domingo, diciembre 27, 2020

NAVIDAD PARA NIÑOS Y FAMILIAS


Los días 28 y 29 desde las 10,30 a las 12,30 tuvimos actividades infantiles.

En la Navidad ofrecimos a las familias un pequeño signo que nos recuerde en casa el mensaje de Francisco: "Hermanos todos".

En su última encíclica nos propone que seamos hermanos de todos, que llevemos a la vida social la forma de relacionarnos que tenemos en la familia.

El signo que les hemos ofrecido es un mapamundi, con unas palabras de Helder Cámara quien decia que regalaría todo los niños del mundo un mapa del mundo para que se sintieran hermanos de todos.

Los que no pudieron venir ese día lo pueden recoger cuando vengan con la Bendición de Nochebuena.


 Para más detalle de los talleres pinchar (aquí)

viernes, diciembre 25, 2020

jueves, diciembre 24, 2020

NAVIDAD, FIESTA Y COMPROMISO

Atilano Alaiz

Compartir alegrías

Afima un conocido axioma psicológo: “Las penas compartidas se dividen; las alegrías compartidas se multiplican”. Comparto vuestras alegrías navideñas para que se multiplique, con todos los que quiero y somos más cercanos espiritualmente, con mis hermanos carnales, los sobrinos y sobrinas, hermanos y hermanas de la familia espiritual, los miembros de la “Comunidad San Pablo” (Vigo), de la “Comunidad San Felipe y Santiago” (Montevideo), del “Grupo Larpeira” (Vigo), y con todos lo amigos y amigas extendidos por distintas geografías. Esta es mi felicitación cordial, cálida y cariñosa. Es mi humilde aguinaldo para cada uno de vosotros, vosotras y también para vuestros familiares. Estoy seguro que “por vuestra disposición, vuestra hambre interio, el Señor os llenará de bienes”, como cantó María con la acogida de la reflexión.

Me parece oportuno hacer algunas indicaciones con respecto al uso de esta larga reflexión en torno a los misterios navideño. Creo que lo más fecundo será leerla entera en un primer momento para tener una visión global de ella, para, después, meditarla, contemplarla y orarla por apartados, de modo que sirva de tema para el encuentro con el Señor a lo largo de las celebraciones navideñas. Como podréis constatar, por encima de todo, son Palabra de Dios. Le doy la Palabra al Señor y a sus portavoces. La reflexión será más fecunda si es compartida. Por otra parte, una urgencia misionera: Gustarla, alimentarse con ella a solas, sería un egoísmo inadmisible. Procura, pues, sentar a tu mesa para que también se nutran con ella a los que quieres y ellos quieren, naturalmente. He escrito la reflexión con ganas porque sé que la consumiréis con ganas y la compartiréis con generosidad. Buen provecho. Gracias. Besos y abrazos a todos de la comunión en las alegrías navideñas. Vuestro hermano y amigo, Atilano.

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Navidad es, ante todo, fiesta

Pablo lanza un pregón que ha de dar el tono a toda nuestra vida, personal, familiar, comunitaria y social: “Como cristianos,estad siempre alegres; os lo repito: estad siempre alegres” (Flp 4,4). Hay que advertir la reiteración que hace de la consigna: “os lo repito”, por si alguien de sus lectores tomaba a la ligera la consigna. Y hay que advertir que que Pablo señala que nuestro estado habitual y permanente ha de ser la experiencia de la alegría: “estad siempre. La alegría para el cristiano no puede ser sólo algo circunstancial: en los días de sol, en los días de éxito, en los días de salud desbordante. La verdadera alegría cristiana desafía los días de tormenta, de fracaso y de sufrimiento. Es la experiencia que vive y confiesa el propio Pablo: “Me siento lleno de ánimos, reboso de alegría en todas mis penalidades” (2 Cor 7,4). Es la experiencia de todos los demás Apóstoles. De Pedro y Juan, afirma Lucas en Los Hechos de los Apóstoles: “Salieron del Consejo contentos de haber padecido aquel ultraje (los 49 azotes legales por blasfemos por proclamar que Jesús es el Mesías) contentos haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús” (He 5,41). Es la experiencia a la que hace referencia Jesús, de la mujer parturienta que sufre los grandes dolores del alumbramiento en el cuerpo, pero que goza de profunda alegría en el alma, porque está con los brazos abiertos para acoger y besar al hijo soñado. Es una experiencia agridulce en la que permanece inextinguible la alegría (Jn 16,21). No hemos de olvidarlo jamás: El Evangelio es Buena Noticia, un pregón que invita a la alegría honda y permanente: Así lo proclamaron los ángeles mensajeros a los pastores (a todo el mundo): “Os traigo una buena noticia, una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Os ha nacido un Salvador” (Lc 2,10-11). El Movimiento de Taizé tiene como sagrado un lema que repite: “El cristianismo es una fiesta. Cristo enciende una fiesta continua en el corazón del hombre”. Dicen con toda verdad que se trata de una fiesta continua, no a ratos, no circunstacial, también en tiempos del coronavirus. Las celebraciones litúrgicas, las lecturas bíblicas, los encuentros gozosos en familia, en grupos de amigos, las comunicaciones afectuosas en estas fiestas navideñas han de ser más leña al fuego, a la hoguera de la alegría, para que crezca en nuestro vivir cotidiano, para que el 2021 sea más alegre y jubiloso.

