racionalistas y ateos; y el quitarlo ofende al sentimiento popular hasta el de los que carecen de creencias confesionales. ¿Qué se va a poner donde estaba el tradicional Cristo agonizante? ¿Una hoz y un martillo? ¿Un compás y una escuadra? ¿O qué otro emblema confesional? Porque hay que decirlo claro y de ello tendremos que ocuparnos: la campaña es de origen confesional. Claro que de confesión anticatólica y anticristiana. Porque lo de la neutralidad es una engañifa”.
Cuando el anticlericalismo estaba en su auge, sobre todo en Francia, fueron los socialistas de las otras naciones los que se opusieron abiertamente a aquél anticlericalismo. En la revista El Movimiento Socialista, Pablo Iglesias decía que era una táctica equivocada colocar en primer término como enemigo del socialismo el clericalismo, porque el enemigo mayor del obrero, es el capitalismo: “Conceptúo que es una táctica equivocada la de entretener a los socialistas en estos movimientos anticlericales; es el más grave error de que puedan ser víctimas los que aspiran a acabar con la explotación humana”.
En 1919, el diario socialista de París L’Humanité publicó una carta dirigida a su hijo por su padre el socialista Jean Jaurés, jefe del Partido en 1893 y fundador del propio diario L’Humanité, asesinado en 1914. En dicha carta, en resumen, decía: «Querido hijo, me pides un justificativo que te exima de cursar la religión un poco para parecer digno hijo de un hombre que no tiene convicciones religiosas. Este justificativo, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré jamás. ¿Qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión, que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? ¿Puedes dejar de conocer a Corneille, Racine, Hugo, en una palabra a todos estos grandes maestros que debieron al cristianismo sus más bellas inspiraciones? Hasta en las ciencias naturales y matemáticas encontrarás la religión: Pascal y Newton eran cristianos fervientes; Ampère era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios y decía haber recobrado por la ciencia la fe de un bretón. Hay que confesarlo: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización, y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras. En cuanto a la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan de consuno los hechos y el sentido común. No es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad, exige la facultad de poder obrar en sentido contrario”.
Creo, por consiguiente, que no atenta contra la aconfesionalidad y laicidad del Estado que el crucifijo, junto la Constitución, permanezcan en la misma mesa, para el que quiera libremente jurar o prometer su cargo, pues como estableció el Consejo de Estado italiano en su sentencia de 13 de febrero de 2006: “El crucifijo es apto para expresar el origen religioso de los valores de tolerancia, respeto mutuo, estima por la persona y afirmación de sus derechos y su libertad, autonomía de la conciencia moral ante la autoridad, solidaridad humana, rechazo de toda discriminación; valores característicos de la civilización occidental”.
Eligio Hernández Gutiérrez ha sido magistrado, fiscal general del Estado y es abogado en ejercicio, pero escribe este artículo como militante socialista y cristiano de base.