Resulta sorprendente que un libro editado en España en 1976 no haya influido más en la transmisión de la fe en nuestros ambientes. (Los números entre paréntesis se refieren a la página del libro en la edición de Sal Terrae)
(entre paréntesis va la página en que va la cita)
1.- Los padres ante la tarea de la educación religiosa
Engendramos a nuestros hijos, no para ser amados sino para amar; casi se podría decir que para sufrir de por vida de un amor no correspondido. (16)
Es una sospecha infamante presumir motivos de baja estofa en los padres que piden el Bautismo. (…) La nueva vida los impulsa a una mutación en su propia concepción de la vida. (…) Algo los impulsa a salir de sí. (19)
El niño depende de la atmósfera religiosa en la que crece. /La leyenda atribuye al emperador Barbarroja que mandó dejar a unos niños sin que nadie les hablara, para conocer así la lengua original, que él esperaba fuera el hebreo. Después de morir varios hubo de interrumpirse el experimiento/ (23)
Debemos preguntarnos si no se ha puesto hasta ahora en la educación religiosa demasiado énfasis en las palabras. (25)
Difícilmente conseguiremos explicar el sentido de la penitencia si antes no sabe ya qué es lo que uno experimenta cuando perdona o es perdonado. (…) Es el lenguaje de la palabra viva. (25)
Lo importante es que el niño haga las experiencias de esas realidades de la vida que son la esperanza, la confianza, el amor. (…) Eso es mucho más importante que el hacer que los niños conozcan muchos conceptos, ideas, relatos y usos “cristianos”. (26)
2.- Hablando de Dios con los niños
Cuando los padres hablan con los niños de Dios deberían recapacitar seriamente acerca de lo que pretenden significar con ello, si significan verdaderamente algo o si para ellos constituye una palabra vacía al servicio de otras finalidades. /No utilizar a Dios para echarle la culpa de no tener hermanito o la muerte de un amigo/ Cuando se responde a las preguntas infantiles con la respuesta “Dios”, un buen test de control consistiría en preguntarse: ¿Se hablaría en este caso de Dios entre adultos? Y si no se habla, tampoco se debería hacerlo ante los niños. (32-36)
Conocimiento sólo le será comunicado al niño desde dentro, y no a través de lo que nosotros le enseñamos sino a través de lo que nosotros somos. (37)
No debemos permitir que las preguntas y fantasías infantiles nos lleven a decir acerca de Dios más de lo que sabemos de Él por medio de Jesús. (39)
3.- La narración de relatos bíblicos
El punto de partida para narrar relatos bíblicos y sobre todo historias acerca de Jesús debería ser el que esas historias traten de seres humanos reales. (43)
Los padres deberían decirles a los niños “solo aquello que más adelante no hayan de desmentir. (56)
A los niños se les puede decir: “El hombre de la Navidad y Nikolaus son personajes de nuestras leyendas navideñas. Se cuentan muchas historias a su propósito y hay muchas poesías y cantos acerca de ellos. Pero nosotros no sólo vamos a contaros cosas acerca de ellos. Preferimos representar esas historias. (60)
4.- Las experiencias del niño con la muerte
Ante el hecho de la muerte ocultar y minimizar es una falsa táctica. (…) Cuanto más se difieran las conversaciones con los niños acerca de las realidades de nuestra vida, aún las más tristes y problemáticas, tanto más difícil se irá haciendo con el tiempo volver a hablar de ellas. Silenciar y evitar son dos actitudes que convierten estos temas en algo tenso y explosivo. (80-81)
Para que los padres puedan hablar sinceramente y con utilidad acerca de la muerte con sus hijos, tienen que haber pensado ellos mismos acerca de este condicionante de nuestra propia vida que la hace limitada, han de reconocer su propio miedo y tomar posición frente a él. (…) Tampoco es solución el trivializar. (…) La única respuesta honrada y en consecuencia digna de crédito a la pregunta “¿Qué le pasa a uno cuando se muere?” sólo puede usar: “Eso no lo sabemos”. Porque la verdad es que no lo sabemos. (82)
No podemos impedir que los niños se creen sus ideas fantasiosas, ni debemos impedirlo. Sin embargo, no debemos confirmarselas (…) Ante ellos nosotros debemos representar a la realidad. (85)
5.- La educación de la conciencia
En un primer momento los niños pueden gozar de algo parecido a una “veda” moral. (…) Luego comienza un tiempo difícil para las dos partes. (95)
Un mapa de excursiones puramente “negativo”, que informase exclusivamente acerca de carreteras cerradas al tráfico y de terrenos prohibidos sería algo inútil. (…) Habrá que permitir que el niño descubra por si mismo si se ha metido en un callejón sin salida (98)
Nosotros pretendemos que un niño llegue algún día a respetar a los demás. Pero para esa finalidad la vía de los mandamientos y las prohibiciones no es más que un recurso provisional. (103)
Interés no sólo en que su hijo adquiera una serie de “reflejos morales” sino una conciencia madura. Objetiva, libre, regida por la inteligencia y la responsabilidad y movida por la sensibilización y el respeto al otro. (107)
¿Cuál es la actitud moral que va a surgir en el niño sometido a una educación semejante a base de un coco divino? (…) La experiencia propuesta por una educación a base de castigos de que “al niño le va bien cuando obedece y es bueno y le va mal cuando ha hecho una de las suyas” (Horts Wetterling) no vale nada (…porque…) corrompe las motivaciones. (111)
“El miedo no reside en el amor sino que el amor perfecto expulsa al miedo pues el miedo tiembla ante el castigo” se dice en la primera carta de Juan. (…) soy por principio totalmente contrario al castigo. El niño, después de sufrir el castigo, piensa que el “caso” queda clausurado y no crece a partir de él. (…) Esto es algo muy diverso del disculpar globalmente las tonterías y transgresiones: “No importa; tampoco es tan grave”. Naturalmente que importa y eso hay que hacérselo ver con cariño pero también con firmeza (112-15)
Pero entre tanto puede que se deje de lado de otra tarea: la de hacer caer en la cuenta a los niños de las consecuencias obvias y lógicas de su proceder. (…) Pues mientras esas consecuencias tienen un origen en la causa o acción misma y por consiguiente a fin de cuentas provienen del niño, el castigo tiene su origen en los adultos, es algo adicional y da la impresión de ser algo dispuesto a ciencia y conciencia hostilmente. (…) Al confrontarse con las consecuencias los padres no son enemigos sino que están de su parte. (117)
Los niños han de aprender a enjuiciar todas las decisiones y actuaciones en lo referente a sus consecuencias sociales, pero hay que defenderlos de una moralidad de conveniencias que frustraría el descubrimiento de su identidad. (121)
Cuando un adolescente es introducido en la responsabilización de sus actos, aprenderá posteriormente con más prontitud a compulsar las consecuencias de sus acciones, a sensibilizarse frente a los implicados en los efectos de su obrar. (122)
Hay ocasiones en las que no es posible herir de manera más grave a otra persona que diciéndole la verdad (en este caso tal vez fuese mejor hablar de “exactitud”). Y una autenticidad sin reservas puede llegar a ser inmisericorde y a atormentar a los demás. Podemos abrigar a otro en la verdad como en un manto acogedor o podemos golpearle con ella. (125)
El desarrollo de la conciencia de sus hijos en lo que se refiere a la atención y la sensibilización para con los demás, a la responsabilidad e intuición, a la reflexión razonable y a la decisión de aquello que en cada momento es lo más indicado para el bien del otro y para el propio bien, es decir, para el bien común. (127)
6.- Rezando con los niños
Orar con los niños presupone que los padres se hayan planteado la cuestión de qué es eso de la oración. (129)
Si lo que se nos transmite como última oración de Jesús es el “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado”, eso quiere decir que nuestra experiencia de que a nuestra oración no parece descubrírsele un interlocutor y de que se pierde en el vacío, no es algo tan nuevo y desacostumbrado como pudiéramos pensar. (130)
Las oraciones infantiles resultan igualmente problemáticas si sólo parecen acomodarse al niño mientras que un adulto nunca podrá decirlas como cosa suya. (…) A una oración infantil hay que exigirle, en primer lugar, que sea veraz. (…) No es por tanto indiferente lo que se reza con los niños, pues “los niños crecerán con las palabras que aprendieron. Por consiguiente unos versitos con los que no puedan llegar a adultos, ya sea porque son cursis o infantiloides o porque dejan de ser verdaderos para una persona de cuarenta años, tampoco serán adecuados para el niño” (Jörg Zink) (134)