sábado, abril 13, 2024

Nueva evangelización: no es oro todo lo que reluce

La pregunta que da título al libro ¿Ha fracasado la nueva evangelización?, recientemente publicado por San Pablo, no es retórica. Pero su respuesta no es fácil, por lo que habría que dividirla en dos. ¿En qué está llamado a fracasar cualquier intento de poner en práctica la nueva evangelización, más allá de sus posibles conquistas inmediatas, y en qué no estaría llamado al fracaso si el intento no pretende un triunfo presuroso?

Simplificando las respuestas, y tras profusos análisis sobre el contexto actual de la sociedad postsecular y su particular realización en España, el contexto de diálogo entre fe y cultura de esta propuesta de los Papas contemporáneos, la novedad en la continuidad en las casi seis décadas de su desarrollo magisterial y la suerte de desafíos actuales de la nueva evangelización, no deberíamos obviar, al menos, tanto tres elementos fraudulentos como tres elementos orientadores para testar la adulteración o la autenticidad de la nueva evangelización.

Entre los elementos fraudulentos conviene advertir el advenimiento del neointegrismo ideológico, del sentimentalismo impactante y del elitismo religioso. Entre los elementos orientadores, parecen insoslayables el fomento de las comunidades creativas, los procesos iniciáticos y de acompañamiento y la descentralización de la vida y la misión de la Iglesia hacia las periferias geográficas y existenciales.

Con la evangelización no se juega. Tampoco con la nueva evangelización, prefigurada por san Juan XXIII, san Pablo VI y el Concilio Vaticano II; propuesta por san Juan Pablo II y secundada tanto por Benedicto XVI como por el Papa Francisco, con sus propias aportaciones. Tanto su «nuevo ardor», como sus «nuevos métodos y expresiones» no se improvisan poniendo en juego solamente la imaginación y un aggiornamento a la cultura mediática. Exigen procesos de conversión y de creatividad. Conversión bajo el signo de la cruz, a la escucha de lo que el Espíritu nos dice en el momento en el que nuestras sociedades líquidas tocan fondo en la parábola de la posmodernidad y se debaten entre la prescindencia religiosa y la búsqueda de espiritualidades difusas. Y creatividad bajo el signo de la caridad, que se traduce en diálogo sin afanes proselitistas y sin pretensiones triunfalistas y en el testimonio de la Iglesia como hospital de campaña, sobre todo hoy, más madre que maestra. El mismo san Juan Pablo II, que vio de un modo verdaderamente revolucionario la necesidad de una nueva evangelización distinta a las reiteradas propuestas de mera reevangelización, decía que «una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos».

¿Elementos fraudulentos y elementos orientadores de la nueva evangelización? En primer lugar, no habría que dejarse engañar por el aparente éxito de iniciativas vinculadas al auge de los movimientos neoconservadores, que, contradictoriamente, mientras proponen un beligerante combate cultural de la fe en algunas causas, asumen acríticamente los imperativos del neoliberalismo, descafeinando la doctrina social de la Iglesia. Falsificando la memoria de Juan Pablo II, manipulada políticamente, confunden la nueva evangelización con algo tan antinovedoso como la nostalgia de idealizadas cristiandades. Colindantes al catolicismo cultural de ateos y agnósticos extremistas, reabren la polarización social de hace dos siglos, especialmente beligerante en España. Aunque este nacionalcatolicismo de nuevo cuño arrastre a muchos jóvenes, aleccionados por sacerdotes rebeldes al borde o fuera de la comunión eclesial, no hay evangelización que valga, sino ideologización política identitaria, estéticamente disfrazada de ritualidad religiosa. Globos que se inflan y desinflan con la misma facilidad, y vocaciones tanto laicales como clericales de exigua duración, la que aguanta un estandarte desempolvado o una sotana contestataria.

