A primera hora de la mañana de ayer se hizo evidente que vivimos en un país con sensibilidad. No eran todavía las nueve cuando miles de ciudadanos habían publicitado cuánto les había conmovido aquel tontorrón Club de los Poetas Muertos del dicen que inolvidable profesor Keating.
El derroche de emociones fue tal que para cuando murió Miguel Pajares nos habíamos quedado sin existencias. Al misionero todavía hoy se le hurtan en las ediciones de papel de los periódicos los elogios fúnebres. Y eso que hay pocas mercancias periodísticas tan baratas.
Piensen en todas las buenas intenciones que conocemos de tantos compatriotas que militan en la bondad a jornada completa. Cuánto sabemos de todo lo que le preocupa a nuestra cohorte de bondadosos ontológicos la miseria y la desnutrición, los bombardeos sobre la franja de Gaza, el expolio de África, las penosas travesías en cayuco, los niños de las fábricas chinas de Nike y las plagas de langosta en Níger.
Y sin embargo hasta ahora desconocíamos, no ya los hechos, sino la mera existencia de un tipo como Pajares, que hace tan solo unos díasle escribía esto a su primo desde un hospital de Monrovia:
"Tenemos muchos problemas. Han fallecido dos personas y 13 se niegan a venir a trabajar, quieren quedarse en cuarentena. Yo he ido cada día y he saludado a todos, me meten miedo, la muerte ronda. Se sospecha de algún caso más de ébola. Esperamos resultados. Es penoso pero hay que estar. Lo comparo a la guerra, aunque esto es más peligroso. El enemigo en casa".
Piensen en todos los buenos propósitos que conocemos de, no sé,Llamazares, por ejemplo, al que el duelo por el cura le duróexactamente 53 caracteres antes de dedicarse a lo urgente, que es preguntarle al gobierno que para qué han servido al final tantas molestias.
Hoy lo hemos podido comprobar. Frente a la bondad ontológica de tantos, la de Pajares es una bondad provisional, que jamás será completa porque opera un atenuante. Aquellos a los que ayudó no son más que beneficios colaterales de la fe. No como aquella vez que todos pusimos el hashtag aquel contra Boko Haram, que aquello, si bien poco efectivo, sí que lo hicimos de corazón. Yo soy tan asquerosamente materialista que no entiendo estos debates. Y sospecho que a los necesitados a los que ayudó Pajares este tiki taka moral les importa una higa, porque la necesidad te hace resultadista.
Hoy lo hemos podido comprobar. Frente a la bondad ontológica de tantos, la de Pajares es una bondad provisional, que jamás será completa porque opera un atenuante. Aquellos a los que ayudó no son más que beneficios colaterales de la fe. No como aquella vez que todos pusimos el hashtag aquel contra Boko Haram, que aquello, si bien poco efectivo, sí que lo hicimos de corazón. Yo soy tan asquerosamente materialista que no entiendo estos debates. Y sospecho que a los necesitados a los que ayudó Pajares este tiki taka moral les importa una higa, porque la necesidad te hace resultadista.
Yo soy ateo. No agnóstico. Ateo. O sea, que estoy convencido de que los curas se pasan la vida creyendo en una mentira. Creo, además, que toda mentira es dañina. Y de sobremesa en sobremesa exhibo con arrogancia mi materialismo. Pero la coquetería me dura hasta el preciso instante en que me entero de que un misionero se ha dejado la vida en Liberia por limpiarle las pústulas a unos negros moribundos. Entonces me faltan huevos para seguir impartiendo lecciones morales. Principalmente por lo aplastante del argumento geográfico. Él estaba allí con su mentira y yo aquí con mi racionalismo.
Leo en twitter cosas estremecedoras. No es siquiera relevante. Si algo nos han hecho sentir las redes sociales desde su mismo nacimiento es nostalgia de aquel tiempo en que ignorábamos el reflujo ácido que irrigaba a algunos de nuestros vecinos. Aquellos días felices en que a uno no le hacían partícipe de las íntimas miserias.