lunes, febrero 17, 2025

JUDAS - Rafa Pascual

Perdóname por quererte igual que antes - Diego Velicia y Amaral

“Perdóname, por quererte igual que antes”
Diego Velicia, psicólogo en el COF Diocesano de Valladolid
La frase forma parte de una canción de Amaral titulada “Perdóname”. (En realidad, la frase no es así, textualmente dice “discúlpame por quererte igual que antes”, pero me voy a permitir el atrevimiento de sustituir ese “discúlpame” por un más contundente “perdóname” sin traicionar el espíritu de la canción).
La canción expresa el arrepentimiento de una persona por los errores cometidos en una relación que se deteriora. Algunas pueden sonar reconocibles: “perdóname por todos mis errores, por mis mil contradicciones”. La mayoría de las personas podemos reconocer errores que hemos cometido en nuestras relaciones. Esto no es especialmente novedoso, aunque es muy saludable.
Lo que resulta verdaderamente original es expresar arrepentimiento porque el amor sea igual que al principio. Esto encierra una carga de profundidad que vamos a intentar desentrañar.
Está muy asumido socialmente que el amor se vive en una trayectoria parabólica: crece un poco al principio y luego va decayendo. Como si el amor se viese afectado por la ley de la gravedad. Según esta creencia, lo normal es que, conforme pasa el tiempo, la complicidad, la pasión o la entrega que había al principio vayan dando paso a una flácida costumbre.
Se entiende que es la dinámica normal no solo en las parejas, sino en la vida profesional, en los curas, en el cultivo de las aficiones… Así, se piensa que lo normal es que al principio de la vida el entusiasmo sea creciente y llegue un momento en el cual empiece a decaer.
Hay quien opone a esto la creencia de que se puede conservar el amor, como si el amor fuera tomate frito, sardinas o pimientos del piquillo. Cuando yo era adolescente nos escribíamos frases como “no cambies nunca” en las carpetas del instituto, como una especie de piropo. (También escribíamos poesía del nivel de "al pasar por tu ventana me tiraste una flor, la próxima vez, sin maceta, por favor", en fin, no nos juzguen muy severamente)
Ese “no cambies nunca” se supone que era una frase positiva, de validación. Eres tan guay que no quiero que cambies. Como si fuera posible no cambiar (especialmente en la adolescencia, momento en el que te define, entre otras cosas, la rara cualidad de cambiar físicamente casi por días y anímicamente casi por minutos).
Insisto, la idea de fondo es la misma: las personas cambiamos a peor, las relaciones se van deteriorando, lo único que se puede hacer es intentar conservar el amor del principio (lo cual, dicho sea de paso, se convierte en algo casi tan milagroso como conseguir que la trayectoria que dibuja un proyectil no termine en caída).
Y no tiene por qué ser así.
El geólogo escocés James Hutton en su Teoría de la Tierra en 1795 afirmaba “desde la cima de las montañas hasta el fondo del mar, cada cosa está en constante cambio en la tierra”. Si el cambio es una cualidad intrínseca a la vida ¿no será mejor comprender el amor en el matrimonio como algo llamado a cambiar creciendo? Creciendo en confianza, en intimidad, en complicidad, en pasión, en entrega, en cuidado, en escucha, en comprensión, en servicio, en alegría, en presencia de los demás en nuestra vida, en cariño, en apertura del corazón, en ternura, en amabilidad, en paciencia... Crecer, ser cada día mejor, más pleno.
Esto es imposible en dos casos: uno, si consideramos que nuestra relación ya es perfecta. Si es perfecta, no puede ser mejor y, por lo tanto, no crece. Dos, si consideramos que lo normal es que la cosa vaya a menos y nos acomodamos a ello.
Pero el amor está llamado a crecer, de forma que, al pasar los años cuando miremos al otro, podamos afirmar que le conocemos más, que nos divertimos más con él, que le deseamos más, que le abrimos más nuestro corazón, que estamos dispuestos a hacer más por él, que sabemos quererle en medio de sus defectos, que le tratamos con más amabilidad, con más ternura, que estamos más dispuestos a escucharle, que en nuestra mirada y nuestra acción sobre el mundo va habiendo más comunión. Que al mirar atrás en nuestra historia podamos constatar con alegría que le quiero más y mejor que antes.


lunes, febrero 10, 2025

CUANDO YO ME VAYA - De Carlos Alberto Boaglio

Del Cristo Pastelero al Cristo Guerrillero - J. L. Martín Descalzo (19 abril 1971)

El autor se refiere a esta imagen
o alguna similar

 
CIUDAD DEL VATICANO (EFE. Exclusivo para Clarín. Por cable).     

Hace unos días el cardenal Caggiano denunciaba con tensas palabras la llegada a Latinoamérica de la imagen “Cristo guerrillero". Una estampa – decía - que “intenta ser una imagen de Cristo Jesús. Su expresión es de rencor y tras su espalda asoma un fusil, sostenido por correas. Pero el halo celestial no deja lugar a dudas de identificación. Es un Cristo guerrillero para uso de los extremistas latinoamericanos. El intento -concluía el cardenal- es horrendo e inadmisible para un cristiano medianamente instruido y entraña una profanación sacrílega”. 

