Debían limpiar los baños desde los 3 años, cocinar desde los 7 y pagarse cada uno sus estudios universitarios
Francis L. Thompson se siente orgulloso de la familia que él y su mujer han sacado adelante en Estados Unidos. Hoy el pequeño de sus 12 hijos tiene 22 años y el mayor 37. Todos cuentan con un título universitario que se han pagado ellos mismos, están casados y educan a sus 17 nietos en los valores de autonomía, respeto y gratitud con los que les educaron. ¿Su secreto? Unas estrictas reglas que el matrimonio decidió adoptar pese a haber disfrutado de una cómoda situación económica. Éstas son algunas de las cosas que, a su juicio, hicieron bien:«Los niños tenían que realizar tareas desde los 3 años», explica en Qz.com y en The Atlantic. A los 3 años uno no limpia los baños muy bien, pero a los 4 «ya realiza un trabajo razonablemente bueno», asegura este padre de familia, que hoy se explica en El Mercurio cómo muchos progenitores les decían que era difícil enseñar a un niño tan pequeño a limpiar bien un baño. «Nos decían: "No queremos perder ese tiempo. Es más fácil si lo hago yo". Y ese es nuestro punto. No se trata de que el baño quede limpio, sino del tiempo que dedicas a enseñarle cosas a tu hijo. Incluso a los tres años, saben que te preocupas por ellos y que pueden hacerlo mejor. Ya a los 4 años hacen un trabajo razonablemente bueno y están orgullosos de sí mismos».
A los 8 años se lavaban su propia ropa, en el día que se les asignaba para ello, y todos, niños y niñas, tuvieron que aprender a coser. Desde los 7 hacían la cena leyendo una receta y todos los miembros de la familia cenaban y desayunaban juntos.
«Nos molestaba cuando los padres obligaban a los hijos a comer todo, aunque dijeran que estaban satisfechos. Pero, al mismo tiempo, queríamos que tuvieran una dieta equilibrada. Nuestra solución fue darles la comida que más odiaban primero (generalmente vegetales). Ellos podían comerla o dejarla. Si elegían no comer, no podían comer galletas ni ningún aperitivo hasta la siguiente comida. Si querían, podían comer lo que no comieron antes y luego comer más. Funcionó fantástico», explica.
«A día de hoy nuestros niños no tienen miedo de probar diferentes alimentos y no tienen alergias a los alimentos», añade el padre, que asegura que todos sus hijos son «delgados, atléticos y muy sanos». Tal vez porque todos los niños tenían que practicar algún deporte en casa de los Thompson. Eso sí, podían elegir y cambiar si preferían otro. También tenían que pertenecer a algún grupo o club ya fuera de teatro, de historia o a los boy scouts y estaban obligados a servir a la comunidad. «Una vez recogimos la ropa vieja y la llevamos a México y la repartimos. Los niños vieron cómo era la vida de muchas familias y cómo agradecieron su ropa».
La educación era otro pilar importante. Todos los días había un tiempo reservado para el estudio. Si no tenían tarea, las empleaban en leer libros y si eran pequeños otros se los leían. «Por supuesto, estábamos junto a ellos durante las dos horas de estudio al día, para que pudieran pedir ayuda en cualquier momento», apunta. Pasadas las dos horas (o más si eran mayores), podían hacer lo que quisieran.
Si los niños llegaban a casa diciendo que su profesor les odiaba o no era justo, siempre les contestaron que debían encontrar la manera de aprenderse la lección «porque en la vida real, puedes tener un jefe que no te guste».
Cada hijo tuvo su propio ordenador, pero tuvo que construirlo a partir de los 12 años. El padre compró el procesador, la memoria, la fuente de alimentación, la caja, el teclado, el disco duro, la placa base y el ratón y ellos hubieron de arreglárselas.
Al cumplir los 16 años, les compraban un coche, pero uno viejo que tenían que reparar. Los padres pagaban los materiales, pero debían ser ellos quienes realizaran el trabajo. Y los doce tuvieron que trabajar para pagar sus estudios universitarios.
Francis reconoce en El Mercurio que en ocasiones se sintieron demasiado severos, «pero aprendimos una regla sencilla: si eres estricto, debes serlo con una gran dosis de amor, como abrazos, besos y siempre hablar con tus hijos diciéndoles cuánto los quieres». Ésa es la clave para educar a los hijos, a juicio de Thompson, ser firmes y cariñosos. «Darles cosas a los niños no es una demostración de amor. Enseñarles a ser honestos, trabajadores, a retribuir a la sociedad, querer a otros y demostrarles la importancia de la educación es la verdadera muestra de amor».
Pactaron con sus hijos algunas de las reglas y permitieron a sus hijos cometer errores, explica. «No les castigamos por hacerlo mal, dejamos que la lección fuera la herramienta de enseñanza». Así lograron que los niños no tuvieran miedo a probar algo nuevo.
Pese a disfrutar de una cómoda situación económica, el matrimonio Thompson no ha ayudado a sus hijos a comprarse una casa, o pagar su boda, aunque sí les proporcionaron toda la información y ayuda para hacerlo. «Los niños aprendieron desde muy temprana edad que nosotros, como padres, siempre estaban allí para ellos, pero los dejaban crecer sus propias alas y volar», asegura el padre de familia.
«Quisimos a los niños, independientemente de lo que hicieron (...) Dejamos que sufrieran las consecuencias de sus acciones y no tratamos de mitigarlas, aunque los vimos sufrir», añade Thompson antes de concluir: «No somos los mejores amigos de nuestros hijos. Somos sus padres».