miércoles, junio 22, 2016

JEAN PIERRE CAUSSADE, EL ABANDONO EN LA DIVINA PROVIDENCIA

 Celebrando el centenario del Beato Charles de Foucauld conviene leer el libro que quizá más influyó en él:  “El abandono en la divina Providencia” de Jean-Pierre de Caussade; más que una teoría es una experiencia. Es, en el fondo, un comentario a vital a Hágase en mí según tu palabra [Lc 1,38] y a Hágase tu voluntad [Mt 6,10]. Es de sencilla y muy conveniente lectura. Recogemos algunos textos que muestren sencillamente su tremenda actualidad.

1. El sacramento del momento presente: ¿Hay algún modo secreto para encontrar este tesoro, este grano de mostaza, esta dracma? En absoluto. Es un tesoro que está en todas partes, y que se ofrece a nosotros en todo tiempo y lugar. 

2. Humildad. Estas pobres almas se ven a sí mismas como inferiores. Unidas simplemente a Dios por la fe y el amor, todo lo sensible que ven en sí mismas les parece un desorden. Y eso les previene aún más contra sí mismas, cuando se comparan con quien pasan por santos, personas bien capaces de sujetarse a reglas y métodos, que en toda su personas y sus acciones dan un testimonio de vida ordenada. Entonces, la vista de sí mismas les llena de confusión y les resulta insoportable. 

3. Sencillez. No hay camino espiritual que sea más seguro que esta sencilla vía, ni que sea tan claro y fácil, tan amable y tan libre de errores e ilusiones. La persona ama a Dios, cumple sus deberes cristianos, frecuenta los sacramentos, practica las obras exteriores de religión que obligan a todos, obedece a sus superiores, cumple sus deberes de estado, resiste continuamente las tentaciones de la carne, la sangre y el demonio.

4. Providencia. Sí, la divina Providencia conduce las almas con habilidad mucho más prodigiosa y admirable por medio de muertes, peligros y monstruos, infiernos, demonios y sus trampas, y eleva hasta el cielo a estas almas, que son materia después de aquellas historias místicas, incomparablemente más bellas y curiosas que todas cuantas puedan inventar las más cavilosas imaginaciones humanas.

5. Salir del laberinto. Guarmonos bien de enredarnos imprudentemente en interminables reflexiones inquietantes, que, como otros tantos caminos perdidos, se ofrecen a nuestro espíritu para engañarle, y para hacerle caminar sin fin pasos y pasos perdidos. Salgamos del laberinto de nosotros mismos, saltando por encima, y no tratando de recorrer sus interminables vueltas y revueltas.Vamos, alma mía, atravesemos por medio de los desalientos, enfermedades, sequedades, durezas de carácter, debilidades del espíritu, lazos del diablo y de los hombres, desconfianzas y envidias, siniestras ideas y persecuciones. Volemos como un águila sobre todas estas nubes.

6. Todo para el bien. Nada, pues, tiene que temer el alma de buena voluntad. Si cae, no puede caer sino en esta omnipotente mano, que la conduce y levanta, en sus mismos extravíos, que la aproxima al fin cuando se aleja de él, que la vuelve a su camino cuando se extravió.

7. Todos llamados a la santidad. Cuando nuestro divino Salvador vivía entre los hombres, los que no le veneraban, los que no ponían en Él su confianza, eran los únicos que no disfrutaban de los favores que a todos dispensaba. Y esto sólo ha de atribuirse a sus malas disposiciones. Es cierto también que no todos pueden aspirar a los mismos estados sublimes, a los mismos dones y grados de excelencia.

8. Amar. El arte de abandonarse no es otro que el arte de amar. El amor encuentra a Dios en todo, y nada le rehusa. ¿Cómo rehusarlo? El amor no puede pretender otra cosa que lo que quiere el amor.

