Por Jorge Eduardo Lozano
Hace unas semanas, ocupó un espacio amplio en los
medios de comunicación la situación de dos jóvenes embarazadas como
consecuencia del abuso sexual y la violación. A más de un mes de
realizados los abortos, me parece conveniente retomar algunos puntos que
corren el riesgo de quedar desdibujados.
Lo acontecido lo vivieron jóvenes con capacidades diferentes. El debate
-por así llamarlo- fue sobre el aborto. También se lo llevó al plano de
la educación sexual. Pero poco se dijo de la educación sexual de los
adultos, ya que adultos fueron los autores del atropello a la intimidad.
Poco se habló de la causa de esos embarazos: la violación y el abuso de
las jóvenes. Eso es preocupante, porque poco es también lo que la
sociedad ha reflexionado. ¿Cuántas jóvenes son abusadas en institutos o
en sus casas? ¿Cuántas jóvenes adolescentes y también niñas son
obligadas a prácticas sexuales contra su voluntad, de las que poco
pueden decir por estar bajo amenaza? ¿No sentirán muchas de ellas que la
sociedad eludió el debate? ¿No sentirán que dándonos cuenta del drama,
no hemos hablado de ellas?
El abuso y la violación fueron despenalizados y quedaron -en el mejor de
los casos- como realidades no deseadas. Es necesario decirlo: aquí
faltó debate serio sobre un punto crucial de este drama, que es la
conducta y comportamiento sexual de los adultos.
También en estas semanas se ha aprobado una ley que legaliza una
mutilación y que traerá consecuencias directas en el comportamiento
sexual: la ley de ligadura de trompas y vasectomía. Sin debate social y
casi sin debate parlamentario, un delito ha pasado a ser un derecho.
Parece que los marginados de siempre han aumentado en número y en
agresividad y que hay que legislar para que no sean más, ya que muchos
consideran a los indígenas, mestizos, suburbanos, extranjeros y villeros
infradesarrollados y, por tanto, causa de subdesarrollo y de pobreza.
La causa de la pobreza es la concentración de la riqueza en unos pocos y
la acumulación de la pobreza en muchos. No son los pobres los que
organizan esta sociedad que los excluye y que los quiere cada vez en
menor número y no en mayor dignidad.
Algunos discursos de políticos y sindicalistas parecen mofarse de la
inteligencia ajena y de la dignidad de los pobres. Muchos pontifican con
tono paternalista y de superioridad. En un país que exporta alimentos
para abastecer a 300 millones de personas y que tiene un índice de
población escaso, ¿es ésta una política soberana?
Hay que partir de las preocupaciones reales del pueblo real, no de
supuestos o de modelos. Los pobres preguntan cómo alimentar a sus hijos,
no cómo no tenerlos. Los amamos dándoles más cabida en nuestras vidas,
no decidiendo cuántos hijos estamos dispuestos a autorizarles. No son
mascotas hogareñas.
Otros argumentan que en muchos casos el marido llega borracho a casa y
obliga a la mujer a tener relaciones sexuales contra su voluntad y a
veces hasta con violencia también física. Me pregunto: ¿ligar las
trompas es una solución?
En nuestra sociedad hay un cierto racismo velado: discriminación por el origen.
Los adultos hablamos de cómo los jóvenes viven la sexualidad y
organizamos los programas educativos que ellos necesitan. Y por casa,
¿cómo andamos? ¿No son adultos los más grandes consumidores de
pornografía? ¿No son adultos los que organizan el negocio de la trata y
el tráfico de seres humanos?
Algunas personas que intentan acercarse desde la amistad al mundo de la
prostitución me decían que es creciente la demanda de cuerpos cada vez
más jóvenes, incluso sin preguntar por el sexo. ¿Qué pasa con esos
hogares en los que maridos, en apariencia felizmente casados, buscan
sexo fuera de casa? ¿Qué pasa en la sociedad que permite que se
sacrifiquen sus hijas adolescentes para saciar deseos crecientes? ¿O no
son también hijas nuestras? ¿Volvemos a discriminar por la cuna?
El acto sexual se va distanciando -hasta perderse- del conocimiento
mutuo, del diálogo, del encuentro interpersonal, del amor. En la
exaltación del placer se busca la satisfacción en un cuerpo sin persona.
Las políticas públicas llamadas "de salud sexual y reproductiva" han
estado orientadas a una consideración de la genitalidad desvinculada no
sólo de la persona y del amor, sino también de la sexualidad misma. La
genitalidad se puede cubrir con un preservativo, pero los jóvenes siguen
sin integridad ni identidad, sin trabajo, con frustración, cada vez más
cerca de la muerte que de la vida. No se los respeta en su dignidad de
varones y mujeres.
Necesitamos pasar de "políticas púbicas" a políticas públicas de verdad.
Es reduccionista pensar la sexualidad sólo como genitalidad.
Lamentablemente, en aquellas semanas, algunos que decían expresar la
posición de la Iglesia también tenían posturas reduccionistas: hablaban
sólo de la genitalidad, o de anticonceptivos y preservativos, pero no
del amor, la felicidad y la libertad.
Es reduccionista también no hablar de conducta sexual, lo que implica
hacer referencia a los actos humanos, la libertad, la responsabilidad,
la ética y la moral en un marco antropológico. Cuando hace un tiempo vi
que se había simulado un preservativo que cubría el Obelisco de la
ciudad de Buenos Aires me pregunté si a los responsables de la campaña
de prevención del sida no se les caería alguna idea creativa para hacer
reflexionar sobre conductas de riesgo y ética sexual. A esto podríamos
llamar "penelizar" la prevención. Sin pretender que la imaginación
llegue al poder, al menos procuremos un poco de imaginación en los que
tienen poder. Y no voy a entrar en consideraciones acerca de la
dimensión económica que hay detrás de algunas propuestas relacionadas
con la salud reproductiva.
Varios diarios y revistas usaron este titular en aquellos días: "Dime a
quién invitas y te diré cómo valoras del tema". Hubo programas de TV que
levantaron la puntería con planteos científicos o educativos. En otros,
a los pocos minutos ya se veía que no llegarían más allá del reproche o
la descalificación y que la verdad pasaría a segundo plano. No faltaron
los que llenaron el tiempo porque había que hablar de la cuestión.
Estuvieron ausentes las voces de mujeres violadas que hubieran seguido
adelante con el embarazo, o jóvenes y niños concebidos en esas
circunstancias, pero nacidos, y no abortados.
¿Qué implican la salud y la calidad de vida de los jóvenes? ¿Es
oscurantista pretender que tengan posibilidad de vivir la genitalidad
integrada con la sexualidad en el amor? ¿Es retrógrado pretender que los
adolescentes no sean empujados a una experiencia sexual anacrónica? ¿Es
fundamentalismo querer que haya opciones por el amor y la familia?
El embarazo creciente en adolescentes es doloroso y preocupante. ¿No se
piensa hablar de conducta sexual? Fiesta, pero sin amor, sin cuidado de
unos por otros. Repartieron preservativos como si fueran entradas gratis
a Disneylandia y se encontraron con el Italpark desmantelado.
¿Seguiremos proponiendo, como algunas canciones, sexo a la deriva o sexo
en el rebaño? Hace pocos días, un par de publicaciones hablaban del
consumo creciente de Viagra entre los jóvenes (sí, entre los jóvenes).
Sería bueno dialogar sobre este incipiente abuso y sus inevitables y
nefastas consecuencias.
Hoy, un seudoprogresismo vacío de ideal y de futuro pretende ganar
espacio de modo prepotente y autoritario. Al no haber inclinación hacia
algo mejor por venir y por construir, el riesgo es caer en la tristeza o
en el voluntarismo exagerado o en la fuga de la realidad. Vivimos en la
llamada posmodernidad, que todo lo banaliza. No alcanzamos a distinguir
si esta sociedad es evolución de la anterior o su devaluación,
descomposición y degradación.
Es curioso ver cómo se unen en pos de un mismo proyecto electoralista
sobrevivientes del naufragio del marxismo y fieles servidores de los
intereses de las sociedades opulentas del Norte, que son justamente los
que quieren menos pobres, no menos pobreza.
En estos días me acordaba de conversaciones con compañeros de la escuela
y la universidad en los años 70. Algunos de ellos, militantes de
izquierda, decían que coincidíamos en el rechazo al aborto. Para eso
evocaban una cita del Che Guevara que nunca pude chequear: "Cada aborto
es un revolucionario menos en América latina".
Hoy, algunos marxistas devaluados después de la caída del Muro, en 1989,
tienen ganas de seguir repitiendo que la Iglesia es el opio de los
pueblos. Algunos se quedaron sin batería en el control remoto y ven
siempre la misma película. ¿Han fracasado las utopías? Si sólo viéramos
el hedonismo, como expresión de egoísmos, individualismos y mediocridad,
sería para desanimarse, correr a arriar banderas y guardarlas en un
relicario. Los mismos jóvenes del Mayo Francés de 1968, ¿no son los que
ahora no toleran el drama de la nueva emigración de los pobres?
El permisivismo beneficia a los más poderosos y perjudica a los débiles,
a la vez que el relativismo imperante y creciente nos empuja a la
soledad y al egoísmo. Si hacer el bien, ser solidarios, implantar
justicia y construir la paz quedan sólo a la libre decisión de hombres
egoístas, libertinos, relativistas, poco podemos esperar.
Seguramente tendremos más puntos de encuentro de los que nos imaginamos,
porque todos amamos la vida. Pero lo que realmente tendría que
preocuparnos debería ser que la vida de todos los hombres fuera vivible.
Que pudiéramos cambiar cárceles por hogares, delincuencia por trabajo,
soledad y abandono por presencia y abrazo. Y que la llegada de la vida
nueva fuera tan deseada como la vida misma.
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Monseñor Lozano es obispo de Gualeguaychú y delegado de la Conferencia Episcopal Argentina para la Pastoral de Juventud.