El poeta Félix Grande glosa en este artículo la actitud tomada por el
guitarrista Paco de Lucía el pasado 12 de octubre en Sevilla, cuando se
negó a actuar en el festival Soñadores de España, en el que también
intervinieron Plácido Domingo y Julio Iglesias. Félix Grande encuentra
en la negativa de Paco de Lucía una reivindicación y defensa moral del
arte flamenco.
"Mi nombre fue anunciado junto, a los precios; sentí que se ofendía a mi cultura y dije que no tocaba". Y no tocó. Dejó sobre la mesa del organizador del concierto los cinco millones de pesetas que le hubieran pagado por su trabajo y por su nombre y tomó un avión y se fue sin tocar. Un portavoz de la empresa del concierto (véase EL PAÍS del 14 de octubre) aclara, con dudoso candor: "En el contrato con Paco de Lucía no estaba estipulado el tamaño de su nombre en la publicidad", lo que pudiera sugerir que la decisión de Paco de Lucía pudo haberla dictado esa versión miserable del orgullo que llamamos la soberbia. Pero el cronista no cayó en esa trampa: comprendió que esa decisión de Paco de Lucía no fue un acto de soberbia, sino un gesto moral -y, por tanto, civil- del que podemos sentirnos orgullosos, y dedicó las cuatro quintas partes de su crónica a informar sobre las razones que tuviera el internacionalmente famoso y respetado guitarrista andaluz para no repartirse unos aplausos con Julio Iglesias y Plácido Domingo. Es justo felicitar a ese cronista, Nacho Sáenz de Tejada. Pero también es necesario felicitar a Paco de Lucía: "Sentí que se ofendía a mi cultura"; no se puede decir mejor. Y no tocó; no era posible ser más consecuente.
Creador de un lenguaje
El suceso tiene dos dimensiones: una es incidental y pasajera; otra es profunda y testaruda. La dimensión incidental se resume mencionando los hechos: el día 12 de octubre, en Sevilla, estaba proyectada la celebración de un concierto en el que intervendrían los tres sobresalientes españoles citados. En los carteles, el nombre de uno de ellos fue consignado con letras muy poco visibles, como por compromiso, como a desgana, como de forma desdeñosa. La pregunta: ese desdén, ¿por qué? La respuesta del portavoz de la empresa no es de recibo: "En el contrato con Paco de Lucía no estaba estipulado el tamaño de su nombre en la publicidad". Aclaremos esto, porque no debe parecer que Paco de Lucía es un hombre caprichoso o soberbio. No lo es. Quienes lo conocemos sabemos que este artista añade a su genialidad una sencillez, una calma, una prudencia fuera de lo común. (El hecho mismo de que en el contrato no se estipulase el tamaño de su nombre prueba que estas cuestiones no le desasosiegan.) Entonces, ¿por qué esa discriminación? ¿Apoyada en qué, justificada de qué modo? Tengamos la imprudencia de opinar: Julio Iglesias será recordado como un excelente intérprete de la canción melódica, con un estilo propio; Plácido Domingo tiene ya asegurado un puesto entre los grandes cantantes de ópera de todos los tiempos; Paco de Lucía es algo más que un intérprete con un estilo propio y es algo más que uno de los más grandes en su arte: es el creador no de un estilo, sino de un lenguaje, y es el guitarrista flamenco más importante de todos los tiempos. ¿Por qué lo discriminan con el tamaño de las letras en los carteles? Sintió ofendido su lenguaje, sintió ofendida su cultura, y no quiso tocar. "No tengo nada contra Plácido ni contra Julio", afirmó en sus declaraciones. Durante dos semanas hemos esperado una declaración de Plácido Domingo, de Julio Iglesias, unas palabras de cariño hacia el artista flamenco que fue discriminado. Esas palabras no fueron pronunciadas.