Alegrías de fuera adentro

Pero hay que distinguir entre alegrías de fuera adentro y alegrías de dentro afuera. Unos amigos y amigas organizan un día de fiesta, un banquete, sin nada que celebrar, simplemente porque, según su confesión “llevamos un tiempo sin celebrar nada, estamos un poco aburridos, y hay que levantar los ánimos”. En cambio, otro grupo de amigos y amigas, organizan una fiesta, un banquete, porque “un par de miembros del grupo han sufrido una operación peligrosa y han salido bien; están recuperados”. Hay fiestas y fiestas. Hay fiestas que se organizany se celebran “para” estar alegres, para romper la monotonía de la vida; y hay fiestas que se organizan y celebran “porque” se está alegre. En el primer caso, la fiesta es la causa de la alegría; en el segundo caso, la fiesta es el efecto de la alegría. Ha habido un acontecimiento gozoso y las personas que han sido agraciadas con él exclaman espontáneamente: “Esto hay que celebrarlo”. Este es el caso de Mateo y de Zaqueo al sentirse liberados interiormente de sus esclavitudes y agraciados con la amistad del Liberador: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,9; Mt 9,10). Las alegría que van de fuera adentro duran poco (lo que dura la carcajada por un chiste gracioso, el tiempo que dura el regusto de manjares exquisitos en u banquete; luego renace de nuevo el aburrimiento de la rutina. Todo queda en una billetera más vacía, en un colesterol más alto, y el anhelo de otra fiesta para romper la monotonía. Todo se reduce a comentar: “¡Qué bien lo pasamos!” En estas fiestas convencionales sucede, como confesaba Francisco Javier a Ignacio de Loyola, estudiantes los dos de la Universidad de París: “¿Qué es lo que me pasa que, después de mis triunfos universitarios, hay algo dentro de mí algo que no se ríe?” A lo que le responde Ignacio de Loyola: “Lo que ocurre es que te estás traicionando. Javier, en el fondo de ti mismo, sin darte cuenta, estás anhelando más que unos breves aplausos, estás hambreando valores profundos y eternos, la amistad de Jesús de Nazaret”. Javier se rindió. El amor de Jesús le enloqueció. Las alegrías de fuera adentro son las alegrías de quien tiene la casa revuelta e inhóspita y huye fuera de ella hacia la calle para distraerse y distenderse. Las alegrías que vienen de fuera hay que esperarlas como se espera que caiga la lluvia sobre la plantación reseca; no dependen de uno; dependen de que ocurra un acontecimiento halagüeño, el trato de los demás, sus alabanzas, del éxito pasajero. Esta es, tristemente, la Navidad, la Pascua, el Pentecostés y fiesta del Patrono de la parroquia de muchos. El estudio Global Happiness 2020 deja constancia de que sólo el 38% de los españoles afirma ser feliz. ¿Y todos los que se confiesan felices lo son de verdad? ¿De qué felicidad hablan?

Alegrías de dentro afuera

Hay otras alegrías que, en dirección contraria a las anteriores, que van de dentro afuera que se verifican en las fiestas que organizan Mateo y Zaqueo para celebrar su renacimiento, su nacimiento a una vida enteramente nueva (Mt 9,10; Lc 19,9). Un amigo mío, convertido gracias a la lectura de mi libro “Vivir, ¿para qué?", organizó un banquete con su familia y sus amigos para celebrar el comienzo de una nueva vida. No están alegres porque hay fiesta, sino que hay fiesta porque están alegres. Aquí la alegría no acaba con la fiesta, sino que la fiesta sigue. Son las alegrías de Mateo y Zaqueo, del pastor que encontró a su oveja extraviada, la de la ama de casa que encuentra la moneda perdida, la del padre que recupera al hijo perdido, la de Lázaro por haber revivido no se acabó con el banquete; más bien, empezó. Las alegrías que nacen de dentro no hay que esperar que “lluevan” los acontecimientos gratos, o que “nos alegren” los otros. Como caudalosamente señala Jesús en el relato de la Samaritana, no hay que esperar que llueva ni hay que ir a pozos extraños a coger agua, sino que cada uno tiene en el hondón de su ser un manantial: “El que beba agua de ésta vuelve a tener sed; el que beba el agua que yo voy a dar nunca tendrá sed: porque esa agua se convertirá dentro en un manantial que saltará para una vida sin término” (Jn 4,14). Los cristianos deberíamos tomar más en serio esta promesa divina de Jesús. ¡Supone tanto para una vida fecunda y feliz! ¿Hay en nuestra vida personal, familiar o comunitaria experiencias nuevas, cambios fecundos que podemos celebrar con el misterio de la Navidad como alegría que vienen de dentro a fuera? ¿Cuáles?

La fiesta continua de los cristianos

¿Qué razones para esa alegría continua nos grita el misterio de la Navidad? Pues, porque, como dice Jesús, somos importantes para Dios, su Padre y nuestro Padre (Jn 20,17). Tan locamente nos quiere que nos ha hecho el regalo supremo: “Tanto ha amado Dios al mundo que le dio a su Hijo único” (Jn 3,16). “Le envió para que fuera el Hermano Mayor de una muchedumbre de hermanos para que reproduzcamos los rasgos de su espíritu” (Rm 8,29-30). No sólo eso: “permitió que muriera en una cruz como un vulgar delincuente. Siendo así, ¿cómo es posible que con él no nos lo regale todo? (Rm 8,32-33). San Pablo y san Juan nos invitan al asombro ante el amor enamorado de la Familia Divina a nosotros: “Mirad qué magnífico regalos nos ha hecho el Padre: Que nos llamemos y seamos de verdad sus hijos; y ahora todavía no sabemos todo lo que esto significa” (1 Jn 3,1). San Pablo nos señala que el Espíritu nos impulsa a dirigirnos al Padre con toda ternura llamándole “Abba” (Papá). ¡Sorprendente! 
-"¿Por qué lloras, Sor Teresa del Niño Jesús? ¿Te has puesto mala?” -le pregunta la compañera con la que está bordando en la galería del convento de Lisieux (Francia). 
-“¡Oh, no!” -responde-. 
-“Entonces, ¿por qué lloras?” – le replica la compañera-. 
-“Es que me he acordado de que Dios es mi Padre; y siempre que me acuerdo, me saltan las lagrimas de alegría” 
He aquí una alegría que viene de dentro y convirtió la vida de santa Teresa de Lisieux en una “fiesta continua”, a pesar de las enfermedades crónicas que la aquejaron toda la vida y de las incesantes agresiones de su entorno.