Las palabras del cardenal me parecen justas y necesarias. Yo conocía hace meses tal estampa y había sentido el horror de imaginarme a Cristo metralleta al hombro. La idea rebotaba en mi cerebro sin lograr entrar en él. Puedo imaginarme a Cristo mudo ante Herodes, pero no a Cristo descargando sobre él su metralleta. Con un cierto esfuerzo llego a aceptar al Cristo que derriba las mesas de cambistas y las cajas de palomas, pero nunca lograré imaginármelo presidiendo el pelotón de fusilamiento de Pilatos, Stalin, Hitler o Nerón. Imaginarme disparando a quien murió por todos los disparos de la historia es, para mí, tan absurdo como un círculo cuadrado. 

Pero, dicho todo esto, tengo que seguir siendo sincero: y añadir que limitarnos a denuncias la imagen del Cristo guerrillero me parece la mitad de la mitad de la verdad. Pienso que dicho eso hay que seguir adelante y preguntarnos por qué a algunos jóvenes del mundo entero les gusta hoy esa imagen que a nosotros nos horroriza. 

Y creo que la respuesta no es demasiado difícil, están tan cansados del Cristo pastelero que durante años y años les hemos inyectado que aceptarían cualquier imagen que recogiera los afanes de justicia que llenan sus almas. 

Porque en honor a la verdad ¿es que el Cristo guerrillero es una herejía mayor que ese otro Cristo azucarado, feminoide, sentimentalista, aguanta-injusticias, cambalachero, amigo del mal menor y de coexistencia con los aplastadores, que tantas veces hemos predicado en los púlpitos y lanzado en las películas? 

Los jóvenes han ido a las iglesias y han oído preciosas oraciones llenas de “Oh, dulce, Jesús mío”, de “amantísimo y piadosísimo corazón de Jesús”, del “Señor lleno de toda bondad y dulzura”, de “delirios místicos y efluvios amorosos”, de “palomitas que vuelan hacia el altar como las almas que suspiran”. ¿Y pensamos que este Cristo podía interesarles?

A mí que -¡ay!- ya no soy tan joven me resulta repulsivo un rostro de Cristo como encarnación de la violencia, pero no más que esos Cristos afeminados que tantas veces nos sirvieron en el cine. Y me parece insoportable un Cristo de ojos hostiles de animal de presa, pero más o menos igual de intolerables me resultan tantas estatuas y cuadros en los que se nos presenta a Cristo -con perdón- con rostro de vaca enamorada. 

Pero aún hay algo más grave: y es que el Cristo pastelero bendecía cánones. Ahora nos llega de Checoslovaquia la imagen de Cristo con metralleta al hombro, pero mucho antes yo había visto las fotografías de obispos levantando el hisopo sobre ejércitos de tanques. Y estas imágenes eran ya una especie de anticipación de este Cristo violento. 

Alguien va a hacer ahora la distinción de las guerras justas y las guerras injustas, ya lo sé. Pero ¿cómo se probaría que solo se bendijeron guerras hipotéticamente justas? ¿Y cómo convencer al guerrillero de que solo su causa es injusta?

Esta es -me parece- la clave del problema. Los jóvenes no creen hoy nuestra crítica a la violencia revolucionaria porque han visto que antes, con sutiles distinciones, hemos aceptado y bendecido las otras violencias. Puede que al llamarnos hipócritas no tengan toda la razón, pero no seré yo quien diga que no tienen ninguna. 

En Berkeley vi hace unos meses una iglesia hippie en unos cuyos “altares” se pintaban dos imágenes: la de un famoso cardenal norteamericano vestido con su traje de capellán de las fuerzas armadas bendiciendo la guerra de Vietnam y la de un bello Cristo que destrozaba un fusil sobre su rodilla. Debajo, un letrero gritaba: “¿qué Cristo de los dos prefiere?”

Sé que es difícil ofrecer a los jóvenes de hoy el Cristo verdadero. Creo incluso que la tarea de todos los cristianos de todos los siglos es ir añadiendo pedacitos de Cristo hasta que al final de los tiempos entre todos hayamos logrado reconstruir al completo y verdadero. Pero ya que no podemos ofrecer a los hombres de hoy ese Cristo infinito y total ¿no podríamos, al menos, ofrecerles un Cristo que llene sus esperanzas de un mundo mejor? No un Cristo violento desde luego, pero sí el Cristo que denunció la hipocresía; sí el Cristo que dijo que compartió la vida de los pobres y trabajó él mismo con sus manos; sí el Cristo que supo salirse de la rutina de los moldes sociológicos; sí Cristo que llamó raza de víboras a los hipócritas aun cuando éstos fueran sacerdotes; sí al Cristo que tomó el látigo contra los mercaderes. 

Si nos limitáramos a darle un Cristo suavecito y tranquilo, adormecedor y dulzarrón, mucho me temo que, entre monstruo y monstruo, van a quedarse con esa loca imagen del Cristo guerrillero. 

José Luis Martín Descalzo

sábado, febrero 08, 2025

POEMA PARA MI HIJA - POEMA PARA MI HIJO

Me gusta la gente simple - Facundo Cabral

Cómo vive el pueblo la Eucaristía

La vida de cada día no deja de depararnos sorpresas, no deja de abrirnos a la realidad, no deja de hacernos preguntas, no deja de dejarnos perplejos, no deja de llamarnos a crecer.


Me gusta conversar con personas que se desviven por sus hijos, que llevan una vida normal de barrio, los veo en el barrio, en actividades vecinales pero tenemos una ocasión más serena de diálogo en una "catequesis" que no les atrae mucho. Lo que les atrae es la felicidad de sus hijos y por eso les apuntan a la "primera comunión" y eso está muy bien. No son mucho de ir al templo, lo ven como cosa de otra etapa de la vida, sí que tienen referencias religiosas, especialmente santa Clara. A veces tienen sus diálogos con Dios pero con la Iglesia tienen una relación desigual. 


No parece que les vayan mucho algunos asuntos más densos, quizá un poco teóricos, quizá les falte tiempo ¿crecemos como personas? ¿Qué debemos hacer en política? ¿por qué hay emigración? ¿por qué algunos niños pasan hambre? ¿por qué hay droga por aquí? ¿por qué los hijos de papá hacen carrera?


Me gusta hablar con ellos porque veo que cuidan de sus padres con cariño, tienen hijos, tienen vida de pareja, se preocupan por los otros, a veces cuidan de esa tía que no tiene hijos pero no la quieren dejar tirada. Me gusta hablar con ellos porque estiran el tiempo, porque hablan de la realidad, porque salen adelante entre mil dificultades.

 

En la última reunión me dieron una nueva sorpresa. Yo creía que iba a ofrecerles una lectura muy interesante de la Eucaristía partiendo de un magnífico cuadro del siglo XX, una obra poco conocida y que me parece sugerente. Leímos el comentario de un sacerdote paul (de san Vicente de Paul) que había sido catedrático de estética en la Universidad de Salamanca. Hablaba de algo que a mí y a otros produce honda emoción. Cristo, según el pintor Nolde, en la Última Cena sentía angustia por lo que iba a ocurrir y por como estaba la realidad. 


A mí me parecía que podían sentir cercano a ese Jesús unas personas que viven en un barrio a veces complicado, que llevan una vida laboral dura, que intentan atender a sus padres y a sus hijos, y en general una vida no exenta dificultades. 


Sin embargo se quedaron perplejos porque la Eucaristía para ellos era otra cosa. La Eucaristía para ellos es “la primera comunión”. Decían que  “todavía si hubiera sido en semana Santa pero para hablar de primera comunión este sufrimiento no pega”. También me dijeron que “casi habría preferido permanecer en la ignorancia y seguir con mi visión tranquila de la Misa”. En definitiva, que para ellos la Eucaristía es otra cosa.


Los curas con frecuencia vivimos bastante al margen hasta de los sentimientos religiosos de las personas de la calle. Puede resultar sorprendente pero es así. Cuando escucho me sorprenden.


¿Y qué podemos hacer? Quizá convenga una mayor cercanía de nuestras eucaristías a la vida real de la gente. Sobra un ritualismo exagerado tan desafortunado como el capricho y la falta de respeto a la profunda verdad que contiene la liturgia auténtica. O sea, respetar que la celebración es de la Iglesia y no nuestra, pero también nosotros somos un pedacito de Iglesia que necesita vivir realmente la Eucaristía conectada con "las angustias y tristezas, las alegrías y esperanzas" de todos. Nosotros también formamos parte de ese "todos" 


Hay muchas prácticas pastorales que vienen a complicar esta distancia de la gente. Por ejemplo, el gusto actual por una comprensión súper emocional de la adoración y por una vivencia de la Eucaristía poco encarnada, el gusto por los lujos, la apariencia, la sobrecarga de telas  y cierta parafernalia creo que perjudican a una adecuada pastoral de la Eucaristía. El pueblo necesita una verdadera vivencia de la Eucaristía por parte de quienes la celebramos habitualmente.


Como la experiencia me dice que la gente actual es más abierta que las de otras épocas no temí seguir el diálogo intentando aclarar que la eucaristía tiene una dimensión festiva y que desde luego la tendría la “primera comunión”, del mismo modo que un funeral es un momento más contenido y reflexivo, más íntimo.

 

Proseguimos el dialogo con estas personas proponiendo para ellos, más que para los niños, un acercamiento a la Eucaristía, que conecte con la justicia, con la solidaridad, la fraternidad, los problemas del mundo, y con sus propias vivencias que llevan toda la carga de adultez y responsabilidad que a nadie sensato se le ocurre exigir a los niños. Para nosotros los adultos puede que la Eucaristía responda a la necesidad de un alimento, un consuelo, y fuerza para un combate de amor. Para la vida de uno, para perdonar, para no devolver mal por mal, para tantas cosas que sabemos por la vida.


Quizá el diálogo fuera una primera aproximación porque percibí que había apertura a la verdad a preguntarse cual fue la vivencia de Jesús y cual puede ser la nuestra.


Este es texto aludido:
El arte religioso de Emil Nolde llega a la cumbre con la Última Cena de 1909. Cuadro sobrecogedor, riquísimo de materia y de matices de color, con dominio de rojos, a los que notas verdes hacen contrapunto. 
Cristo está en el centro, sentado a la mesa, rodeado estrechamente por los Apóstoles, que apenas caben, que ahogan el espacio. El Maestro aprieta la Copa con sus manos. Aprieta como si tratara de exprimir un racimo o, acaso, su propio corazón. 
El rostro se contrae de dolor, los ojos se cierran, la boca se entreabre con un gemido de angina agudísima. Y al estallar el corazón, la Sangre inunda todo. La cabellera de Jesús chorrea sangre. Apenas queda el blanco de la túnica bajo el vestido impregnado de sangre. Sangre en las ropas y en los rostros. Hay sombras negras y miradas atónitas.

Enrique R. Panyagua



Los niños prepararon un mural sobre las bondades del plátano y el error de que se tiren a la basura.

También se hicieron un pequeño trabajo manual de madera

¿Que es mar adentro?

jueves, febrero 06, 2025

Testamento del pájaro solitario. Audios. José Luis Martín Descalzo (LIBRO ENTERO EN 18 AUDIOS)

Quizá sea el más hermoso de los libros del genial José Luis Martín Descalzo. Inspirado en san Juan de la Cruz, el sacerdote vallisoletano reconoce que ha huido una y otra vez de Jesús. Y que realmente Cristo con él ha sido un auténtico halcón
   


SEGUNDA PARTE

TERCERA PARTE MUERTE

lunes, febrero 03, 2025

ROBERTO BENIGNI DA GRACIAS A SUS PADRES POR LA POBREZA

Los ojos de Miguel Hernández

Roy Galán/facebook

Cuentan que a Miguel Hernández no le pudieron cerrar los ojos al morir.

Como si su mirada no se hubiera querido marchar con su cuerpo.

Aferrada al precipicio del borde de la existencia.

Hay ojos, como los de Miguel, que son cordones umbilicales.

Miguel Hernández fue detenido, condenado y encarcelado una vez finalizó la guerra civil española.

Uno de los tantos y tantos represaliados por la dictadura franquista en los años posteriores a la contienda.

Un poeta sin mundo es un poeta muerto.

Y así sucedió.

Miguel enfermó y se fue.

Tenía 31 años y le encantaba escribir.

Hay escritores como Miguel que forman parte de la muchedumbre.

Cuyas manos son paridas en lo común.

Que sienten el compromiso con el origen.

Con los demás.

Escritores que lo que hacen es arrancarles el verbo a los de arriba.

Y así plantar significados para el pueblo.

Miguel no escribía, no, labraba la realidad con su lengua.

Recogía toda esa dignidad del sur.

Lo que otros llaman miseria.

Y devolvía a la gente el poder conmovido de la belleza.

Las palabras de Miguel son palabras tubérculo, palabras manchadas de la verdad del suelo, que huele a tierra, palabras alimento.

En la humildad, el futuro, siempre es ahora.

Dijo Miguel: Dejadme la esperanza.

Y eso fue precisamente lo que él nos dejó.

La esperanza.

Ese aleteo hacia el mañana.

Ese resistir la embestida del odio con versos.

Ese revolverse ante lo ingrato de la vida.

"Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas."


Aquí estamos, Miguel.
Cantando a pesar de todo.
Esperando la muerte como todos.
Siendo esos ruiseñores.
Que siguen volando.
Delante de esos ojos que jamás pudieron.
Ni podrán.
Cerrar.

domingo, febrero 02, 2025

“Perdóname, por quererte igual que antes”

Diego Velicia, psicólogo en el COF Diocesano de Valladolid

La frase forma parte de una canción de Amaral titulada “Perdóname”. (En realidad, la frase no es así, textualmente dice “discúlpame por quererte igual que antes”, pero me voy a permitir el atrevimiento de sustituir ese “discúlpame” por un más contundente “perdóname” sin traicionar el espíritu de la canción).

La canción expresa el arrepentimiento de una persona por los errores cometidos en una relación que se deteriora. Algunas pueden sonar reconocibles: “perdóname por todos mis errores, por mis mil contradicciones”. La mayoría de las personas podemos reconocer errores que hemos cometido en nuestras relaciones. Esto no es especialmente novedoso, aunque es muy saludable.

Lo que resulta verdaderamente original es expresar arrepentimiento porque el amor sea igual que al principio. Esto encierra una carga de profundidad que vamos a intentar desentrañar.

Está muy asumido socialmente que el amor se vive en una trayectoria parabólica: crece un poco al principio y luego va decayendo. Como si el amor se viese afectado por la ley de la gravedad. Según esta creencia, lo normal es que, conforme pasa el tiempo, la complicidad, la pasión o la entrega que había al principio vayan dando paso a una flácida costumbre.

Se entiende que es la dinámica normal no solo en las parejas, sino en la vida profesional, en los curas, en el cultivo de las aficiones… Así, se piensa que lo normal es que al principio de la vida el entusiasmo sea creciente y llegue un momento en el cual empiece a decaer.

Hay quien opone a esto la creencia de que se puede conservar el amor, como si el amor fuera tomate frito, sardinas o pimientos del piquillo. Cuando yo era adolescente nos escribíamos frases como “no cambies nunca” en las carpetas del instituto, como una especie de piropo. (También escribíamos poesía del nivel de "al pasar por tu ventana me tiraste una flor, la próxima vez, sin maceta, por favor", en fin, no nos juzguen muy severamente)

Ese “no cambies nunca” se supone que era una frase positiva, de validación. Eres tan guay que no quiero que cambies. Como si fuera posible no cambiar (especialmente en la adolescencia, momento en el que te define, entre otras cosas, la rara cualidad de cambiar físicamente casi por días y anímicamente casi por minutos).

Insisto, la idea de fondo es la misma: las personas cambiamos a peor, las relaciones se van deteriorando, lo único que se puede hacer es intentar conservar el amor del principio (lo cual, dicho sea de paso, se convierte en algo casi tan milagroso como conseguir que la trayectoria que dibuja un proyectil no termine en caída).

Y no tiene por qué ser así.

El geólogo escocés James Hutton en su Teoría de la Tierra en 1795 
afirmaba “desde la cima de las montañas hasta el fondo del mar, cada cosa está en constante cambio en la tierra”. Si el cambio es una cualidad intrínseca a la vida ¿no será mejor comprender el amor en el matrimonio como algo llamado a cambiar creciendo? Creciendo en confianza, en intimidad, en complicidad, en pasión, en entrega, en cuidado, en escucha, en comprensión, en servicio, en alegría, en presencia de los demás en nuestra vida, en cariño, en apertura del corazón, en ternura, en amabilidad, en paciencia... Crecer, ser cada día mejor, más pleno.

Esto es imposible en dos casos: uno, si consideramos que nuestra relación ya es perfecta. Si es perfecta, no puede ser mejor y, por lo tanto, no crece. Dos, si consideramos que lo normal es que la cosa vaya a menos y nos acomodamos a ello.

Pero el amor está llamado a crecer, de forma que, al pasar los años cuando miremos al otro, podamos afirmar que le conocemos más, que nos divertimos más con él, que le deseamos más, que le abrimos más nuestro corazón, que estamos dispuestos a hacer más por él, que sabemos quererle en medio de sus defectos, que le tratamos con más amabilidad, con más ternura, que estamos más dispuestos a escucharle, que en nuestra mirada y nuestra acción sobre el mundo va habiendo más comunión. Que al mirar atrás en nuestra historia podamos constatar con alegría que le quiero más y mejor que antes.

jueves, enero 23, 2025

¡Milagros, no!… Un poco de amor (C II ORD) Jesús Peláez - Rafael Pascual. "Boda de Caná"


Extraño lenguaje del relato de  la boda de Caná

¿Quién no ha oído hablar de la boda de Caná? Pero ¿hemos leído con detención este relato para ver lo que dice exactamente? Da la impresión de que los comentaristas y la imaginación popular ‑que quiere ver cosas prodigiosas por todos sitios- se han quedado en la superficie. Casi todo lo que ahí se narra es extraño y es que los evangelios son como una caja de sorpresas, como constatamos ya con ocasión del día de Reyes o domingo de Epifanía.

Los estudiosos de los milagros de Jesús consideran este episodio de la conversión del agua en vino como un “milagro de naturaleza”, consistente en transformar una realidad material en otra -el agua en vino-, parecido en dificultad a otros que dicen que hizo Jesús como multiplicar los panes y los peces, alterar un proceso de la naturaleza calmando una tempestad con la sola voz o caminar por las aguas sin hundirse.

Estos estudiosos clasificaban los milagros del evangelio en grupos, de menos a más, según la dificultad que podían entrañar su realización. Así hablaban de “curaciones y exorcismos”, -los más fáciles y frecuentes-; de resurrecciones de muertos -más escasos que los anteriores-, (relatos que sería mejor llamar “reanimaciones de cadáveres”, pues, de ser relatos con fondo histórico, estos muertos volvían a la vida anterior, pero no a una vida sin semilla de muerte), y, finalmente de “milagros de naturaleza”, -los más complejos-. Según esta clasificación vigente desde Santo Tomás de Aquino casi hasta nuestros días, el milagro de la boda de Caná sería uno de los milagros mayores realizados por Jesús.

Insólito milagro

Entendido al pie de la letra, como si se tratase de algo realmente sucedido, este relato carece de lógica o coherencia interna. Casi todo lo que ahí se narra resulta extraño:

-Llama la atención, en principio, que unos novios no calculen el vino necesario para su fiesta de boda -una fiesta sin vino abundante no es tal-, y resulta llamativo más todavía que el maître o maestresala, encargado del banquete, no se diera cuenta de esta falta y que tuviera que ser precisamente una invitada, María, la que constatara la angustiosa situación.

-Sorprende que Jesús, siempre atento a las necesidades del prójimo, responda a su madre con unas palabras que pueden sonar a descortesía o falta de interés por resolver el problema: “¿Qué nos importa a mí y a ti, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”, responde a su madre, a la que además llama “mujer”, a secas.

-Y causa extrañeza, por lo demás, que, en el lugar donde se celebraba la boda, hubiera seis descomunales tinajas de piedra,  vacías, de unos cien litros cada una, destinadas a los ritos de purificación de los judíos.

-Sorprende el hecho de que Jesús mande llenarlas de agua y, luego, ordene a los sirvientes sacar agua para que estos la llevaran al maestresala, y que éste, al probarla, viese que se trataba de vino de calidad. Sin pararse a investigar más, ni corto ni perezoso, el maestresala reprocha al novio el hecho de haber reservado el vino de calidad para última hora, justo lo contrario de lo que se suele hacer.

-Y finalmente, es raro que el milagro de la así llamada “conversión del agua en vino” no fuese citado por ningún otro evangelista, ni por el resto de los autores del Nuevo Testamento, y que ni siquiera un historiador coetáneo de Jesús -como Flavio Josefo- comentase semejante fantástico acontecimiento.

El principio de las “señales”

Pero ¿se trata realmente de un milagro obrado por Jesús? Porque el evangelista no lo llama “milagro”, pues concluye el relato con estas palabras: “Esto hizo Jesús como principio de las señales en Caná de Galilea”.

Pues bien, sinceramente creo que lo que aquí se narra no es tanto un aparatoso milagro cuanto “el principio de las señales”, el comienzo de algo nuevo y distinto que Jesús inauguraba y que el evangelista expresa gráficamente, como si se tratase de un hecho realmente sucedido.

Para entender lo que ahí se refiere, debemos situarnos en el universo de imágenes y símbolos de la Biblia, donde “agua, vino y boda” son signos o señales de otras realidades conocidas por los judíos.

Veámoslo:

-Agua

La religión judía había llegado en tiempos de Jesús a una gran degradación. El profeta Isaías, entre otros, había descrito la relación de Dios con su pueblo en clave de pareja de enamorados con estas palabras: “Como un joven se casa con una doncella, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo”- (Is 62,5; véase también 54,1-8; Jr 2,2; Ez 16,8.60-63; Os 2,16.20-22). Pero, para conseguir ese tipo de relación amorosa con Dios, los fieles judíos tenían que cumplir nada menos que 613 mandamientos -de los que 248 eran positivos y 365 negativos-. Y como tanto mandamiento resultaba imposible de cumplir y como, además, cualquiera podía cometer pecado y caer en impureza sin ni siquiera darse cuenta, los fieles vivían constantemente en la incertidumbre de no saber si estaban o no a bien con Dios, aumentando cada día más su sentido de culpa, que los alejaba de Dios.

Para liberarse de la culpa sentían la necesidad de participar cuantas más veces mejor en las ceremonias que se celebraban en el templo y de realizar en casa una y otra vez los ritos y lavados de purificación prescritos en las leyes religiosas.

La centralidad de estos ritos de purificación viene reflejada en esas seis tinajas de unos cien litros de capacidad cada una, colocadas en el centro -¡seiscientos litros nada menos!-, destinadas a contener agua “para las purificaciones de los judíos”. Pero, ¡ironías de la vida!: aquellas tinajas estaban vacías, o lo que es igual, aquella religión no servía ni siquiera para purificar al pueblo de sus pecados y recuperar la relación de amor con Dios.

-Vino

El segundo elemento, cuyo alcance simbólico debemos considerar, es el vino.

Para el final de los tiempos había anunciado el profeta Isaías que Dios daría “un festín de manjares suculentos y de vinos de solera” (Is 25,6). El vino era el símbolo del amor entre los esposos: “Son mejores que el vino tus amores” dice el Cantar de los Cantares, un libro de enamorados que habla del idilio de Dios con su pueblo, y añade: “Tu boca es vino generoso” (7,10), “te daré a beber vino aromado” (8,2).

Pues tampoco lo del vino como símbolo del amor entre Dios y su pueblo funcionaba, porque en aquella boda faltó y las tinajas inmensas que había ni siquiera tenían agua, pues estaban vacías.

-Boda

En la Biblia, con la imagen de la boda se representa la alianza o el pacto de amor y de fidelidad entre Dios y el pueblo. Mientras que la antigua alianza estaba basada en unas tablas de piedra, las tablas de la Ley o los diez mandamientos, ‑de piedra son también las tinajas‑, la nueva alianza ‑la boda de Dios con el pueblo que lidera Jesús- no se basará ya en la Ley, ni en el cumplimiento de tantos mandamientos, sino en el amor, verdadero vino que hace soñar otra vida.

En Caná, Jesús anunció al maestresala, dándole a probar el vino, la sustitución definitiva del agua‑Ley por el vino‑Amor, sustitución de la Antigua por la Nueva Alianza. La hora definitiva de esta sustitución tendría lugar en la cruz, donde el vino‑Sangre de Jesús acabaría para siempre con el agua-Ley, instaurando entre sus seguidores, de ahora en adelante, el amor como único y definitivo mandamiento frente a los 613 mandamientos de la Ley antigua, imposibles de cumplir.

Que no falte el vino del amor

En vísperas de la toma de posesión de Donald Trump ¡con un gobierno de plutócratas en cuyo corazón impera el dinero! -y con el futuro de la humanidad muy incierto- toca hoy a la comunidad cristiana -y a cuantos quieran sumarse a esta tarea, sean cristianos o no-, hacer posible que no falte el vino del amor en nuestra sociedad donde reina tanta soledad, tanto desamparo, tanto descarte, tanta exclusión… “Una sociedad -como escribe el teólogo Juan José Tamayo en su libro La compasión en un mundo injusto- en la que impera la injusticia estructural, avanza a pasos agigantados la desigualdad y sufrimos la pérdida de la compasión. Una sociedad en la que los progresos tecnológicos no se corresponden con el progreso en los valores morales de solidaridad, fraternidad-sororidad, justicia, igualdad y libertad, como tampoco el crecimiento económico ha terminado con la eliminación de la pobreza”.

Urge suplir entre todos -cada uno en la medida de sus posibilidades – esta terrible carencia de vino-amor que ha echado del banquete de la vida a una inmensa mayoría de ciudadanos de nuestro mundo.

No hacen falta milagros aparatosos. Solo un poco de amor, que cada uno debe poner en el entorno en que vive. Será la única manera de hacer de esta vida una fiesta de boda, en la que no falte el vino, abriendo nuestro mundo a un futuro fecundo y esperanzador. Ardua -pero necesaria y urgente- tarea que tenemos por delante.

domingo, enero 19, 2025

El cura Tomás Malagón "adivinó" en 1962 lo que hoy ocurre en Venezuela

Del caos que vive hoy Venezuela habló entonces el sacerdote español Tomás Malagón. Exactamente en enero de 1962 escribió al arzobispo de Valencia (Venezuela) con un informe respecto de su estancia de mes y medio en Venezuela.

Malagón explicaba que la situación del país llevaría a alguna forma de «castrismo».

Básicamente se refería a la existencia de grandes diferencias sociales y situación de injusticia. Ante esa situación la respuesta eclesial era de religiosidad popular piadosa y un laicado de conciencia social muy baja. Vio un pueblo piadoso y unas organizaciones católicas sin vigor.

El sencillo y valiente Malagón también le proponía un plan. 

- Una serie de cursillos que se dedicaran a la formación de militantes.

- Un semanario técnicamente bien hecho de alto sentido moral.

- La constitución de una serie de pequeños grupos (¡creía que bastaban cien!) que conocieran la legislación venezolana y trabajaran por su mejora desde partidos y sindicatos que no estuvieran desprestigiados.

No sabemos los debates que se dieron entonces entre los que recibieron el mensaje.

Lo que sí sabemos es que no se le tuvo realmente en cuenta. Más de sesenta años después vemos que Don Tomás tuvo razón.

Don Tomás no era un visionario. Era un hombre profundamente creyente que conocía bien el Ver-Juzgar-Actuar del que amigos y enemigos dicen tantas tonterías.

Experimentar el método de encuesta lleva a saber por donde puede ir el mundo en el que se vive y actuar adecuadamente para transformarlo.

Lo de Venezuela hoy ocupa portadas y no es cuestión baladí, pero menos baladí es la cuestión de fondo que planteaba Malagón: El cristiano ha de conocer la realidad en que vive y ha de hacer una inmersión en ella que la transforme realmente. Para ello no vale un cristianismo tradicional o de formas externas, para ello no es suficiente la Acción Católica. Para ello hacen falta militantes (no demasiados, no más de cien grupos de cinco a siete personas, para un país como Venezuela) que se tomen en serio la caridad política.

¿Los tiene la Iglesia española? Nos tememos que tampoco. Y nos tememos que los Congresos y reuniones que se van celebrando no den ni un solo paso en esa dirección.

Malagón se quedó sin carrera eclesiástica, sin carrera civil, sin prestigio. Su diócesis le marginó. Los curas "carcas" decían que hacía el juego al comunismo mientras los "progres" le acusaban de anticuado.

Entre los grupos que le admiramos tampoco le tomamos hoy demasiado en serio. No fue un visionario pero supo amar y ver hacia adelante. Los "quietistas" de todos los tiempos decidieron y deciden no escuchar su grito de angustia los "activistas" de todos los tiempos se dedican a perder el tiempo. Hoy Venezuela lo paga caro.

¿Y España? Lo mismo. Hoy se vuelven a escenificar las dos Españas porque ni en una ni en otra hay cien pequeños equipos que pongan su carne en la caridad política. Cada mes de enero procuro recordarlo. Enero es el mes de La Paz ¿pero puede haber paz sin justicia?

Eugenio Rodríguez

Criando sin miedo - T1 - E1 - Ni premios, ni castigos, ni consecuencias - Carlos González, pediatra

sábado, enero 18, 2025

MUCHOS PROMETEN LA LUNA - EL CABRERO

La Doctrina Social De la Iglesia en un barrio de Venezuela

Carlos Ruiz de Cascos

Misionero


Panorama de nuestros barrios


Aclaremos: cuando se habla de barrios, los venezolanos entendemos amplias zonas suburbanas de exclusión social, donde viven los empobrecidos, mayormente descartados por el sistema vigente a nivel mundial.


No hay mucha diferencia de unos barrios a otros: en ellos suele vivir no menos del 60% de la población total de esas ciudades, en infraviviendas familiares (no hay casi bloques de apartamentos) donde se hacinan varias personas de diversas generaciones y distintos progenitores; la mayoría de las casas tienen corriente eléctrica (intermitente y casi siempre ilegal), pero pésimo servicio de agua; las posibilidades de comunicación son escasas (falta de transporte público, deficiente señal telefónica y de internet) y las calles están muy dañadas, sin iluminación suficiente y con pocas áreas deportivas y recreativas. Bibliotecas, teatros, cines… ni se conocen. Desde hace tiempo están abriendo gimnasios porque también aquí llegó el culto al cuerpo; pero, no encontrarán una farmacia, un banco o una oficina pública…


Todavía predominan los niños y los jóvenes (por poco tiempo), con lo cual los gritos, juegos y bromas propias de esas edades alegran las vidas de los vecinos, que siguen conservando -solo en parte- la costumbre de salir al frente de las casas para compartir entre ellos, siempre y cuando el calor se lo permita.


Otra seña de identidad de estos barrios es -precisamente- la falta de identidad cultural e histórica: son relativamente nuevos, creados por el aluvión de familias jóvenes que han migrado desde el campo o de poblaciones más pequeñas en las que hay menos oportunidades de trabajo y de estudio. No suelen conservar tradiciones populares, tampoco religiosas. Los pocos vínculos identitarios son los del capitalismo consumista: marcas de ropa, canciones de moda y series.


Los sueldos miserables y la explotación laboral que sufren la inmensa mayoría de los que viven en los barrios, así como el desprecio de las instituciones gubernamentales que solo se acercan a ellos con migajas en épocas electorales, ha llevado a una gran frustración a sus habitantes, especialmente a los jóvenes, muchos de los cuales tratan de tapar su dolor con las drogas, el alcoholismo y la socialización en bandas delincuenciales. O emigran. Debido a la cultura individualista, consumista y materialista que se ha impuesto a través de los medios masivos de comunicación y de las actuales formas de vida, la frustración no se canaliza hacia la organización y la lucha sino hacia el populismo y la evasión, que son también pasto para las sectas y confesiones cristianas fundamentalistas.


¿Cómo se vive aquí la DSI?


Aunque es algo evidente, no hay una solo forma de vivir la DSI, pero hay una serie de criterios o principios que consideramos indispensables para la vivencia de la doctrina social de la Iglesia en los barrios.


Mirar con ojos de fe


La esencia de la DSI no es la sociología ni la política sino la mirada y el criterio de fe que nos lleva -personal y comunitariamente- a realizar el plan de Dios según Cristo y el Espíritu. La política y la sociología son auxiliares y también campo de la evangelización. En la segunda mitad del siglo XX, en algunos de nuestros barrios se intentó una práctica de la DSI más ideológica que teológica, con un fatal resultado porque una parte considerable de los que así se formaron se salieron de la Iglesia. La soberbia ha llevado a excusar dicho fracaso acusando a algunos Papas y obispos como si fuesen ellos los culpables. Pero, todo lo que se edifica fuera del cimiento de Cristo, se cae tarde o temprano.


La tarea prioritaria es formar militantes que -ante todo- sean cristianos según la Tradición de la Iglesia, con un sólida vivencia mística y fraterna. Esto es un tesoro en vasija de barro que se transmite cuando hay cristianos militantes organizados pobres que forman a otros cristianos con un plan adecuado y dentro de una organización que vibre con un solo corazón y una mística elevada; es decir, hacen falta asociaciones o movimientos apostólicos militantes solidarios.


Encarnar la fe


La militancia cristiana que se necesita exige la encarnación en la vida, cultura y luchas de los empobrecidos. Se trata de hacerse uno de ellos, como diría san Pablo. Hoy, Nazaret tiene nombre de barrio de Venezuela, de Nicaragua, de Ghana, de India, de Nigeria… probablemente también de muchas de las ciudades de naciones enriquecidas, que igualmente están sufriendo el proceso de marginación y descarte del sistema materialista. Los pobres de la Tierra son la tierra preparada para recibir la semilla del Evangelio y transmitirla al resto de la humanidad. Aquí está el Kairós de nuestro tiempo y hay que descubrirlo con humildad, como hicieron grandes testigos de nuestro tiempo como Marcelino Legido o Julián Gómez del Castillo.Julián Gómez del Castillo en Iberoamérica


Acercarse a los empobrecidos desde el asistencialismo no sirve para la evangelización integral porque -como dice Rovirosa- “cuando Dios entra por la boca, se atraganta”. Este es un principio esencial de la DSI, principalmente desde la Mater et Magistra de S. Juan XXIII, que pedía que los campesinos fuesen los evangelizadores de los campesinos, parafraseando al gran apóstol de la evangelización homogénea (de pobres a pobres), el cardenal Cardijn: “el obrero debe evangelizar del obrero”.


Solidaridad


La primera lección de DSI que recibimos de los empobrecidos es su vivencia natural, casi visceral, de la solidaridad, es decir, saberse responsables de todos los hermanos que sufren y compartir con ellos hasta lo necesario para vivir, como nos recuerda S. Juan Pablo II. Sin tener que explicar o razonar, basta que haya un niño huérfano, un anciano desamparado, un padre desempleado, un enfermo solo… para que surjan espontáneamente varias manos dispuestas a colaborar. Son respuestas desinteresadas (no pueden ser correspondidas, como nos pide el Evangelio) y creativas, como es el hacer varios turnos de cuidado para un viejo, el preparar comidas con aportes de varios vecinos, el llevar a un enfermo en bicicleta al hospital, el dejar de comer para que los niños no pasen hambre… Solidaridad es la fuerza de los débiles, el corazón de la DSI y lo que no podrán entender nunca los burgueses.


Caridad política


Cuando hay cristianos militantes pobres organizados en asociaciones o movimientos apostólicos de los que ellos mismos sean responsables, en plena comunión con la jerarquía y el resto de la Iglesia, entonces la explotación y la consiguiente frustración se pueden transformar en verdadera vida cristiana entusiasmante y transformadora. Vida personal y comunitaria que va cristianizando la cultura y la sociedad, extendiendo de esta manera el reinado del Padre Dios. Estas comunidades militantes pobres viven la caridad política (el amor a los empobrecidos luchando contra las causas de sus problemas) con un plan estratégico comunitario, que puede incluir distintas respuestas organizadas de tipo político, cultural, educativo, social o económico. Los pobres, aunque no tengan títulos universitarios, están más capacitados y preparados para realizar la caridad política que las élites y que los considerados líderes.