Hay algo más, y con ello ya entramos en la dimensión profunda y obstinada de este suceso: los medios de comunicación, con la excepción de la crónica mencionada, pasaron de puntillas; una mención aquí, allí dos líneas, una portada con Domingo e Iglesias, y sin mención del descolgado por discriminado, un silencio chirriante allá, nada en tal sitio... Acabo de regresar de Andalucía. Mucha gente comenta el hecho, todos ellos se alegran de la decisión de Paco de Lucía: los andaluces se sienten aludidos en esa discriminación y se sienten reconfortados por la protesta del artista ofendido..., mientras la Prensa desdeña una noticia suculenta. ¿Es que sobran noticias? Ni siquiera el hecho de que estábamos en plena campaña electoral resta importancia moral ni, por tanto, periodística a un gesto tan cargado de significación. ¿Es esto, la significación del suceso, lo que aconseja esa, con perdón, depravada pudicia? ¿Cómo se explica ese impudoroso pudor? ¿Qué significa toda esta cautela? Imaginad por un instante que las letras discriminadas hubieran sido las del nombre de Plácido Domingo. Imaginad que el tenor, ofendido, se hubiese marchado sin cantar. Imaginad la que se hubiera armado. Pero la ofensa no se cometió contra él, sino en contra de Paco de Lucía, o, con más precisión, contra su música, contra su cultura. El ofendido no era otro que el flamenco. El flamenco está ya acostumbrado a sofiones. Y Paco de Lucía, que no lo ignora, no tocó: basta de sofiones. Esto viene de antiguo. Basta ya.
Tabernaria
De atrás le viene el pico al garbanzo. En el año 1922, Manuel de Falla, quizá el músico más grande de la historia española (y cuyas partituras se enriquecen con la solemnidad, el luto y la energía de los sonidos que llamamos negros; esto es, con sonidos flamencos), resolvió defender al flamenco contra el desprecio antiflamenquista imperante en su época, y tuvo que enfrentarse a algunos beneficiarios de los mandarinatos del poder cultural, y tuvo que defenderse de acusaciones ignorantes, inconsecuentes e inclusive malvadas, y tuvo que enarbolar su prestigio personal y el de otros prestigiosos artistas españoles y europeos para que la música flamenca obtuviese respeto en vez de burla. En el año 1974, cuando por primera vez el flamenco protagonizó un concierto en el teatro Real de Madrid (tocaba Paco de Lucía, y la sala, incluido el escenario, estaba abarrotada de jóvenes cuyo entusiasmo rebotaba por las paredes), incluso algunos acomodadores estaban enojados y descompuestos. No es una figura retórica; algunos acomodadores mostraban cara de vinagre: esa música tabernaria mancillaba el recinto sagrado. Tabernaria llegó a llamar a la guitarra andaluza Andrés Segovia, y no como un elogio; durante años dijo sobre el flamenco y contra Paco de Lucía tal cantidad de despropósitos que resolvimos deducir, con generosidad, que sobre esa música incomparable Andrés Segovia, dicho sea de modo flamenco, no sabía distinguir (no se debe pensar que aprovecho que don Andrés murió para profanar su memoria: cuando vivía, y opinaba con inconcebible sordera en contra de Paco de Lucía, publiqué mis protestas). Ese no saber distinguir lo dejó don Andrés en herencia a muchos intérpretes de guitarra clásica, casi exclusivamente españoles, y ellos se sienten orgullosos de esa herencia precaria: a los conciertos de Paco de Lucía, los guitarristas clásicos españoles -conozco una sola excepción- no suelen acudir. Un conservatorio de Amsterdam tiene una cátedra de guitarra flamenca, homologada con el resto de las cátedras musicales; es lógico: la técnica de la guitarra llamada culta y la de la flamenca no son homogéneas. Esa cátedra homologada aún no existe en España: hay una resistencia silenciosa, testaruda, durísima, contra la homologación del flamenco con la música culta (pido disculpas por la imprecisión del adjetivo aristocrático: es el que suele usarse). ¿Cultura versus flamenco?