Otra cosa bien distinta es la generación de comunidades creativas y significativas, acogedoras y atractivas, donde se comparte la vida y se promueven procesos de iniciación cristiana. Comunidades, como dice el cardenal José Cobo, «abiertas, familiares y, sobre todo, que remitan a Dios, que proclamen con obras, palabras y celebraciones la fuerza seductora del Evangelio». A ellas parecen dirigirse hoy los movimientos eclesiales otrora multitudinarios, ahora purificados en la humildad, en proceso de revalorización de sus carismas a la luz de su mayor inserción diocesana. También las parroquias que no caen en la tentación de autoproclamarse «de nueva evangelización» por acoger inventos importados de origen extraeclesial. Parroquias que, en lugar de pretender ser «comunidad de comunidades», atravesadas por una espiritualidad de comunión, se configuran al modo de los centros comerciales, espacios de reparto de franquicias que ofrecen experiencias fuertemente impresionables. Su éxito inmediato las confunde con iniciativas de primer anuncio, cuando en realidad lo son más bien de primer impacto, y triplemente reduccionistas: reduccionismo selectivo (élites sociales), reduccionismo perceptivo (hiperemocionales), y reduccionismo propositivo (hiperespiritualistas).

Una Iglesia elitista e intransigente que perdiese su condición de pueblo (en el que todos tienen cabida), orientada a ocupar los espacios de poder e influencia escudándose en una supuesta coincidencia de estos con los nuevos areópagos de la nueva evangelización (la cultura, los medios, la ciencia y la política), se olvidaría de su misión más genuina: la de evangelizar a los pobres. Una nueva evangelización que no se promueva desde las periferias no miraría a la humanidad con los ojos de Dios, sino que se dejaría seducir por los focos del mundo. Transmitiría firmes creencias, sería baluarte de seguridades en medio de tanta confusión, pero no generaría esperanza.

¿POR QUÉ CANTAMOS? - Benedetti (Con la que está cayendo)

jueves, abril 11, 2024

Pedro Gajete, in memoriam

Palabras pequeñas para la memoria.
Porque no queremos olvidar Porque queremos  amar.
Porque nos da la gana 
Porque sí 
Porque belleza no es cosmética sino el esplendor de la verdad.
Palabras de Eugenio A. Rodríguez e Israel Gajete 

A MI HIJO

Nunca podré agradecerte
la huella de tú paso 
por mi vida,

como un reguero suave 
de armonía, de alegría, 
de paz y de dulzura.

Nunca mi mente inteligente, 
imaginó que, en esa deficiencia, 
están ocultos los dones transcendentes, 
que pueden dar sentido a mi existencia. 

Gracias por la riqueza de tu vida, 
encerrada en la pobreza de tu cuerpo,
y perdona que en mi vida prepotente, 
hayan triunfado siempre mis tendencias.

Chari Domínguez.
(Autogestión, mar 93, 36)

lunes, abril 08, 2024

La verdad sobre la luz, de Audur Ava Olafsdottir

Temas "metafísicos" en lenguaje cotidiano. La relación con la naturaleza, los paisajes, las herramientas, la metereología, las relaciones familiares. La escucha, las búsquedas de los otros, el respeto, el amor. La memoria, el tiempo, la muerte, el nacimiento. Muy bueno.

Os dejo el comentario, mucho más autorizado de Ibone Olza

(+ info en https://iboneolza.org)



Pocas veces encuentro en una novela reflejada la profundidad propia del parto y nacimiento. Son pocos los escritores que se han acercado ahí, nada que ver con la cantidad de autores que han afrontado la narrativa de la muerte. Igual por eso me ha gustado tantísimo esta novela de Audur Ava Olafsdottir que recoge las reflexiones y experiencias de una saga de comadronas islandesas.