9. Paradójico. Cuanto más parece perderse con Dios, más se gana. Cuanto más Él reduce en lo natural, más da en lo sobrenatural. Se le amaba antes un tanto por sus dones; parecen faltar sus dones, y finalmente se viene a amarle por Él mismo. (…) Sin reglas, nada más reglado; sin que ande midiendo, nada más mesurado; sin reflexn, nada más eficaz; y sin previsiones, nada más ajustado a los acontecimientos que sobrevienen.

10. Humillación. Todo esto humilla al alma. Cuando habla por inspiración, siente como si sólo hablara por naturaleza. Nunca ve el espíritu que le está impulsando. El más divino de los soplos espanta al alma, y todo lo que hace o siente viene a resultarle siempre despreciable, como si todo que en ella se produce fuera fallido e imperfecto. Se admira siempre de los demás, de los que se ve cien veces inferior. No hay cosa que haga que no le produzca confusión. Desconfía de todas sus luces, no puede apoyarse en ninguno de sus pensamientos, muestra una sumisión excesiva hacia los inferiores, que estima veraces, y la acción divina no parece distanciar el alma de los virtuosos sino para hundirla en una profunda humildad, que por lo demás al alma no le parece virtud, sino, a su juicio, mera justicia.

11. Vivencia. Cuando se tiene sed, para saciarla, es preciso dejar los libros que explican ese fenómeno, y beber. La curiosidad de saber sólo es capaz de aumentar la sed de conocer. Del mismo modo, cuando se está sediento de santidad, la mera curiosidad de saber sólo consigue alejarla. Hay que dejarse de especulaciones interminables, y beber sencillamente todo cuanto el orden de Dios nos presenta para hacer o sufrir. Eso que nos va sucediendo en cada momento por la providencia de Dios es para nosotros lo más santo, lo mejor y más divino.

12. Primacía de la acción divina. La acción divina no quiere encontrar obstáculo alguno en la criatura. Todo le es igualmente útil o inútil. Todo es nada sin ella, y la nada es todo con ella. La contemplación, la meditación, las oraciones vocales, el silencio interior, los actos de las potencias sensibles, distintos u obscuros, el retiro o la acción, serán lo que fueren en sí mismos, pero lo mejor de todo eso para el alma es todo lo que Dios quiere en el momento presente. Por eso el alma debe mirar todas esas alternativas con una perfecta indiferencia, viendo que en mismas no son nada. (…) Él es quien hace bueno para el alma todo medio. (…) Dejemos a Dios el cuidado de nuestra santidad; Él conoce bien los medios. Todos ellos dependen de una solicitud y de una operación singular de su Providencia. Todos ellos operan en nosotros ordinariamente sin que lo sepamos, a través de aquello que más tememos, y por donde menos esperamos. (…) Centrar toda su vida en alegrarse de que Dios sea Dios. (…) Habiendo hecho el vacío de todas las cosas, le hace capaz de Dios. 

13. Santo desasimiento. Oh santo desasimiento, tú abres lugar a Dios. Oh pureza, disposición a todo, sumisión sin reserva, tú atraes a Dios al fondo del corazón. Sea lo que fuere de todo lo demás, tú, Señor, eres todo mi bien. Haz todo lo que quieras de este pequeño ser. Que actúe, que tenga inspiraciones, que reciba más o menos tus mociones, todo es lo mismo, y todo es tuyo, de ti y para ti. Yo no quiero por mí mismo ver o hacer nada, pues todos los instantes de mi vida son tuyos, y ninguno está bajo mi disposición. Todo es tuyo, y yo no debo añadir nada, ni disminuirlo, ni buscar, ni reflexionar. La ordenación de todo es tuya. A ti corresponde ordenarlo todo: la santidad, la perfección, la salud, la dirección, la mortificación. Todo es asunto tuyo, y el mío no es otro, Señor, que estar contento de ti, sin apropiarme acción ni pasión alguna, dejándolo todo a tu libre voluntad.

