Sugerencias para un cristianismo del siglo XXI: dialogante, comprometido, plural, vocacional, misionero, en crecimiento
jueves, febrero 29, 2024
miércoles, febrero 28, 2024
martes, febrero 27, 2024
domingo, febrero 25, 2024
¿Qué vela es mejor?
José Delicado Baeza(+), arzobispo de Valladolid
Esta es la pregunta que me hicieron en el coloquio de una de las visitas pastorales a una parroquia rural. Como no la entendiese, se me explicó que la duda estaba entre la vela de la Candelaria o la del Jueves Santo. No obstante, tuve que insistir: ¿La mejor, para qué? Para los nublados, se me respondió.
Entones entendí hasta qué punto la sencilla devoción popular está a veces vinculada a cosas muy prácticas y concretas. ¡Se trataba de conjurar los nublados de la manera más eficaz y segura! Como el coloquio se desarrollaba en un clima de efusiva confianza, me permití insinuar que si uno se encuentra en la calle bajo un nublado que puede descargar, es preferible, si no quiere mojarse, llevar un paraguas y no una vela encendida. En seguida caí en la cuenta de que en esta pregunta entraba en juego el valor de la oración y de que la confianza mueve montañas, según se suele decir, expresión que también aparece en el Evangelio.
Es verdad que el poder de Dios lleva a estas cosas en su providencia ordinaria, por lo cual la Iglesia, sin que piense en intervenciones milagrosas necesariamente, ruega por la lluvia o por el alejamiento de la peste, entre otros males. Pero me pareció mejor, en esas circunstancias, aclarar que las prácticas religiosas deben servir primariamente para la transformación del corazón del hombre como medio de comunicación filial con Dios, puesto que para manipular la naturaleza ya están la ciencia y técnica. Y terminé diciendo que los ritos y las bendiciones no suplen nuestras responsabilidades humanas en la transformación del mundo.
Hay en el proceso de purificación de la fe un riesgo en el diálogo con los conocimientos y técnicas a que va accediendo el hombre. «La técnica hace tales progresos que está a punto de transformar la faz de la tierra», dice el Concilio. Un sentido ingenuamente providencialista de la vida y del cosmos queda desplazado por una interpretación científica del Universo. Cuando un hombre pasa de una sociedad en la que domina la civilización pretécnica (el mundo agrario tradicional) a otra más tecnificada e industrializada, corre el riesgo de ver hundirse su cosmovisión como un teatro de guiñol de cartón bajo la lluvia, si creía que Dios manejaba di- rectamente las cuerdas de los muñecos ahorrando a los hombres su responsabilidad y la acción de las fuerzas o leyes de la naturaleza; por este motivo, muchos sustituyen el rito y la oración por el medio técnico. Tienen la impresión de que en esta perspectiva los santos están de más.
La técnica moderna ha desmitificado una religión demasiado próxima a la naturaleza y a la agricultura, «la purifica de la concepción mágica del mundo y de las pervivencias supersticiosas, y exige cada día más adhesión verdaderamente personal y activa de la fe», enseña el Vaticano II. El hombre, por eso, necesita una recta interpretación de los sucesos, una nueva mirada sobre el mundo y una nueva conciencia de sí y de Dios en la que su acción providencia! integre todo el despliegue científico y técnico de las causas segundas. Esto reclama una asimilación religiosa de la técnica y de las esperanzas temporales del hombre. En este marco ha de descubrir el hombre el significado de su fe y el puesto que él mismo ocupa
Toda verdadera catequesis, como servicio a la fe, ha de tener en cuenta estas cosas; ha de apuntar a nuevas formas de fe más objetivas y personales, con las que se inmunizará al creyente en la interpretación del mundo y se le ofrecerá una visión consoladora del progreso, haciéndole comprender que éste, no sólo entra en los planes de Dios, sino que el mundo, al perfeccionarse, responde cada vez mejor al diseño de la mente divina. Tanto el progreso técnico como el social nos exigen que vivamos la fe con plena madurez y responsabilidad. De lo contrario parecería que la ciencia sustituye a la fe, la técnica al rito, el compromiso político a la misma vida cristiana, cuando la fe auténtica, por apoyarse en la palabra y en la fuerza de Dios, puede mantenerse firme en medio de todos los progresos imaginables, es una energía capaz de dinamizar el Reino de Dios y hacerlo presente entre los hombres, en valores de convivencia in- superables, y ayuda al hombre, no sólo para entrar en comunión con Dios, sino para convivir fraternalmente, de modo que todos los posibles adelantos lo sean de verdad y no se vuelvan contra él mismo. Por eso es menester que la fe, purificada de adherencias menos auténticas, progrese en madurez.
viernes, febrero 23, 2024
Benedicto XVI, El bautismo
queridos hermanos y hermanas:
¿Qué sucede en el bautismo? ¿Qué esperamos del bautismo? Vosotros habéis dado una respuesta en el umbral de esta capilla: esperamos para nuestros niños la vida eterna. Esta es la finalidad del bautismo. Pero, ¿cómo se puede realizar esto? ¿Cómo puede el bautismo dar la vida eterna? ¿Qué es la vida eterna?
Se podría decir, con palabras más sencillas: esperamos para estos niños nuestros una vida buena; la verdadera vida; la felicidad también en un futuro aún desconocido. Nosotros no podemos asegurar este don para todo el arco del futuro desconocido y, por ello, nos dirigimos al Señor para obtener de él este don.
A la pregunta: "¿Cómo sucederá esto?" podemos dar dos respuestas. La primera: en el bautismo cada niño es insertado en una compañía de amigos que no lo abandonará nunca ni en la vida ni en la muerte, porque esta compañía de amigos es la familia de Dios, que lleva en sí la promesa de eternidad. Esta compañía de amigos, esta familia de Dios, en la que ahora el niño es insertado, lo acompañará siempre, incluso en los días de sufrimiento, en las noches oscuras de la vida; le brindará consuelo, fortaleza y luz.
Esta compañía, esta familia, le dará palabras de vida eterna, palabras de luz que responden a los grandes desafíos de la vida y dan una indicación exacta sobre el camino que conviene tomar. Esta compañía brinda al niño consuelo y fortaleza, el amor de Dios incluso en el umbral de la muerte, en el valle oscuro de la muerte. Le dará amistad, le dará vida. Y esta compañía, siempre fiable, no desaparecerá nunca. Ninguno de nosotros sabe lo que sucederá en el mundo, en Europa, en los próximos cincuenta, sesenta o setenta años. Pero de una cosa estamos seguros: la familia de Dios siempre estará presente y los que pertenecen a esta familia nunca estarán solos, tendrán siempre la amistad segura de Aquel que es la vida.
Así hemos llegado a la segunda respuesta. Esta familia de Dios, esta compañía de amigos es eterna, porque es comunión con Aquel que ha vencido la muerte, que tiene en sus manos las llaves de la vida. Estar en la compañía, en la familia de Dios, significa estar en comunión con Cristo, que es vida y da amor eterno más allá de la muerte. Y si podemos decir que amor y verdad son fuente de vida, son la vida —y una vida sin amor no es vida—, podemos decir que esta compañía con Aquel que es vida realmente, con Aquel que es el Sacramento de la vida, responderá a vuestras expectativas, a vuestra esperanza.
Sí, el bautismo inserta en la comunión con Cristo y así da vida, la vida. Así hemos interpretado el primer diálogo que hemos tenido aquí, en el umbral de la capilla Sixtina. Ahora, después de la bendición del agua, seguirá un segundo diálogo, de gran importancia. El contenido es este: el bautismo —como hemos visto— es un don, el don de la vida. Pero un don debe ser acogido, debe ser vivido. Un don de amistad implica un "sí" al amigo e implica un "no" a lo que no es compatible con esta amistad, a lo que es incompatible con la vida de la familia de Dios, con la vida verdadera en Cristo.
Así, en este segundo diálogo, se pronuncian tres "no" y tres "sí". Se dice "no", renunciando a las tentaciones, al pecado, al diablo. Esto lo conocemos bien, pero, tal vez precisamente porque hemos escuchado demasiadas veces estas palabras, ya no nos dicen mucho. Entonces debemos profundizar un poco en los contenidos de estos "no". ¿A qué decimos "no"? Sólo así podemos comprender a qué queremos decir "sí".
En la Iglesia antigua estos "no" se resumían en una palabra que para los hombres de aquel tiempo era muy comprensible: se renuncia —así decían— a la "pompa diaboli", es decir, a la promesa de vida en abundancia, de aquella apariencia de vida que parecía venir del mundo pagano, de sus libertades, de su modo de vivir sólo según lo que agradaba. Por tanto, era un "no" a una cultura de aparente abundancia de vida, pero que en realidad era una "anticultura" de la muerte. Era el "no" a los espectáculos donde la muerte, la crueldad, la violencia se habían transformado en diversión. Pensemos en lo que se realizaba en el Coliseo o aquí, en los jardines de Nerón, donde se quemaba a los hombres como antorchas vivas. La crueldad y la violencia se habían transformado en motivo de diversión, una verdadera perversión de la alegría, del verdadero sentido de la vida. Esta "pompa diaboli", esta "anticultura" de la muerte era una perversión de la alegría; era amor a la mentira, al fraude; era abuso del cuerpo como mercancía y como comercio.
Y ahora, si reflexionamos, podemos decir que también en nuestro tiempo es necesario decir un "no" a la cultura de la muerte, ampliamente dominante. Una "anticultura" que se manifiesta, por ejemplo, en la droga, en la huida de lo real hacia lo ilusorio, hacia una felicidad falsa que se expresa en la mentira, en el fraude, en la injusticia, en el desprecio del otro, de la solidaridad, de la responsabilidad con respecto a los pobres y los que sufren; que se expresa en una sexualidad que se convierte en pura diversión sin responsabilidad, que se transforma en "cosificación" —por decirlo así— del hombre, al que ya no se considera persona, digno de un amor personal que exige fidelidad, sino que se convierte en mercancía, en un mero objeto. A esta promesa de aparente felicidad, a esta "pompa" de una vida aparente, que en realidad sólo es instrumento de muerte, a esta "anticultura" le decimos "no", para cultivar la cultura de la vida. Por eso, el "sí" cristiano, desde los tiempos antiguos hasta hoy, es un gran "sí" a la vida. Este es nuestro "sí" a Cristo, el "sí" al vencedor de la muerte y el "sí" a la vida en el tiempo y en la eternidad.
Del mismo modo que en este diálogo bautismal el "no" se articula en tres renuncias, también el "sí" se articula en tres adhesiones: "sí" al Dios vivo, es decir, a un Dios creador, a una razón creadora que da sentido al cosmos y a nuestra vida; "sí" a Cristo, es decir, a un Dios que no permaneció oculto, sino que tiene un nombre, tiene palabras, tiene cuerpo y sangre; a un Dios concreto que nos da la vida y nos muestra el camino de la vida; "sí" a la comunión de la Iglesia, en la que Cristo es el Dios vivo, que entra en nuestro tiempo, en nuestra profesión, en la vida de cada día.
Podríamos decir también que el rostro de Dios, el contenido de esta cultura de la vida, el contenido de nuestro gran "sí", se expresa en los diez Mandamientos, que no son un paquete de prohibiciones, de "no", sino que presentan en realidad una gran visión de vida. Son un "sí" a un Dios que da sentido al vivir (los tres primeros mandamientos); un "sí" a la familia (cuarto mandamiento); un "sí" a la vida (quinto mandamiento); un "sí" al amor responsable (sexto mandamiento); un "sí" a la solidaridad, a la responsabilidad social, a la justicia (séptimo mandamiento); un "sí" a la verdad (octavo mandamiento); un "sí" al respeto del otro y de lo que le pertenece (noveno y décimo mandamientos).
Esta es la filosofía de la vida, es la cultura de la vida, que se hace concreta, practicable y hermosa en la comunión con Cristo, el Dios vivo, que camina con nosotros en compañía de sus amigos, en la gran familia de la Iglesia. El bautismo es don de vida. Es un "sí" al desafío de vivir verdaderamente la vida, diciendo "no" al ataque de la muerte, que se presenta con la máscara de la vida; y es un "sí" al gran don de la verdadera vida, que se hizo presente en el rostro de Cristo, el cual se nos dona en el bautismo y luego en la Eucaristía.
Esto lo he dicho como breve comentario a las palabras que en el diálogo bautismal interpretan lo que se realiza en este sacramento. Además de las palabras, tenemos los gestos y los símbolos; los indicaré muy brevemente. El primer gesto ya lo hemos realizado: es el signo de la cruz, que se nos da como escudo que debe proteger a este niño en su vida; es como una "señalización" en el camino de la vida, porque la cruz es el resumen de la vida de Jesús.
Luego están los elementos: el agua, la unción con el óleo, el vestido blanco y la llama de la vela. El agua es símbolo de la vida: el bautismo es vida nueva en Cristo. El óleo es símbolo de la fuerza, de la salud, de la belleza, porque realmente es bello vivir en comunión con Cristo. El vestido blanco es expresión de la cultura de la belleza, de la cultura de la vida. Y, por último, la llama de la vela es expresión de la verdad que resplandece en las oscuridades de la historia y nos indica quiénes somos, de dónde venimos y a dónde debemos ir.
Queridos padrinos y madrinas, queridos padres, queridos hermanos, demos gracias hoy al Señor porque Dios no se esconde detrás de las nubes del misterio impenetrable, sino que, como decía el evangelio de hoy, ha abierto los cielos, se nos ha mostrado, habla con nosotros y está con nosotros; vive con nosotros y nos guía en nuestra vida. Demos gracias al Señor por este don y pidamos por nuestros niños, para que tengan realmente la vida, la verdadera vida, la vida eterna.
Amén
jueves, febrero 22, 2024
miércoles, febrero 21, 2024
Cuentos de Jesús para la vida: La amistad (1)
martes, febrero 20, 2024
LA HERIDA. Letra: J. M. R. Olaizola. Música: C. Fones
El camino nos dejará mil huellas
Con la misma pared tropezaremos
Alguna decepción nos hará mella
Sedientos buscadores de respuestas
Somos pura ambición que tú sembraste
Para que así tu reino floreciera
con la herida convertida en cicatriz
Sentiremos que el tiempo nos aprieta
Guardaremos derrotas en la entraña
Perderemos la música y la fiesta
Porque así somos, humanos en tu estela
Portadores de un fuego inextinguible
Creyentes en un mundo sin fronteras
Con la herida convertida en cicatriz
Soñadores que no se desesperan
Nunca renunciaremos al mañana
Aunque en el hoy nos toque la tormenta
Por los que un día elegimos tu bandera
Agrietados seguiremos caminando
Que tu Evangelio es ahora nuestra tierra
Con la herida convertida en cicatriz
Lo que he sentido es mucha angustia, sufrimiento, impotencia...
Imaginar cómo será el final del camino de aquellos que queremos con toda el alma y sabemos que no se sienten hijos de Dios, que no tienen fe. (¿Cómo entender...?)
¿Cómo se encontrarán al final de la vida? ¿Cómo viven los años que pasan? ¿Cómo curan sus heridas?
No me desespero, no, no. Mi deseo es que se abran al Espíritu que Dios vuelca en ellos, en todos.
Que encuentren el sentido de su vida. Que vean que esa luz, ese amor, les espera
Que no están solos... ¿Cómo curan sus heridas? ¿Cómo es una vida sin Dios? ¡Qué vacío!
Me preocupa, me angustia, me hace sufrir mucho, mucho... y si la vida se lleva así... ¿cómo será el final de sus vidas?
No pierdo la esperanza, pero así la vivo.
AP, Las Palmas de GC
Creo que es preciosa. La canción y el vídeo.
Nunca renunciaremos al mañana aunque en el hoy nos toque la tormenta.
Esperanza, en Jesús por siempre
EC, Murcia
Un poco blanda de tono. No tiene lo que en Aragón llamamos rasmia, algo así como fuerza que sale de dentro.
JA, Madrid
Me ha parecido preciosa la canción, las canciones de este Jesuita llegan directamente a la esencia tierna de mi humano. Toca, como el Señor, desde su divinidad nuestra humanidad o más bien al revés. Es como florecer con dolor desde la fragilidad un fruto de amor con cicatrices.
Me llega, me enternece, me recompone y centra con cariño como si Cristo mismo me hablara.
MB, Arrecife
lunes, febrero 19, 2024
Antonio Márquez: Situación política de España desde la Transición a hoy
domingo, febrero 11, 2024
"SI QUIERES, PUEDES" (VI ORDINARIO B)
- las leyes judías y
- las legiones romanas.
Era un sistema opresor que no cesaba de buscar pretextos para excluir y marginar a todo aquel que no pasaba el examen de
- la "normalidad" o
- la "moralidad"
impuesta por los dirigentes políticos y religiosos que siempre encontraban algún pretexto para rechazar o excluir a los demás.
Podía ser por la raza, la cultura, la procedencia social, la forma de vida... y también, por la terrible enfermedad de la lepra, que llegó a convertirse en una de las mayores barreras sociales de aquel tiempo.
Los leprosos eran como muertos vivientes, apartados y expulsados de la vida social, familiar y sobre todo religiosa... pues era precisamente la religion la que se encargaba de legitimar y justificar esta situación, como queda claramente recogido en el Libro del Levítico:
" El leproso sea llevado al sacerdote y el sacerdote lo declarará impuro".
- impuro el leproso,
- impuro el que se acerca,
- impuro el que le toca...
Lo cual nos da una idea de la importancia que tiene el gesto rompedor de Jesús que, al acercarse a él aquel leproso que grita:
"Señor, si quieres puedes limpiarme"
él extiende la mano y le toca diciendo:
"Quiero, queda limpio".
Lo cual es tan rompedor, que produce en todos asombro y escandalo.
Y es que el evangelio lo pone todo del revés:
- el leproso viola la ley cuando se acerca a Jesús,
- Jesús viola la ley cuando toca al leproso,
- y la ley queda sin fuerza, al ocurrir lo contrario de lo que estaba previsto...
Pues al saltarse la norma, en vez de ocurrir nada malo, ocurre algo maravilloso:
- el amor vence a la ley y
- la vida vence a la lepra.
También hoy son muchos los nuevos leprosos que malviven al margen de nuestra sociedad tan culta y tan moderna...
Las formas de discriminación social se multiplican y, a veces, da la sensación de que estamos conformes con tantas "lepras" que
- nos corroen,
- nos aíslan y
- nos degradan...
¿No será que nos estamos acostumbrando a vivir en un sistema genocida como el nuestro que todos los días produce miles de
- muertos,
- desahuciados,
- desterrados,
- desesperados y
- desencantados...?
El grito del leproso y el gesto subversivo y rompedor del Jesús picapedrero, hoy nos conmueve:
" Si quieres puedes"
Si queremos podemos romper, entre todos, las barreras de la exclusión."
Porque más allá de razas y culturas, ritos y creencias, formas de vivir o de buscar la felicidad... hay que afirmar con rotundidad que
- nadie es un error,
- nadie es un basura,
- nadie es un fracaso...
Y por eso, ningún ser humano debe sentirse nunca excluido, marginado o expulsado de la vida... y mucho menos, en nombre de Dios.
Manuel Velázquez Martín.
sábado, febrero 10, 2024
Juntos somos más - Sí a la Vida. Una pintada de 40 metros para la ciudad
Santa Clara, la parroquia de Las Palmas de GC, ubicada en Zárate, exhibe visible para la ciudad y el hospital Insular un hermoso mensaje: "Juntos somos más, Sí a la vida" junto a un corazón y unas manos.
"Juntos somos más" es el mensaje central de la pegadiza canción realizada para el plan diocesano.
"Sí a la vida" es un mensaje desde la Fe y la Razón que la Iglesia Católica comparte con las personas de buena voluntad.
Un corazón y unas manos quieren recordar que los buenos sentimientos deben ir acompañados de actos de amor
"Gritarán las piedras" dijo Jesús. La parroquia de Santa Clara parece querer meter las manos en esa tarea.
jueves, febrero 08, 2024
PERO ¿NO ESTÁBAMOS EN UNA SOCIEDAD SECULARIZADA? - Reciclaje de beaterías
viernes, febrero 02, 2024
La adoración eucarística invita a “consentir a Dios”, no a “sentir a Dios”. (Beaterías a reciclaje)
https://omnesmag.com/recursos/la-adoracion-eucaristica/
La adoración eucarística se emplea a veces como medio para fines de promoción de la pastoral juvenil, de respuesta a necesidades intimistas, o buscando efectos milagrosos, etc. Este artículo propone algunas coordenadas para evaluar prácticas pastorales que, bajo apariencia de un bien espiritual, pueden resultar poco convenientes para la experiencia fructuosa de la fe en nuestras comunidades.
En la Misa matutina del lunes 5 de febrero de 2018, el Papa Francisco exhortaba a un pequeño grupo de sacerdotes recién nombrados párrocos. ¿Qué consejo les dio el Romano Pontífice al inicio de su oficio pastoral? El Papa se expresó así: “Enseñad al pueblo a adorar en silencio”, para que “así aprendan desde ahora qué haremos todos allí, cuando por la gracia de Dios lleguemos al cielo”. Un camino, el de la adoración, duro y fatigoso como el del pueblo de Israel por el desierto. “Tantas veces pienso que nosotros no enseñamos a nuestro pueblo a adorar. Sí, les enseñamos a rezar, a cantar, a alabar a Dios, pero a adorar…”. La oración de adoración, dijo el Papa, “nos aniquila sin aniquilarnos: en el aniquilamiento de la adoración nos da nobleza y grandeza”.
Sin duda alguna, los que somos pastores del pueblo de Dios llevamos muy dentro del corazón el deseo de que nuestros fieles amen cada vez más a Jesucristo en la Eucaristía, haciendo de ella el centro de la vida parroquial y de nuestras comunidades de fe. La adoración es, además, condición para comulgar adecuadamente, como enseñaba san Agustín, y que es continuación natural del misterio y de la presencia real de Cristo en el sacramento.
En este sentido, los pastores del rebaño de Cristo debemos procurar una celebración no sólo bella y significativa, sino también respetuosa y acorde con la verdad de la fe y la disciplina de la Iglesia, que busca cuidarla adecuadamente.
En los últimos decenios, gracias al magisterio de los últimos Papas y a la labor incansable de innumerables sacerdotes anónimos, la adoración eucarística no sólo ha experimentado una recuperación justa, sino una popularidad beneficiosa para la vida espiritual de los cristianos.
Igualmente, este deseo y fervor eucarístico no siempre ha ido acompañado del discernimiento necesario, observándose en no pocas ocasiones errores, omisiones o incluso abusos litúrgicos, que muchas veces no se deben a una mala intención sino a una deficiente formación teológico-litúrgica de algunos agentes de pastoral.
Este artículo querría proponer algunas coordenadas para evaluar posibles prácticas pastorales que, bajo apariencia de un bien espiritual, pueden resultar poco convenientes para una verdadera y fructuosa experiencia de la fe en nuestras comunidades.
La exposición del Santísimo
En primer lugar, es bueno recordar que gracias a la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, la adoración eucarística ha dejado de ser una simple práctica de devoción eucarística, para convertirse en una celebración litúrgica de pleno derecho.
Como celebración litúrgica, implica un ritual, una asamblea litúrgicamente constituida, una normativa litúrgica y unas orientaciones pastorales propias. Por ello, el marco imprescindible de referencia es el “Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto fuera a la Eucaristía fuera de la Misa”.
Los ministros deben celebrar la exposición del Santísimo según la ritualidad establecida, tal y como hacen cuando celebran cualquiera de los otros sacramentos o sacramentales. Bien es cierto que el actual ritual es bastante flexible a la hora de celebrar la exposición, siempre y cuando se respete el mínimo indicado. Ahora nos referiremos a algunas prácticas que se han extendido, pero que en su ritualidad y significado no concuerdan con lo que la Iglesia enseña en su liturgia y en la historia del dogma eucarístico.
Por un lado, es importante no romper el estrecho vínculo litúrgico-teológico existente entre la exposición de la Eucaristía y su celebración. La primera nace y se entiende desde la segunda. De hecho, la Iglesia entiende la adoración eucarística como prolongación de la Comunión sacramental, o como medio para una preparación adecuada a ella.
Afirma el Ritual: “Permaneciendo ante Cristo […] fomentan las disposiciones debidas que les permiten celebrar con la devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre”. Por eso es importante educar a los fieles para que la adoración eucarística no llegue a comprenderse como un sustitutivo de la Comunión sacramental, o como una forma de “comunión” fácil o más sensitiva que la sacramental.
También debido a este vínculo entre exposición y sacrificio, la Iglesia no permite exponer el Santísimo Sacramento fuera del altar, y menos aún, en un lugar que no sea una iglesia. Solo en el caso de que la exposición sea prolongada puede colocarse la custodia en un expositorio elevado, siempre y cuando esté cerca del altar.
Ni la montaña, ni la playa, ni una casa particular, ni un jardín, ni un autocar, ni una barca en el mar de Galilea son lugares donde dar culto digno a Dios sacramentado, tal y como la Iglesia nos recuerda constantemente en sus documentos magisteriales, litúrgicos y canónicos tras la reforma del Concilio Vaticano II. En este sentido, tampoco está permitido que el Santísimo esté expuesto a solas, sin una asamblea litúrgica presente que esté rezando en adoración.
Por otro lado, la Iglesia ha enseñado durante siglos que la exposición del Santísimo tiene como finalidad única y primordial tributar adoración pública a Cristo en la Eucaristía, confesando rectamente la fe en la presencia real y desagraviando las ofensas que Dios pueda recibir, especialmente contra las mismas especies eucarísticas.
En este sentido, se hace cada vez más necesario un profundo discernimiento de la autoridad eclesiástica para velar por este fin cultual (latréutico) de la celebración de la exposición. De manera cada vez más frecuente se observa el uso de esta celebración (la exposición y adoración) como método de evangelización, como medio de aglutinar y promocionar la pastoral juvenil, como recurso para responder a las necesidades intimistas y emotivas de algunos perfiles espirituales o incluso como instrumentalización casi supersticiosa, pretendiendo del sacramento poderes o efectos milagrosos. En la adoración, la Iglesia nos enseña a confesar la verdad de la fe eucarística, el abandono en la voluntad de Dios, el silencio y la alabanza sencilla. En la adoración, la tradición litúrgica nos invita a “consentir a Dios”, no a “sentir a Dios”.
La consideración y el reconocimiento de la exposición del Santísimo como una verdadera celebración litúrgica, cuyo centro es Cristo que preside la asamblea eclesial, debe ayudarnos también a evitar manifestaciones rituales o espirituales que reducen este carácter de “cuerpo eclesial”.
Actualmente, nuestras comunidades no viven fuera de la cultura individualista y emotivista occidental, ni de la cada vez más fuerte influencia de la espiritualidad y ritualidad propia de grupos y comunidades evangélicas y pentecostales que no entienden las realidades sacramentales.
Tal y como nos enseña la Iglesia, la presencia de Cristo en la Eucaristía es sacramental y sustancial. Esto implica por un lado, que su presencia real no se da sin el signo sensible, que en este caso son las especies de pan y vino. Todo debilitarse el signo de pan y vino implica un ocultar la verdad del sacramento que es el mismo Cristo.
Ciertas celebraciones que se asemejan a “performances litúrgico-festivas” porque iluminan, encuadran, decoran o transforman las especies de pan y vino para generar un impacto sensible, desvirtúan el modo de presencia de Cristo en el sacramento. Igualmente, presentar la presencia de Cristo como si fuera algo más que sustancial hace difícil que nuestra relación eucarística con Él sea verdadera y fructuosa. Su presencia no es corporal, pues Cristo está en el cielo, sino sacramental. Pongamos algunos ejemplos.
La presencia sacramental y sustancial del Señor implica que no podemos entenderla en términos fisicistas, como parece que empieza a vivirse en algunos ambientes eclesiales.
