¿Los cristianos se atreven a afirmar que Dios es amor y razón?
–El
cristianismo se ha detenido especialmente en dos dimensiones, como
hemos concebido durante nuestro XXII Congreso. Y esas dos dimensiones
son Dios es amor y Dios es razón. La valoración cristiana de la razón ha
sido verdaderamente innovadora porque las demás religiones enfatizaban
sobre el sentido del misterio y aspiran a un conocimiento no racional,
más bien recibido por la iluminación divina y la intuición. Incluso,
cabe entender también que existe una semejanza entre Dios y el hombre.
Estudiando a Dios se puede comprender cómo debe ser y vivir el hombre. Y
visto que el hombre es imagen de Dios, que es razón y amor, el hombre
debe conciliar en su vida la razón y el amor; no necesita, ni debe
separarlos.
–¿Por lo tanto no es necesario separar el amor de la razón?
–El
amor debe ser razonable, guiado por la razón. Por lo que esto implica,
por un lado, el rechazo del emotivismo, es decir, al amor reducido a
sentimiento; al igual que el rechazo de la formas falsificadas del amor.
Por otra parte, la fe culmina en una relación de amor, pero
inicialmente es propiciada por la razón y ello comporta el rechazo a la
guerra santa, la crítica al fideísmo, y la crítica al racionalismo y al
cientifismo, es decir, al divorcio de la razón de la fe.
–¿Es incompatible el Dios de la filosofía con el de la fe?
–El
Dios de la filosofía no es incompatible con el de la fe. Es más, la
razón puede ayudar a ejercitar el acto de fe de dos maneras. Una, puede
demostrar que Dios existe; otra, puede demostrar algunos aspectos del
Dios de la fe; dios como ser, eterno, omnipotente, suma verdad, suma
bondad. Es cierto que la fe puede profundizar nuestro conocimiento
filosófico de Dios. Es cierto que el Dios de los filósofos es un Dios al
que no se reza y con el que no existe una relación de comunión
interpersonal. Pero el Dios de los filósofos es igualmente un tesoro,
por lo que es insensato dejar de lado la reflexión filosófica sobre
Dios; es como renunciar a un tesoro sólo porque es más pequeño que el
otro.
–¿Es cierta la afirmación del cientifismo que asegura que Dios, el alma y las grandes preguntas se convierten en irracionales?
–Esa
afirmación existe en el cientifismo. Como el racionalismo dice que
existe sólo aquello que es racionalmente cognoscible. Pero esto es el
error de una razón presuntuosa que olvida que es finita, que no puede
conocerlo todo. Y que, de hecho, disminuye, como recuerda esta
afirmación. Si el hombre no puede interrogarse más sobre las realidades
esenciales de su vida, sobre su origen y su fin, sobre su deber moral y
sobre que le es lícito, sobre la vida y la muerte, sino que debe
reenviar estos problemas decisivos a un sentimiento separado de la
razón, entonces no la eleva, sino que la priva de su honor.
–¿Qué hay que considerar entonces sobre lo dañino del divorcio entre fe y razón?
–Por
un lado, veamos el posible daño que sufre la fe. La fe pierde las
contribuciones de la razón, de las que hemos hablado. Se convierte en un
hecho privado incomunicable y tiene el riesgo de extinguirse, como les
sucedió a las religiones arcaicas. En cuanto al daño que ha sufrido la
razón. Ella pierde las inestimables aportaciones de la fe. La razón, que
en la filosofía moderna se concibe como autónoma, que no quiere saber
nada de la fe, no puede tener éxito. La razón humana no es autónoma.
Ella vive de particulares contextos históricos. Y hay que recordar que
la fe ofrece aportaciones a la razón. La fe valoriza la razón. También
anotemos que si no es posible responder a las grandes preguntas, el bien
y el mal se convierten en una elección subjetiva y arbitraria. El
cientifismo lleva al relativismo y a su amor-dictadura.
–¿Pero siendo esto así, ciencia y técnica son enemigas de Dios?
–Aunque
la fe va más allá de lo que la razón alcanza, no puede haber nunca
contradicción entre la fe y la ciencia. Para los creyentes, es Dios
mismo quien da al hombre tanto la luz de la razón como la luz de la fe.
San Agustín lo resume de esta preciosa manera: Cree para comprender y
comprende para creer. Dios y la ciencia son conceptos complementarios.
Juan Pablo II en 1980 sobre los logros de la ciencia decía: ¡Qué
estupendos logros! Todo para honor del hombre.