Los veo en el puente de Isabel La Católica, pero nunca he visto a nadie colocándolos. Los candados. Hay uno color cobre, brillante, aún sin oxidar, con un número 19 escrito con rotulador negro dentro de un corazón.
El novelista Federico Moccia tomó la idea del candado como símbolo de amor de una vieja historia serbia de la Primera Guerra Mundial. Una mujer es traicionada por su amante cuando éste parte al frente y encuentra allí un nuevo amor. La historia corrió entre los habitantes del pequeño pueblo de ambos, las chicas empezaron a comprar candados, escribieron sus nombres junto a los de sus amantes, los colocaron en el puente y tiraron las llaves al río con la esperanza de que eso sirviera para mantener su amor. Una poeta serbia recogió esta historia en un poema, Moccia lo popularizó en sus libros y los puentes de Europa se llenaron de candados.
Suelo cruzar ese puente cuatro veces al día. La mayoría de ellas paso mirando las aguas del río, atisbando cualquier movimiento sospechoso que indique la presencia del cocodrilo del Pisuerga. Pero alguna de las veces que cruzo el puente me fijo en el candado. Y me quedo pensando…
Y algunas noches sueño con la pareja que lo puso. Con sus 19 años, celebrando que empezaron juntos un día 19 y que llevaban ya 19 meses juntos. Cifra redonda. Así que deciden tener un gesto que asegure su amor, les parece que lo del candado está bien y buscan un momento en que creen que no va a pasar nadie por allí. Están tan acaramelados a punto de tirar la llave al río cuando ¡zas!, aparezco yo. Les pregunto por lo que simboliza el candado para ellos, que me expliquen lo que significa la llave, el hecho de tirarla al río, por qué no la tiran a una papelera... Y me miran asustados con sus jóvenes ojos abiertos como platos. Y me empiezan a contestar balbuceando, pero les corto y no les dejo terminar.
Y les cuento desordenadamente que a mí me gustan las alianzas, el típico anillo de casados, vamos. Qué nombre más hermoso, alianza. Compárese con candado. No hay color. Alianza es la acción de aliarse, unirse para un mismo fin. Candado viene del latín catenatus, atar con cadenas. Es que no hay color. El hecho de ponerse la alianza el uno al otro. La frase: “Recibe esta alianza en señal de mi amor y fidelidad a ti” mientras se lo ponen. Qué bien suena. La alianza te acompaña allá donde vas, sin impedir que te muevas, sin encadenar, indicando a los demás un compromiso. Y les explico que algunas personas portan el anillo de su cónyuge cuando enviudan. Qué pasada.
Todo esto se lo digo atropelladamente, intentando convencerles. Pero me dicen que la alianza no les gusta, que les parece anticuada, poco moderna, cosa de carcas. Que es mucho más romántico el candado y que además le haces una foto y queda genial en insta.
Y yo vuelvo al ataque, que el candado es feo, que se cierra y no se abre, que no se mueve, no acompaña en la vida, queda ahí, estáticamente anclado, se acaba oxidando… En fin, como símbolo, un desastre.
Pero como veo que no les convenzo, les digo que por qué no piensan otro símbolo, más personalizado, que no cierre tanto, que acompañe en la vida, que exprese mejor la maravilla de un amor, su amor, que no hay que atar y asegurar, si no que hay que hacer crecer con libertad. Que yo ya sé que ellos saben que ni los candados atan el amor de verdad, ni las alianzas alían realmente, pero que somos personas, que utilizamos símbolos para hacer visible lo invisible, que damos sentido a lo que hacemos y que es hermoso que sea así.
Ya hartos, me dicen que no sea aguafiestas, que les deje en paz y que me meta en mis asuntos. Mientras me marcho con la mirada perdida en las aguas, mascullando mi derrota, veo abajo, en el río, al cocodrilo asomando su boca esperando que tiren la maldita llave. Será que anda falto de hierro, pienso. Qué raro es todo. Suena el despertador.
Diego Velicia, psicólogo en el COF Diocesano de Valladolid