La mayoría de los creyentes que conozco alguna vez hemos hablado del aburrimiento en Misa.
Los padres de catequesis sacan este tema cada año varias veces. A mí me encanta ese diálogo. Los padres apuntan a catequesis a sus hijos con la misma buena intención que les llevan al colegio o a las actividades extraescolares. En alguna cosa quizá no acierten del todo y entonces los expertos les ponen motes ("padres helicópteros", "padres obedientes"...) y otras tantas etiquetas que suelen olvidar la cantidad de amor. ¡Qué fácil es pensar en Dios al ver a los padres! Amor gratuito, a fondo perdido, desmedido, arracional, sacrifícadamente alegre...
En las reuniones solemos sugerir que -sobre todo al principio de la catequesis, cuando los niños tienen 8 años- los padres vengan a la Eucaristía sin los niños. Qué hagan la experiencia de ver si tiene sentido para ellos. Muy pocos lo intentan, algunos sí. Cuando los padres llevan a los niños a Misa y ellos mismos no están convencidos es algo tan absurdo como si los padres que recomiendan comer verduras se atiborran de hamburguesas, o cono si exigieran poner la ropa sucia en el cesto mientras ellos dejan la suya tirada. O como mandar a los niños al colegio desde la cama.
Estas cosas absurdas no ocurren en la realidad pero sí ocurren en la educación religiosa de niños y jóvenes. En las cosas normales los padres son más exigentes consigo mismo que con sus hijos. El doble o más, en el hacer bien la cama, lavar la ropa, tenderla, hacer la compra, leer, tirar la basura, ir al trabajo, participar en reuniones de todo tipo, etc. Eso es lo normal. Lo que no es normal es que cuando "toca" llevar al niño a catequesis le llevo a Misa y él ve que a mí me aburre.
Para el aburrimiento en Misa usamos diferentes tácticas. Los más "regres" se reconcentran en la ascética, en el esfuerzo por "no distraerse", en el miedo a tener que arrepentirse, en soñar en un premio futuro o hasta en que le toque la lotería o salud. Básicamente se torturan. Los más "progres" le meten entretenimiento, diversión y hasta rosquillas. Fracaso estrepitoso. Siguen aburridos durante otros momentos de la celebración o hacen algo que ellos mismos dudan de que termine de ser una suma de caprichos. Entre ambos extremos el pluralismo de situaciones es enorme.
¿Siempre pasa así? No. A veces no pasa así. Basta que tengas algo significativo en tu vida (que sea TRISTE O ALEGRE ES IRRELEVANTE para la cuestión que planteamos) para que el aburrimiento dé paso al gozo sin necesidad alguna de reflexión. Pasa y ya está. La pena es que NO REFLEXIONEMOS sobre el asunto y entonces no lo solucionemos para siempre.
Con la Eucaristía pasa en parte lo que ocurre con algo tan antinatural como no querer comer. Las mismas cosas absurdas que hacemos con el que dice que no quiere comer las hacemos con los que dicen no querer experimentar la celebración religiosa. Trampas, engaños, chantajes... Lo mismo. Si observamos el ejemplo de la alimentación observamos que con la vida normal de los padres, el ejemplo, la naturalidad, el ejercicio físico, etc, y los niños se incorporan a la alimentación con toda normalidad. Pero: ¿Es igual de normal para nosotros la vida cristiana? ¿O también somos inapetentes espirituales nosotros y luego nos extrañamos de la inapetencia espiritual de los niños?
Francisco ha dado una clave cuando ha recordado un verdad viejísima con un lenguaje un poco nuevo: "La Eucaristía no es una medalla para justos sino un alimento para necesitados". Esa es la clave. Cuando tenemos vida-vida la Eucaristía es una necesidad. Y las necesidades no aburren ni divierten. Con las necesidades el aburrimiento no es tema, no se plantea, no existe. Si hay sed se bebe con ganas.
Una experiencia iluminadora, extrema quizá pero clarificadora es la de este obispo en el campo de concentración. Cuando los padres de catequesis dialogamos sobre ella, enseguida llegamos al acuerdo de que esta Eucaristía:
-en un sentido es la misma que la nuestra...
