Eugenio A. Rodríguez Martín
Son ya muchas las voces que ponen el punto de mira en que la crisis económica será peor que la emergencia sanitaria. Que matará más. Sí, estamos de acuerdo en que las vidas valen más que la economía, eso no lo niega nadie. El problema es que cuando pase el problema sanitario y su altísimo coste en vidas, la economía real se llevará más vidas todavía que el virus.
Si ponemos tanto amor en el análisis y la critica como en el encierro, la ingente tarea de sanitarios y fuerzas de seguridad, el trabajo de tantos trabajadores de la producción y distribución de bienes, la elaboración de mascarillas y otros bienes, las compras llevadas a quien no podía y otro sin fin de cuidados, es posible que el pueblo (y no ese futil “entre todos”) desenmascare al capitalismo.
El coronavirus ha desenmascarado un capitalismo que creía que no pasaba nada si China era el polígono industrial del mundo. Pues sí pasa. Cuando vas a echar mano de las mascarillas, resulta que vienen de la otra punta del mundo. Y cuando vemos en vídeo que algunas están hechas por niños esclavos en la India (http://dignitex.org/es/ninos-fabricando-mascarillas-contra-el-coronavirus-en-un-taller-textil-de-la-india) algo se revuelve en nuestro interior. Nos habían hecho creer que nosotros poníamos el I+D y que ellos hacían más barato el trabajo precario. El tema era grave porque hacía subir el paro aquí pero no fuimos capaces de cambiar eso. Pues al final nos ha salido caro.
El coronavirus ha desenmascarado un capitalismo que hace negocio con la vivienda. No quiere resolver el problema de la vivienda porque le viene muy bien. Alguien se beneficia de que casi 5 millones de viviendas en España están por debajo de los 60 metros. Aproximadamente el 80% de las viviendas en alquiler pertenecen a grandes propietarios, no a personas que necesiten esos ingresos. Cuando llega el coronavirus, se ve más claro que hay personas sin vivienda, viviendas insalubres, etc., mientras hay millones de viviendas vacías que no se atreve a tocar este Gobierno aunque mande quedarse en casa. Las políticas de vivienda, desde la regulación del suelo a la vivienda pública, pasando por la financiación, se quedan cortas y no las toca ni el estado de Alarma ¡son sagradas!. Con el confinamiento aumenta la violencia doméstica, la distancia educativa entre los que pueden salir adelante desde su casa y los que no. Aumentan las drogadicciones, incluidas las apuestas que el gobierno dice combatir; también el tabaco. Nos ha salido caro.
El coronavirus ha desenmascarado el capitalismo y su sagrada ley de la oferta y la demanda. Suben los precios en general. En una farmacia -por poner un ejemplo- se pagan 50 euros por dos mascarillas y dos botecitos de gel. La oferta y la demanda mandan al paro a legiones de trabajadores. Y a nivel mundial lo mismo; algún día se conocerán las facturas que han pagado obedientemente poderosos estados. Nos ha salido caro.
¿Qué dirán los forofos del mercado cuando ven que el precio de los respiradores se multiplican por respeto a las sagradas leyes del mercado tantas veces adoradas? ¿seguirán diciendo que es mejor dejarlo? ¿no queda otra opción que esperar a que otros ven ahí un nicho de negocio? ¿qué dicen los forofos del mercado cuando se confirma que, por contra, el salario de los que migrantes que recogen la fruta no sube? ¿ni en estas circunstancias son mejor pagados? ¿quedará alguien que no entienda que los migrantes más que huir del hambre son piezas de un mecanismo de contención de salarios de las tareas más tediosas?
El coronavirus ha desenmascarado un capitalismo que creía que no pasaba nada por invertir en el AVE, que es muy guay para quien lo pueda pagar, y no en tener respiradores, que seguramente nos harán falta. Cuando no haya respiradores, no se preocupen, que en la Ruber no van a faltar y en la pública habrá debates éticos sobre para quien son los respiradores con que se pueda contar. Pero cuando a los profesionales les toca decidir se le caen las lágrimas y no duermen. Nos ha salido caro.
El coronavirus ha desenmascarado un capitalismo que busca la concentración urbana para hacer negocio. ¿Es lo mismo el coronavirus en conglomerados humanos con tal grado de hacinamiento que exigen tener “metro”? ¿No se puede empezar a promover políticamente un urbanismo a la medida humana? La locura de concentración urbana ya la veníamos pagando cara en salud, y ahora otro poco más. Nos ha salido caro.