En este sentido, un fiel no comulga más a Dios porque consuma más cantidad de pan consagrado (accidente cantidad), ni tampoco porque consuma de la forma del sacerdote (accidente cualidad). Igualmente, Dios no está más cerca de mí porque me acerquen el copón o la custodia, ni Dios me bendice más porque el sacerdote me bendiga a mí solo con la custodia (accidente lugar).
La fe de la Iglesia nos enseña que el único efecto que puede provocar esta práctica (reprobable) es la de excitar la sensibilidad subjetiva.
Son costumbres que no reflejan la fe verdadera de la Iglesia. En efecto, Cristo en las especies eucarísticas ni se mueve, ni se pasea físicamente, ni está físicamente delante o cerca de mí. Su presencia es solamente sustancial y no está sometida a ese tipo de cambios.
La fe nos enseña que los accidentes (locativo, cuantitativo, cualitativo) de Cristo están en el cielo. Por lo tanto, como decimos, Cristo no “me bendice” más y mejor, o más cerca o más lejos por desplazar la custodia, bendecir individualmente o exponer al Señor en cualquier lugar, como para simular que está fisicamente presente como en las escenas del Evangelio. La bendición es del ministro sagrado, y la bendición es sobre la asamblea litúrgica en su conjunto, como cuerpo de Cristo que es. Otra práctica insinuaría una comunión más plena con Cristo que la sacramental al comulgar en gracia de Dios. La preocupación de la Iglesia por una adecuada compresión de la presencia real lleva a que estas prácticas estén expresamente prohibidas, por contradecir las rúbricas establecidas en el ritual.
Celebraciones a través de la televisión
Igualmente, tampoco Cristo está presente ante mí, o me bendicen con Él, si veo una retransmisión por televisión o por internet. Lo que el fiel tiene delante no es el Señor, sino solo una pantalla, ante la que no corresponde arrodillarse ni pensar que nos bendice.
No hay sacramento ni celebración sacramental en el televidente, y solo hay una unión espiritual con la celebración que se visualiza si es en directo. Por otra parte, la única bendición a distancia que existe, y no necesita de YouTube, es la bendición “Urbi et Orbi”, que es un sacramental de la Iglesia referido solo al oficio del Romano Pontífice. Cualquier otro tipo de bendición retransmitida, más aún si pretende ser eucarística, no es en realidad bendición alguna. Es encomiable en este sentido, el esfuerzo de todos los pastores de la Iglesia para explicar bien a los fieles que una retransmisión litúrgica en directo no es participación en ella, sino solo un medio de carácter devocional para paliar la imposibilidad de asistir a ella, y para unirse con ella mentalmente. Otro modo de plantearlo supondría debilitar en sus fundamentos la misma realidad sacramental, y debilitar la importancia y necesidad de la Comunión a los enfermos y personas mayores.
Las procesiones con el Santísimo Sacramento
Por último, hemos de recordar que el culto eucarístico en la historia de la Iglesia se ha hecho solemne y público para confesar pública y solemnemente la presencia real de Cristo: bien porque se pone en duda, o bien porque sacrílegamente se ha atentado contra las mismas especies sagradas.
Tal como enseña el ritual, las procesiones con el Santísimo Sacramento, especialmente las del Corpus Christi, y las bendiciones en ellas previstas, tienen como finalidad respetar este carácter de confesión publica y culto de adoración.
Por ello, no se debe instrumentalizar el Santísimo Sacramento expuesto para otras finalidades que la de manifestar la fe de la Iglesia en la presencia real.
El Santísimo en la custodia, por ejemplo, no puede ser utilizado para hacer cordones sanitarios antivirus pandémicos, para hacer pensar a los fieles desde los campanarios o incluso helicópteros que Dios no se olvida de ellos, para bendecir los campos o pedir la lluvia, para realizar oraciones teatralizadas como si Dios hablara desde la custodia, para realizar curaciones físicas o para expulsar demonios y desinfestar un domicilio de la presencia maligna.
Cualquier abuso en este sentido, además de no confesar rectamente la fe de la doctrina eucarística, supondría una instrumentalización del Santísimo Sacramento como talismán y como remedio supersticioso, y una falta de fe y confianza en los sacramentales que la Iglesia ha instituido para esos fines concretos.