De atrás le viene el pico al garbanzo. A finales del siglo XIX, a principios de nuestro siglo, algunas de las plumas más ilustres de nuestra literatura escribieron renglones cargados de desdén contra el flamenco: la ignorancia habría justificado su silencio, pero el desdén no tenía justificación. ¿Cómo se explica todo esto? Frases despectivas del pasado cercano, silencios elocuentes de hoy mismo, acusaciones grandilocuentes de hace poco (el flamenco carcomía "la médula de España"), resistencia actual a considerar esta música como una de las más hermosas y sobrecogedoras del mundo: ¿qué explicación consiente todo esto? Si decimos que "el flamenco ha nacido en la pobreza" se nos llamará demagogos. Pero ésos son los hechos. El flamenco ha nacido en la pobreza. La pobreza, la angustia, la resistencia y la genialidad -frecuentemente anónimas- a lo largo del siglo XIX consolidaron y agrandaron una de las músicas -y de las danzas- más hermosas del mundo; una cantidad increíble de cultos poderosos la ignoraron o la agredieron.
La piedad
En las últimas décadas, el flamenco ya se ganó el respeto generalizado en cualquier lugar de la Tierra, incluido el respeto de los músicos cultos -con excepción de muchos españoles- El artista que más genialidad expresiva, técnica y emotiva ha agregado a esta música es Paco de Lucía. "Todavía hoy", señala Paco de Lucía en el reportaje citado, "ser flamenco [en España] es ser ciudadano de segunda o tercera categoría (...). Estoy seguro de que si este concierto se hubiese celebrado en Londres, París o Viena, el tratamiento hubiera sido igualitario (...). No quiero reivindicar mi nombre, sino lo que yo represento". Paco de Lucía representa a una cultura extraordinaria nacida en la pobreza. Al sentirla ofendida abandonó cinco millones de pesetas y se fue sin tocar. El hambre que durante dos siglos pasaron los flamencos suena bajo la tierra como un terremoto de orgullo. La humillación que durante dos siglos padecieron los artistas flamencos ha recibido cinco millones de besos en la frente. ¿Aún no habíais advertido que la música de Paco de Lucía está, como las obras de todos los genios, acerada por la piedad?
"Mi nombre fue anunciado junto, a los precios; sentí que se ofendía a mi cultura y dije que no tocaba". Y no tocó. Dejó sobre la mesa del organizador del concierto los cinco millones de pesetas que le hubieran pagado por su trabajo y por su nombre y tomó un avión y se fue sin tocar. Un portavoz de la empresa del concierto (véase EL PAÍS del 14 de octubre) aclara, con dudoso candor: "En el contrato con Paco de Lucía no estaba estipulado el tamaño de su nombre en la publicidad", lo que pudiera sugerir que la decisión de Paco de Lucía pudo haberla dictado esa versión miserable del orgullo que llamamos la soberbia. Pero el cronista no cayó en esa trampa: comprendió que esa decisión de Paco de Lucía no fue un acto de soberbia, sino un gesto moral -y, por tanto, civil- del que podemos sentirnos orgullosos, y dedicó las cuatro quintas partes de su crónica a informar sobre las razones que tuviera el internacionalmente famoso y respetado guitarrista andaluz para no repartirse unos aplausos con Julio Iglesias y Plácido Domingo. Es justo felicitar a ese cronista, Nacho Sáenz de Tejada. Pero también es necesario felicitar a Paco de Lucía: "Sentí que se ofendía a mi cultura"; no se puede decir mejor. Y no tocó; no era posible ser más consecuente.