Parangonar la fiesta del Nacimiento de Jesús con cualquier aniversario de los personajes más eminentes de la historia es empequeñecerlo absurdamente: Cervantes nos dejó sus obras, asombro de belleza, Velázquez el prodigio de sus cuadros, Miguel Ángel Buonarrotti, su herencia artística asombrosa, pero murieron, no podemos entrar en comunión con ellos, no puede haber interacción; pero el Niño recién nacido hace veintiún siglo y recostado en un pesebre, cuyo nacimiento estamos celebrando, es ahora el Resucitado, está entre nosotros, vivo y operante, aunque inalcanzable para los sentidos. No importa. Lo que importa es saber, a ciencia divina, que es Dios, que Dios se ha hecho uno de nosotros, que le podemos tutear, que es nuestro Hermano Mayor (Jn 20,17); que es nuestro Amigo: “No os llamo siervos, sino amigos” (Jn 15,14); somos más que hermanos y amigos: Formamos un todo con él: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos “ (Jn 15,5); afirma Pablo: “unidos a Cristo formamos un solo cuerpo” (Rm 12,5). ¿Cómo no nos va a amar, a amparar, a mirar por nosotros si “somos carne de su carne y hueso de su hueso?” (Ef 5,29). Nos conoce a cada uno, nos llama por nuestro nombre (Jn 10,3), como llamó por el suyo a Pedro, a Felipe, a María, a Zaqueo. Somos importantes para él. Hay que decirle con el alma enardecida: ¡Qué bueno que viniste!

“Con vosotros me quedo”

Y,  con más entusiasmo todavía, gritar: ¡Qué bueno que te quedaste con nosotros! Nos dice como a los Apóstoles, que sentían nostalgia ante la posible ausencia del querido Maestro: “Mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). En todo momento. Me resulta contradictorio y extraño que cantemos: “Ven, ven, Señor, no tardes; ven que te esperamos”. Esto es lo que cantaban los judíos en su adviento de siglos y a los que el Bautista gritaba señalándole con el índice de su mano derecha: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Estamos llenos de la presencia de este Niño, hoy el Resucitado. Como señalaba gozosamente santa Teresa: “No le podéis echar de vosotros mismos”. Volvemos la mirada a nuestra interioridad: allí está él junto con el Padre y al Espíritu: “Si alguno me ama, pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). Santa Teresa compara nuestro espíritu a un castillo en cuya morada central habita el Señor que quiere entablar una comunicación amorosa con nosotros. San Agustín llega a decir: “Él nos es más íntimo que nuestra propia intimidad”. Nos es más cercano a nosotros que nosotros mismos. Si nos reunimos en familia o en grupo, allí está él indefectiblemente: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí en medio de ellos estoy yo” (Mt 18,20). Nos asegura también como a la comunidad de Laodicea: “Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20). En cada encuentro eucarístico nos dice a nosotros como hace veintiún siglos dijo a aquellos sus primeros discípulos algo desconcertante y asombroso. No se contenta con darnos un abrazo y besos; no se contenta con hacernos algún regalo cariñoso, sino que se nos ofrece enteramente: “Tomad y comed; esto es mi cuerpo; tomad y bebed, esta es mi sangre” (Mt 26,26-29). ¡Asombroso! Se hace nuestro alimento y nuestra bebida para transformarnos en él. En el quehacer de cada día, en nuestro trabajo profesional, en las labores de casa, en nuestros andares como en los de los discípulos de Emaús, “entre pucheros anda el Señor, le tendréis en todas partes”, testimonia desde su propia experiencia santa Teresa de Jesús. Nos encontramos con cualquier persona para comunicarnos, topamos con él, porque está identificado con el prójimo, con cualquier prójimo. Tal vez nos pase como a los de Emaús: Soñamos con su presencia, imploramos la ayuda de quien camina con nosotros, aunque por nuestra ceguera interior no sintamos su presencia. “Está siempre vivo para interceder por nosotros” (Hb 7,25). Si nos reunimos como pueblo sacerdotal para alabar, bendecir y glorificar a la Familia Divina, allí está él presidiendo la asamblea; le escuchamos como sus oyentes de hace ventiún siglos; está presente en su Palabra, la Palabra definitiva. ¡Qué misterio incomprensible: Dios que se hace niño y llora en el pesebre, se hace también Pan y Vino para identificarse con nosotros! Esta es la Navidad que nos corresponde vivir a los cristianos en serio, y no en serie. Esta es la alegría más verdadera y profunda, nuestra alegría de la Navidad y de la vida entera. Es la alegría desbordante de Francisco de Asís, de quien afirman sus biógrafos que, después de haber montado en primer belén de la historia, “se pone a cantar y a bailar como hombre que ha perdido el juicio”.

Con las manos llenas

De lo que se trata, pues, no es de esperarle, sino de acogerle, porque él es el “Enmanuel” (Dios con nosotros), siempre con nosotros. Afirma por boca de Juan en el Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20). Jesús promete al que le abra, una fiesta continua por todo lo alto”. Este es el desafío navideño: Hacer que crezca nuestra amistad y nuestra intimidad con Jesús de Nazaret, que sea en nuestras vidas lo que le corresponde ser: Hermano, Amigo, Maestro y Señor. Recordemos el símbolo con el que nos presenta Santa Teresa el espíritu humano: El castillo interior, en cuyo salón central habita el Señor. Lamenta la santa la hospitalidad descortés hacia el Señor del castillo a quien dejamos sólo sin poder alentarnos, mientras el hospedero vaga por las cercas del castillo pobladas de alimañas, sapos, serpientes y alacranes, mientras el Señor está llamando a la puerta para intimar con el alma, pero ella está fuera de sí vagando por las cercas inmundas de los goces de los sentidos y de los sentimientos bajos e inhumanos.

