lunes, marzo 30, 2020

JUNTOS, UNIDOS Y ENTRE TODOS

Nuria Sánchez

Estamos recibiendo cientos de mensajes con ideas y propuestas para “pasar” lo mejor el tiempo. Yo llevo ya 6 días siguiendo los consejos recibidos: tener un horario, hacer ejercicio en casa, distribuir tareas, hablar con familiares y amigos… Pero al séptimo día esta mujer que escribe SE CANSÓ. Se cansó de mirar para dentro, a la propia casa y la propia vida.
SERVIR ES ALEGRÍA.
Para crecer como personas y como sociedad, encontrar un sentido, y salir de esta crisis fortalecidos, necesitamos escuchar el dolor de la familia de refugiados que llegó hace un mes, y vive encerrada en una habitación, sin comida ni dinero, con unos servicios sociales menguados que no dan respuesta. Necesitamos mirar a la trabajadora que en estos días ha visto reducido su sueldo a la mitad, en una subcontrata de empresa pública. Necesitamos tocar el dolor del hombre que se quedó en paro la semana antes del confinamiento, y no sabe cuándo podrá volver a encontrar trabajo. O el de aquel otro que va a trabajar con fiebre, con miedo de contagiar a sus compañeros, pero más miedo aún de no poder pagar el alquiler. Sintamos la angustia de la madre soltera, que si se queda en casa no paga el préstamo personal que pidió con unos intereses salvajes...
Y pongamos cabeza, corazón y manos en construir una SOCIEDAD MÁS FUERTE.  Pues además de batas y mascarillas, vamos a necesitar una sociedad entera que exija a la clase política que responda a las necesidades de los últimos.
Cuando los de arriba repiten las palabras de JUNTOS, UNIDOS y ENTRE TODOS, los de abajo saben que les va a tocar a ellos apretarse el cinturón. No dejemos que los eslóganes, escondan una vez más la verdad de que la factura de las crisis, de ésta y de las anteriores, las pagan los de siempre, los últimos, los pequeños, los más pobres.

viernes, marzo 27, 2020

¿Defraudados o desesperanzados?

