domingo, mayo 04, 2025

El niño feo que se convirtió en el padre de la filosofía: la infancia olvidada de Sócrates"

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En las polvorientas calles de Alopece, donde el mármol y la sangre se mezclaban, crecía un niño que no encajaba. Sócrates, el futuro azote de Atenas, aprendió desde pequeño que el mundo no estaba hecho para mentes inquietas. Su padre esculpía dioses en piedra mientras él comenzaba a demolerlos en su cabeza. Su madre ayudaba a traer vida al mundo, y él, décadas después, ayudaría a sacar a la luz las verdades ocultas en cada mente. ¿No es irónico que el hombre que cuestionaría toda autoridad naciera justo cuando Atenas se convertía en un imperio?

El pequeño Sócrates era todo lo que los griegos despreciaban: feo según sus cánones, pobre para los estándares aristocráticos, y terriblemente preguntón en una sociedad que valoraba más las respuestas rápidas que las preguntas incómodas. Mientras otros niños memorizaban a Homero, él se quedaba mirando a los artesanos, preguntándose por qué un zapatero sabía más de virtud que los poetas. Esa mirada crítica -que luego llamarían "ironía socrática"- nacía de ver cómo su padre tallaba estatuas perfectas para dioses que nunca respondían.
Su educación fue un campo de batalla. Aprendió música, pero desconfiaba de su poder para adormecer. Practicó gimnasia, pero sospechaba que los cuerpos perfectos a menudo escondían almas vacías. Lo verdaderamente revolucionario es que este niño, que no tenía derecho a destacar, se atrevió a creer que un hijo de cantero podía ser más sabio que los nobles del Areópago. El futuro filósofo bebía de dos oficios humildes: la paciencia del escultor para dar forma a la verdad, y el valor de la partera para soportar el dolor del parto intelectual.

Hoy, cuando nuestros sistemas educativos premian la obediencia y castigan las preguntas difíciles, la infancia de Sócrates nos interroga: ¿cuántos genios estamos ahogando en las aulas por no ajustarse al molde? El niño de nariz achatada que perturbaba a sus maestros nos recuerda que la verdadera educación no consiste en llenar mentes, sino en encenderlas - aunque después quemen los cimientos del poder.

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