miércoles, junio 07, 2023

Junio de 1975. Cien prostitutas en San Niceto

Eduardo Ros

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

Sor Juana Inés de la Cruz, 1682

Ulla, Bárbara, Sonia y otras ciento cincuenta mujeres van entrando en grupos pequeños a la Iglesia de Saint Nicent en Lyon, han despistado a la policía y a los periodistas que las esperan a la entrada de otra iglesia, la que anunciaron que ocuparían para distraerlos. Antes de eso reuniones, comunicados… y antes de eso mucho miedo, al menos seis asesinatos sádicos de prostitutas en el último año... persecución hipócrita y violenta de la policía...un comisario cómplice de proxenetas…

Las mujeres que protagonizaron los hechos que se conmemoran en el Día Internacional de la Trabajadora Sexual no se llamaban a sí mismas “trabajadoras sexuales”, no eran de andarse con eufemismos, viejos o nuevos, en su carta a la población de Lyon dicen:

“Son madres las que os hablan. Mujeres que por sí solas tratan de educar a sus hijos lo mejor posible, y que hoy tienen miedo de perderlos. SI, somos prostitutas, pero si nos prostituimos, no es porque seamos unas viciosas, es el único medio que hemos encontrado para hacer frente a los problemas de la vida. La sociedad tiene la costumbre de juzgarnos y de arrojarnos a un ghetto de desprecio o de piedad…. No pedimos que se defienda la prostitución, sino que comprendan que no tienen derecho a hacernos lo que nos hacen actualmente. Nunca nadie ha podido cambiar de vida recibiendo golpes de porra. Uníos a nosotras contra la injusticia que nos agobia. Des­pués podemos discutir para saber si la sociedad necesita la prostitución”

Todos sus comunicados a los periódicos y a las autoridades están llenos de sentido común y de llamadas al diálogo.

La jardinera-escritora Rebecca Solnit ha recopilado muchos episodios “de paraísos en el infierno", de "las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre" (natural o provocado), esto es lo que los testigos de aquellos días cuentan:

“Al tiempo que respetuosas con el lugar y felices por el éxito, organizan rápidamente la ocupación, ropas de abrigo, sacos de dormir, latas de conservas preparadas apresuradamente para servir de cenice­ros y no ensuciar el sucio, barajas, etc. Todas las capillitas colaterales a la nave central, en obras en ese momento, son ocupadas, los reclinatorios hacen de sillas, las verjas de hierro forjado de percheros. Algunas se refugian hasta en el púlpito ... El párroco, padre Véal, coopera enseguida, y se muestra más bien favorable a la acción ‘No soy yo quien debe juzgar a estas mujeres. Piden un apo­yo, no puedo sino aceptar. efectivamente la iglesia es la casa de todos. Lo único que puedo decir es que la actitud de represión tomada a este respecto no puede ser una solución en ningún caso’

Ante la pregunta de si no encuentra chocante la presencia de prostitutas en un lugar de culto, responde: ‘Lo que realmente me choca es la actitud de aquellos que son los verdaderos beneficia­rios de la actual situación. Por otra parte, no tengo por qué pedirles que salgan, y si esto dura mucho. pues bien, durará’ dice antes de preguntar a su vez a los policías presentes en la Iglesia qué pensaban hacer. Desde el principio de la ocupación, todas las personas que en­tran en la iglesia para rezar, a pesar de una primera reacción de sorpresa, se muestran más bien interesadas y favorables a las prostitutas” (Libération, 3 de junio de 1975)

“Los visitantes se suceden sin interrupción. Visitantes que no son indiferentes. Espontáneamente se crea una red de apoyo más amplia. De este modo, vemos aparecer milagro­samente: bebidas, sandwiches, vituallas, periódicos, cafés, etc. Las mujeres de Lyon que, desde que han tenido noticia de la ocupa­ción, se han sentido solidarias con las mujeres prostitutas, han venido a aportar su ayuda, sin que sean prostitutas. De esta forma, el martes por la mañana, junto a una caja de fresas en cestitas, se encontraba una enorme marmita de leche, mantequilla, pan, incluso algunos croissants. Se es­tablecieron contactos con grupos de música para que viniesen a amenizar las veladas que son un poco tristes en el gran edificio oscuro y frío. En este momento se hace evidente que es preciso una extensión de este apoyo de la población y ante todo el de las mujeres” (Una vida de puta, Claude Jaget)


Aquellas mujeres eligieron refugiarse en “el único lugar donde la policía no puede tocarnos”. Hoy se cuenta que las prostitutas “tomaron” Saint Nizier (y después otras muchas iglesias) pero los testimonios nos dicen que los únicos que entraron violentamente fueron los policías enviados por el Ministerio de Interior a desalojarlas ocho días después.

Las reivindicaciones siguieron y con otra maniobra de distracción consiguieron plantar sus pancartas a la entrada de la residencia del presidente de la República: “Hemos venido de toda Fran­cia a visitar el castillo que el señor Giscard d'Estaing se compró con el dinero de nuestras multas y nuestros impuestos”.

Los encierros y huelgas de prostitutas exigiendo seguridad y sanidad se extendieron primero por toda Francia y después por ciudades tan lejanas como Medellín.

Sabemos de aquellos días gracias a Claude Jaget (que recogió entrevistas con varias de aquellas mujeres en un libro publicado para recaudar fondos) y a la pionera del cine documental Carole Roussopoulos que, cámara en mano, quiso escuchar y mostrar “lo que otras mujeres nunca han podido contar”.