El coronavirus ha desenmascarado un capitalismo que promueve el turismo como elemento esencial de la vida económica de regiones enteras. Los cruceros, el lío en el transporte, los aeropuertos. ¿Quién cierra ahora la conexión de Madrid con China cuando los millones de chinos que pueden hacer turismo son esenciales para la economía española y pueden elegir otro destino? Las zonas turísticas del mundo compiten entre sí aunque les cueste vidas. Los grandes beneficiarios del turismo tendrán también una sanidad mejor a su disposición. Nos ha salido caro.
El coronavirus ha desenmascarado un capitalismo en que los yuppies van por el mundo tejiendo relaciones financieras entre China, Japón, Londres, Suiza. Nadie propone que se deje de viajar, pero ¿estos viajes responden a una actividad económica de progreso o a los intereses de un capitalismo que concentra la riqueza y aumenta la desigualdad? Si se demuestra que estos viajes tienen que ver con la aceleración de la expansión del virus, tenemos que decir que nos ha salido caro.
El coronavirus ha desenmascarado un capitalismo en el que un test rápido sale por 300 euros en la privada y cuyo coste real es de 10 o 15 e. El Dr. Simón dijo al principio que eso no era necesario. Después, Sánchez dijo que eran esenciales y la ministra de Hacienda dijo que el mercado era muy complicado. Confiados como estábamos (o como nos imponen estarlo) en el mercado no se debate siquiera sobre la conveniencia de tener industrias nacionales para medicamentos cuya eficacia se ha demostrado en otros países. El uso masivo de esos test es la gran diferencia entre Corea y España. Con test a tiempo no habrían hecho falta respiradores. No poder fabricarlos nos ha salido caro.
El coronavirus ha desenmascarado la democracia formal. Y aunque había advertencias desde enero, la democracia española no es democracia-democracia sino democracia representativa, y en este tipo de democracia (sin duda mucho mejor que la dictadura) hay todavía camino por recorrer hacia formas más maduras de democracia, en la cual no se delegue todo el poder al Parlamento durante cuatro años, sino que se articulen otros mecanismos tendentes a la autogestión; que se haga más o menos rápidamente es otra cuestión. De forma que las decisiones caprichosas de un gobierno que miró hacia otro lado (y no se me acuse de partidismo antiSanchez, que tan lento como Sánchez lo fueron ante otras cuestiones Rajoy, Zapatero, Aznar…. ) son inamovibles, aunque ya se habla de que pueden llegar al Juzgado. Una democracia real nos habría permitido tomar decisiones más acertadas. Democracia real significa, entre otras cosas: referendums, diversas formas de articulación social, verdadera transparencia informativa, nuevas formas de organización política y, sobre todo, debate ciudadano sobre cómo caminar hacia una democracia auténtica: “poder del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”.
El coronavirus ha desenmascarado la supuesta eficiencia del capitalismo. ¿Puede un sistema regido por la maximización del beneficio de cada uno afrontar un problema de este calibre? Es la idolatría al máximo beneficio individual seguramente el primer responsable de este problema. La maximización del beneficio particular nos ha salido cara.
Sé por experiencia que más de un amable lector está pensando que el comunismo es peor. Y no seré yo quien defienda el comunismo y sus cien millones de muertos. Desde hace aproximadamente un siglo un sinfín de asociaciones, especialmente el movimiento obrero pero también algunas conservadoras, defienden que el comunismo no es más que un capitalismo de Estado. O sea, parecido. Pablo VI hizo una brillante aportación al distinguir capitalismo de industrialización. Los que dicen que el progreso viene de la mano del capitalismo es porque no han escuchado seriamente esta distinción. Nada tenemos contra lo mejor del proceso tecnológico, pero eso no es el capitalismo. Rovirosa distinguía, inteligentemente, entre los técnicos y los explotadores de los técnicos. Algo similar hace hoy Francisco, cuando alaba la tecnología y condena la tecnocracia. No reflexionar juntos sobre estas cosas también nos está saliendo caro.
Los movimientos solidarios de la historia han defendido que la democracia-democracia exigía trabajar, desarrollar y esforzarse por la democracia económica, es decir, por la igualdad y fraternidad económicas: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. La democracia económica exige salario justo, afrontar y disminuir drásticamente las desigualdades salariales, desarrollar formas de copropiedad, incluso de los medios de producción, cooperativismo, intervención pública en áreas imprescindibles como la energía, el transporte y todo aquello en lo que la experiencia nos diga que es necesario para el bien de todos.
Camilo Sánchez, alcalde en su día más votado de España en ciudades de más de 20.000 habitantes, creía que, al tiempo que se cultivaba la democracia económica, debía cultivarse la democracia política, y tenía razón. Moría hace 20 años y siguen haciendo falta personas que se plantean intervenir en la estructura económica del mundo desde la acción política. No contar con ellos nos ha salido caro. Esta crisis ¿pro-vocará vocaciones así?