José Luis Barrera Calahorro.
De nuevo, una polémica religiosa, que hace preguntarme si en lo religioso hay que seguir siempre lo establecido. Si es primero -lo preguntó ya el Señor- lo canónico, lo establecido o la ruptura con la tradición y lo que es nuevo.
La polémica está servida y además es conocida por todos, puesto que los medios de comunicación en estos días nos la han servido en bandeja. Se trata del cartel que se ha confeccionado este año para anunciar la Semana Santa en Sevilla. En él aparece pintado con un gran realismo, el cuerpo casi desnudo de un joven, sin apenas restos de las heridas, llagas y hematomas de la pasión. Se trata de representar a Cristo resucitado. Hasta aquí yo no veo nada nuevo, puesto que en nuestro arte pictórico y escultórico de la Pasión de Jesús, hay muchas esculturas que prácticamente representan lo mismo: el cuerpo de un hombre muy joven. Como el artista se imagina a Jesús, en el supremo acto de la redención.
Contemplemos, por ejemplo, dos muestras que no difieren gran cosa con el ya famoso cartel sevillano: el Cristo de Velázquez y la escultura de un Jesús muerto, que recoge en su seno, una Madre jovencísima -la virgen María- en el magistral grupo escultórico de la Pietá de Miguel Angel. Ambos coinciden en lo que se acusa al artista creador de este cartel gráfico que anuncia la semana Santa de Sevilla. Que si es un Jesús demasiado joven, que si desprende un cierto erotismo gay, que si no representa la esencia del misterio cristiano que es el Cristo sufriente y padecedor de los cristos que se exhiben en los pasos de la Semana Santa de Sevilla.
Parece ser que el artista autor de dicho cartel tan rebatido se ha inspirado en la figura de su joven hijo. Y ha intentado mostrar un Cristo que no es el de la pasión, sino el Cristo de la resurrección. Saliéndose de la corriente tradicional de este tipo de arte pictórico, coincide con el imaginario popular (y teológico) sobre la Resurrección de Jesús: de la tumba emergería un cristo con un cuerpo juvenil y “fresco”, sin las trabas del sufrimiento anterior, que sintió terriblemente con su muerte en la cruz. Un Cristo con la carne glorificada (como dice San Pablo que serán nuestros cuerpos cuando resucitemos). ¡El hombre viejo, que da paso al hombre nuevo!
Pero no hay que olvidar la insalvable dificultad de la representación de la resurrección de Jesús porque ésta es irrepresentable, y sólo el arte -especialmente la pintura y la escultura- con sus recursos y licencias lo podría hacer. ¡La resurrección de Jesús no está dentro de la historia y nadie vió con sus ojos cómo fue ésta! Es decir, que Cristo ha resucitado es una profunda experiencia de fe de los primeros discípulos que sintieron fuertemente que la causa de Jesús no había acabado con su muerte. Esa experiencia fue tan radical y tan fuerte, pues entregaron su vida por testimoniar que Jesús seguía vivo y presente en medio de la comunidad y continuaba dándoles fuerza y coraje para seguir viviendo, pese a todas las persecuciones.
Pero volvamos a nuestro cartel y también a lo que de él opinan los sevillanos. El cartel adolece de un cierto hiperrealismo (es un estilo pictórico, que a mí no me va) que provoca que más bien sea, cuando se mira, una fotografía de un joven apuesto y… nada más, aunque lleve sobre la cabeza las tres ráfagas. Acostumbrados a las poderosas y expresivas imágenes tradicionales de los cristos que ellos veneran (“El del Gran Poder”, “El Cachorro”) con el rostro y el cuerpo magullado, aunque vaya “suntuosamente” vestidos, lo natural sería que se adoptaran posturas de rechazo. Pero la fuerza de la tradición, las costumbres, las devociones, han hecho que muchos sevillanos ya de niños contemplen estas imágenes tan torturadas. Es curioso como en la religiosidad popular, siempre hay unas fuerzas y tensiones que suelen rechazar lo novedoso, lo que es diferente.
Quieren ahora, tras denuncias, retirar el cartel. Están recogiendo firmas.
Pienso que no es para tanto, y aunque personalmente dicho cartel no me acaba de gustar, creo que esto debería ser una polémica más. Alguien me susurra al oído: ”¡Así es Sevilla y el mundo de las cofradías!”