miércoles, agosto 02, 2023

El corazón traspasado según Rahner - José Manuel Santiago con motivo de sus Bodas de plata

El autor en Radio Tamaraceite

Con motivo de su XXV aniversario como sacerdote, en la fiesta de SAN JUAN DE ÁVILA el 11 de mayo de 2023, José Manuel Santiago Melián cuenta su propia experiencia de aprendizaje y expone algunas cuestiones sugerentes para cualquier persona que quiera cultivar su vida interior.

En la carta que hemos recibido convocándonos a esta celebración, se habla del “acto de homenaje a los sacerdotes que durante el año celebran las Bodas de Oro y Plata Sacerdotales”. Ante esto, la primera sensación que me vino y me viene a la mente es que, por lo menos para mí, el “homenaje” no tiene cabida. Quiero hablar más bien de agradecimiento al Señor y a tantas personas, sacerdotes y seglares, que me han ayudado en este cuarto de siglo y lo siguen haciendo de diversas maneras. Deseo hablar sobre todo de la necesidad de pedir perdón por las limitaciones, por los fallos y errores, por las negligencias, por los pecados de estos años. Pienso en la enseñanza de Jesús, muy clara, y ojalá que pueda aplicármela siempre: después del trabajo realizado, ojalá que sea lo mejor hecho posible, necesito decir: “siervo inútil soy, he hecho lo que debía hacer”. Así pues, más que “homenaje”, como dice también la carta, se trata de celebrar con los compañeros y hermanos sacerdotes estos años de ministerio y de agradecer humildemente al Señor su gracia y el bien que, bajo su impulso, me ha concedido realizar y he podido llevar a cabo.

Una de las realidades que procuro constatar siempre en mi vida es la de que siempre soy y tengo que ser discípulo, siempre necesito aprender. Ciertamente, los sacerdotes somos y debemos ser maestros, pero eso, sencillamente, es imposible -y nos sale mal- si antes y de manera continua no somos buenos discípulos de Cristo Sacerdote. He aprendido y sigo aprendiendo de otros curas, de muchos seglares, de religiosos y religiosas, mediante experiencias cotidianas y también otras extraordinarias y especiales, tanto aquí en la diócesis como fuera de ella (como, por ejemplo, en algunos encuentros sacerdotales, diversas jornadas, etc.). Le pido al Señor tener siempre la humildad de querer aprender, buscar, descubrir los caminos del Espíritu; seguir creciendo, seguirme corrigiendo, continuar compartiendo con los demás. Todo esto se relaciona también con la corresponsabilidad, o, como estamos trabajando últimamente, la sinodalidad.

Un elemento esencial del ministerio sacerdotal ha sido y es para mí vivir la fraternidad y la amistad con otros sacerdotes. Esto ha sido posible de varias formas, sobre todo en el nivel más personal, con compañeros canarios y de otras diócesis e incluso otros países. Tengo mucho que agradecer por este lado. Mucho que agradecer en el discurrir continuo de la vida, del trabajo pastoral y del acompañamiento espiritual, y sobre todo en los momentos más complicados por diversos motivos. Pero, junto con las luces, también ha habido y puede haber sombras, porque no siempre sabe uno cuidar tanto esa fraternidad, esa buena relación, o no la saben cuidar tanto con uno. Por eso, también aquí se nota la propia debilidad, las propias limitaciones, la necesidad de pedir perdón y de ser perdonado, la necesidad de superar algunas situaciones y de sanar heridas e incomprensiones, para siempre continuar madurando en el seguimiento del Señor.

Como sacerdote estoy convencido de la necesidad de fomentar la propia formación y la de los fieles, y ese interés ha sido un objetivo permanente en todos estos años, en los que el estudio y la investigación me han ocupado bastante tiempo. El instrumento esencial ha sido y sigue siendo el ISTIC, donde he impartido clases la mayor parte de estos años y adonde he procurado encauzar a los demás en el deseo de fomentar su formación intelectual y pastoral. Le debo mucho al ISTIC, al antiguo Centro Teológico, primero, por supuesto, como alumno, y después como profesor y compañero de tantos profesores, algunos ya en el Cielo. Habitualmente ha sido para mí no solo una responsabilidad y un reto, sino también una alegría, el compartir muchas horas de clase con bastantes alumnos a lo largo de estos años. Considero la docencia como una tarea pastoral importante, y también en este terreno doy gracias al Señor y pido perdón por mis fallos y limitaciones.

En el trabajo pastoral he considerado piezas claves el trato con las familias, los matrimonios y los jóvenes. No se entiende una evangelización, y menos la nueva evangelización, sin cuidar la relación con los padres y madres de los niños y de los jóvenes, además de con ellos mismos. Es imprescindible acoger y acompañar a los matrimonios y a las parejas de novios, ayudarlos a crecer, proponerles alternativas; también las familias y, en concreto, algunas han sido grandes referentes en mi vida personal y ministerial, pues me han acogido, apoyado y ayudado notablemente en varias parroquias donde he estado. Así sigue siendo, gracias a Dios. Lo mismo puedo afirmar de los jóvenes. Es un gran reto acercarse y acompañarlos, compartir no sólo reuniones y eucaristías y adoraciones con ellos, sino también otras experiencias lúdicas ordinarias y encuentros extraordinarios. Junto con las alegrías y satisfacciones también ha podido haber algunas tristezas y dificultades, pero siempre prevalecen las primeras. Las familias y los jóvenes me han enseñado y aportado mucho, y espero seguir ofreciendo buena parte de mi ministerio en esos terrenos pastorales.