14. Camino fácil hacia la santidad. Nuestro Dios bondadoso ha puesto a nuestro alcance todas las cosas necesarias y comunes del orden natural, como el aire, el agua, la tierra. No hay nada más necesario que respirar, dormir, comer, y al mismo tiempo, nada más fácil que eso. Pues bien, en el orden sobrenatural el amor y la fidelidad son igualmente necesarios, y no es posible que nos sean tan difíciles como a veces nos lo presentan.

15. Golpes. Y una piedra inerte en cada golpe de cincel que recibe no puede sentir otra cosa que una punta cruel que la destruye. Esta piedra, al recibir tantos golpes, en modo alguno capta la figura que el obrero va realizando en ella. No siente más que un cincel que la disminuye, la raspa, la corta, la desfigura. Y esta pobre piedra, por ejemplo, en la que se va configurando un crucifijo o una estatua, y que lo ignora, si se le preguntara: «¿pero qué te está pasando?», respondería: «no me lo preguntes a mí, pues lo único que yo sé y hago es aguantar firme bajo la mano de mi artista, amarle y sufrir su acción para la obra a que me ha destinado. Él es el que sabe cómo ejecutarla. Yo no tengo ni idea de lo que él hace y de cómo me voy transformando bajo su operación. Lo único que yo sé es que lo que él hace es lo mejor y lo más perfecto, y por eso recibo cada golpe de cincel como lo más excelente para mí, aunque, si te he de decir la verdad, cada golpe no puedo menos de sentirlo como una ruina, una destrucción, una desfiguración.

16. EL CÓMO. Un simple “FIAT”. Yo quiero con toda mi alma ser misionero de tu santa voluntad y enseñarle a todo el mundo que no hay cosa tan fácil, tan común y tan al alcance de todos como la santidad. Cuánto desearía yo poder convencer a todos de que así como el buen ladrón y el malo [crucificados junto a Jesús] no tenían que hacer o sufrir cosas distintas para ser santos, del mismo modo dos almas, una mundana y otra muy interior y espiritual no tienen que hacer o sufrir una más que otra; que la que se condena, se condena haciendo por capricho aquello mismo que el otro que se salva hace por sumisión a la voluntad divina; y que la que se pierde, se pierde sufriendo con rebeldía y protesta aquello mismo que la otra sufre con resignación. Es en el corazón donde está la diferencia. Almas queridas, que leéis esto, creed que la santidad no va costaros más. Haced lo que hacéis y sufrid lo que sufrís: es vuestro corazón solamente lo que hay que cambiar. Ese corazón que es la voluntad, y ese cambio que consiste en querer todo lo que os va sucediendo por voluntad de Dios. Sí, la santidad del corazón es un simplefiat”, una simple disposición de la voluntad, que se conforma a la de Dios. ¿Hay cosa más fácil? Porque ¿quién no amará una voluntad tan amable y tan buena? Sólo por ese amor todo se hace divino.
17. Libertad. No hagáis, pues, la corte a nadie. (…) Y cuando el momento presente aflige, oprime, despoja, abruma todos los sentidos, entonces es cuando alimenta, enriquece y vivifica la fe, que se ríe de todas esas pérdidas, como el gobernador de una plaza inexpugnable ante tantos asaltos inútiles. (…) Preguntad a la gente de Belén, a ver qué piensan ellos. Si este niño estuviera en un palacio, rodeado de un lujo principesco, sin duda que le prestarían su homenaje. Pero preguntad a María, aJosé, a los Magos, a los pastores, qué piensan. Os van a decir que en esta pobreza extrema encuentran un misterio que les manifiesta aún más la grandeza y la amabilidad de Dios. Eso mismo que defrauda a los sentidos, es lo que eleva, acrecienta y enriquece la fe. Lo que menos nutre los sentidos, más alimenta la fe.

18. Dios habla en la Escritura y en la vida. La palabra de Dios escrita está llena de misterios, pero no lo está menos su palabra realizada en los sucesos del mundo. Se trata de dos libros que verdaderamente están sellados. La letra de uno y otro mata. (…) Si vivimos continuamente la vida de la fe, estaremos en un diálogo permanente con Dios, hablaremos con Él siempre amigablemente. Lo que es el aire para la transmisión de nuestros pensamientos y palabras, eso es todo cuanto nos sucede en el hacer o en el sufrir para transmitir los pensamientos y palabras de Dios. Todos esos sucesos no serán sino el cuerpo de su Palabra, y ésta en todo se irá manifestando. Todo así vendrá a ser santo, todo nos resultará excelente. La gloria constituye este estado en el cielo, pero la fe ha de establecerlo en la tierra, y no habrá diferencia sino en la manera. (…) Sólo se sabe perfectamente aquello que la experiencia nos ha enseñado por el sufrimiento o la acción. (…) Todo me es cielo, todos mis instantes diarios son para mí acción divina purísima. Por eso, en la vida y en la muerte, quiero estar contento con ella. (…) Todo ahora se convierte en pan que me alimenta, jabón que me limpia, fuego que me purifica, cincel que traza en mí figuras celestiales. Todo es instrumento de gracia para todas mis necesidades. Y cuanto yo buscaba en tantas otras cosas, ahora me busca a mí incesantemente, y se me entrega por todas las criaturas.

19. Experiencia propia. Venid, pero no para estudiar el mapa de la espiritualidad, sino para poseerla y caminar con gusto por sus senderos, sin temor a extraviaros. Venid, no para conocer la historia de la acción divina, sino el modo de haceros objeto de ella; no para aprender lo que ella ha hecho en el curso de los siglos y que sigue haciendo, sino para que vengáis a ser el simple sujeto de su actuación. No necesitáis conocer las palabras que esa acción divina hace entender a los otros, para que las repitáis después ingeniosamente, sino tenéis que escuchar aquéllas que os dará a vosotros como propias. (…) Perdón, Amor divino, pues no puede escribir aquí sino mis defectos, ya que en mí mismo no he captado bien lo que es de verdad dejarte hacer. Todavía yo no me he dejado poner el molde. He recorrido tus talleres, admirando tus obras de arte, pero en modo alguno me he entregado todavía a ti con el abandono necesario para recibir los trazos de tu pincel. Pero, en fin, aquí me tienes, querido Maestro mío, mi Doctor, mi Padre, mi Amor querido. Quiero ser tu discípulo, y deseo ir solamente a tu escuela. He vuelto como el hijo pródigo, hambriento de tu pan. Dejo a un lado ideas y libros espirituales. Prescindo de conversaciones vanas, y solamente usaré de todas esas cosas cuando lo quiera la acción divina, no por satisfacerme, sino para obedecerte en todas las cosas que se presenten. Quiero ocuparme en el único asunto del momento presente para amarte, para cumplir mis obligaciones y para dejarte hacer en mí.

20. Simplicidad. Pretende una y otra vez reformar la disposición de Dios, y todo son quejas y murmuraciones. (…) Todo eso que llamáis reveses, contratiempos, inoportunidades, sinrazones y contrariedades, si supiérais de verdad lo que son, quedaríais completamente avergonzados. Todo eso que decís, aunque no os deis cuenta, son blasfemias. Todo es no es otra cosa que la voluntad de Dios, blasfemada por sus hijos queridos, que la desconocen.

21. Unidad. La acción divina mortifica y vivifica al mismo tiempo. Cuanto más se experimenta su muerte, más se cree que da vida. Cuanto más obscuro es el misterio, más luz tiene para iluminarnos. Por eso el alma sencilla no encuentra nada tan divino como aquello que es menor en apariencia. Esto es lo que hace la vida de la fe.