Jesús es “Enmanuel” (Dios con nosotros), pero su presencia junto a nosotros no es de mero espectador, sino que sigue realizando hoy las maravillas que realizó durante su vida terrena, pero ahora de forma invisible, a través de mediadores. Nos dice a nosotros lo que dijo a sus contemporáneos pensando en nosotros: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,29). “Yo he venido para que tengáis vida, pero una vida abundante” (Jn 10,10). Viene a nosotros no para abrumarnos con obligaciones, sino para derramar sobre nosotros la energía del Espíritu. “La Ley se dio por Moisés, por Jesús, el amor y la gracia” (Jn 1,17). Señala santa Teresa: “A nuestro Rey sacratísimo le falta mucho por dar; nunca querría hacer otra cosa, si hallase a quien; que nunca se os olvide, no se contenta el Señor con darnos tan poco como son nuestros deseos” (F 6,1). Está junto a nosotros con las manos llenas, esperando que abramos las nuestras para recibir su aguinaldo. Su presencia es siempre liberadora. Recordemos los encuentros pascuales con los de Emaús, con María Magdalena, con el grupo de los Apóstoles. Este Niño cuyo nacimiento evocamos y celebramos es ahora nuestro intercesor ante el Padre, “vive siempre para interceder por nosotros” (Hb 7,25). Palpamos el drama de los inmigrantes, su lucha a muerte para llegar a un paraíso meramente imaginario, pues Jesús ora, actúa nos tiende la mano; empeña su palabra divina: “Os prepararé un sitio para llevaros conmigo; para que donde esté yo, estéis también vosotros” (Jn 14,3). ¿Qué más podríamos soñar? San Pablo nos invita, en consecuencia”: “Que la esperanza os mantenga siempre alegres” (Rm 12,12). La comprensión de la vida y de la historia que el Niño recién nacido, que es “la boca de Dios Padre, su imagen cabal” (Jn 14,9), es sencillamente fascinante: Nos ofrece el mapa de la vida: Nos dice de dónde venimos; que somos fruto de una corazonada de Dios; nos indica a dónde vamos, al hogar del Padre, a una vida de ensueño, inimaginable; y nos señala el camino, que es él: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida· (Jn 14,6). ¿Qué más podemos pedir y esperar?

Navidad también es compromiso

Hay otra presencia de Jesús, que es una gracia también para nosotros. Es la presencia en el prójimo, sobre todo en el desvalido; una presencia indiscutible porque él mismo lo afirma categóricamente: “Todo lo que hiciéreis a uno de estos mis hermanos pequeños a mí me lo hacéis” (Mt 25,40). No dice “lo consideraré como si me lo hubierais hecho a mí”, sino “me lo hacéis a mí”. Si hubiera nacido entre nosotros y hubiera sonado la llamada de socorro por sus carencias y necesidades, no hubieran cabido nuestras ayudas en su humilde vivienda de Belén. Y nos hubiéramos sentido felices con la oportunidad de ayudar a la familia. Esa venturosa oportunidad la tenemos aquí y ahora, porque sufre muchas carencias en sus hermanos y nuestros hermanos, “que son carne de su carne, miembros suyos· (Ef 5,29). Así lo han vivido los grandes creyentes, santos. Afirma Benedicto XVI: “Pienso, por ejemplo, en Martín de Tours (+397), que primero fue soldado y después monje y obispo. A las puertas de Amiens (Francia) compartió su manto con un pobre; durante la noche, Jesús mismo se le apareció revestido de aquel manto, confirmando la perenne validez de las palabras del Evangelio: “Estuve desnudo y me vestisteis… Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,36.40). Lo de menos es que el Señor se nos aparezca en sueños para agradecernos los gestos con que le expresamos nuestro amor y ayuda en la persona del prójimo. Lo importante es saber que nuestros donativos en alimentos, en dinero, en tiempo de compañía, en palabras de aliento, en nuestro compartir generoso, en nuestros gestos de servicio a los demás, él se ha sentido agraciado y nos está agradecido como se lo agradeció a san Martín de Tours, como la mejor liturgia, “como el culto que más le agrada”, en expresión del Papa Francisco (Alegraos y regocijaos, 104). ¡Todo un privilegio!, porque, además, añade Jesús: “Cual que le dé a beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de esos humildes porque es mi discípulo, no perderá, su paga, os lo aseguro” (Mt 10, 42). ¡Promesa divina categórica!

