domingo, noviembre 17, 2019

EL MATRIMONIO. LORENZO MILANI

Barbiana, 30 de marzo de 1956.


Querida Simona:

El principal motivo de un cristiano para casarse es tener siempre cerca una mujer que le recuerde cada día los altos ideales con los que él ha prometido vivir y de los que pueden apartarle los compromisos de su trabajo.

Por eso te escribo a ti las cosas que me interesa que Serafino tenga presente a lo largo de vuestra vida en común y en su profesión de médico. Así que conserva celosamente esta carta en el cajón de la mesa de la cocina y reléela cuatro veces al año, al principio de cada estación, para hacer con ella tu examen de conciencia y el de tu marido.

En cuanto tengas tu casa, asómate a la ventana y mira un poco a tu alrededor. Te darás cuenta de que el mundo está mal. Dios lo había creado cuidadosamente, había hecho a los hombres todos pobres e ignorantes. Sin embargo, los hombres, no se sabe cómo, se las han arreglado para levantar unas decenas de personas muy ricas y muy instruidas y dejar a todos los demás como Dios los había creado.

De esta violación del orden natural han nacido infinitos males que no voy a enumerar aquí, porque me imagino que ya tienes una idea clara de ellos.
También verás desde la ventana de tu casa que en este mundo infeliz van siempre del brazo riqueza e instrucción. Quien es más instruido gana más dinero. Quien tiene más dinero da estudios a sus hijos. Y así sucesivamente en un círculo cerrado.
Los “señores” te dirán que no es verdad y que un agricultor gana más que un profesor. Pero tú no lo creas. Respóndeles: “si es así, haceos agricultores”. Aunque lo mejor será que te acostumbres a no hablar nunca con los “señores”. Sus razonamientos no son nunca serios ni necesarios ni hay forma de aprender nada.
Así que decíamos que riqueza e instrucción van siempre del brazo, pero (¡oh, inmensa gracia que Dios te ha hecho!) tú tienes ahora del brazo a un hombre que desmiente esta regla. Una de esas raras excepciones que hasta este mundo equivocado e injusto logra, alguna vez, dar a luz.

Tu Serafino es hijo de un pobre obrero. Más aún, un poco menos que hijo de un obrero. Es hijo de la viuda de un pobre obrero. Más aún, un poco menos que hijo de una viuda. Es uno de esos infelices, criados en el infierno de los hijos de viudas de pobres obreros: el internado. Un santo internado, fundado por un santo, pero no por eso menor infierno de sufrimiento.

Estas cosas no son tristes recuerdos que hay que tratar de olvidar en este día de gloria. Al contrario, son las glorias de tu nueva familia. Las cosas de que debes enorgullecerte cada día ante tus amigas. Títulos nobiliarios que abrillantan tu estirpe.

Y, a pesar de todo, este muerto de hambre, hoy tu marido, lleva junto a su nombre el título de “doctor”. Animal rarísimo, como te he dicho. La suma instrucción en la suma miseria.

Aquí en el monte Giovi hay una veintena de muchachos que nunca han ido  a la escuela. No han ido a la escuela porque tenían que ir con las ovejas. Las ovejas han dado corderos, queso y lana. Y un administrador ha repartido. La mitad que les ha quedado a estos chicos, apenas ha bastado, casi casi, para que no se mueran de hambre. La otra mitad, que se ha ido hacia una buena casa de Florencia, unida a otras muchas mitades, ha bastado para mantener estudiando al “señorito”. El trabajo más duro que ha tenido que hacer en el mundo ha sido el de levantar su pluma estilográfica electrónica. Su preciosa mente es un pozo de ciencia; los pobres acuden a él, le sueltan más cuartos y le respetan.
Nadie se acuerda o nadie sabe que para hacerle doctor a él estos chavales se han quedado analfabetos y como animalillos entre los animalitos.
Simona, como ese son casi todos los doctores menos tu doctor.
Los obreros italianos derraman su sangre en 400.000 accidentes laborales al año e infinitas enfermedades profesionales, y no reciben ningún provecho de su trabajo ni de su martirio para poder dar estudios a sus hijos. pero la gran mayoría de los estudiantes universitarios estudian a costa de su sudor, de su sangre y de su analfabetismo.