22. Enemigos. La fe es la madre de la dulzura, de la confianza y del gozo. Es incapaz de sentir otra cosa que ternura y compasión por los enemigos, que tanto se enriquecen a sus expensas. Cuanto más dura es la acción de la criatura, más beneficiosa para el alma la vuelve la acción de Dios. No hay instrumento que la estropee, pues las manos del Obrero sobrenatural solamente son implacables para alejar del alma todo lo que pueda perjudicarla. La voluntad de Dios solamente tiene dulzura, favores y gracias para las almas fieles. Es imposible confiar en ella demasiado o abandonársele en exceso. (…) No hay cosa que la fe no sea capaz de asimilar y superar. Atraviesa todas las tinieblas, y por mucho que se esfuercen las sombras, penetra en ellas hasta llegar a la verdad, la abraza con fuerza y nunca se separa de ella. Más temo yo mi propia acción y la de mis amigos que la de mis enemigos. No hay prudencia mayor que ésa de «no resistir al malvado» [Mt 5,39], y la de no hacerle más oposición que el simple abandono. Esto es ir adelante viento en popa, guardando el corazón siempre en paz. Con esas persecuciones nuestros enemigos hacen de galeotes, que nos llevan a puerto con el trabajo de su remar. (…) La acción divina le mueve a tomar medidas tan justas, que llega a sorprender a los que querían sorprenderle. Se aprovecha de todos sus esfuerzos, y los intentos para abatirla le sirven de escalones para elevarse. Todas las contradicciones se vuelven en su favor, y dejando hacer a sus enemigos, que son instrumentos, obtiene de ellos un servicio tan continuo y suficiente, que lo único que ha de temer es participar y trabajar en una obra de la que Dios quiere ser el único principio.

23 Prudencia. La acción divina libera al alma y le evita tener que usar de todos esos medios rastreros e inquietos, tan empleados por la prudencia humana. Todo eso va bien para Herodes y los fariseos, pero los Reyes magos no tienen más que seguir en paz su estrella. Y al niño le basta dejarse llevar en los brazos de su madre. Cuando sus enemigos lleven adelante sus manejos, cuanto más hagan por perjudicarle, hostilizarle y sorprenderle, más libre y tranquilo irá, sin pretender rehuirles, sin tratar de halagarles para evitar sus golpes, envidias y malas intenciones: sus persecuciones le son favorables. (…) En esa actitud espiritual no se necesita de nadie, y sin embargo de todos se necesita.

24. Triunfo. Pero la ordenación divina, que es otro misterio, ha suscitado siempre hombres verdaderamente grandes y poderosos, que han dado el golpe mortal a esas Bestias. Y a medida que el abismo ha vomitado otras nuevas, el cielo ha hecho nacer también héroes capaces de vencerlas. La historia antigua, sagrada y profana, es la historia de esta guerra, en la que la voluntad de Dios permanece siempre victoriosa. Los que se han alineado con ella, igualmente, han vencido y son felices por toda la eternidad. Por el contrario, la maldad nunca ha sido capaz de proteger a los desertores, sino que les ha pagado con la muerte y una muerte eterna. (…) Todas esas Bestias sólo surgen en el mundo para ejercitar la valentía de los hijos de Dios. Y cuando éstos ya están suficientemente adiestrados, Dios les concede la fuerza para matar las Bestias. Y el cielo al punto eleva a los vencedores, y el infierno traga a los vencidos. Al punto surge una nueva Bestia, y Dios suscita nuevos guerreros para darle batalla. Y así, esta vida no es sino un espectáculo continuo, que alegra el cielo, ejercita a los santos y confunde al infierno. Todos los enemigos del bien vienen a ser esclavos de la justicia, y la acción divina construye la Jerusalén celeste con trozos de Babilonia, compuesta por piezas usadas y rotas.


25. Un cántico nuevo: todo va bien. El corazón asegura: «todo irá bien», pues es Dios quien realiza la obra. No hay miedo. El mismo miedo, la privación, la desolación no son más que versos de cánticos de tinieblas, que son cantados con entusiasmo sin omitir ni una sílaba, en la certeza de que todo culmina en el Gloria Patri. Así es como de su extravío hace el alma su propio camino. Las mismas tinieblas sirven para guiar, y las dudas para dar seguridad.  (…) La historia de todos los momentos que pasan es una historia sagrada.