Hay una parábola esclarecedora a este respecto. Un profeta anuncia a una población que les va a visitar Jesús en el espacio de una semana. La población desborda de alegría. Todo el pueblo se moviliza para engalanar sus calles; hacer arcos vistosos, llenas las calles de banderitas. Cuando todos los habitantes están ocupados en la tarea, un día les visita un emigrante enteramente desamparado, otro día un mendigo, otro un hombre desempleado y en apuros económicos, otro día una mujer maltratada; a todos ellos les responden lo mismo: “Estamos muy ocupados porque nos va a visitar un personaje muy importante”. Pasa la semana, pasan diez días, y la población, al ver que Jesús no se hace presente, pasan la queja al profeta: “Nos has mentido; aquí no se ha presentado Jesús”. “¿Cómo que no se ha presentado Jesús? -replica el profeta-. Ha estado varias veces. ¿No ha pasado un emigrante, un hombre sin trabajo, una mujer maltratada? Ese era Jesús encarnado en ellos. Si les hubierais acogido a ellos, le hubierais acogido a él”. La parábola está cargada de teología. San Camilo de Lelis veía a Jesús tan identificado con los pobres y enfermos, que cuando les curaba e higienizaba, les hablaba y oraba como si fueran el mismo Jesús en persona. Navidad también es compromiso de lucha por un entorno mejor. En ella ratificamos nuestro compromiso de hacer de nuestra vida personal, familia y comunitaria, un grito profético por un entorno mejor, por el crecimiento del Reino inaugurado por el Niño recostado en un pesebre y muerto en una cruz. El Papa Francisco nos alerta: “No se trata sólo de realizar algunas buenas obras, sino de buscar un cambio social” (Papa Francisco, Alegraos y regocijaos, 99). Urge la lucha por una sociedad que deje de ser una fábrica de pobres, de descartados, de indiferentes y se transforme en una sociedad de hermanos. Martín Luther King lamentaba dolorido: “Somos testigos de los avances prodigiosos de la técnica: Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido a vivir como hermanos”. Todos podemos poner nuestro grano de arena para que nuestro entorno sea más fraterno. Esta es la Causa de Jesús, que vivió y murió para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52).

Claro que ha de haber Navidad a pesar del mal tiempo de las circunstancias adversas en que nos toca festejarlas. Porque la verdadera Navidad no depende de factores externos, sino de la actitud del corazón. Podemos incluso convertirlas en las más fecundas y felices porque son menos bulliciosas y agitadas, pero que las convertimos en más íntimas y profundas. Para ello hay que pasarse tiempo ante el belén con el Nuevo Testamento abierto, sobre todo en el prólogo del evangelio de Juan. Es preciso regalarnos silencio, contemplación. Y diálogo intimo, a corazón abierto. Es preciso regalarnos ternura que dure, no circunstancial. Y gozaremos de la Navidad más fecunda y feliz. Confesaba Nelson Mandela: “Lo peor del sufrimiento no es el sufrimiento en sí, sino tener que afrontarlo solo”. El filósofo cristiano Gabriel Marcel asegura: “En realidad de verdad, no hay sino un dolor: estar solo”. La soledad que, con frecuencia va acompañada de una ruidosa agitación, de jolgorio y un consumismo feroz que, que convierte en otra pandemia, como señala el Papa Francisco es otra pandemia (EG,87).

El virus más globalizado que confina a las personas, las encierra en sí mismas y rompe toda comunicación verdadera de los espíritus, es el egoísmo en todas sus expresiones. El egoísmo es el que convierte la convivencia humana en yuxtaposición de soledades. Frente a este virus, la vacuna del amor y la fraternidad, que son trasfusión de vida, la que el Hijo de Dios ha venido a ofrecernos: “He venido para que tengáis vida, pero una vida abundante” (Jn 10,10). La celebración de la Navidad nos lo recuerda. Nuestra Navidad va ser fecunda y feliz porque, liberados de meros formulismos y deseos vanos, no solo nos deseemos felicidades, sino que nos las brindemos mutuamente. No lo olvidemos jamás; es un dogma psicológico: La felicidad se obtiene cuando se regala a los demás, cuando uno se pregunta: ¿qué puedo hacer para que los demás se realicen y sean felices? Entonces, sólo entonces, no sólo será feliz nuestra Navidad, sino que convertimos la vida entera en una fiesta.

PARA REFLEXIONAR, COMPARTIR Y DECIDIR

Lecturas bíblicas: Juan 1,1-14: “Puso su tienda entre nosotros”
Rm 8,15-21: “Somo hijos en el Hijo”

1º- Creo que hay que subrayar el pensamiento…, la afirmación, el párrafo…
2º- La Palabra de Dios y la reflexión han suscitado en mí sentimientos de…
3º- Quiero compartir con mi familia, mis amigos, mis compañeros de grupo y
comunidad mis experiencias de Adviento…
4º- El Espíritu Santo, con las lecturas bíblicas y la reflexión ha suscitado, a
nivel personal, matrimonial, familial, grupal y comunitario, los compromisos de…

sábado, diciembre 19, 2020

Talleres de navidad para niños

Los días 28 y 29 de diciembre,                              desde las 10,30 a las 12,30 tendremos talleres para niños.

Es para los niños de catequesis pero también para sus amigos y familiares

Juegos cooperativos y de mesa

Talleres de Navidad

-pink de rey mago

-bolas navideñas

lunes, diciembre 14, 2020

SAN JOSÉ A LOS PADRES DE HOY


Martin Gelabert, OP

El día de la fiesta de la Inmaculada el Papa firmó una carta apostólica dedicada a San José, con motivo del 150 aniversario de su proclamación como patrono de la Iglesia universal. Es recomendable leerla. Rebosa devoción a San José.

Me limito a destacar dos cosas de la carta, de suma actualidad. La primera, el trato exquisito que José manifestó hacia María, verdadero modelo de una relación igualitaria y corresponsable entre varones y mujeres. José acogió a María sin poner condiciones previas: “La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María”.

Así, “la acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27), es padre de los huérfanos y defensor de las viudas (Sal 68,6) y nos ordena amar al extranjero. Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32)”.

La segunda cosa se refiere a la relación con su hijo Jesús: “Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él. Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir”.

A este respecto resulta interesante la lectura que hace el Francisco del apelativo de “castísimo” que la tradición ha puesto a san José: “es la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida”.

Concluye así su reflexión el Papa: “El mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción”.

domingo, diciembre 13, 2020

¿SÍMBOLOS RELIGIOSOS EN LOS DECIMOS DE LOTERÍA?