"La verdad sobre la luz" es un libro raro y muy, muy bello. Apenas pasa nada: una matrona vaciando el piso de su tía, también comadrona a la vez que va leyendo sus escritos. Poca acción. Y sin embargo la sensación que te queda es la de haber estado allí, en Islandia, acompañando muchos nacimientos en la oscuridad, esperando en una banqueta junto a ellas o atravesando las noches más largas y frías para llegar a dar la bienvenida a algún bebé. Contemplando la aurora boreal mientras se preguntan sobre el origen de la vida y de la luz.

Os dejo un par de fragmentos:

"Llevo toda la vida intentando averiguar cuál es el sentido de la existencia humana. pero al final lo he encontrado, ahora ya lo comprendo y creo tenerlo claro: el ser humano nace para amar"

"El capítulo “A todos los niños que he ayudado a venir al mundo, uno de los últimos de Vida animal, confirma los rumores de que mi tía abuela hablaba con los recién nacidos. El texto se dirige a ellos y comienza así: Bienvenido, hijito. Tú eres el primer y último tú del mundo. A continuación, enumera veintinueve experiencias vitales que les esperan. Cada punto de la lista comienza con un verbo en tiempo futuro:
1. Compartirás el mundo con el resto de animales terrestres, los pájaros del cielo, los peces del mar, los árboles y las montañas.
2. Sentirás el sorprendente deseo de acumular y poseer cosas que no necesitas.
3. Darás por hecho que las cosas ocurrirán de una manera, pero luego ocurrirán de otra. Son caprichos del azar.
4. Sospecharás del prójimo y temerás que pueda perjudicarte.

“Iniciación al encuentro con el misterio”

Jesús Belda. Revistacresol.com

La iniciación cristiana constituye un gran desafío, una gran necesidad. La iniciación cristiana, es un proceso de transformación, en el que, quien participa, asume una nueva identidad y desarrolla una nueva vida que se manifiesta en su comportamiento personal y comunitario. Nos acompañan grandes interrogantes.

Nos proponemos motivar el estudio del importante documento de G. Uríbarri (ed.), La reciprocidad entre fe y sacramentos en la economía sacramental. Comentario al documento de la Comisión Teológica Internacional, BAC, Madrid 2021.

El prof. P. Gabino Uríbarri Bilbao, SJ, estudió la licenciatura de
Filosofía y Letras (sección Filosofía) en Comillas; hizo el Bachiller
en Teología en Comillas, la licenciatura en Teología en Frankfurt
(Sankt Georgen) y el doctorado en Comillas. Es miembro de la Comisión Teológica Internacional (2014); del consejo científico de la AVEPRO (2011); y de la Comisión Asesora de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe (2012). P
resentamos las siguientes preguntas, cuyas respuestas expertas agradecemos.

- Profesor Urribarri: La reciprocidad entre la fe y los sacramentos
está en crisis en la práctica pastoral actual. ¡Un gran desafío! ¿Con
qué tipo de teología podremos evolucionar?

El documento de la CTI pretende articular dos elementos fundamentales.
Primero, ¿qué factores de fondo laten tras la crisis de reciprocidad
entre fe y sacramentos? (cf. RFS 1-14) 
1) El predominio del paradigma tecno-científico, ajeno al pensar simbólico. 
2) La imagen virtual, omnipresente en nuestras vidas mediante los dispositivos electrónicos, no necesariamente apunta a una referencia real verdadera que representa. 
3) Los modos modernos de darse la creencia religiosa ─pluralista, individualista, emocional, con bricolaje─, son ajenos a la lógica sacramental, que contiene un claro componente objetivo, institucional, comunitario y eclesial.
Segundo, la tarea fundamental radica en regenerar un pensamiento
simbólico ligado a la comprensión de la creación como algo que
llevando la huella de Dios, remite a Él (cf. Lumen fidei, 40; RFS,
41).

- Cuando la fe no es consciente de su esencial sacramentalidad, ¿qué
consecuencias graves conlleva?