Hoy, presuntamente llegamos al meridiano de nuestro responsable encierro, advertidos de que los científicos aseguran convencidos que es la forma más eficaz de parar la contaminación por el Coronas Virus.
Nuestra situación psicológica se resiente junto con la de los que nos rodean. Tiramos de teléfono, whatsapp, correo electrónico, o en el mejor de los casos, de videoconferencia, en busca de un apoyo, una señal de ánimo o desánimo que sume o reste evidencia a nuestro propio parecer. En su cara,  en su voz, en su tono, en frases certeras o dubitativas en las caras televisivas, gestos posturales, podemos apreciar si su estado de ánimo se asemeja al nuestro o nos intentan convencer de lo contrario. Y al volver a nosotros nos preguntamos. 
Todo nos vale, ya que no depende de nosotros la decisión de seguir o plantarnos. Es por saber si esto que pienso con mi familia es una majadería mía o un estado general de desánimo. 
Y da igual el resultado de mis pesquisas. El imperativo es el mismo “Hay que continuar con el aislamiento”. 
Pero, ante esta situación, sí me corresponde posicionarme y ayudar a mi familia a hacer lo mismo. Y comienzo, cual Hamlet, a deshojar dilemas en busca de posibilidades. Enfadarme, deprimirme, maldecir la situación, buscar culpables o calmar mi espíritu, buscar alternativa a mi deprimente estado de ánimo: leer, ver la tele, hablar con los que me rodean, seguir llamando a los amigos, buscando entre todos apaciguar el desánimo, contar algún chiste, a pesar del “malditas las ganas que tengo de…”
Nuestros políticos tampoco anoche fueron muy espléndidos, su asertividad saltaba por los aires, su empatía no nos llegaba. No lograron aplacar nuestro desánimo. Ante nuestro sufrimiento por la pérdida, en absoluta soledad, de nuestros seres queridos, indiferente sus rostros, expresión quizá de sus últimos pensamientos: la comedia no dio salida a su dolor de verse morir por falta de medios. Sus “pésames” sonaron fríos, protocolarios, poco sentidos. Nuestros políticos con el tan manido  “y tú más” se repartían las irresponsabilidades, las desidias y las culpas, mientras todos alardeaban de sus certeras profecías a toro pasado. Mientras, a nuestros mayores, ante tanta miseria humana, no les quedó otra que entregar su alma a Dios con la esperanza de encontrarse con otro cielo mejor.
Aquí quedamos nosotros con la cruz a cuesta, como siempre, sobre nuestros hombros, viendo como se bate el cobre y lo que trabajan, jugándoselas por salvar la situación. A todos les recordamos con nuestros aplausos que se me antoja oraciones. Nos parece bueno el slogan del gobierno frente a la campaña: “Lo que haga falta, como haga falta y donde haga falta”. “Nadie va a quedar atrás en esta crisis sanitaria” 
Mi vecina se asoma al balcón y  grita, cuando de esto se habla y dice:
-Lo que falta ahora es que sea verdad.
Cierro la ventana de mi balcón, rumiando responsabilidades. Me siento en el  sofá, sonriendo la frase de mi vecina que denota realismo y me devuelve toda la responsabilidad ¡No sé si a ustedes también! 
Junto a mí se sienta, un poco asustada mi mujer, ante la pregunta un tanto agitada y chillona de qué es lo que me pasa, toda mi familia sale de sus trincheras y se sientan junto a mí, los más pequeños en el suelo. Mi única preocupación  al verlos, es egocéntrica y pienso sonriente: “nunca más volveré a sentarme en el suelo como ellos, con las piernas cruzadas por debajo de sus nalgas.
Muevo la cabeza como quitándome de encima pensamientos, cargas inútiles, reflexiones baldías. Miro a mi mujer, Nos hacemos gestos de victoria y ¡arriba! Con el dedo. Ella pegando sus dedos a su boca, los aprieta contra sus labios y los devuelve por el aire en señal de beso apasionado. Mientras, un largo uhuhuhuhuhuh, suena de fondo mientras dura la escena llena de ternura, convertida en una expresión de un bello lenguaje no verbal.
 Todos reímos y comenzamos  conjuntamente nuestra recuperación. 
- Lo mejor es la alegría por estar juntos tanto tiempo, abuelos.
- La mejor ayuda es quedarnos en casa. –La abuela susurra por lo bajo
- Sí por aquello de que, bien ayuda quien no estorba. (risas)
- Aquí nos estamos descubriendo lo que es cada uno, lo que puede, lo que siente. Dijo algún adulto.
Jamás hemos disfrutado de nosotros mismos al estar juntos, tanto tiempo. (ojos húmedos) 
-“Jodíos” chiquillos, dijo una madre, una de mis hijas, limpiándose los ojos.
Ellos, me permiten contar mis “batallitas” de viejo y algo nuevo ven en mí que sonríen, se interesan por el tema y preguntan sobre ello.
 ¡Qué más queremos¡
Cierra el tema mi nieto de ocho años. Se levanta, se estira y mirándome fijamente me increpa:

Abuelo, ¿no deberíamos darles las gracias por todo esto al Coronas Virus?

lunes, marzo 23, 2020

Convivencia en tiempos de crisis


Paco Javier P. Montes de Oca, psicólogo evolutivo y social
La adolescencia es una etapa crítica de la vida que merece una especial atención por parte de las Ciencias Humanas, Médicas, la Educación y las familias. De todos es sabido que los adolescentes muestran rasgos psicológicos típicos de la edad como rebeldía, cambios de humor, deseos de una mayor independencia, dudas sobre sí mismos, su cuerpo, la sexualidad etc. Conjunto de comportamientos que pueden desconcertar, a veces, alarmar a los padres que se ven impotentes a la hora de afrontar diferentes situaciones que se puedan dar en el hogar. Atendiendo a esta necesidad aporto algunos consejos que puedan servir a padres y familia en estos momentos críticos de confinamiento obligatorio:
Ayudarles a comprender la situación y normas impartidas por las autoridades políticas y sobre todo sanitarias.
Que colaboren en las tareas domésticas y entretenimiento con hermanos menores si los tienen.
Disponer, con régimen de rutinas diarias, de horas para el estudio de materias escolares con la ayuda que le puedan prestar los padres o uno de ellos si se encuentran en régimen de visitas por separación o divorcio.
Disfrutar, conjuntamente, padres e hijos en actividades de ocio: juegos, ver películas, música etc. Todo aquello que surja de la imaginación de cada uno, una y mutuo acuerdo.
Aprovechar para hablar, dialogar. Aclarar cuestiones que, en la vida cotidiana de trabajo o clases, no se pueden abordar con la profundidad y tiempo necesario.
Controlar el tiempo que adolescentes y niños dedican a los móviles, plasmas virtuales y ordenadores. Recordar que la OMS (Organización Mundial de la Saluda) ha informado que dedicar, en especial por adolescentes, jóvenes y menores, cuatro o más horas diarias a estar conectado a este tipo entretenimiento equivale a una adicción similar al alcohol o las drogas.
Usar las redes, móviles y teléfonos, de forma moderada, para conectar con amistades que sirvan de unión y fomento del afecto y ayuda mutua.

Con todo el afecto, a su disposición, junto con el equipo de orientación del grupo parroquial y comunitario: .

sábado, marzo 21, 2020

"Dios para niños" (R. Tschirch)


Resulta sorprendente que un libro editado en España en 1976 no haya influido más en la transmisión de la fe en nuestros ambientes. (Los números entre paréntesis se refieren a la página del libro en la edición de Sal Terrae)

(entre paréntesis va la página en que va la cita)
1.- Los padres ante la tarea de la educación religiosa
Engendramos a nuestros hijos, no para ser amados sino para amar; casi se podría decir que para sufrir de por vida de un amor no correspondido. (16)

Es una sospecha infamante presumir motivos de baja estofa en los padres que piden el Bautismo. (…) La nueva vida los impulsa a una mutación en su propia concepción de la vida. (…) Algo los impulsa a salir de sí. (19)

El niño depende de la atmósfera religiosa en la que crece. /La leyenda atribuye al emperador Barbarroja que mandó dejar a unos niños sin que nadie les hablara, para conocer así la lengua original, que él esperaba fuera el hebreo. Después de morir varios hubo de interrumpirse el experimiento/ (23)

Debemos preguntarnos si no se ha puesto hasta ahora en la educación religiosa demasiado énfasis en las palabras. (25)

Difícilmente conseguiremos explicar el sentido de la penitencia si antes no sabe ya qué es lo que uno experimenta cuando perdona o es perdonado. (…) Es el lenguaje de la palabra viva. (25)

Lo importante es que el niño haga las experiencias de esas realidades de la vida que son la esperanza, la confianza, el amor. (…) Eso es mucho más importante que el hacer que los niños conozcan muchos conceptos, ideas, relatos y usos “cristianos”. (26)

2.- Hablando de Dios con los niños
Cuando los padres hablan con los niños de Dios deberían recapacitar seriamente acerca de lo que pretenden significar con ello, si significan verdaderamente algo o si para ellos constituye una palabra vacía al servicio de otras finalidades. /No utilizar a Dios para echarle la culpa de no tener hermanito o la muerte de un amigo/ Cuando se responde a las preguntas infantiles con la respuesta “Dios”, un buen test de control consistiría en preguntarse: ¿Se hablaría en este caso de Dios entre adultos? Y si no se habla, tampoco se debería hacerlo ante los niños. (32-36)

Conocimiento sólo le será comunicado al niño desde dentro, y no a través de lo que nosotros le enseñamos sino a través de lo que nosotros somos. (37)

No debemos permitir que las preguntas y fantasías infantiles nos lleven a decir acerca de Dios más de lo que sabemos de Él por medio de Jesús. (39)

3.- La narración de relatos bíblicos
El punto de partida para narrar relatos bíblicos y sobre todo historias acerca de Jesús debería ser el que esas historias traten de seres humanos reales. (43)

Los padres deberían decirles a los niños “solo aquello que más adelante no hayan de desmentir. (56)