Ahora que algunos quieren quitar los crucifijos para poner quién sabe qué... ¿la constitución? ¿la prostitución? ¿la canción? ¿la emoción? ¿qué? ¡dígannos qué? ¿qué? Ahora, sí que digo: una cosa sí que hay que quitar: el nacimiento de Jesús de los billetes de lotería. ¿Qué pinta en los billetes de lotería el que nació en un pesebre? ¿Qué función cumple en los billetes de lotería el que no tuvo dónde reclinar la cabeza? ¿Por qué tienen que escoger la imagen del que tuvo que emigrar para adornar un billete de lotería? ¿Por qué una familia pobre, humilde y trabajadora en ese monumento al egoísmo y la insolidaridad que es la lotería?

No, no quiten los crucifijos. Vivamos como el crucificado que pasó haciendo el bien. Quiten, quiten el Nacimiento de Jesús de la lotería. Vivamos como la familia de Nazaret.

Meter el nacimiento en los billetes de lotería es una beatería. Beatos del dinero.

sábado, diciembre 12, 2020

PADRES PREOCUPADOS POR LAS VACUNAS

Ha pasado el tiempo en que el médico y todo su entorno recomendaba que el paciente no supiera mucho de lo que le pasaba. Hoy -en medio de muchas dificultades- avanza el protagonismo de la persona en todos los aspectos y también la experiencia de que el paciente sea el protagonista.

Agradecemos al Dr. Juan Gervas que haya contestado a las 26 preguntas que hoy los ciudadanos nos hacemos sobre la vacuna.

Cabe en nuestra "catequesis" de padres todo aquello que ponga a la persona en el centro. En la catequesis, en el trabajo, en la sanidad. Estamos en la decadencia de todo paternalismo. 

+info:

https://www.actasanitaria.com/vacunas-covid19-las-26-preguntas-frecuentes-que-hacen-los-pacientes/?unapproved=250066&moderation-hash=518a9ea08969f568d1903b36c45de8d5#comment-250066

viernes, diciembre 11, 2020

Aborto: ¿quién es más medieval?

Víctor Manuel Fernández
21 de Noviembre de 2020

No pretendo con esta nota convencer a otros. Sólo espero mostrar algunas razones que sostienen una opción por la vida y que desmontan calificativos injustos como “atrasados” o “antiderechos”.

Algo más que arrancar una planta

La vida de cada ser humano está llamada a ser una misión, a dejar un mensaje, a producir algo nuevo en el mundo. Quienes han tenido en su familia una persona discapacitada saben bien que ella ha dejado una marca, más allá de sus límites. Si toda vida humana tiene una misión, esto no vale sólo para Gandhi, para Picasso o para Ana Frank, sino para cada ser humano que se va gestando lentamente en el seno de su madre. Ninguna vida humana es inútil, nadie es innecesario. Hay algo que todavía no se cumplió mientras esté ese niño gestándose. Por eso no es un tema menor que se interrumpa su misión en esta tierra, que se lo arranque antes de que esa misión sea cumplida.


El valor inmenso e inviolable de cada persona humana va más allá de toda circunstancia, y queda en pie por encima de cualquier contexto. Esa dignidad no es mayor o menor por las capacidades que posea, por su modo de vivir la sexualidad, por su lugar de nacimiento, por sus ideas o su ética, por su desarrollo mayor o menor, por la etapa en que se encuentre, si está en el cuarto mes o en el octavo. Esas son circunstancias que no alteran ni disminuyen esa dignidad, no tocan la esencia y el significado más hondo de su ser.

¿Quiénes son más medievales?

Por eso es llamativo que quienes defienden el valor de la vida humana desde la concepción sean tratados de medievales. En realidad ocurre lo contrario, porque en la Edad Media muchos teólogos hablaban de una “animación progresiva”, como si hubiera un valor incremental del no nacido a medida que se desarrolla. Pero en la modernidad vino la genética, que muestra que, más allá de su progresivo desarrollo, desde la concepción se tiene la misma secuencia de ADN que poseerá ese ser humano adulto. El embrión posee un ADN único y sus secuencias –aún con posibles variaciones– se mantendrán al nacer y durante toda su vida. Por esto el análisis genético de cada embrión permite conocer mucho sobre el futuro de la persona, y la ciencia puede leer la totalidad de la secuencia genética del ADN de un sujeto mucho antes de su nacimiento. ¿No es por esto que los diagnósticos prenatales son cada vez más certeros?

Por esta razón es difícil sostener en la modernidad el valor incremental de la vida, su mayor importancia en razón de su desarrollo: sostener que no vale lo mismo a los tres meses de gestación, a los siete meses o después de nacer. ¿Qué valor daríamos entonces a los ya nacidos que, de todos modos, tienen un desarrollo menor al resto? ¿No se introduce así una lógica perversa en el pensamiento social? De hecho, en varios países con aborto legal, más del 90% de los niños con Síndrome de Down son abortados luego de la realización de estudios prenatales.

La costumbre de establecer grados de distinto valor entre los seres humanos de acuerdo con sus características, capacidades o desarrollo, ya ha llevado a las peores aberraciones.


¿Imposición de la religión o del Vaticano?

Se dice insistentemente que esto es una cuestión de fe que no se puede imponer a los no creyentes. ¿La defensa de la vida viene de prejuicios católicos o cristianos? Sería poco serio decir algo así, porque entre los contrarios al aborto podemos mencionar ateos como Nat Hentoff, agnósticos como Tabaré Vázquez, budistas como el Dalai Lama, hinduistas como Mahatma Gandhi, feministas protestantes como Sarah F. Norton o Alice Paul, y también católicas como la Madre Teresa de Calcuta.

