Enrique Alpañes/El PaisLa vuelta al trabajo presencial supuso para Nuria Alonso, administrativa madrileña de 36 años, la adopción de nuevas rutinas. En lugar de levantarse a las siete y media de la mañana, adelantó el despertador a las seis. Alargó el rápido paseo que daba a Sugus, un caniche aborregado y nervioso, y empezó a dar largas caminatas. Después normalizó una complicada coreografía destinada a engañar al perro: Alonso se encierra en su cuarto ante la atenta mirada del animal. Su madre se lo lleva entonces a otra habitación. Ella aprovecha su ausencia para escapar a hurtadillas de su dormitorio, con cuidado de volver a cerrar la puerta, y se marcha de casa sin hacer ruido. “Así cree que sigo en mi cuarto y se queda más tranquilo”, explica por teléfono. Es la única forma, si no, se pasa el día llorando y ladrando. “Tengo miedo de que un día me aparezca el Seprona en la puerta, que parece que lo estemos maltratando”, se lamenta Alonso. El de Sugus es un caso extremo, pero dista mucho de ser especial.
Se llama ansiedad por separación (APS) y es un trastorno que afecta a los perros que no saben lidiar con la ausencia de sus dueños. Cuando el animal se queda solo en casa empieza a llorar o a ladrar. Algunos rompen muebles, otros orinan en la alfombra. Este trastorno suele afectar más a los cachorros en sus primeros meses de vida, especialmente a aquellos de carácter inseguro. Es más común en determinadas razas como labrador, border collie o pastor alemán. Pero la pandemia ha disparado la aparición de episodios de APS en canes de todas las razas y edades.
Sugus es “un perro pandémico”, explica Alonso. Pasó sus primeros meses de vida en una casa en la que siempre había alguien. En España hay 2,3 millones de perros como él. El confinamiento disparó la población canina en un 38%, según la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos para Animales de Compañía. Hay una jauría de dimensiones bíblicas que ha crecido en hogares siempre llenos de gente, normalizando lo que era excepcional.
En casa de los Alonso se cumplía a rajatabla el confinamiento. Solo se salía a la calle para pasear al perro o para hacer una compra una vez por semana. Sugus era feliz. Muchos perros lo fueron entonces. Según un estudio de Applied Animal Behavior Science, el 65% de los encuestados indicaron que sus perros redujeron la tensión durante la pandemia, que estaban contentos y jugaban más.
Pero la situación cambió, también para Sugus. Conforme sus dueñas empezaron a recuperar la normalidad, él se fue quedando solo más y más tiempo. En un primer momento, lo aceptó con resignación, pero cuando Alonso volvió a un trabajo semipresencial, explotó. Empezó a ladrar y a llorar cada vez que se quedaba solo. Su dueña intentó solucionarlo con un bozal, dejándolo en casas de familiares, con premios y golosinas… “No podía ni hacer la compra tranquila”, lamenta. Finalmente, acudió a una entrenadora de perros.
Se llama Carmen Martínez y cree que el caso de Sugus es paradigmático. “El teletrabajo ha sido un arma de doble filo”, explica en mensajes. “En nuestra sociedad muchos perros pasan demasiadas horas solos en casa. Esta es una especie social que tiende a vivir en grupos, pasar tantas horas solo no cumple sus patrones de conducta naturales”, concede Martínez. Pero el confinamiento y el teletrabajo hicieron que algunas personas se pasaran al extremo opuesto. “Estuvieron muchas horas acompañados y cuando los tutores han reiniciado sus actividades, las familias han empezado a tener problemas”.
No fue el caso de Arancha Naranjo. Esta extremeña de 38 años combina el teletrabajo con jornadas en la oficina. Lo hace siempre a la vera de Margot, una perrita mestiza de nueve años. En su trabajo, en la agencia de publicidad Bungalow25, permiten la entrada a perros. “Margot no ha tenido nunca APS”, explica en conversación telefónica, “pero al final trabajamos muchas horas y no me gusta que se quede tanto tiempo sola”.
Julio Gálvez, director creativo asociado de la empresa, también lo ve así. En parte porque él también tiene un perro, Yogui, que lleva muy mal quedarse en casa solo. Y en parte porque entiende que esto retiene a los trabajadores y les da mayor calidad de vida. “Los perros son parte de la familia y la conciliación también les afecta a ellos”, asegura. Por las mañanas, Yogui y Margot llegan a la oficina, se saludan, hacen una ronda de caricias y se tumban en sus camas. Mientras, a su alrededor, el cloquear de los teclados, el pitido de las notificaciones y las conversaciones a media voz crean un zumbido monocorde y familiar. Los perros aquí están tan tranquilos. “Ojalá más empresas fueran así”, señala Naranjo. “Mi perra es más feliz y yo también”, reconoce.
Algunas empresas tecnológicas, como Amazon, Google, Squarespace y Etsy, normalizaron la presencia de perros en las oficinas incluso antes de la pandemia. Otras han empezado a hacerlo en los últimos meses como forma de retener a sus trabajadores. Pero siguen siendo pocas. Naranjo sabe que su caso es una excepción, pero cree que debería ser la regla. Conciliar también es esto, señala: “Entiendo que un perro no es un bebé, pero me he encontrado con mucha incomprensión en otros trabajos en los que el horario era extenso y no podía llevarme a Margot”.
“Debería ser más habitual”, coincide Enric Rodríguez, etólogo y autor del libro Adiestra en positivo. “Los perros, como animales de compañía y en algunos casos incluso de asistencia, hacen una gran labor en nuestra sociedad. Ya va siendo hora de que la vayamos adaptando a la vida con ellos”.
Guarderías caninas
Otra opción, cada vez más extendida, es dejar a los perros en guarderías caninas o contratar a un paseador para que entretenga al perro en ausencia de sus dueños. Desde Animal Solución, una guardería de mascotas madrileña, confirman que ha habido un aumento de solicitudes desde la vuelta a la nueva normalidad. “Guarderías han existido siempre, pero en los últimos años el sector se ha profesionalizado”, señala su dueño, Luis Sousa, veterinario con más de 30 años de experiencia. En su recinto tienen sitio para poco más de una decena de perros y en los últimos meses han colgado varias veces el cartel de completo.
Nuria Alonso se ha comprado una cámara digital que graba al perro en su ausencia y transmite en directo la imagen a su móvil. “Lo miro dos o tres veces a la hora”, explica, angustiada. La suya es una solución común. Según un estudio de PreciseSecurity las ventas de este tipo de dispositivos se han disparado. Llevan años creciendo a un ritmo del 18,4% y se prevé que para 2023 se lleguen a unas ventas anuales que superen los 300 millones de unidades.
Paseadores de perros, cámaras, guarderías, ayuda familiar… Estas opciones son las más usadas para atajar una APS, pero todas han fallado en el caso de Sugus. Alonso se confiesa frustrada y espera que la ayuda de la entrenadora pueda atajar el problema. Cientos de personas se encuentran en su misma situación. El 26% de los hogares españoles cuenta con un perro, uno de los porcentajes más altos de Europa. La pandemia acercó más que nunca a todos estos dueños con sus canes, pero la rutina los ha vuelto a separar. Ahora los trabajadores reclaman medidas de conciliación. Muchos perros, como Sugus, también protestan, a su manera.