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Saludando a Trini Segurado
el día de su oredenación episcopal |
Al nuevo Secretario general de la Conferencia episcopal no le daré la enhorabuena pero sí le manifestaré mi alegría por esa acertada elección colectiva. Le va a tocar la labor, tantas veces desagradable, del fontanero pero sé de buena fuente que a Luis no le falta manantial y lo hará bien.
Cuando el ahora elegido llegó al Seminario no digo que fuera perfecto pero ya sabía algo o mucho del “ser persona”, del sentirse responsable de la sociedad en que vivía. Familia de origen, estudiante, profesor y abogado ya daban algún recorrido bien interesante. Estos últimos años los enemigos de que fuera obispo venían publicando las andanzas revolucionarios del joven Luis Argüello queriendo sembrar sal basándose en un pasado que -sin embargo- más que sospechoso era una de sus escuelas vitales. Y así hasta hoy puede llegar a decir, con toda cordialidad, verdades que parecen un bisturí como que “el asistencialismo es violencia”, que “la caridad política es imprescindible” o que “la conversión en lo religioso tiene mucho que ver con la revolución en política”.
Luis es, me parece, en primer lugar un creyente capaz de síntesis prodigiosas. Llama la atención su brillante forma de exponer la convergencia entre ideas hasta contrapuestas en un “distinguir para unir” de origen en Maritain al que quizá le saca hasta más brillo que el propio Maritain. Sin embargo donde es más capaz de síntesis es en la vida, entre personas, corrientes ideológicas y propuestas de acción. Esto puede haberle llevado algunos sufrimientos pero también grandes alegrías.
Creo que es, literalmente, un pontífice, un creador de puentes y no sólo de síntesis. Tender puentes es su vocación, una llamada a la que se entrega con capacidad y entusiasmo. Como nadie puede ser perfecto (gracias a Dios) también se equivoca como todo el que hace algo; y me alegra que esté dispuesto a equivocarse porque esta es una gran virtud cuya ausencia paraliza tantos talentos. La vida no le ha regalado o él no siempre ha encontrado con quien poner los extremos del puente en el lugar adecuado y por eso algún que otro puente puede haberlo puesto más sobre un charco que sobre roca firme.
El nuevo muñidor de consensos de la Conferencia episcopal es un hombre tremendamente sencillo y austero. No le he visto quejarse ni cuando olvidábamos su régimen de comidas ni cuando le pedíamos que hiciera de noche su viaje Valladolid-Las Palmas para poder hacerlo en el vuelo más barato; como tantos otros amigos también acogió de buen grado traerse como equipaje revistas solidarias para ahorrar así a la asociación los costes de envío. Parece no tener vacaciones y su tiempo es para el apostolado.
Luis es un dialogante exquisito. Nadie escuchamos como debemos, nadie, pero Luis es de los que ha avanzado bastante en ese camino bellísimo que es escuchar cada día un poco más. Imprescindible para quienes como él queremos vivir cada día con un poco menos de bienes materiales para vivir con un poco más de libertad evangélica.
Como sacerdote ha encarnado en alguna medida la síntesis de dos corrientes distintas: el sacerdocio marcadamente rural y diocesano de Marcelino Legido y el sacerdocio marcadamente obrero y asociativo que de alguna manera ejemplifican Eugenio Merino y Tomás Malagón. Como cura ha sabido aprender de laicos de diferentes sensibilidades. Uno de ellos ha sido Julián Gómez del Castillo con quien compartió amistad, cursos, afanes apostólicos... y hasta la celebración de su funeral por deseo de la familia y amigos. Julián decía que eran “las mejores homilías de toda España en tres minutos; y era cierto. En más de una ocasión Luis ha hablado con calor de Camilo Sánchez a quien en un curso de “Contemplación y Lucha” pudo administrar la Unción de los enfermos ante la gravedad de la enfermedad de Camilo.
A Luis no le han faltado sufrimientos en la vida cotidiana sobre los que no sé gran cosa pero también sabemos que le han forjado y curtido en la compasión.
Tampoco le han faltado sufrimientos en la vida eclesial. No pienso darle la enhorabuena pero sí le haré llegar las palabras de Rahner que el sacerdote majorero Antonio Berriel entrega a los padres que piden el Bautismo para sus hijos: “Y le dirá besándole en la frente: Esposa mía, Iglesia santa”; el gran teólogo dice que son las palabras de Jesús a la adúltera, acusada por los escribas y fariseos en cada momento de la historia. ¡Ánimo Luis! ¡La Iglesia Esposa! Hace no mucho hizo gran bien en Canarias (y supongo que en otros sitios) tu reflexión sobre la dimensión esponsal del sacerdocio.
La frase más brillante de entre sus palabras elocuentes es a mi juicio esta: “La Iglesia no tiene una misión, la Misión tiene una Iglesia”. Lo mismo no es redonda teológicamente pero aprovechemos que Francisco está más por el poliedro y disfrutemos: la Iglesia es para la Misión.
El lema elegido por Luis Argüello como Obispo es bien significativo: “Veni lumen cordium”. La cordialidad, anclada en Jesucristo, por el Espíritu, es una de las experiencias hermosas de la vida de Luis. Ese deseo, por Cristo, de acoger al otro, amar al otro, servir al otro y conectar es más que evidente. Es una de las personas que mejor vive aquello de que la fortaleza de los principios no se pierde sino que se afianza con el calor del corazón. Conservo los dos folios a lápiz que me aportó en una ponencia sobre la tarea del sacerdote en las asociaciones de fieles. Sus aportaciones y hasta su letra traslucen cordial firmeza.
Tiene Luis una importante vena mística. Empalma cotidianamente con los místicos. Cita con naturalidad a Juan de la Cruz, Teresa de Jesús… Parece no calcular en el amor como si ya viviera en alguna medida ese deseo tan cristiano de querer descansar en el amor, de hacer llegar nuestra conversión a cambiar nuestros deseos. Por eso llega a hablar con sencillez del amor a los enemigos: “En el enemigo está el amigo que debe ser rescatado”