Algunos dicen que en Argentina hay una democracia, no una teocracia. Pero las verdaderas presiones no son del Vaticano, sino de los poderes internacionales que hace décadas están avanzando en la colonización cultural de los países pobres para reducir la natalidad a cualquier precio. No estoy imaginando conspiraciones fantasiosas, porque es información constatable. Basta mirar lo que exige el Banco Mundial para determinados préstamos, ya que los condiciona al cumplimiento de ciertas exigencias sobre “salud reproductiva”.

¿Negación de derechos?

Para quien defiende la vida, no por fanatismo religioso sino por verdadera convicción humanista, se trata precisamente de una defensa hasta el fondo de los grandes derechos humanos. La pregunta es: ¿podremos defender con tanta radicalidad los derechos humanos que no se los neguemos tampoco a los más pequeños, frágiles y menos desarrollados? ¿Podrá ser tan inclusiva nuestra defensa del valor del ser humano, hasta el punto de que no dejemos resquicios para que algunos sean dejados fuera?

La sola sospecha de que un embrión es un ser humano bastaría para que deba ser defendido, aunque esté en una etapa de desarrollo. De hecho, la Convención sobre los derechos del niño entiende por niño “todo ser humano desde el momento de la concepción”.


En cuanto a derechos humanos, se dice que es mejor cubrir de más antes que caer en el riesgo de dejar desamparado a cualquier miembro de nuestra sociedad. Cuando el Papa Francisco en Fratelli tutti se alza en defensa de los más frágiles que no tienen voz en la sociedad, en ese mismo paquete incluye la defensa del niño por nacer. Años atrás dijo que no hay real defensa de los débiles de la sociedad “si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades”.

¿Tontos que no entienden?

Algunos políticos ningunean la postura pro vida diciendo: “Quien no esté de acuerdo simplemente que no aborte, y ya está”. Pero si fuera algo tan obvio, las personas pro vida serían muy tontas como para no verlo. Para llevar al extremo esta simplificación llegan a decir: “¿Qué les preocupa tanto? Lo importante es que no se va a obligar a nadie a abortar”. Es una aclaración muy extraña. ¿A alguien se le ocurrió pensar semejante posibilidad? ¿Estaba en la mesa la opción de obligar a alguien a abortar? Sin duda que no. Entonces no es tan sencillo el asunto. Se trata de preguntarse si los no nacidos, que son los más pobres y frágiles, tienen o no tienen derechos, empezando por el primero y más elemental que es el derecho a la vida.

¿Sordos al reclamo de la sociedad?

Se dice que el aborto es un reclamo mayoritario de la sociedad argentina. Sin embargo, los sondeos que se dieron a conocer en los últimos años, con diversos márgenes de error (como las encuestas preelectorales) indican que aproximadamente la mitad de la población estaría de acuerdo con una legislación de interrupción del embarazo, pero sólo en dos situaciones muy acotadas: violación y riesgo de vida para la madre. Los proyectos que se quiere imponer ahora, sin embargo, no van en esta línea acotada. En la práctica introducen de hecho el aborto libre. Habilitan a abortar no sólo a las mujeres pobres que han sido violadas o corren riesgo de muerte, sino a todas y con cualquier excusa.

Por otra parte llama la atención que se hable de un debate democrático, cuando en realidad el proyecto que se envía ahora es básicamente igual al de 2018, y lo agrava en cuanto facilita aún más los abortos clandestinos, agrega amenazas penales al equipo de salud, es más confuso con respecto al consentimiento informado, complejiza la objeción de conciencia, etcétera. De manera que no se están recogiendo opiniones distintas que habían surgido en la discusión. ¿Para qué sirvió tanto debate si parece que es sólo un trámite?

No se trata de que una mujer que abortó vaya presa, agregando un nuevo drama. Pero legalizar el aborto es mucho más que despenalizar. El problema es que se empieza hablando de las mujeres pobres, o de algunas situaciones críticas, y se termina con un proyecto de aborto para que las ricas puedan abortar elegantemente por cualquier motivo. En esta ensalada, quienes dicen que el embrión es sólo un grano o un puñado de células sin valor, pretenden estar representando a la mayoría de la sociedad.

¿Indiferentes frente a la salud pública?

Se menciona las muertes maternas como razón que explica esta fiebre por legalizar el aborto como si fuera la mayor urgencia actual de la Argentina. Pero la realidad es que, si habláramos de las principales urgencias de la salud pública en Argentina, está claro que son otras, aun para las mujeres. En nuestro país, en 2016, las muertes por aborto fueron sólo el 17,5% de las muertes maternas. El año siguiente fueron menos todavía (12%). Dentro ese porcentaje reducido, algunas muertes están relacionadas con abortos espontáneos, otras con enfermedades previas que hacen eclosión en el parto (lo que posiblemente sucedería también en el caso de un aborto legal), con lo cual el porcentaje es todavía menor.

El otro 80% de muertes maternas no se debe a abortos sino a desnutrición de la mujer, enfermedades no tratadas, suicidios, agresiones recibidas, problemas relacionados con la pobreza, falta de higiene de su hogar, etcétera. ¿Hemos resuelto las causas de ese 80% de muertes maternas? Si realmente hubiera pasión por la salud pública ¿por qué no se empieza por resolver ese 80 % de los casos para después analizar lo que ocurre con el aborto?

Pero hay algo más, y son datos duros. La última información, del año 2018, según el propio Ministerio de Salud de la Nación en su síntesis estadística sobre “natalidad y mortalidad”, indican que en ese año hubo 257 muertes maternas. De ellas sólo el 13% (33 mujeres) se debieron a abortos. Pero este mismo documento del Ministerio de Salud afirma textualmente en su página 17 que desde 2005 “las muertes por embarazo terminado en aborto se han reducido en un 62%” (¡!). No hizo falta legalizar el aborto para producir esa importante reducción. Mirando estos datos duros, ¿cuál es entonces la urgencia febril de una ley abortista?

