lunes, noviembre 11, 2024

Valencia: Teología en el barro

Vicente Cutanda y Toraya representa en este cuadro a una mujer obrera en el entorno de los Altos Hornos de Vizcaya en el año 1897, una sublimación entre lo religioso y la reivindicación social, que es "una muestra del interés y de la sensibilidad del artista por las duras condiciones del mundo obrero en un período como fue la industrialización de finales del siglo XIX". "Una industrialización en el que el papel de mujer trabajadora fue esencial"

XIMO GARCÍA ROCA/Valencia
Artículo publicado originalmente en la web del Grup Cristià del Dissabte

El 1 de noviembre de 1755 tuvo lugar el terremoto de Lisboa, que destruyó la ciudad, causó la muerte de miles de personas y un trauma social que desafió el optimismo de quienes creían que “vivimos en el mejor de los mundos posibles” y la idea de que todo lo que ocurre es parte de un orden divino perfecto. El gran pensador de su tiempo,Voltaire en su obra satírica “Cándido o el Optimismo” (1759) y en el “Poema sobre el desastre de Lisboa” se encargó de ridiculizar el “optimismo” y expresar sus dudas sobre bondad de Dios ante la magnitud de las desgracias y sufrimientos. El terremoto de Lisboa de 1755 se convirtió en el argumentario moderno del ateísmo.

En la devastación sin límites de Valencia, se ha ido construyendo otro modo de afrontar las catástrofes basada en el principio de que todo lo que se produce en el mundo, tiene sus razones en el mundo. Nadie ha buscado en el cielo, lo que puede encontrar en la tierra. La pregunta en Lisboa “donde estaba Dios”, se ha trasformado en Valencia “dónde estaba el Estado”. Y la tierra desvela, en primer lugar, que la cuenca mediterránea es propensa a los incendios forestales en los veranos secos y aguas devastadoras en otoños lluviosos. En el meu poble, canta el poeta, la pluja no sap ploure , o plou poc o plou molt, si plou poc es la sequera, si plou molt es la catástrofe. La gota fría, es, pues, parte del paisaje; la DANA no es un accidente en Valencia, como no es el Mediterráneo ni su clima paradisiaco, ni el permanente azul del cielo; como la niebla en el norte o el huracán en el Oeste; no existe Valencia sin la gota fría, no hay necesidad de acudir a ningún poder maléfico ni benéfico para explicar lo que los geógrafos dicen con mayor propiedad: el agua siempre vuelve a sus cauces con la escritura de propiedad bajo el brazo. Y la ciencia sabe lo que hay que hacer en una Valencia que sin la gota fría sería un círculo cuadrado.

Mi padre, hombre del campo valenciano, avisado conocedor de los vientos y las aguas de su tierra, me hizo comprender en qué consistía la vulnerabilidad de nuestro territorio; me decía que siempre ha existido la gota fría, pero en mi tiempo no existían autopistas que impedían el paso de las aguas, ni se construían casas en barrancos, que impiden lasdesembocaduras” Los científicos han confirmado la sabiduría popular en una formula sencilla: el daño es el resultado de la intensidad del golpe (los litro por metros cuadrados) menos las resistencias. Esta sencilla fórmula D = I – R debería apoderarse de las mentes, de las comunidades, de las instituciones, de las asociaciones, de las escuelas. La intensidad de la lluvia caída en un espacio y tiempo tan corto (en media hora cayó e el noroeste de Valencia la misma agua que todo un año) ha sido determinante para entender la catástrofe. Pero el tamaño del daño depende de las resistencias que se puedan poner al daño, como sucede en cualquier ámbito de la vida. Un resfriado es distinto en un cuerpo frágil o en alguien bien alimentado e inmune a los virus. Los científicos/as han señalado las debilidades que debilitaron las resistencias, y dado que todo lo natural es social y todo lo social es político, detrás de cada fragilidad hay responsabilidades sociales, políticas y penales. No ha sido una catástrofe naturl sino ambiental Nos ha fragilizado la negación del cambio climático, un desarrollo urbanístico irracional, el debilitamiento injusto y territorial, la reducción de los servicios de emergencias, la construcción en los barrancos, el retraso de obras necesarias, el déficit de gobernanza en un estado con distintos niveles, y sobre todo las desigualdades.

Mi amigo y admirado Joan Romero, catedrático emérito de geografía humana tras denunciar las negligencias, las desidías y la ausencia del Estado en sus distintos niveles, ha señalado con acierto las avenida de la razón en esta catástrofe. Ante el déficit de gobernanza, gobiernos fiables y recursos públicos; frente a los fallos del sistema de emergencias, cooperación y colaboración; ante un estado compuesto, la coordinación de todos los niveles de las administraciones –centrales, autonómicas y locales– ante la trasformación y el aumento de los riesgos, la prevención, planificación y formación; ante el desbordamiento de los ríos y de los barrancos, la gestión de las aguas; frente al trauma colectivo, descombrar el alma y el ánimo colectivo.