La historia de la salvación culmina en Jesucristo, el Verbo encarnado
(RFS 30), origen de toda la sacramentalidad. Por esto, la historia 
salvífica discurre con una lógica encarnatoria, dialogal y eclesial (RFS, cap. 2). Los tres factores están indisolublemente unidos. La lógica encarnatoria es esencialmente sacramental, pues Jesucristo es el «proto-sacramento» del encuentro con Dios. Si no se acepta la sacramentalidad, nos alejamos de la lógica encarnatoria, mediante la cual Dios se dirige personalmente -dimensión dialogal-, a cada unomediante la Iglesia -dimensión eclesial-, sacramento fundamental (RFS 33). Una fe no sacramental simplemente no es cristiana, menos católica, pues contradice la columna vertebral con la que acontece la historia de la salvación.

- En algunos ambientes vivimos en las parroquias con una praxis
sacramental realizada sin fe o cuyo vigor plantea serios interrogantes
con relación a la fe y la intención fiducial que la práctica de los
sacramentos requiere. ¿Cómo podríamos parar esta escalada?

Cualquiera que se acerque a la parroquia debería ser muy cordialmente acogida. Ahora bien, esta acogida también ha de ser honesta, con la persona que se acoge y con la fe católica. El objetivo principal es ayudar a cada persona a que crezca en su fe, esté en el punto en elque sea. Todos estamos en un lugar delante de Dios y en camino. Para ayudar a crecer, en situaciones muy diversas, hay que practicar la creatividad. Por ejemplo, no siempre será posible celebrar un sacramento, pero sí es posible rezar por cualquiera o por su familia. Lo mejor es si se puede proporcionar algún tipo de itinerario accesible a la situación personal.

Evidentemente el reto principal se puede formular como «catequesis»,como «iniciación» o como «mistagogía»: iniciación al encuentro con elmisterio. El arte está en acertar con formas adecuadas para ello.

- ¿Vislumbra alguna praxis pastoral con la que se pueda superar esa fractura?

En la práctica sacramental cristaliza todo: lo que va bien o lo que
flaquea. Por eso, el problema de fondo tiene que ver con la fe misma y con la adhesión eclesial. Las dificultades con la fe, relación
personal con el Dios cristiano, uno y trino; y con la Iglesia, una
pertenencia eclesial agradecida y convencida, se reflejan en los
sacramentos.

Estimo, en consecuencia, que el problema fundamental reside en la
socialización cristiana, mediante la cual se da la adhesión a la fe y
a la Iglesia. Esta socialización ha dejado de darse en grandes capas
de la sociedad española.

En esta situación, lo que más ayuda es encontrar una asamblea viva,
que celebra su fe con alegría, compromiso y agradecimiento. Al
incorporarse a una comunidad así se produce la socialización
cristiana, a la que me estoy refiriendo. Lo mejor es sumarse a una
comunidad que no vive esta fractura entre fe y sacramentos.

- ¡Es la hora de sacudir el letargo y despertar del sueño pastoral con
respecto a la iniciación cristiana que en general estamos realizando
en las parroquias! ¿Cómo?

Se da un revulsivo tremendo y se produce un punto de inflexión cuando se entra en una relación personal significativa con Dios, que ayuda, y mucho, a afrontar los retos de la vida, tanto los cotidianos como las grandes cuestiones, cuando surgen: enfermedad grave, fracasos rotundos, familiares o profesionales, sentido último de la vida, etc. Por eso, el reto principal es una fe viva ligada a una espiritualidad robusta mediante la que constato que florezco personalmente de un modo muy satisfactorio en su conjunto. El medio más oportuno es la propuesta de una espiritualidad reconfortante, que sea vehículo de alegría, de consuelo, de fuerza, de resiliencia; en una palabra: de bienestar y serena felicidad.

- Hasta ahora se decía que “todo contrato matrimonial es por sí mismo un sacramento”, y ahora decimos que “en ausencia de fe, no lo es”.¿Cambios en la doctrina?

El documento RFS no propone un cambio en la doctrina del matrimonio. Sigue la línea trazada por Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, extrayendo una consecuencia de la lógica de la doctrina propuesta para una situación pastoral novedosa. Argumenta que, dada la mentalidad predominante en nuestro ámbito cultural, hostil a la comprensión eclesial del matrimonio, en ausencia total de fe (bautizados no creyentes) es muy difícil sostener que quienes pretenden contraer matrimonio lo hacen justamente con la intención de contraer el elevado tipo de matrimonio que la Iglesia considera como el único matrimonio existente: indisoluble (para siempre), con fidelidad y exclusividad, con amor oblativo hacia el otro cónyuge, con apertura a la prole. La intención de contraer matrimonio verdadero, el único que conoce la fe católica, es requisito de la doctrina tradicional. No se propone una innovación, sino una aplicación de la doctrina.

- ¿Desde esta perspectiva también se pretende iluminar la práctica
pastoral relativa a los otros sacramentos de iniciación estudiados en
este texto: Bautismo, Confirmación y Eucaristía?

No se puede pasar sin más del matrimonio a los otros sacramentos,
porque el matrimonio es una realidad natural, que pertenece al orden
de la creación. Ha sido elevado por Cristo a la categoría de
sacramento. No se puede decir esto sobre ningún otro sacramento.

Aunque los tres sacramentos forman parte de la iniciación cristiana,
cada uno comporta un perfil específico. De ahí que también la fe
necesaria para cada uno varíe. Para el bautismo se pide una fe mínima y que se den condiciones para que pueda crecer. Para la confirmación se pide una mayor cualificación eclesial de la fe. La eucaristía queda incompleta sin el compromiso misionero, por ejemplo.

- Nos urgen modificaciones importantes en la preparación previa del
catecumenado y en su acompañamiento posterior, ¿de qué tipo?

En muchos casos no se ha tenido presente el acompañamiento posterior, por ejemplo, para los matrimonios. La Iglesia antigua practicaba, para la iniciación, las catequesis mistagógicas. Una vez que se vive la realidad sacramental, se puede captar mejor su significado.

El problema es que para bastante gente la celebración del sacramento, como la primera comunión, es la meta, no el comienzo de un camino. De ahí que el reto resida en generar hambre de vida sacramental durante el catecumenado.

- Son múltiples las dificultades a la hora de debatir el diseño y las
opciones que exija esta pastoral. El documento resalta el dinamismo
misionero implícito de los sacramentos, ¿en qué términos?

«La sacramentalidad propia de la fe comporta siempre un dinamismo
misionero, pues inscribe de modo activo al creyente en la dinámica de la economía divina, dotándole de un cierto protagonismo, para el quela gracia divina faculta. Quien recibe un sacramento intensifica su
cristificación gracias al Espíritu, reafirma su inserción eclesial y
realiza un acto litúrgico de alabanza a Dios, que nos dispensa sus
bienes mediante los sacramentos. Desde esta óptica, se entiende, por
ejemplo, que quien recibe el bautismo es, en primer término, agraciado de modo gratuito: se configura con el misterio pascual de Cristo; pero también, simultáneamente, es llamado a testimoniar el don recibido a través de una vida de alabanza que brote de la fe de la Iglesia. 

Nadie recibe los sacramentos en exclusiva para sí mismo, sino también para representar y fortalecer la Iglesia, que, como medio e instrumento de Cristo (cf. LG 1), ha de ser testigo creíble y signo eficaz de la esperanza contra toda esperanza testificando para el mundo la salvación de Cristo, sacramento de Dios por antonomasia. Así, por la celebración de los sacramentos y la vivencia adecuada de los mismos el Cuerpo de Cristo se robustece» (RFS 79 d).

miércoles, abril 03, 2024

Los huesos de la ternura | Por Irene Vallejo


Cuando a mi padre le diagnosticaron cáncer, brotaron mis majestuosas, negras, hinchadas ojeras. El uniforme de quienes cuidan está tejido con la seda de las noches rasgadas y los jirones de sueño. Tal vez por eso simpatizo inmediatamente con la gran familia de los exhaustos, con esos ojos que bostezan desde un periscopio de sombra. Fuimos bebés, seremos viejos, sufriremos enfermedades. Con suerte, habrá en la familia personas generosas dispuestas a atendernos. Pero pagarán un precio: dejar el trabajo, malabarismos horarios y descalabros salariales, la desaparición del tiempo propio, aislamiento, ansiedad, los insomnios y el cansancio prohibido, el bucle de exigencia y exasperación, correr tensas y disparatadas de una tarea a otra sin alcanzar nunca a cumplir lo bastante. Un glacial sentimiento de expulsión. La sociedad entera descansa sobre esos esfuerzos no remunerados, sigilosos, sumergidos, a veces incluso penalizados.

Hace veinticinco siglos, el poeta Sófocles llevó a escena el callado exilio de quienes deciden cuidar. Edipo en Colono muestra al poderoso rey de otros tiempos, ahora caído en desgracia: expulsado de su ciudad, viejo, ciego, maltrecho y con las manos vacías. Su figura inspiraría el ocaso del Rey Lear, de William Shakespeare. Mientras los hombres de la familia pelean por el trono, Antígona —su hija, su hermana— se adentra en un mundo hostil para ser los ojos del anciano que no ve. Calzada de barro, despeinada y nómada, la chica mendiga cada día alimento para ambos. Lejos de su ciudad, con aspecto magullado, ni ella ni su padre son bienvenidos. La miseria siempre resulta sospechosa, delincuente: algo habrán hecho mal para ser pobres. Cuando Edipo muere, Antígona le ha dedicado los mejores años de su juventud. Lejos de agradecerle sus renuncias, la familia la compadece por seguir soltera: está mortalmente cansada, pero no casada. En la tragedia, Sófocles contrapone dos formas nítidas de entender la vida: los personajes que se mueven por ambición o los que cuidan de otros. Y entre todos, ¿quién es la rebelde, la perseguida, la proscrita, la peligrosa? Antígona, con su pelo alborotado y sus ojeras violeta.

Antígona desestabiliza el orden imperante cuando decide atender a quien cae, en lugar de correr en auxilio del vencedor. Esta disyuntiva se sigue planteando en el presente, es el punto de fricción entre dos teorías y dos actitudes: la visión compasiva frente a la competitiva. La comunidad o la cápsula, el sálvese quien pueda o el salvémonos juntos. Son los dos polos entre los que oscilamos en épocas de inclemencias y, en el fondo, tanto al asociarnos como al ensimismarnos, buscamos lo mismo: estar a salvo. Empáticos un día, egocéntricos al siguiente, dudamos entre ambas vías tratando de alcanzar la seguridad, el añorado refugio. Antígona, tras ser princesa y mendiga, tuvo clara su —subversiva— visión. En las cambiantes fortunas del tiempo, con sus quiebras, devaluaciones y pérdidas, lo que hemos dado resultará ser la más segura de nuestras inversiones.