Creador de un lenguaje
El suceso tiene dos dimensiones: una es incidental y pasajera; otra es profunda y testaruda. La dimensión incidental se resume mencionando los hechos: el día 12 de octubre, en Sevilla, estaba proyectada la celebración de un concierto en el que intervendrían los tres sobresalientes españoles citados. En los carteles, el nombre de uno de ellos fue consignado con letras muy poco visibles, como por compromiso, como a desgana, como de forma desdeñosa. La pregunta: ese desdén, ¿por qué? La respuesta del portavoz de la empresa no es de recibo: "En el contrato con Paco de Lucía no estaba estipulado el tamaño de su nombre en la publicidad". Aclaremos esto, porque no debe parecer que Paco de Lucía es un hombre caprichoso o soberbio. No lo es. Quienes lo conocemos sabemos que este artista añade a su genialidad una sencillez, una calma, una prudencia fuera de lo común. (El hecho mismo de que en el contrato no se estipulase el tamaño de su nombre prueba que estas cuestiones no le desasosiegan.) Entonces, ¿por qué esa discriminación? ¿Apoyada en qué, justificada de qué modo? Tengamos la imprudencia de opinar: Julio Iglesias será recordado como un excelente intérprete de la canción melódica, con un estilo propio; Plácido Domingo tiene ya asegurado un puesto entre los grandes cantantes de ópera de todos los tiempos; Paco de Lucía es algo más que un intérprete con un estilo propio y es algo más que uno de los más grandes en su arte: es el creador no de un estilo, sino de un lenguaje, y es el guitarrista flamenco más importante de todos los tiempos. ¿Por qué lo discriminan con el tamaño de las letras en los carteles? Sintió ofendido su lenguaje, sintió ofendida su cultura, y no quiso tocar. "No tengo nada contra Plácido ni contra Julio", afirmó en sus declaraciones. Durante dos semanas hemos esperado una declaración de Plácido Domingo, de Julio Iglesias, unas palabras de cariño hacia el artista flamenco que fue discriminado. Esas palabras no fueron pronunciadas.
Hay algo más, y con ello ya entramos en la dimensión profunda y obstinada de este suceso: los medios de comunicación, con la excepción de la crónica mencionada, pasaron de puntillas; una mención aquí, allí dos líneas, una portada con Domingo e Iglesias, y sin mención del descolgado por discriminado, un silencio chirriante allá, nada en tal sitio... Acabo de regresar de Andalucía. Mucha gente comenta el hecho, todos ellos se alegran de la decisión de Paco de Lucía: los andaluces se sienten aludidos en esa discriminación y se sienten reconfortados por la protesta del artista ofendido..., mientras la Prensa desdeña una noticia suculenta. ¿Es que sobran noticias? Ni siquiera el hecho de que estábamos en plena campaña electoral resta importancia moral ni, por tanto, periodística a un gesto tan cargado de significación. ¿Es esto, la significación del suceso, lo que aconseja esa, con perdón, depravada pudicia? ¿Cómo se explica ese impudoroso pudor? ¿Qué significa toda esta cautela? Imaginad por un instante que las letras discriminadas hubieran sido las del nombre de Plácido Domingo. Imaginad que el tenor, ofendido, se hubiese marchado sin cantar. Imaginad la que se hubiera armado. Pero la ofensa no se cometió contra él, sino en contra de Paco de Lucía, o, con más precisión, contra su música, contra su cultura. El ofendido no era otro que el flamenco. El flamenco está ya acostumbrado a sofiones. Y Paco de Lucía, que no lo ignora, no tocó: basta de sofiones. Esto viene de antiguo. Basta ya.
