Sabe que su apellido le precede, pero también es consciente de que ser familiar del padre del psicoanálisis no le hace ser mejor en su trabajo. En cualquier caso, Joseph Knobel Freud deja
 claro en la entrevista que él es un apasionado de su labor como 
orientador familiar, y que podría estar horas hablando de cómo se puede 
ayudar a la gente a pensar de otro modo, a cambiar dinámicas 
establecidas, y algo muy importante, a prevenir... «No todo es enfermedad mental», afirma. Desde luego, lo que para él no lo es, es el Trastorno por Déficit de Atención. «El TDA no existe,
 no es un trastorno neurológico, es un invento de esta sociedad de la 
inmediatez en la que vivimos, y qe nos lleva a la hipermedicalización de
 niños que son más movidos», asegura. 
J. K. Freud nos invita a reflexionar sobre este y otros temas importantes de la paternidad en su último libro, «El reto de ser padres».
 En esta obra el psicoanalista de niños comparte su experiencia de más 
de treinta años ayudando a padres e hijos a superar sus problemas, y e 
invita a sus lectores a tomarse un tiempo para reflexionar sobre la 
paternidad. «La vida es un camino de la dependencia total a la 
independencia total. Y para lograrlo, es fundamental el papel que 
desempeñan papá y mamá», advierte.   
—Uno de los temas más llamativos de su libro es que usted afirma tajante que no existe el TDA.
—El TDA no existe, no. De hecho Leon
 Eisenberg, la persona que describió el trastorno de déficit de atención
 con hiperactividad por primera vez, dijo a Der Spiegel meses
 antes de morir que éste era «un excelente ejemplo de un trastorno 
inventado» y que «la predisposición genética para el TDA está 
completamente sobrevalorada». Lo que es preocupante de la sociedad 
actual es que se considera que las cosas cuanto más rápidas sean, mejor.
 Es decir, si el niño se porta mal en la escuela y se mueve mucho, 
enseguida le dan la «pastillita de portarse bien». En lugar de actuar, 
inmediatamente se hipermedicaliza, tapando el síntoma. ¿Se ha intentado 
averiguar por qué ese niño se mueve, no está quieto, y no es capaz de 
prestar atención...? ¿Alguien se ha parado a averiguar si hay problemas 
en casa? ¿si está angustiado por algo? ¿si resulta que se mueve mucho 
porque intenta captar la atención de papá y mamá, o del maestro, o de 
los educadores en general? No, le hemos dado la pastilla y ya está. 
Además estamos creando en los niños una costumbre peligrosísima. Me 
refiero a la costumbre de que, frente a un conflicto, en lugar de tratar
 de pensar de donde viene, y qué solución tiene, en vez de encontrar 
algo en la dinámica personal y familiar de esa persona que nos ayude, se
 recurre a un elemento externo, una droga —el metilfenidato en el caso 
del TDA—, para conseguir unas determinadas conductas. Insisto, estamos 
enfrentándonos a una preocupante hipermedicalización de la sociedad. 
—Pero el TDA cada vez está más diagnosticado. 
—En mi época los niños también se movían, pero como no 
existía el metilfenidato, no había TDA... Si usted viera las preguntas 
del cuestionario —que está de moda en todo el mundo— y que utilizan los 
padres y maestros para detectar el supuesto trastorno se sorprendería. 
Hay que responder a unas preguntas que al final lo que hacen es definir 
la infancia en sí misma. ¿Se mueve? A menudo, con frecuencia, 
bastante... esto es muy subjetivo. Los padres y los maestros están 
preparados para muchas cosas, pero no para diagnosticar esto. Para eso 
estamos los psicoterapeutas. 
—¿Qué recomienda usted? 
—Desde luego, no hipermedicalizar 
para tapar o no hablar del problema. Y preguntarse ¿qué está fallando?, 
¿qué está pasando con la educación actualmente que hace que los niños no
 presten atención? Porque la atención es un don que se presta. Pues 
juguemos con la palabra atención. Si tu das atención, es porque ese 
alguien te merece respeto. En la infancia, ese respecto viene dado por 
la familia. ¿Que está pasando en una sociedad en la que el papá va al 
colegio a amenazar al profesor de quinto porque le ha puesto un cuatro a
 su hijo? ¿Cómo queda de desprestigiado ese maestro a los ojos de ese 
niño? Con ese padre beligerante que llamó inepto al profesor... ¿le 
podemos pedir al niño que esté atento en clase? Los niños que van a 
escuelas respetadas por sus padres tienen menos problemas para prestar 
atención. También hay una relación directa entre eso y lo que pasa en 
casa con la obediencia. Si el niño ve que hay un papá y una mamá que se 
respetan, que se quieren, que se apoyan mutuamente, entonces el niño 
obedecerá y aceptará los límites.
—Y si no lo hace, ¿qué pueden hacer los padres para que el niño obedezca?
—Voy a poner un ejemplo muy claro. Llega el momento de la 
cena donde el niño dice «no quiero comer esto» y el papá dice 
«termínatelo». ¿Que no quiere? Se le retira el plato, y se le manda a la
 cama. Esa es una actitud excelente del padre. Pero entonces llega la 
mamá al cuarto del niño y le dice «toma esto, que papá está muy 
nervioso», y le da un yogur con galletas... «Pobrecito, así come». En 
ese momento, muy inconscientemente, está desautorizando a su propio 
marido, desacreditando la función paterna del padre del niño, y además 
haciendo que se niño se vuelva caprichoso con la comida y con todo. Yo 
siempre digo a los padres cuando me consultan: «Nunca amenaces a tu hijo con algo que no vas a cumplir y que luego te desacredite». 
—Es
 muy importante que los dos vayan en la misma dirección, pero a veces no
 es fácil, ni en la familia más feliz y compenetrada del mundo. 
—Por supuesto, pero si la pareja hace algo que no es 
correcto, podemos y debemos acudir a su rescate. Nunca desautorizarle. 
Es muy recomendable llegar a pactos de los cuales los niños no tienen ni
 por qué enterarse. El Estado Mayor conjunto tiene que tener reuniones 
en secreto para llegar a acuerdos que el soldado raso tiene que 
obedecer.
—El otro error está en querer convertirnos en amigos de nuestros hijos. 
—Sí. Estamos convirtiéndonos en la sociedad de la 
indiferencia generacional. Estos padres que te dicen «es que a mí me 
gustaría ser amigo de mis hijos». Mire, no. Usted es padre (o madre) de 
los niños, y ellos ya tendrán amigos a lo largo de toda su vida. Esto 
que parece una tontería... no lo es. A los padres hay que obedecerles y 
esa división generacional está para algo. 
—¿Qué podemos hacer cuando el niño reta a la figura del padre? 
—Los niños que son queridos y respetados en su función de 
niños no tienen por qué retar al padre, a no ser en una época muy 
determinada de la vida en la que el desarrollo psicológico sano de todo 
niño pasa por el hecho de enfrentarse al padre para buscar su propia 
independencia. Pero ahí donde hay un niño dispuesto a enfrentarse al 
padre tiene que haber un padre dispuesto a decirle «no, por aquí no 
paso». Lo que nos estamos encontrando es que hay padres muy débiles, que
 se autorizan poco a ser padres.
—Límites, límites, límites...
—Hay que poner límites a la voracidad infantil.
 Y hay que empezar desde que se le da el pecho al niño. Llega un momento
 en el que hay que pasar a la papilla, porque es bueno en el desarrollo 
de todo niño la introducción de nuevas comidas que no tengan que ver con
 la leche materna. A mí me ha pasado en la consulta tener que tratar a 
un niño de cinco años totalmente inquieto que tomaba pecho de pie. Como 
el nervioso que se fuma un cigarrillo. ¿Quien es responsable de la 
inquietud de ese niño? «Es que no sé cómo destetarlo», decía la madre. 
Señora, diga ¡se acabó! Lo mismo pasa con el chupete. Tireló. El niño 
llorará tres días, en los que usted se tendrá que armar de paciencia, de
 aguante. Cante todo el cancionero popular español, extranjero y del más
 allá, cuéntele cuentos, juegue con él, pero digalé chupetes no, pecho 
no... Ponga límites. Poner límites es importante para el desarrollo y 
evolución del ser humano, para la contención del psiquismo.  
—Llama
 mucho la atención que se realice psicoanálisis infantil. ¿Cómo se 
aborda una consulta cuando el paciente es un niño, y no se le puede 
sentar en un diván? 
—Un niño enfermo psicológicamente 
hablando es un niño que no juega, entre otras cosas. El trabajo del 
psicoterapeuta es encontrar el por qué, y encontrar las pistas para 
deshacer los nudos que han quedado mal hechos. Es decir, la meta en 
psicoterapia es que el niño juegue, porque el juego es por sí solo es 
terapéutico. El problema lo tienen los niños que no pueden jugar por 
algún conflicto... El juego le permitirá elaborar positivamente cosas 
que vive pasivamente. Al jugar, lo puede actuar, elaborar, tramitar, 
digerir y metabolizar... es una forma privilegiada del mundo infantil de
 incorporar las cosas que se van viviendo.
—¿Cuáles son las consultas más típicas?
—Las de violencia, agresión y 
soledad en la escuela. Lo que hoy se conoce por bullying y que tiene su 
variante en el acoso escolar cibernético o ciberbullying. 
—Algunos expertos en bullying señalan que esto le puede pasar a cualquier niño. 
—No lo creo. Creo que hay niños que por algún motivo se 
colocan en una posición de especial debilidad. Los niños lo captan, y 
entre ellos es como si hubiera códigos de conductas que les permite 
saber dónde está el débil y dónde y a quién pueden pegar. Es muy común 
que el que pega haya visto violencia en casa.  
—¿Que aconsejaría usted para fortalecer la autoestima del niño? ¿Todo se basa en la autoestima?
-Muchas cosas se basan en la estima. La estima empieza por ser querido por los papás.
 Y para fortalecerla una de las cosas que podemos hacer es ocuparnos más
 de nuestros hijos. Tienes la opción. O te ocupas de saber qué tal le 
fue en el colegio o te vas a ver el telediario. ¿Que más podemos hacer? 
Dedicar más ratos a hablar y a jugar con nuestros hijos. El mejor regalo que podemos hacerles es tiempo. 