Al mismo tiempo, tengo también que agradecer a tantas personas mayores y enfermas con las que he podido tratar. Muy presentes en nuestras parroquias, a menudo nos aportan grandes testimonios creyentes, de modo que uno piensa a veces qué quedará dentro de unos años al respecto; y también cómo potenciar la experiencia de fe en los adultos para que sean referentes básicos en sus propias familias, para sus hijos y nietos. Sigue siendo para mí un reto el poder acompañarlas más y aprender de sus testimonios vitales.

En estos últimos meses, cuando pensaba en la celebración de este día, y en todo lo que supone para mí este aniversario, me han ayudado en la reflexión algunos pensamientos ajenos, algunas enseñanzas acertadas, lúcidas, proféticas. Uno de los autores que explico en uno de los cursos de máster que imparto es el gran teólogo Karl Rahner. No voy a referirme aquí ahora a su llamada a vivir una “mística cotidiana”, a “experimentar” personalmente la presencia de Dios y de su gracia en la propia existencia. Estoy convencido de que Rahner acertaba plenamente cuando en los años sesenta y setenta del pasado siglo decía que “hoy no podrá ser cristiano el que no es místico”. Si esto es así, con más motivo se aplica a los sacerdotes, es decir, me lo tengo que aplicar. Rahner hablaba de cómo vivir la fe “en tiempos de invierno”, … Pues bien, estamos en lo que podría ser llamado un largo “invierno” en el campo eclesial, ministerial, vocacional. Con esto no quiero mostrar, ni mucho menos, falta de esperanza y de ilusión. Todo lo contrario. Pero, siendo realistas, es así en bastantes aspectos. Por eso se impone, como escribía Rahner, “la necesidad y el don de la oración”, para discernir y fortalecerse, para ayudarnos mutuamente. Dios sigue siendo ese Amor que desciende, que viene hacia nosotros cada día.

Pido al Señor predicar siempre su Palabra. El sacerdote no se dice a sí mismo, no puede caer en la autoreferencialidad, sino que apunta a la mismísima Palabra de Dios operante, la que verdaderamente actúa. Rahner describe al sacerdote con una expresión que me llama mucho la atención: “el hombre del corazón traspasado”. Permítanme que lea aquí algunos de los fragmentos en que realiza esa descripción: “(…) el sacerdote de mañana habrá de ser un hombre con el corazón traspasado, el único que puede proporcionarle la energía necesaria para su misión. Con el corazón traspasado: traspasado por la existencia sin Dios, traspasado por la locura del amor, traspasado por la falta de éxito, traspasado por la experiencia de la propia miseria y de su radical incertidumbre, pero convencido de que únicamente tal corazón puede proporcionar la energía para cumplir la misión; y convencido también de que ni la autoridad inherente al ministerio ni la validez objetiva de la palabra ni la eficacia del opus operatum de los sacramentos podrán convertirse en el suceso salvador por medio de la gracia de Dios, si no llegan al hombre a través del medio inefable de un corazón traspasado” (cf. Siervos de Cristo, 136-143). Rahner estaba pensando en el ambiente creciente de incredulidad, de la poca significatividad de la Iglesia en el orden social, de la falta de comprensión del misterio de Dios que existe en muchas personas (incluidas muchos bautizados). En este contexto, la relevancia del sacerdote ha ido decreciendo notablemente para una gran parte de la sociedad. Ante estos hechos, señala Rahner, sólo quedará -sólo queda- un recurso: volvernos al Señor a quien servimos, poner nuestra vista en el que traspasaron y rendir culto al Corazón traspasado de Jesucristo. Por eso asumo y quiero asumir que sólo encontraré mi propia realidad como sacerdote si me fijo en el Corazón del Señor, el corazón que ha tomado sobre sí la tiniebla del mundo y sus culpas; que se abandonó en las manos del Padre habiendo sentido Su abandono; que no quiso más poder que el amor indulgente; que fue traspasado y, de esta forma, se convirtió en fuente de todo espíritu. Sé que sólo la renuncia espontánea a lo que con frecuencia se considera valioso según el mundo, una renuncia posible por y en el amor del Crucificado, es liberadora

Concluyo pidiendo al Señor, desde mi pobreza e indignidad, experimentar y ahondar en esa mística de cada día, en esa “sobria embriaguez del Espíritu” (Rahner), en esas vivencias de la gracia transformadora del Señor, que logren tocar mi vida y las existencias del prójimo. Le pido que siempre se haga realidad en mí el lema que escogí hace veinticinco años para el recordatorio de mi ordenación presbiteral y de mi primera misa: “Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo” (2 Tim 1, 8b-9). ¡Qué así sea!
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Aquí enlace a la entrevista de Radio sobre Bergson: