Eugenio A. Rodríguez
Las Primeras Comuniones estuvieron bien. Hubo de todo. Hubo fotógrafos discretos, hubo jóvenes aficionados con su móvil atentos a una ceremonia que más bien desconocían, hubo trajes sencillos, casi como para poder ir al colegio o para otro día destacado, muy pocas marcas de precios desorbitados; hubo mucha alegría, abrazos y sonrisas cómplices.
Hubo familias que se creen redondas y lo mismo son más bien cuadradas. Hubo familias algo reconciliadas por un día, familias con hermosas cicatrices que daba ganas besar, familias con heridas abiertas que -por pudor- no era fácil acariciar pero sí reconocer que por esa herida quiere entrar Jesús… Familias variopintas que acrecentaban su solidaridad, más trato con Jesús, alguna oración furtiva. Hubo emocionados niños con ojos como platos y que escuchaban absortos a sus hermanos mayores, o a sus primos, o a sus padres… Estaban también los que no podían estar porque los lazos del amor son también más fuertes que la distancia o la muerte.
La fe por ser social no es menos verdadera sino más. Eso no la hace perfecta sino real. Así es como creemos y es así como Dios nos quiere. Así le sentimos cercano, humano, fraterno. En nuestras primeras comuniones no hubo gritos histéricos pero sí se cantaba alto. Se cantaban palabras de Jesús: “El Espíritu de Dios hoy está sobre mí….”. Y se cantaba nuestra experiencia de fe: “Cerca está el Señor…”. “La sed de todos los hombres sin luz, la pena y el triste llorar. El odio de los que mueren sin fe, cansados de tanto luchar. En la patena de nuestra oblación acepta la vida, Señor…”
Hasta bromas hubo. No nos volvimos locos en flores aunque sí hicimos un esfuercillo para la ocasión porque lo merecía. La comunidad cristiana acogió con alegría que no se hicieran celebraciones aparte sino en la Eucaristía habitual; y -como en toda familia- se entiende que es un día con más jaleo. Los chiquillos nerviosos ¡gracias a Dios! Yo también… ¡a Dios gracias! Falló la megafonía… ¡Mejor! No nos hacemos personas por las facilidades sino por la fidelidad. Un esfuerzo extra para todos y la mayoría metió fraternalmente el hombro. Total que nos hicimos más amigos, más hermanos.
Los niños no se lo sabían todo. Ni los padres. Ni yo. Ni falta que nos hace. Sigue siendo necesario mejorar. Escuchar más y mejor la Palabra. Escuchar más y mejor la vida. Tendremos que abandonar la rutina de ir por ir y la también rutina de no ir por no ir; las dos rutinas son, bien miradas, la misma. La rutina -sabemos bien- mata el amor. Por eso con muchas ganas seguimos adelante… ¡Bienvenidas: Segundas Comuniones!