¿Hipocresía o incoherencia?

Sí. Todos somos incoherentes en alguna medida. Y así como acabo de mencionar incoherencias de algunos planteos abortistas, también puedo indicar incoherencias de algunos sectores pro vida. Por ejemplo, cuando defienden la vida de los no nacidos pero no cuidan con la misma pasión la vida de los ya nacidos y la dignidad de los pobres. O cuando lo hacen con palabras pero no se embarran para dar una mano concreta a las mujeres que se sienten forzadas a abortar en situaciones de pobreza o soledad.

Pero sabemos que no se puede decir lo mismo del Papa Francisco, porque al mismo tiempo que defiende a los niños no nacidos, también se pone al lado de los otros descartados de la sociedad aunque eso le traiga problemas. Come con los presos y con los pobres de Roma, visita a enfermos y ancianos, defiende a los migrantes a costa de ganarse el odio de muchos, intercede por los refugiados, reclama por los derechos de los discapacitados, de los abandonados del mundo, y con la misma firmeza se opone a la pena de muerte y a la guerra. Es una defensa de la vida sin fisuras, con una coherencia que los demás no podemos mostrar de la misma manera.

Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata

jueves, diciembre 03, 2020

FRANCISCO: ORACIÓN DEL ADVIENTO

Ven, Señor Jesús, te necesitamos.
Acércate a nosotros.
Tú eres la luz: despiértanos del sueño de la mediocridad,
despiértanos de la oscuridad de la indiferencia.

Ven, Señor Jesús,
haz que nuestros corazones, que ahora están distraídos, estén vigilantes:
haznos sentir el deseo de rezar y la necesidad de amar.


Explicó que “el Adviento es el tiempo para hacer memoria de la cercanía de Dios, que ha descendido hasta nosotros”.

“Es también el primer mensaje del Adviento y del Año Litúrgico, reconocer que Dios está cerca, y decirle: ‘¡Acércate más!’. Él quiere acercarse a nosotros, pero se ofrece, no se impone. Nos corresponde a nosotros decir sin cesar: ‘¡Ven!’. El Adviento nos recuerda que Jesús vino a nosotros y volverá al final de los tiempos, pero nos preguntamos: ¿De qué sirven estas venidas si no viene hoy a nuestra vida? Invitémoslo”.

Por ello, “es importante estar vigilantes, porque un error de la vida es el perderse en mil cosas y no percatarse de Dios”.

El Papa llamó la atención sobre el hecho de que si Dios pide a los cristianos que vigilen, “eso quiere decir que es de noche. Sí, ahora no vivimos en el día, sino en la espera del día, en medio de la oscuridad y los trabajos”.

Sin embargo, la invitación a la vigila encierra también un llamado a la esperanza, porque también implica que “llegará un día en que estaremos con el Señor. Vendrá, no nos desanimemos. Pasará la noche, aparecerá el Señor; Él, que murió en la cruz por nosotros, nos juzgará. Estar vigilantes es esperar esto, es no dejarse llevar por el desánimo, es vivir en la esperanza”.

El Papa explicó la naturaleza de esa vigilia con este ejemplo: “Así como antes de nacer nos esperaban quienes nos amaban, ahora nos espera el Amor mismo. Y si nos esperan en el Cielo, ¿por qué vivir con pretensiones terrenales? ¿Por qué agobiarse por alcanzar un poco de dinero, fama, éxito, todas cosas efímeras? ¿Por qué perder el tiempo quejándose de la noche mientras nos espera la luz del día?”.

“Mantenerse despiertos, sin embargo, es difícil. Por la noche es natural dormir. No lo lograron los discípulos de Jesús, a quienes Él les había pedido que velaran ‘al atardecer, a medianoche, al canto del gallo, de madrugada’. Y precisamente a esas horas no estuvieron vigilantes”.

En ese sentido, advirtió que “hay un sueño peligroso: el sueño de la mediocridad. Llega cuando olvidamos nuestro primer amor y seguimos adelante por inercia, preocupándonos sólo por tener una vida tranquila”.

“Pero sin impulsos de amor a Dios, sin esperar su novedad, nos volvemos mediocres, tibios, mundanos. Y esto carcome la fe, porque la fe es lo opuesto a la mediocridad: es el ardiente deseo de Dios, es la valentía perseverante para convertirse, es valor para amar, es salir siempre adelante”.

Entonces, “¿cómo podemos despertarnos del sueño de la mediocridad? Con la vigilancia de la oración. Rezar es encender una luz en la noche. La oración nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia lo alto, nos sintoniza con el Señor”.

“La oración permite que Dios esté cerca de nosotros; por eso, nos libra de la soledad y nos da esperanza. La oración oxigena la vida: así como no se puede vivir sin respirar, tampoco se puede ser cristiano sin rezar”.

Hay también un segundo sueño interior, advirtió el Papa: “el sueño de la indiferencia. El que es indiferente ve todo igual, como de noche, y no le importa quién está cerca. Cuando sólo giramos alrededor de nosotros mismos y de nuestras necesidades, indiferentes a las de los demás, la noche cae en el corazón”.

“Comenzamos rápido a quejarnos de todo, luego sentimos que somos víctimas de los otros y al final hacemos complots de todo. Hoy parece que esta noche ha caído sobre muchos, que exigen sólo para sí mismos y se desinteresan de los demás”.

Del mismo modo, “¿cómo podemos despertar de este sueño de indiferencia? Con la vigilancia de la caridad. La caridad es el corazón palpitante del cristiano. Así como no se puede vivir sin el latido del corazón, tampoco se puede ser cristiano sin caridad”.