-pero hay algo que la hace diferente...
Dios es amor y por eso es la misma Eucaristía. Pero Dios viene a nuestro encuentro EN MEDIO de nuestra vida. Y nuestras vidas, con sus alegría y tristezas, a veces las dejamos pasar sin pena ni gloria, sin querer beberlas a tope.
En las reuniones solemos sugerir que -sobre todo al principio de la catequesis, cuando los niños tienen 8 años- los padres vengan a la Eucaristía sin los niños. Qué hagan la experiencia de ver si tiene sentido para ellos. Muy pocos lo intentan, algunos sí. Cuando los padres llevan a los niños a Misa y ellos mismos no están convencidos es algo tan absurdo como si los padres que recomiendan comer verduras se atiborran de hamburguesas, o cono si exigieran poner la ropa sucia en el cesto mientras ellos dejan la suya tirada. O como mandar a los niños al colegio desde la cama.
Estas cosas absurdas no ocurren en la realidad pero sí ocurren en la educación religiosa de niños y jóvenes. En las cosas normales los padres son más exigentes consigo mismo que con sus hijos. El doble o más, en el hacer bien la cama, lavar la ropa, tenderla, hacer la compra, leer, tirar la basura, ir al trabajo, participar en reuniones de todo tipo, etc. Eso es lo normal. Lo que no es normal es que cuando "toca" llevar al niño a catequesis le llevo a Misa y él ve que a mí me aburre.
Para el aburrimiento en Misa usamos diferentes tácticas. Los más "regres" se reconcentran en la ascética, en el esfuerzo por "no distraerse", en el miedo a tener que arrepentirse, en soñar en un premio futuro o hasta en que le toque la lotería o salud. Básicamente se torturan. Los más "progres" le meten entretenimiento, diversión y hasta rosquillas. Fracaso estrepitoso. Siguen aburridos durante otros momentos de la celebración o hacen algo que ellos mismos dudan de que termine de ser una suma de caprichos. Entre ambos extremos el pluralismo de situaciones es enorme.
¿Siempre pasa así? No. A veces no pasa así. Basta que tengas algo significativo en tu vida (que sea TRISTE O ALEGRE ES IRRELEVANTE para la cuestión que planteamos) para que el aburrimiento dé paso al gozo sin necesidad alguna de reflexión. Pasa y ya está. La pena es que NO REFLEXIONEMOS sobre el asunto y entonces no lo solucionemos para siempre.
Con la Eucaristía pasa en parte lo que ocurre con algo tan antinatural como no querer comer. Las mismas cosas absurdas que hacemos con el que dice que no quiere comer las hacemos con los que dicen no querer experimentar la celebración religiosa. Trampas, engaños, chantajes... Lo mismo. Si observamos el ejemplo de la alimentación observamos que con la vida normal de los padres, el ejemplo, la naturalidad, el ejercicio físico, etc, y los niños se incorporan a la alimentación con toda normalidad. Pero: ¿Es igual de normal para nosotros la vida cristiana? ¿O también somos inapetentes espirituales nosotros y luego nos extrañamos de la inapetencia espiritual de los niños?
Francisco ha dado una clave cuando ha recordado un verdad viejísima con un lenguaje un poco nuevo: "La Eucaristía no es una medalla para justos sino un alimento para necesitados". Esa es la clave. Cuando tenemos vida-vida la Eucaristía es una necesidad. Y las necesidades no aburren ni divierten. Con las necesidades el aburrimiento no es tema, no se plantea, no existe. Si hay sed se bebe con ganas.
Una experiencia iluminadora, extrema quizá pero clarificadora es la de este obispo en el campo de concentración. Cuando los padres de catequesis dialogamos sobre ella, enseguida llegamos al acuerdo de que esta Eucaristía:
-en un sentido es la misma que la nuestra...
-pero hay algo que la hace diferente...
Dios es amor y por eso es la misma Eucaristía. Pero Dios viene a nuestro encuentro EN MEDIO de nuestra vida. Y nuestras vidas, con sus alegría y tristezas, a veces las dejamos pasar sin pena ni gloria, sin querer beberlas a tope.