A los niños se les puede decir: “El hombre de la Navidad y Nikolaus son personajes de nuestras leyendas navideñas. Se cuentan muchas historias a su propósito y hay muchas poesías y cantos acerca de ellos. Pero nosotros no sólo vamos a contaros cosas acerca de ellos. Preferimos representar esas historias. (60)

4.- Las experiencias del niño con la muerte
Ante el hecho de la muerte ocultar y minimizar es una falsa táctica. (…) Cuanto más se difieran las conversaciones con los niños acerca de las realidades de nuestra vida, aún las más tristes y problemáticas, tanto más difícil se irá haciendo con el tiempo volver a hablar de ellas. Silenciar y evitar son dos actitudes que convierten estos temas en algo tenso y explosivo. (80-81)

Para que los padres puedan hablar sinceramente y con utilidad acerca de la muerte con sus hijos, tienen que haber pensado ellos mismos acerca de este condicionante de nuestra propia vida que la hace limitada, han de reconocer su propio miedo y tomar posición frente a él. (…) Tampoco es solución el trivializar. (…) La única respuesta  honrada y en consecuencia digna de crédito a la pregunta “¿Qué le pasa a uno cuando se muere?” sólo puede usar: “Eso no lo sabemos”. Porque la verdad es que no lo sabemos. (82)

No podemos impedir que los niños se creen sus ideas fantasiosas, ni debemos impedirlo. Sin embargo, no debemos confirmarselas (…) Ante ellos nosotros debemos representar a la realidad. (85)

5.- La educación de la conciencia
En un primer momento los niños pueden gozar de algo parecido a una “veda” moral. (…) Luego comienza un tiempo difícil para las dos partes. (95)

Un mapa de excursiones puramente “negativo”, que informase exclusivamente acerca de carreteras cerradas al tráfico y de terrenos prohibidos sería algo inútil. (…) Habrá que permitir que el niño descubra por si mismo si se ha metido en un callejón sin salida (98)

Nosotros pretendemos que un niño llegue algún día a respetar a los demás. Pero para esa finalidad la vía de los mandamientos y las prohibiciones no es más que un recurso provisional. (103)

Interés no sólo en que su hijo adquiera una serie de “reflejos morales” sino una conciencia madura. Objetiva, libre, regida por la inteligencia y la responsabilidad y movida por la sensibilización y el respeto al otro. (107)
  
¿Cuál es la actitud moral que va a surgir en el niño sometido a una educación semejante a base de un coco divino? (…) La experiencia propuesta por una educación a base de castigos de que “al niño le va bien cuando obedece y es bueno y le va mal cuando ha hecho una de las suyas” (Horts Wetterling) no vale nada (…porque…) corrompe las motivaciones. (111)

“El miedo no reside en el amor sino que el amor perfecto expulsa al miedo pues el miedo tiembla ante el castigo” se dice en la primera carta de Juan. (…) soy por principio totalmente contrario al castigo. El niño, después de sufrir el castigo, piensa que el “caso” queda clausurado y no crece a partir de él. (…) Esto es algo muy diverso del disculpar globalmente las tonterías y transgresiones: “No importa; tampoco es tan grave”. Naturalmente que importa y eso hay que hacérselo ver con cariño pero también con firmeza (112-15)

Pero entre tanto puede que se deje de lado de otra tarea: la de hacer caer en la cuenta a los niños de las consecuencias obvias y lógicas de su proceder. (…) Pues mientras esas consecuencias tienen un origen en la causa o acción misma y por consiguiente a fin de cuentas provienen del niño, el castigo tiene su origen en los adultos, es algo adicional y da la impresión de ser algo dispuesto a ciencia y conciencia hostilmente. (…) Al confrontarse con las consecuencias los padres no son enemigos sino que están de su parte. (117)

Los niños han de aprender a enjuiciar todas las decisiones y actuaciones en lo referente a sus consecuencias sociales, pero hay que defenderlos de una moralidad de conveniencias que frustraría el descubrimiento de su identidad. (121)

Cuando un adolescente es introducido en la responsabilización de sus actos, aprenderá posteriormente con más prontitud a compulsar las consecuencias de sus acciones, a sensibilizarse frente a los implicados en los efectos de su obrar. (122)

Hay ocasiones en las que no es posible herir de manera más grave a otra persona que diciéndole la verdad (en este caso tal vez fuese mejor hablar de “exactitud”). Y una autenticidad sin reservas puede llegar a ser inmisericorde y a atormentar a los demás. Podemos abrigar a otro en la verdad como en un manto acogedor o podemos golpearle con ella. (125)

El desarrollo de la conciencia de sus hijos en lo que se refiere a la atención y la sensibilización para con los demás, a la responsabilidad e intuición, a la reflexión razonable y a la decisión de aquello que en cada momento es lo más indicado para el bien del otro y para el propio bien, es decir, para el bien común. (127)

6.- Rezando con los niños
Orar con los niños presupone que los padres se hayan planteado la cuestión de qué es eso de la oración. (129)

Si lo que se nos transmite como última oración de Jesús es el “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado”, eso quiere decir que nuestra experiencia de que a nuestra oración no parece descubrírsele un interlocutor y de que se pierde en el vacío, no es algo tan nuevo y desacostumbrado como pudiéramos pensar. (130)

Las oraciones infantiles resultan igualmente problemáticas si sólo parecen acomodarse al niño mientras que un adulto nunca podrá decirlas como cosa suya. (…) A una oración infantil hay que exigirle, en primer lugar, que sea veraz. (…) No es por tanto indiferente lo que se reza con los niños, pues “los niños crecerán con las palabras que aprendieron. Por consiguiente unos versitos con los que no puedan llegar a adultos, ya sea porque son cursis o infantiloides o porque dejan de ser verdaderos para una persona de cuarenta años, tampoco serán adecuados para el niño” (Jörg Zink) (134)

jueves, marzo 19, 2020

CLUB DEL RIO PRESENTA "EROSIÓN". Presenta Ángela Galán





El mundo gira
Rápido a mi alrededor
Y no sé si orbitar con él
O dejar que lo hagan los demás
Llévame vida llévame
Sin miedo sin tapujos ni mentiras
Porque esto se acabará
Ya sabéis que un día pronto acabará
Y sólo me queda disfrutar
Arder, quemar, reír y llorar
Porque esta es la verdad
Mantener la llama en la oscuridad
Porque esta es la verdad
Mantener la llama en la oscuridad
Pero no somos de piedra
Nacimos de la erosión
Que transforma el paisaje
Y mi alma también
Ya encontré la razón
Para amarte sin preguntarme
Y si vienen días grises
Ya vendrán días con los rayos del sol
Remaré y remaré
Por corrientes de electricidad…

domingo, marzo 15, 2020

CREER EN TIEMPO DE CORONAVIRUS


¿Cómo creer cuando aparecen las desgracias? ¿con perplejidad? ¿pasándose a la incredulidad? ¿o son ocasión magnífica para crecer en la fe? Una fe del paleolítico es una fe mágica. Esa que entiende que Dios es un caprichoso a veces feliz, a veces sádico que reparte bienes y desgracias; eso se parece más a los dioses viejos que al Dios cristiano.

Una desgraciada lectura del “Pidan y se les dará” hace pensar a mucho creyentes que la realidad depende de la insistencia humana. Triste imagen de diosecillos ancestrales. No es ese el Dios de Jesús. (recomiendo la entrevista al teólogo Martín Gelabert: http://antigonahoy.blogspot.com/2019/09/como-actua-dios-en-el-mundo.html)

Dios no envía el coronavirus ni lo elimina. Dios es el Creador sí, y es omnipotente sí. Pero la omnipotencia no puede hacer círculos cuadrados, ni amores egoístas, ni asistencialismos promocionantes, ni liberaciones esclavizantes. Dios no se desentiende nunca de la humanidad, ni de cada uno, pero abrió un espacio a la libertad y la naturaleza; y él mismo (sobre todo en Jesucristo) padeció esas mismas condiciones.

Las beaterías de siempre han aprovechado para disparar contra los creyentes y obispos que respetan esta fe y han sugerido que sea de cobardes y sumisos aplicar a los actos litúrgicos las recomendaciones sanitarias para cualquier reunión. Hay quienes creen que por andar Dios por medio se dejan de lado las condicionantes de cualquier acto social. Un vino consagrado, si también contuviera veneno, no dejaría de contener ese veneno. Seamos normales. Las beaterías de siempre han relatado que solo los obispos polacos han propuesto que haya más Misas. Pero las Misas en que se junte tanta gente como en el 8M de Madrid tendrán las mismas consecuencias sanitarias que aquella reunión.

La presencia del coronavirus quizá haga dar un paso más en el convencimiento de que como dice Francisco en “Laudato si”, “todo está conectado”; el que vea la vida de manera individualista vive realmente en el Paleolítico y si su fe es individualista es una fe de aquella época. La suspensión de actos católicos y no de los actos del 8m quizá sea porque los católicos tenemos una relación con nuestra fe que incluye la razón. Es una relación integral, no fanática. Y lo es porque hemos avanzado. En otras épocas teníamos esa relación poco racional, semimágica. Hoy aquella forma vieja de relación es la que tienen en buena parte del feminismo (y lo mismo pasa con parte de nacionalismo y ecologismo).

Aceptando suspender actos religiosos no manifestamos que seamos sumisos, sino que creemos con la Iglesia que “la Gracia no anula la naturaleza” y si hay condiciones sociales de infección no va a dejar de haberla porque el acto sea piadoso. Creo más bien, aunque no lo diga así exactamente el Catecismo, que forma parte de la libertad de Dios, haber renunciado a ese poder. Es algo similar a muchos padres que no imponen algunas cosas a sus hijos porque un día encendieron con amor esa chispa de libertad en sus corazones. Porque, como dice Francisco, quieren seducir, no imponer. Dios, como los padres que conozco, trabajan por encender la chispa del amor, no la impone.

No es que seamos sumisos, es que distinguimos -como Francisco- la técnica de la tecnocracia. Nos oponemos a la tecnocracia, la técnica encastillada en su poder, el negocio de las multinacionales de la farmacia, la distinción entre clases dentro del sistema sanitario y tantas otras cosas. Sin embargo, con la misma fuerza con que nos oponemos a la tecnocracia manifestamos nuestro amor y reconocimiento por la técnica. Valoramos los esfuerzos de los profesionales, las investigaciones de los científicos, las propuestas consensuadas, el sinfín de tareas pequeñas que hacen avanzar. Es la vieja relación entre la razón y la fe. Una relación circular, convergente, dialéctica, enriquecedora.

Creer en tiempos de coronavirus es aceptar las propuestas inteligentes, razonables, científicas y no imaginar que las cosas se arreglan amontonando rezos. Orar es imprescindible para seguir trabajando en medio del cansancio, para encajar las dificultades, para aceptar que nos equivocamos a veces, para cuidarse y cuidar de los otros. La oración es muy importante pero no a medida de mi capricho sino la oración cristiana.

Creer en tiempos de coronavirus es saber aprender. Se ha puesto de manifiesto que de esta no puede salir cada uno por su cuenta. Ni solo por la acción de las instituciones. Hace falta la persona en su íntima decisión y hacen falta las instituciones. Es tiempo de aprender que no sirve ni el pánico ni la superficialidad. Es tiempo de aprender que cada profesión debe ser una vocación ejercida por amor y no por dinero. Es tiempo de aprender a compartir, de poner en juego las cualidades. Es tiempo de practicar “de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades”; por eso los jóvenes se ofrecen a hacer la compra a los mayores, los niños aprenden a jugar a otras cosas, las profesiones todas se preguntan cómo amar más y mejor.

Creer en tiempos de coronavirus es ver todo el dolor económico que conlleva esta pandemia. Ya hay quien ha dicho que la crisis económica generará más muertes que el virus. El paro mata y el paro ha aumentado. Es razonable que los funcionarios se planteen la solidaridad con los autónomos; o mejor dicho los altos funcionarios con los bajos autónomos, porque de todo hay. Qué pasa con los que se quedan en paro en cosa de todos. Los filósofos del libre mercado esperamos que mejoren sus ideas a la vista de la realidad. Está claro ya que tanto el mercado como el estado resultan insuficientes por si mismos.

También habrá que darse cuenta de que una sociedad avanzada necesita que no haya personas que no llegan a fin de mes trabajando. Es necesario incluso tener un patrimonio solidario que permite afrontar estos imprevistos. La Iglesia defiende esto, con cierta timidez desde León XIII y con más fuerza desde Pablo VI. Hay que promover una economía que no haga solo limosna con quien cae en una emergencia; es necesaria una economía que cambie el corazón mismo del sistema.


La industria farmaceútica segun
una importante revista sanitaria

Habrá que preguntarse si la investigación está enfocada a las grandes necesidades de la humanidad o hay cualidades investigadoras dedicadas a caprichos de élites minoritarias. Habrá que preguntarse también por la gestión política. No para exigir que no se cometiera ningún error pero sí para preguntarse si algunos con cualidades políticas prefirieron la comodidad de no bajar a esa arriesgada arena, sí para preguntarse si en vez de servir algunos fueron a la política a servirse.

Creer en tiempos de coronavirus exige plantearse que en cuanto pase la pandemia habrá que preguntarse por cómo construir una sociedad realmente justa. Porque la justicia social hará que los virus se encuentren una población más sana, más preparada, más prevenida. Si hay justicia no habrá personas para quienes lo de “quedarse” en casa no sea un auténtico calvario porque la casa misma es incómoda o insalubre; parecen olvidar algunos que a veces la casa no es tal; los “sin techo” siguen existiendo, los campamentos de refugiados y los CIEs siguen existiendo.

Creer en tiempos de coronavirus es dedicar tiempo y reflexión a una perspectiva crítica. Es bueno preguntarse por nuestra falta de prevención, es necesario criticar la frecuente dedicación de la capacidad investigadora a lo que es negocio en vez de al bien común.

Creer en tiempos de coronavirus es experimentar que ya nunca más es posible una vivencia egoísta. Que todos somos solidarios. Queramos o no caminamos hacia la solidaridad. Eso sí, creo, Dios lo quiso así. La humanidad tiene ante sí una gran oportunidad.

domingo, marzo 01, 2020

JAIME MARRERO. TESTIMONIO



El pasado viernes nuestra reunión de padres se tiñó más aún de humanidad y divinidad con el sencillo testimonio del conocido humorista Jaime Marrero.
Contó chistes porque es su forma de comunicarse pero nos mostró también parte del hondón de su corazón: “Creo en el Dios de mis padres, el Dios del amor, de la solidaridad”. 

Fue hilvanando anécdotas y chistes al hilo de su propia vida. Mostró admiración por aquella humildad de quienes daban todo por los demás sin quejarse. “Mi madre -éramos siete varones- nos mandó más de un cogotazo y se lo agradecemos; vivía para los demás y nunca se quejaba”. 

Recordaba que la vida recibimos un don que es para los demás. No mencionó la palabra humildad pero nos habló de un familiar suyo que había recibido una Medalla de las autoridades porque en una retirada, durante la Guerra de África, este hombre había cargado voluntariamente con un compañero enfermo. Jaime destacaba que nunca le había hablado de este hecho, que él se había enterado años más tarde.

Tampoco usó la palabra vocación pero nos contó la fascinación que sentía por aquella vecina que en voz baja le decía que siguiera adelante en su deseo de ser humorista aunque en la familia le pusiesen pegas.

No entiende que habiendo habido víctimas por los dos bandos se está orillando el sentido de reconciliación entre bandos en que él creció: “Hemos tenido familiares en ambos bandos y es mejor hacer como ellos, caminar hacia adelante”.

Aunque profesionalmente le haya ido muy bien confiesa que sus mejores momentos los ha pasado con las personas mayores a las que tanto debemos y “en las prisiones donde hay muy buena gente, o quien cometió un error; y también faltan algunos que podrían estar”.

El aruquense Jaime Marrero se siente agradecido con la vida, contento de alegrar a otros, feliz en su humor blanco: “Se pueden contar chistes de suegras, de gays, de enfermeras, de todo, si se hace bien”.