Nuestro bienestar es un trabajo en equipo, pero el viejo dilema resurge una y otra vez. Cuando el mundo parece tambalearse, se alzan voces que proclaman un ideal de dorada autonomía, de fuerza, de victorioso aislamiento. Se destinan afilados discursos políticos y enormes sumas a financiar la desconfianza, el quien no corre vuela, la polarización y la privatización del propósito vital. Quienes aporrean nuestros oídos con el apocalipsis suelen vender algún remedio mesiánico: nuestro miedo es el mejor medio para lograr sus fines. Bajo esa promesa salvadora, ahogan las raíces del apoyo mutuo y rompen las redes del tejido común —la hospitalidad, el amparo a los frágiles—. Sin embargo, en campos como la biología evolutiva, la psicología y la sociología, están aflorando sólidos indicios de que los seres humanos somos más colaboradores y menos egoístas de lo que nos hacen creer y nos espolean a ser. Además, recientes investigaciones revelan evidencias neuronales de nuestra predisposición a cooperar. El naturalista Edward O. Wilson explica en Génesis que prosperan más y sobreviven mejor aquellas especies que practican el altruismo. También existe el gen generoso. Pero si ahogamos ese impulso en precariedad y agotamiento, no quedarán fuerzas disponibles para coser alianzas. Y desde los territorios del cuidado, cada vez más abandonados a su suerte, veremos que la factura y la fractura seguirán creciendo; en palabras del peruano César Vallejo, cómo nos van cobrando el alquiler del mundo.

Cuenta la leyenda que los hijos de Edipo se enfrentaron por el trono paterno, uno sitiando la ciudad de Tebas con un ejército y otro defendiéndola. En un día de ira, los dos se asesinaron mutuamente: el símbolo de toda guerra civil. El nuevo rey, su tío Creonte, decidió honrar con un grandioso funeral a los leales a la ciudad, pero prohibió bajo pena de muerte enterrar a los atacantes, ordenando que las fieras devorasen los cuerpos de los enemigos de la patria. Ahí transcurre Antígona, otra obra de Sófocles protagonizada por la mujer pálida que reclama su derecho a dar sepultura también al hermano rebelde. Para el vencedor nunca faltarán honores, ella se preocupa por el perdedor. Al caer la noche, otra vez descalza, desobedeciendo el mandato, entierra a escondidas el cadáver prohibido. Al trágico final de esta historia no le falta su punto de negrísima ironía, cuando el nuevo rey dicta sentencia: el cuerpo del muerto será exhumado y abandonado a los perros, mientras a ella la enterrarán viva. La lógica de un mundo al revés. Ese despropósito sigue sucediendo, ahora y aquí, tan cerca: los vivos sepultados bajo montañas de escombros en bombardeos cotidianos, los desaparecidos perpetuos a quienes se niega la certeza de la muerte y el cementerio. Todo ello pese al paso de los milenios, que —pomposa y bigotudamente— declaramos civilizados.

Sófocles convirtió a su vagabunda ojerosa en un arquetipo de indomable piedad. En una de las relecturas más recientes del mito, El tercer país, Karina Sainz Borgo desdobla a la tebana en dos personajes. Angustias, madre migrante, busca sepultar a sus hijos recién nacidos después de una travesía de kilómetros con las criaturas guardadas en cajas de zapatos. Visitación regenta un cementerio perdido en la frontera entre Venezuela y Colombia, donde entierra cuerpos que nadie reclama, o cuyos familiares apenas disponen de dinero para darles tumba. Ambas recuperan el rostro exiliado, vagabundo, fugitivo y desheredado de Antígona. Otra reminiscencia de Sófocles, Las sepultureras, de Taina Tervonen, aborda la historia real de una experta en ADN y una antropóloga forense que identifican huesos humanos en las fosas de un país inconsolable —Bosnia–Herzegovina— para devolver los muertos a sus familias. Todas ellas saben que los vivos, sobre todo los vivos, necesitan descansar en paz.

La etimología de “cuidar” procede del latín cogitare, “pensar”; “médico” deriva de “meditar”. La máxima cogito ergo sum podría dar lugar a un audaz “cuido, luego existo”. Mientras parecen avanzar los argumentos implacables que nos empujan a una carrera ciega y despiadada, Antígona encarna la comunidad del cuidado, la mirada ojerosa que decidió ser generosa. La llamada a poner el sentido común al servicio del sentido de lo común. Permitir que los egoísmos nos atomicen es un desatino: somos el destino de los demás.

https://www.milenio.com/cultura/laberinto/los-huesos-de-la-ternura-por-irene-vallejo