Si aquel título universitario pudiera hablar, entonces se vería a los doctores vestidos de labradores escurrirse furtivos junto a las paredes, con la cabeza gacha, intimidados por la mirada pobre que se cruzaran en la calle. Sin embargo, tu Serafino no tendría ese día ninguna preocupación. Su título es un título incontaminado. Por ahora.

Pero tú ten cuidado, amiga, que hasta hoy ha ido todo bien. Desde hoy, la gloria de tu casa pende de un hilo. Vigílalo tú. Todos los días, amigos, colegas, periódicos, libros, se unirán para corromper a tu Serafino y hacer de él un doctor como todos, un ejemplar de su misma especie.

Sólo tú puedes salvarlo de esta deshonra, pero hace falta que sea un objetivo de toda tu vida, que seas constante en este propósito, dispuesta al martirio, a cortar sin piedad y por lo sano tus propias vanidades y ambiciones.

¿Cómo prever, en la práctica, las ocasiones que vas a encontrarte? Te pongo dos o tres de las que se me ocurren; en otras, tendrás que arreglártelas tú misma.

Por ejemplo, no te tutees con las esposas de los médicos, de los maestros y farmacéuticos de tu pueblo. Manténlas lejos de tu casa. Espía lo que leen y cómo viven, pero sólo para estar segura de no leer nunca lo que ellas leen, ni de vivir jamás como ellas viven.

Cuando las cosas os vayan algo bien y comencéis a tener algún dinero de más, no sueñes en electrodomésticos para tu casa. Mejor es que pienses en preparar una consulta bien dotada de cuanto pueda aliviar a los pobres gastos y sufrimientos.
Búscate las bendiciones de los pobres, no tanto con tus limosnas, cuanto por vivir más pobremente que ellos.

Cuando tu Serafino, temeroso de no haberte hecho suficientemente feliz, quiera llevarte por el mundo, o de veraneo, sé tú entonces la primera en proponerle comprar los libros del colegio a los hijos de las viudas, para que lleguen a ser médicos de los pobres, como él. Cuando le oigas a Serafino decir en la consulta que alguien necesita sobrealimentación, intenta que nadie pueda achacarle que recetaba filetes a los pobres sin regalárselos. No permitas que tu Serafino tenga escrúpulos de insolidaridad con los demás médicos por sus tarifas.

Las facturas prepáralas tú, día a día, escrupulosamente austeras, en proporción sólo con tus necesidades cotidianas, escrupulosamente niveladas con las necesidades del hogar de esas esposas obreras que viven alrededor de tu casa.

No permitas que tu Serafino se adhiera a huelgas contra el seguro.
La palabra huelga es sagrada para los pobres; su única arma contra los señores. Desentona en la boca de los señores doctores, usada  para combatir la organización del sufrimiento de los pobres. Etc, etc.

Ahora no me vienen a la mente otros ejemplos. Por lo demás, espero que ya me habrás entendido. Que harás que tu casa sea pobre y bendecida por los pobres, y Dios pensará en todo lo demás.
Si los pobres están contigo, también Él estará contigo, y si Él está contigo, ¿de qué tienes miedo? Cuidará de tus hijos y asegurará su porvenir con más seguridad que una cuenta corriente o una póliza de seguros.

Si tu fe es tan poca que no crees estas cosas sencillas, ¿cómo pierdo el tiempo en hablar contigo?.
Recibe ahora mis afectuosos deseos y ninguna bendición. Ya has tenido esta mañana la bendición del Padre don Facibeni, que vale más que la mía. Búscate ahora las bendiciones de los pobres, que valen más que la del Padre, y luego duerme serena entre cuatro almohadones. Tuyo,

Lorenzo Milani.