Evangelio de este domingo (y también de NocheBuena) define a Jesús como “Dios-con-nosotros”. Es hermoso. A veces vemos a Dios SOBRE nosotros; sigue pasando hoy aunque antes era más frecuente: aquel Dios “mano todopoderosa” que acechaba tras la esquina y lo veía todo. También le podemos ver BAJO nosotros. A primera vista no es tan evidente pero ponemos bajo nosotros a ese Dios cuando queremos utilizarle, que nos cure, que intervenga para nuestro interés, para una oposición, para un problema. Él, el Señor inmensamente bueno, grande, etc, quiere ser CON-nosotros, hermano, compañero, amigo.
Y si miramos a nuestra vida a veces el padre estaba SOBRE los hijos y hemos ido aprendiendo que es mejor como compañero, CON, amigo. Y si miramos a la pareja también es verdad que cada día tenemos más experiencia de la belleza de ser iguales, que la mujer no tenga que pedir permiso al marido para una abrir una cuenta bancaria.
Y si miramos a la vida económica lo mismo. Hay quien cree que debe haber unos SOBRE otros que están BAJO su tutela. Sin embargo, desde hace más de un siglo la Iglesia cada día más claramente muestra que es preferible para el bien común alguna forma de copropiedad de la empresa; sin definir los detalles la Iglesia va por ahí. Y no digamos en política. ¿Qué queda en la conciencia de muchas de aquellas propuestas aristocráticas en que los gobernantes debían estar SOBRE los gobernados? De los miedos a la democracia de Pío IX hemos ido pasando a la clara preferencia por los sistemas democráticos afirmada cada vez con más insistencia desde mediados del siglo XX. ¿Autogestión? Sí, o al menos camino de ella.
No podía ser de otra manera. El ser humano lleva inscrito en su corazón la vocación al desarrollo de toda su persona y de todas las personas. No se podía pedir pleno despliegue solo para unos cuantos.
Toda esa belleza para cada parcela de la vida (económica, política, esponsal, familiar…) estaba contenida en una sola palabra: CON.
Estos días disfruto CON aquellas palabras repetidas en la Eucaristía. “Una palabra tuya bastará para sanarme”. ¡Tantas veces dichas entre rutinas y bostezos! Lo que no imaginaba es el poder sanante de una humilde preposición: CON.