Tabernaria
De atrás le viene el pico al garbanzo. En el año 1922, Manuel de Falla, quizá el músico más grande de la historia española (y cuyas partituras se enriquecen con la solemnidad, el luto y la energía de los sonidos que llamamos negros; esto es, con sonidos flamencos), resolvió defender al flamenco contra el desprecio antiflamenquista imperante en su época, y tuvo que enfrentarse a algunos beneficiarios de los mandarinatos del poder cultural, y tuvo que defenderse de acusaciones ignorantes, inconsecuentes e inclusive malvadas, y tuvo que enarbolar su prestigio personal y el de otros prestigiosos artistas españoles y europeos para que la música flamenca obtuviese respeto en vez de burla. En el año 1974, cuando por primera vez el flamenco protagonizó un concierto en el teatro Real de Madrid (tocaba Paco de Lucía, y la sala, incluido el escenario, estaba abarrotada de jóvenes cuyo entusiasmo rebotaba por las paredes), incluso algunos acomodadores estaban enojados y descompuestos. No es una figura retórica; algunos acomodadores mostraban cara de vinagre: esa música tabernaria mancillaba el recinto sagrado. Tabernaria llegó a llamar a la guitarra andaluza Andrés Segovia, y no como un elogio; durante años dijo sobre el flamenco y contra Paco de Lucía tal cantidad de despropósitos que resolvimos deducir, con generosidad, que sobre esa música incomparable Andrés Segovia, dicho sea de modo flamenco, no sabía distinguir (no se debe pensar que aprovecho que don Andrés murió para profanar su memoria: cuando vivía, y opinaba con inconcebible sordera en contra de Paco de Lucía, publiqué mis protestas). Ese no saber distinguir lo dejó don Andrés en herencia a muchos intérpretes de guitarra clásica, casi exclusivamente españoles, y ellos se sienten orgullosos de esa herencia precaria: a los conciertos de Paco de Lucía, los guitarristas clásicos españoles -conozco una sola excepción- no suelen acudir. Un conservatorio de Amsterdam tiene una cátedra de guitarra flamenca, homologada con el resto de las cátedras musicales; es lógico: la técnica de la guitarra llamada culta y la de la flamenca no son homogéneas. Esa cátedra homologada aún no existe en España: hay una resistencia silenciosa, testaruda, durísima, contra la homologación del flamenco con la música culta (pido disculpas por la imprecisión del adjetivo aristocrático: es el que suele usarse). ¿Cultura versus flamenco?
De atrás le viene el pico al garbanzo. A finales del siglo XIX, a principios de nuestro siglo, algunas de las plumas más ilustres de nuestra literatura escribieron renglones cargados de desdén contra el flamenco: la ignorancia habría justificado su silencio, pero el desdén no tenía justificación. ¿Cómo se explica todo esto? Frases despectivas del pasado cercano, silencios elocuentes de hoy mismo, acusaciones grandilocuentes de hace poco (el flamenco carcomía "la médula de España"), resistencia actual a considerar esta música como una de las más hermosas y sobrecogedoras del mundo: ¿qué explicación consiente todo esto? Si decimos que "el flamenco ha nacido en la pobreza" se nos llamará demagogos. Pero ésos son los hechos. El flamenco ha nacido en la pobreza. La pobreza, la angustia, la resistencia y la genialidad -frecuentemente anónimas- a lo largo del siglo XIX consolidaron y agrandaron una de las músicas -y de las danzas- más hermosas del mundo; una cantidad increíble de cultos poderosos la ignoraron o la agredieron.
La piedad
En las últimas décadas, el flamenco ya se ganó el respeto generalizado en cualquier lugar de la Tierra, incluido el respeto de los músicos cultos -con excepción de muchos españoles- El artista que más genialidad expresiva, técnica y emotiva ha agregado a esta música es Paco de Lucía. "Todavía hoy", señala Paco de Lucía en el reportaje citado, "ser flamenco [en España] es ser ciudadano de segunda o tercera categoría (...). Estoy seguro de que si este concierto se hubiese celebrado en Londres, París o Viena, el tratamiento hubiera sido igualitario (...). No quiero reivindicar mi nombre, sino lo que yo represento". Paco de Lucía representa a una cultura extraordinaria nacida en la pobreza. Al sentirla ofendida abandonó cinco millones de pesetas y se fue sin tocar. El hambre que durante dos siglos pasaron los flamencos suena bajo la tierra como un terremoto de orgullo. La humillación que durante dos siglos padecieron los artistas flamencos ha recibido cinco millones de besos en la frente. ¿Aún no habíais advertido que la música de Paco de Lucía está, como las obras de todos los genios, acerada por la piedad?