La catástrofe golpea por igual a creyentes y decreidos Las ciencias, las humanidades y las espiritualidades quedan afectadas por la catástrofe y están llamadas a aportar sus propios dispositivos ¿Es posible que la teología ayude a crear resistencia y a descombrar el alma con palabras sensatas? Sobre el qué, el cómo y el porqué de la catástrofe, la teología no sabe otra cosa que las ciencias. Pero tiene el coraje de creer que la Vida es más fuerte que la muerte y que la bondad vale la pena y que la esperanza es tan frágil como indestructible. La experiencia de un hombre excepcional, bueno y justo, Jesús de Nazaret, se atrevió a confiar en el Abba, Padre, como el corazón de la realidad. El coraje de amar incondicionalmente y la confianza en la realidad y la esperanza en el don último de la vida son las hélices que pueden ayudar a descombrar el ánimo colectivo, y aunque no dispensará de conocer el abismo y todos los infiernos, ayudará a convertir la caída en vuelo, la destrucción en una escalera y la desidia en responsabilidad

En las vísperas del día 1 de noviembre de 2024 . Amparo, una mujer de 85 años, ante la devastación masiva de su pueblo y la muerte de todas sus vecinas con el llanto y la voz entrecortada tras identificar por el número de sus casa a todas sus vecinas muertas –quizá ofreciendo su última localización para su búsqueda–, pronunció el gran símbolo“Gracias a Dios estoy viva”. Amparo sabe que la muerte de sus vecinas no tiene nada que ver con Dios, incluso confía que Dios les haya ayudado a soportar tanto dolor. No pudo librarles de la catástrofe pero les pudo ayudar a soportar la catástrofe y a revelarse contra el mal. El día 3 de noviembre Nerea de 19 años poseída por una fuerza extraordinaria se enfrenta cara a cara con los representante políticos y les arroja su indignación; es la misma fuerza que le llevó a las pocas horas a agradecer a los políticos que escuchaban su grito de impotencia y repetía también ella “gracias a dios estoy viva” Indignación y agradecimiento son las dos caras de la misma moneda.

Una teología seria no puede atribuir a Dios lo que no se puede atribuir a un padre o a una madre, que traen hijos al mundo, aunque saben que van a sufrir en un mundo inmisericorde, pero vale la pena y lo único que pueden hacer es volcarse para que realmente valga la pena haberlos traído al mundo. Dios Padre y Madre vive volcado a sus hijos sin poder asegurar que estarán libre de toda tragedia. Lo único que sabemos de Dios es que consiste en estar amando incondicionalmente, en vivir volcado hacia nosotros, en crear lazos afectivos y en crear comunidad que es inmunidad pues crea el nosotros humano.

“¿Dónde está Dios?” Se preguntaba el teólogo de la liberación Victor Codina, desde el hospital afectado gravemente de COVID. “Está en las víctimas de esta catástrofe, está en los médicos y sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas antivirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que difunden esperanza. No estamos ante un enigma, sino ante un misterio, que nos hace confiar en un Dios Padre-Madre creador, que no castiga, que es bueno y misericordioso, que está siempre con nosotros”. Quizás nuestra pandemia nos ayude a encontrar a Dios donde no loesperábamos”. Y Javier Vitoria desde la cama del hospital concluía que “la providencia de Dios son las mujeres y los hombres buenos. Son ‘sus manos largas’”.

Desde la teología cristiana, Dios sólo sabe amar y se volcó en la catástrofe valenciana en los constructores de la cadena humana que con sábanas, salvaron a una mujer del naufragio fueran creyentes o descreídos; se volcó a través del hombre, fuera creyente o descreído, que bajó del segundo piso para brindar su brazo a quien estaba vencido por el agua; se volcó en los hijos que buscaron a sus padres y se alegraron cuando les encontraron, fueran creyentes o descreídos; se volcó habló en las personas que se embarraron para llevar el agua y el pan, fueran creyentes o descreídos; se volcó en las enfermeras y en las medios que curaron las heridas, fueran creyentes o descreídos; se volcó en los soldados que buscaron sin cansancio, se volcó en los responsables que antepusieron el bien común a sus intereses de parte, fueran creyentes o descreídos. Se volcó suscitando riadas de solidaridad, sean creyentes o descreídos. Si alguien atribuye a Dios algo que no sea compatible con su condición de padre, suele decir André Torres Queiruga, el teólogo que mejor ha repensado el problema del mal, estará promoviendo la candidatura de Dios al Tribunal de la Haya.

No ayuda a la cultura de la resistencia utilizar las situaciones de fragilidad y limitaciones humanas para mostrar la necesidad de Dios, ya que a un padre no se le quiere porque somos frágiles sino para ser fuertes. Tampoco ayuda hablar del silencio de Dios en las catástrofes, porque nadie imagina a un padre callar ante la tragedia de sus hijos.

Ximo García Roca

jueves, noviembre 07, 2024

De Francisco, el aborto y la derecha - Gerardo López Laguna

¿Por qué no tiene perfume el óleo bautismal? - Francisco 3 enero 24

Catequesis. Vicios y virtudes. 2. El combate espiritual.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La semana pasada entramos en el tema de los vicios y las virtudes. Este nos llama a la lucha espiritual del cristiano. De hecho, la vida espiritual del cristiano no es pacifica, linear y sin desafíos, al contrario, la vida cristiana exige un continuo combate: el combate cristiano para conservar la fe, para enriquecer los dones de la fe en nosotros. No es casualidad que la primera unción que cada cristiano recibe en el sacramento del bautismo - la unción catecumenal - sea sin perfume y anuncie simbólicamente que la vida es una lucha. De hecho, en la antigüedad, los luchadores se ungían completamente antes de la competición, tanto para tonificar sus músculos, como para hacer sus cuerpos escurridizos a las garras del adversario. La unción de los catecúmenos pone inmediatamente en claro que al cristiano no se salva de la lucha, que un cristiano debe luchar: su existencia, como la de todos los demás, tendrá también que bajar a la arena, porque la vida es una sucesión de pruebas y tentaciones.

Un famoso dicho atribuido a Abba Antonio, el primer gran padre del monacato, dice así: "Quita la tentación y nadie se salvará". Los santos no son hombres que se han librado de la tentación, sino personas bien conscientes de que en la vida aparecen repetidamente las seducciones del mal, que hay que desenmascarar y rechazar. Todos nosotros tenemos experiencia de esto, todos: que te sale un mal pensamiento, que te vienen ganas de hacer esto o de hablar mal del otro... Todos, todos tenemos tentaciones, y tenemos que luchar para no caer en esas tentaciones. Si alguno de ustedes no tiene tentaciones, que lo diga, ¡porque sería algo extraordinario! Todos tenemos tentaciones, y todos tenemos que aprender a comportarnos en esas situaciones.

miércoles, noviembre 06, 2024

Los santos que cita Francisco en Dilexit nos

Amigos de Carlos de Foucauld/Facebook

En su recién publicada encíclica Dilexit Nos (“Nos amó”), el Papa Francisco profundiza la necesidad de adentrarse en la espiritualidad del Corazón de Jesús en la era moderna. A lo largo del documento, cita a diversos santos que han influido en la reflexión teológica sobre esta devoción. Aquí exploramos a algunos de los santos citados.

San Pablo

En el documento se cita a San Pablo, apóstol y quien tuvo una participación decisiva en la expansión de la Iglesia y el cristianismo. En su carta a los Romanos (8,38-39), San Pablo expresa que nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
En Dilexit Nos, el Papa Francisco cita a San Pablo para subrayar esta certeza del amor inquebrantable de Cristo. La encíclica utiliza sus palabras al inicio para recordarnos que “nada puede separarnos” del amor de Cristo y que Él “me amó y se entregó por mí”. “Cuando muchas personas buscaban en diversas propuestas religiosas su salvación, su bienestar o su seguridad, Pablo, tocado por el Espíritu, fue capaz de mirar más allá y de maravillarse por lo más grande y fundamental: ‘Me amó’”, escribe Francisco.
San Ignacio de Loyola
San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, desarrolló una profunda espiritualidad basada en los Ejercicios Espirituales, un camino de discernimiento que invita al creyente a reorganizar su vida desde el afecto, a partir de un “un querer fundamental —con toda la fuerza del corazón— que da potencia y recursos a la tarea de reorganizar la vida”.
El Papa Francisco menciona a San Ignacio en Dilexit Nos al señalar que "las mociones del corazón" son la clave para un "nuevo ordenamiento de la vida". Según el Papa, la enseñanza de San Ignacio invita a vivir una espiritualidad no basada en reglas o teorías, sino en el querer fundamental del corazón, en la búsqueda sincera de Dios.
San Buenaventura

Teólogo franciscano y Doctor de la Iglesia, enseñaba que la fe no se trata sólo de conocimiento, sino de afecto: un fuego que enciende el corazón. Para Buenaventura, según el Papa, “conocer que Cristo ha muerto por nosotros no se queda en conocimiento, sino que necesariamente se convierte en afecto, en amor”.
El Papa Francisco cita esta enseñanza de Buenaventura en Dilexit Nos, recordándonos que la fe que nos mueve hacia el Corazón de Cristo es más que un acto intelectual. La encíclica explica que San Buenaventura “une las dos líneas espirituales en torno al Corazón de Cristo: al mismo tiempo que lo presenta como la fuente de los sacramentos y de la gracia, propone que esta contemplación se convierta en una relación de amigos, en un encuentro personal de amor”.
San John Henry Newman
Figura prominente del catolicismo británico, teólogo brillante e influyente, y uno de los más celebrados conversos al catolicismo de los últimos siglos, es conocido por su lema “Cor ad cor loquitur” (El corazón habla al corazón). Para él, la verdadera comunión con Cristo no se da únicamente a través de la reflexión, sino mediante un diálogo íntimo y orante de corazón a corazón.
En Dilexit Nos, el Papa Francisco recuerda que el Cardenal Newman “encontraba en la Eucaristía el Corazón de Jesucristo vivo, capaz de liberar, de dar sentido a cada momento y de derramar la verdadera paz al ser humano”. El Papa invita a los fieles a entrar en este diálogo profundo, donde el corazón humano se une con el Sagrado Corazón de Jesús en una relación personal y transformadora.
San Juan de la Cruz.

Religioso y poeta místico del renacimiento español, describe el amor de Cristo como un encuentro mutuo y profundo entre el alma y Dios. En su poesía, este místico “entiende la figura del costado herido de Cristo como un llamado a la unión plena con el Señor”, explica Francisco en Dilexit Nos.

También menciona que San Juan de la Cruz quiso expresar que “la experiencia mística el amor inconmensurable de Cristo resucitado no se siente como ajeno a nuestra vida”, sino que nos invita a una unión total. “El Infinito de algún modo se abaja”, escribe el Papa, citando al místico, para encontrarse con nosotros en nuestro sufrimiento y nuestras heridas. “Él es el ciervo vulnerado, herido cuando todavía no nos hemos dejado alcanzar por su amor, que baja a las corrientes de aguas para saciar su propia sed y encuentra consuelo cada vez que nos volvemos a él”.
Santa Margarita María Alacoque

Es conocida por haber sido la destinataria de las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús, que dieron origen a la devoción tal como la conocemos hoy. A través de visiones místicas, fue instruida para promover esta devoción, subrayando el amor misericordioso de Cristo hacia la humanidad.
El Papa Francisco, en Dilexit Nos, presenta a Santa Margarita como una figura clave para entender la misericordia del Corazón de Jesús. “Este intenso reconocimiento del amor de Jesucristo que nos transmitió Santa Margarita María nos ofrece valiosos estímulos para nuestra unión con él”, recordó.
San Claudio de La Colombière.
Fue un ferviente defensor de las visiones de Santa Margarita y jugó un papel crucial en la difusión de la devoción al Sagrado Corazón. Para él, la confianza absoluta en Cristo era el camino hacia la paz interior y la verdadera libertad espiritual.
En Dilexit Nos, el Papa Francisco cita una oración de San Claudio que encapsula esta confianza total: “He determinado vivir de ahora en adelante sin ningún cuidado, descargándome en Ti de todas mis solicitudes”. Según el Pontífice, San Claudio “evidencia que la contemplación del Corazón de Cristo, si es auténtica, no provoca una complacencia en uno mismo o una vanagloria en experiencias o en esfuerzos humanos, sino un indescriptible abandono en Cristo que llena la vida de paz, de seguridad, de decisión”.
Santa Teresita del Niño Jesús.
Conocida como Santa Teresita del Niño Jesús, es una de las santas más queridas por su espiritualidad de la “pequeña vía”, que se basa en la confianza total en el amor misericordioso de Dios.
En Dilexit Nos, el Papa Francisco la cita: “La actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo”. En este sentido, asegura que ella vivía esta experiencia “con intensidad porque había descubierto en el Corazón de Cristo que Dios es amor”.
San Carlos de Foucauld .
Reconocido por su vida de imitación radical de Cristo en su pobreza y humildad, es otro de los santos mencionados en Dilexit Nos. A través de su estancia en el desierto, San Carlos vivió en constante unión con el Corazón de Jesús, buscando imitar su humildad y simplicidad.
El Papa Francisco lo menciona de la siguiente manera: “Su amistad con Jesús, corazón a corazón, no tenía nada de un devocionalismo intimista. Era la raíz de esa vida despojada de Nazaret con la cual Carlos quería imitar a Cristo y configurarse con él. Aquella tierna devoción al Corazón de Cristo tuvo consecuencias muy concretas en su estilo de vida y su Nazaret se alimentaba de esa relación tan personal con el Corazón de Cristo”.

El Dios vulnerado, el hombre herido en San Juan de la Cruz

Los Chunguitos - Me quedo contigo- ROSALIA

Si me das a elegir 
Entre tú y la riqueza Con esa grandeza Que lleva consigo, ay amor Me quedo contigo 
Si me das a elegir Entre tú y la gloria Pa' que hable la historia de míPor los siglos, ay amor Me quedo contigo 
Me he enamorado Y te quiero y te quiero Sólo deseo Estar a tu lado Soñar con tus ojos Besarte los labios Sentirme en tus brazos Que soy muy feliz
Si me das a elegir Entre tú y ese cielo Donde libre es el vuelo Para ir a otros nidos, ay amor Me quedo contigo 
Si me das a elegir Entre tú y mis ideas Que yo sin ellas Soy un hombre perdido, ay amor Me quedo contigo
Me he enamorado Y te quiero y te quiero Sólo deseo Estar a tu lado Soñar con tus ojos Besarte los labios Sentirme en tus brazos Que soy muy feliz
Sentirme en tus brazos Que soy muy feliz

sábado, noviembre 02, 2024

MEDITACIÓN DE PABLO VI ANTE LA MUERTE

Tempus resolutionis meae instat: Es ya inminente el tiempo de mi partida» (2 Tim 4, 6).

«Certus quod velox est depositio tabernaculi mei: Sabiendo que pronto será removida mi tienda» (2 Pe 1, 14). «Finis venit, venit finis: Es el fin... viene el fin» (Ez 7, 2).

Se impone esta consideración obvia sobre la caducidad de la vida temporal y sobre el acercamiento inevitable y cada vez más próximo de su fin. No es sabia la ceguera ante este destino indefectible. ante la desastrosa ruina que comporta, ante la misteriosa metamorfosis que está para realizarse en mi ser, ante lo que se avecina.

Veo que la consideración predominante se hace sumamente personal: yo, ¿quién soy?. ¿qué queda de mí?, ¿adónde voy?, y por eso sumamente moral: ¿qué debo hacer?, ¿cuáles son mis responsabilidades?: y veo también que respecto a la vida presente es vano tener esperanzas; respecto a ella se tienen deberes y expectativas funcionales y momentáneas; las esperanzas son para el más allá.

Y veo que esta consideración suprema no puede desarrollarse en un monólogo subjetivo, en el acostumbrado drama humano que, al aumentar la luz, hace crecer la oscuridad del destino humano; debe desarrollarse en diálogo con la Realidad divina, de donde vengo y adonde ciertamente voy: conforme a la lámpara que Cristo nos pone en la mano para el gran paso. Creo, Señor.

Llega la hora. Desde hace algún tiempo tengo el presentimiento de ello. Más aún que el agotamiento físico, pronto a ceder en cualquier momento, el drama de mis responsabilidades parece sugerir como solución providencial mi éxodo de este mundo, a fin de que la Providencia pueda manifestarse y llevar a la Iglesia a mejores destinos. Sí, la Providencia tiene muchos modos de intervenir en el juego formidable de las circunstancias. que cercan mi pequeñez; pero el de mi llamada a la otra vida parece obvio, para que me sustituya otro más fuerte y no vinculado a las presentes dificultades. «Servus inutilis sum: Soy un siervo inútil». «Ambulate dum lucem habetis: Caminad mientras tenéis luz» (Jn 12. 55).

Ciertamente, me gustaría, al acabar, encontrarme en la luz. De ordinario el fin de la vida temporal, si no está oscurecido por la enfermedad, tiene una peculiar claridad oscura: la de los recuerdos tan bellos, tan atrayentes, tan nostálgicos y tan claros ahora ya para denunciar su pasado irrecuperable y para burlarse de su llamada desesperada. Allí está la luz que descubre la desilusión de una vida fundada sobre bienes efímeros y sobre esperanzas falaces. Allí está la luz de los oscuros y ahora ya ineficaces remordimientos. Allí está la luz de la sabiduría que por fin vislumbra la vanidad de las cosas y el valor de las virtudes que debían caracterizar el curso de la vida: «vanitas vanitatum: vanidad de vanidades». En cuanto a mí, querría tener finalmente una noción compendiosa y sabia del mundo y de la vida: pienso que esta noción debería expresarse en reconocimiento: todo era don, todo era gracia: y qué hermoso era el panorama a través del cual ha pasado; demasiado bello, tanto que nos hemos dejado atraer y encantar. mientras debía aparecer como signo e invitación. Pero, de todos modos, parece que la despedida deba expresarse en un acto grande y sencillo de reconocimiento, más aún de gratitud: esta vida mortal es, a pesar de sus vicisitudes y sus oscuros misterios, sus sufrimientos, su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con gozo y con gloria: ¡la vida, la vida del hombre! Ni menos digno de exaltación y de estupor feliz es el cuadro que circunda la vida del hombre: este mundo inmenso, misterioso, magnífico, este universo de tantas fuerzas, de tantas leyes, de tantas bellezas, de tantas profundidades. Es un panorama encantador. Parece prodigalidad sin medida. Asalta, en esta mirada como retrospectiva, el dolor de no haber admirado bastante este cuadro, de no haber observado cuanto merecían las maravillas de la naturaleza, las riquezas sorprendentes del macrocosmos y del microcosmos.

¿Por qué no he estudiado bastante, explorado, admirado la morada en la que se desarrolla la vida? ¡Qué distracción imperdonable, qué superficialidad reprobable! Sin embargo, al menos in extremis, se debe reconocer que ese mundo «qui per Ipsum factus est: que fue hecho por medio de El», es estupendo. Te saludo y te celebro en el último instante, sí, con inmensa admiración; y, como decía, con gratitud: todo es don: detrás de la vida. detrás de la naturaleza, del universo, está la Sabiduría; y después, lo diré en esta despedida luminosa (Tú nos lo has revelado, Cristo Señor) ¡está el Amor! ¡La escena del mundo es un diseño. todavía hoy incomprensible en su mayor parte, de un Dios Creador, que se llama nuestro Padre que está en los cielos! ¡Gracias, oh Dios, gracias y gloria a ti, oh Padre! En esta última mirada me doy cuenta de que esta escena fascinante y misteriosa es un reverbero: es un reflejo de la primera y única Luz; es una revelación natural de extraordinaria riqueza y belleza. que debía ser una iniciación, un preludio, un anticipo, una invitación a la visión del Sol invisible, «quem nemo vidit unquam: a quien nadie vio jamás» (cf. Jn 1, 18): «Unigenitus Filius, qui est in sinu Patris, Ipse enarravit: el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer». Así sea, así sea.

Pero ahora, en este ocaso revelador, otro pensamiento, más allá de la última luz vespertina, presagio de la aurora eterna, ocupa mi espíritu: y es el ansia de aprovechar la hora undécima, la prisa de hacer algo importante antes de que sea demasiado tarde. ¿Cómo reparar las acciones mal hechas, cómo recuperar el tiempo perdido, cómo aferrar en esta última posibilidad de opción «el unum necesarium: la única cosa necesaria»?

A la gratitud sucede el arrepentimiento. Al grito de gloria hacia Dios Creador y Padre sucede el grito que invoca misericordia y perdón. Que al menos sepa yo hacer esto: invocar tu bondad y confesar con mi culpa tu infinita capacidad de salvar. «Kyrie eleison; Christe eleison; Kyrie eleison: Señor, ten piedad; Cristo, ten piedad; Señor, ten piedad».

Aquí aflora a la memoria la pobre historia de mi vida, entretejida, por un lado con la urdimbre de singulares e inmerecidos beneficios, provenientes de una bondad inefable (es la que espero podré ver un día y «cantar eternamente»); y, por otro, cruzada por una trama de míseras acciones, que sería preferible no recordar, son tan defectuosas, imperfectas, equivocadas, tontas, ridículas. «Tu scis insipientiam meam: Dios mío, tú conoces mi ignorancia» (Sal 68, 6). Pobre vida débil, enclenque, mezquina, tan necesitada de paciencia, de reparación, de infinita misericordia. Siempre me parece suprema la síntesis de San Agustín: miseria y misericordia. Miseria mía, misericordia de Dios. Que al menos pueda honrar a Quien Tú eres, el Dios de infinita bondad, invocando, aceptando, celebrando tu dulcísima misericordia.

Y luego, finalmente, un acto de buena voluntad: no mirar más hacia atrás, sino cumplir con gusto, sencillamente, humildemente, con fortaleza, como voluntad tuya, el deber que deriva de las circunstancias en que me encuentro.

Hacer pronto. Hacer todo. Hacer bien. Hacer gozosamente: lo que ahora Tú quieres de mí, aun cuando supere inmensamente mis fuerzas y me exija la vida. Finalmente, en esta última hora.

Inclino la cabeza y levanto el espíritu. Me humillo a mí mismo y te exalto a ti, Dios, «cuya naturaleza es bondad» (San León). Deja que en esta última vigilia te rinda homenaje, Dios vivo y verdadero, que mañana serás mi juez, y que te dé la alabanza que más deseas, el nombre que prefieres: eres Padre.

Después yo pienso aquí ante la muerte, maestra de la filosofía de la vida, que el acontecimiento más grande entre todos para mí fue, como lo es para cuantos tienen igual suerte, el encuentro con Cristo, la Vida. Ahora habría que volver a meditar todo con la claridad reveladora que la lámpara de la muerte da a este encuentro. «Nihil enim nobis nasci profuit, nisi redimi profuisset: En efecto, de nada nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados». Este es el descubrimiento del pregón pascual, y este es el criterio de valoración de cada cosa que mira a la existencia humana y a su verdadero y único destino, que sólo se determina en relación a Cristo: «O mira circa nos tuae pietatis dignatio: ¡Oh piedad maravillosa de tu amor para con nosotros!». Maravilla de las maravillas, el misterio de nuestra vida en Cristo. Aquí la fe, la esperanza, el amor cantan el nacimiento y celebran las exequias del hombre. Yo creo, yo espero, yo amo, en tu nombre, Señor.

Y después, todavía me pregunto: ¿por qué me has llamado, por qué me has elegido?, ¿tan inepto, tan reacio, tan pobre de mente y de corazón? Lo sé: «quae stulta sunt mundi elegit Deus... ut non glorietur omnis caro in conspectu eius: Eligió Dios la necedad del mundo... para que nadie pueda gloriarse ante Dios» (1 Cor 1, 27-28). Mi elección indica dos cosas: mi pequeñez; tu libertad misericordiosa y potente, que no se ha detenido ni ante mis infidelidades, mi miseria, mi capacidad de traicionarte: «Deus meus, Deus meus, audebo dicere... in quodam aestasis tripudio de Te praesumendo dicam: nisi quia Deus es, iniustus esses, quia peccavimus graviter... et Tu placatus es. Nos Te provocamus ad iram, Tu autem conducis nos ad misericordiam: Dios mío, Dios mío, me atreveré a decir en un regocijo extático de Ti con presunción: si no fueses Dios, serías injusto, porque hemos pecado gravemente... y Tú Te has aplacado. Nosotros Te provocamos a la ira, y Tú en cambio nos conduces a la misericordia» (PL 40, 1150).

Y heme aquí a tu servicio, heme aquí en tu amor. Heme aquí en un estado de sublimación que no me permite volver a caer en mi sicología instintiva de pobre hombre, sino para recordarme la realidad de mi ser, y para reaccionar en la más ilimitada confianza con la respuesta que debo: «Amen; fiat; Tu scis quia amo Te: Así sea, así sea. Tú sabes que te amo». Sobreviene un estado de tensión y fija mi voluntad de servicio por amor en un acto permanente de absoluta fidelidad: «in finem dilexit: amó hasta el fin». «Ne permitas me separari a Te: No permitas que me separe de Ti». El ocaso de la vida presente, que había soñado reposado y sereno, debe ser, en cambio, un esfuerzo creciente de vela, de dedicación, de espera. Es difícil; pero la muerte sella así la meta de la peregrinación terrena y ayuda para el gran encuentro con Cristo en la vida eterna. Recojo las últimas fuerzas y no me aparto del don total cumplido, pensando en tu «consumatum est: todo está acabado».

Recuerdo el anuncio que el Señor hizo a Pedro sobre la muerte del Apóstol: «amen, amen dico tibi... cum... senueris, extendes manus tuas, et alius te cinget, et ducet quo tu non vis. Hoc autem (Jesus) dixit significans qua morte (Petrus) clarificaturus esset Deum. Et, cum hoc dixisset, dicit ei: sequere me: En verdad, en verdad te digo:... cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Después añadió: Sígueme» (Jn 21, 18-19).

Te sigo; y advierto que yo no puedo salir ocultamente de la escena de este mundo; tantos hilos me unen a la familia humana, tantos a la comunidad que es la Iglesia. Estos hilos se romperán por sí mismos; pero yo no puedo olvidar que exigen de mí un deber supremo. «Discessus pius: muerte piadosa». Tendré ante el espíritu la memoria de cómo Jesús se despidió de la escena temporal de este mundo. Recordaré cómo El hizo previsión continua y anuncio frecuente de su pasión, cómo midió el tiempo en espera de «su hora», cómo la conciencia de los destinos escatológicos llenó su espíritu y su enseñanza y cómo habló a los discípulos en los discursos de la última Cena sobre su muerte inminente; y finalmente cómo quiso que su muerte fuese perennemente conmemorada mediante la institución del sacrificio eucarístico: «mortem Domini annuntiabitis donec veniat: Anunciaréis la muerte del Señor hasta que El venga».

Un aspecto principal sobre todos los otros: «tradidit semetipsum: se entregó a sí mismo por mí»; su muerte fue sacrificio; murió por los otros, murió por nosotros. La soledad de la muerte estuvo llena de nuestra presencia, estuvo penetrada de amor: «dilexit Ecclesiam: amó a la Iglesia» (recordar «le mystére de Jésus» de Pascal). Su muerte fue revelación de su amor por los suyos: «in finem dilexit: amó hasta el fin». Y al término de la vida temporal dio ejemplo impresionante del amor humilde e ilimitado (cf. el lavatorio de los pies) y de su amor hizo término de comparación y precepto final. Su muerte fue testamento de amor. Es preciso recordarlo.

Por tanto ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi muerte próxima don de amor para la Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado; fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio; y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese; y que yo tuviese la fuerza de decírselo, como una confidencia del corazón que sólo en el último momento de la vida se tiene el coraje de hacer. Quisiera finalmente abarcarla toda en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total y unitaria composición, en su consistencia humana e imperfecta, en sus desdichas y sufrimientos, en las debilidades y en las miserias de tantos hijos suyos, en sus aspectos menos simpáticos y en su esfuerzo perenne de fidelidad, de amor, de perfección y de caridad. Cuerpo místico de Cristo. Querría abrazarla, saludarla, amarla, en cada uno de los seres que la componen, en cada obispo y sacerdote que la asiste y la guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla. También porque no la dejo, no salgo de ella, sino que me uno y me confundo más y mejor con ella: la muerte es un progreso en la comunión de los Santos.

Ahora hay que recordar la oración final de Jesús (Jn 17). El Padre y los míos; éstos son todos uno; en la confrontación con el mal que hay en la tierra y en la posibilidad de su salvación; en la conciencia suprema que era mi misión llamarlos, revelarles la verdad, hacerlos hijos de Dios y hermanos entre sí; amarlos con el Amor que hay en Dios y que de Dios, mediante Cristo, ha venido a la humanidad y por el ministerio de la Iglesia, a mí confiado, se comunica a ella.

Hombres, comprendedme; a todos os amo en la efusión del Espíritu Santo, del que yo, ministro, debía haceros partícipes. Así os miro, así os saludo, así os bendigo. A todos. Y a vosotros, más cercanos a mí, más cordialmente. La paz sea con vosotros. Y, ¿qué diré a la Iglesia a la que debo todo y que fue mía? Las bendiciones de Dios vengan sobre ti; ten conciencia de tu naturaleza y de tu misión; ten sentido de las necesidades verdaderas y profundas de la humanidad; y camina pobre, es decir, libre, fuerte y amorosa hacia Cristo.

Amén. El Señor viene. Amén.

* L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, año XI - N. 32, 12 de agosto, 1979, págs 1 y 12. Según don Pasquale Macchi, su secretario particular, el Papa escribió estas páginas en Castelgandolfo, «quizás después de la redacción del testamento, al concluir un retiro espiritual» (cf. ib. pág 12).



El 13 de noviembre de 1964, el papa Pablo VI, rompiendo con la tradición, donó su triple tiara de oro, plata y joyas a los pobres en una ceremonia en la basílica de San Pedro, convirtiéndolo en el último Papa en llevar la corona ceremonial.

Después de una misa a la que asistieron 2.000 obispos, el Papa se levantó de su silla y colocó solemnemente su tiara sobre el altar.

En las noticias de la época se dijo que el papa Pablo VI se sintió impulsado a hacer el gesto debido a las discusiones sobre la pobreza mundial durante las reuniones del Concilio Ecuménico Vaticano II.

viernes, noviembre 01, 2024

Domingo Martín, el Concilio y el Seminario de Salamanca - Entrevista a Carmina Romo


Homilia

(creemos falta un momento inicial, si alguien recuerda esperamos nos informe)
Nuestro corazón, nuestro rostro, nuestros sentimientos, los tienen tatuados, nos tienen a nosotros tatuados en su corazón de Dios, en sus brazos, los brazos de Jesús clavados en la cruz. 

El Papa Francisco nos dice que cuando estemos en baja forma, porque nos visita muchas veces la tribulación, que nos pongamos delante de un crucifijo y simplemente dejarnos mirar. Como decía Santa Teresa, si no tenemos fuerza para mirarle, déjate mirar, porque Él te está mirando siempre. 

Igual que muchos de vosotros sois padres que, a los niños recién nacidos, tan débiles, pues no les dejas de tener a la vista, ni de noche ni de día. Hay padres que dicen, mira yo, el amor mayor que tenía antes de casarme era a las sábanas en la cama, y ahora desde que ha nacido esta criatura estoy con un ojo abierto y el otro cerrado. Me ha cambiado el corazón. Dios también a nosotros nos ha cambiado el corazón. 

Os invito a leer la encíclica que acaba de salir del Papa Francisco, hablando del corazón, de lo que significa el corazón. En este día, mi corazón se ha llenado de trocitos de vuestro corazón, por eso ahora lo tengo que casi no me cabe, un poquito de cada uno, un poquito de cada uno, y no solamente de vosotros, sino de la Iglesia entera, especialmente de la Iglesia de Salamanca, que me ha acogido como madre, que me ha perdonado, igual que a vosotros. 

Este Evangelio que acabamos de escuchar nos ilumina a todos. A mí me quedó muy grabado, porque don Carlos López, cuando se despidió de Salamanca, también se leyó este Evangelio que termina diciendo ¿qué hemos hecho? Hemos hecho, dice, aquí, es lo que nos has mandado, pero ¿qué somos? Siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer, y creo que don Carlos dijo, "y no hemos hecho todo lo que teníamos que hacer". Yo también lo quiero repetir. 

Hemos recordado hoy muchos gestos, muchas situaciones, pero no podemos presumir de nada, porque es Dios el que actúa en nosotros, el querer y el hacer. Y nuestra actitud debe ser esta. Siervos inútiles somos, unos diréis: Hemos hecho lo que teníamos que hacer. Yo me he alegrado mucho cuando habéis contado vuestro matrimonio, vuestros hijos, vuestros milagros, más o menos, que habéis ido haciendo en los surcos donde habéis sembrado la semilla. 

Me he alegrado de que hayáis hecho posible que esta Iglesia de Salamanca, pues, reviva y empiece, como nos pide continuamente la Iglesia y el Papa, a renovarnos, a ponernos en la actitud solidaria y en la actitud sinodal. Que todos nos escuchemos, todos somos necesarios, pero no somos imprescindibles. Que el Señor nos dé la fidelidad necesaria y la acción de gracias por tanto dones recibos.

Aquí mi perspectiva de aquella experiencia https://antigonahoy.blogspot.com/2018/09/pobreza-en-palacio.html

El siguiente programa de radio incluye este video
Entrevista a Carmina Romo desde 9,50 a 25,00
y el audio de la homilía