La vida de cada día no deja de depararnos sorpresas, no deja de abrirnos a la realidad, no deja de hacernos preguntas, no deja de dejarnos perplejos, no deja de llamarnos a crecer.
Me gusta conversar con personas que se desviven por sus hijos, que llevan una vida normal de barrio, los veo en el barrio, en actividades vecinales pero tenemos una ocasión más serena de diálogo en una "catequesis" que no les atrae mucho. Lo que les atrae es la felicidad de sus hijos y por eso les apuntan a la "primera comunión" y eso está muy bien. No son mucho de ir al templo, lo ven como cosa de otra etapa de la vida, sí que tienen referencias religiosas, especialmente santa Clara. A veces tienen sus diálogos con Dios pero con la Iglesia tienen una relación desigual.
No parece que les vayan mucho algunos asuntos más densos, quizá un poco teóricos, quizá les falte tiempo ¿crecemos como personas? ¿Qué debemos hacer en política? ¿por qué hay emigración? ¿por qué algunos niños pasan hambre? ¿por qué hay droga por aquí? ¿por qué los hijos de papá hacen carrera?
Me gusta hablar con ellos porque veo que cuidan de sus padres con cariño, tienen hijos, tienen vida de pareja, se preocupan por los otros, a veces cuidan de esa tía que no tiene hijos pero no la quieren dejar tirada. Me gusta hablar con ellos porque estiran el tiempo, porque hablan de la realidad, porque salen adelante entre mil dificultades.
En la última reunión me dieron una nueva sorpresa. Yo creía que iba a ofrecerles una lectura muy interesante de la Eucaristía partiendo de un magnífico cuadro del siglo XX, una obra poco conocida y que me parece sugerente. Leímos el comentario de un sacerdote paul (de san Vicente de Paul) que había sido catedrático de estética en la Universidad de Salamanca. Hablaba de algo que a mí y a otros produce honda emoción. Cristo, según el pintor Nolde, en la Última Cena sentía angustia por lo que iba a ocurrir y por como estaba la realidad.
A mí me parecía que podían sentir cercano a ese Jesús unas personas que viven en un barrio a veces complicado, que llevan una vida laboral dura, que intentan atender a sus padres y a sus hijos, y en general una vida no exenta dificultades.
Sin embargo se quedaron perplejos porque la Eucaristía para ellos era otra cosa. La Eucaristía para ellos es “la primera comunión”. Decían que “todavía si hubiera sido en semana Santa pero para hablar de primera comunión este sufrimiento no pega”. También me dijeron que “casi habría preferido permanecer en la ignorancia y seguir con mi visión tranquila de la Misa”. En definitiva, que para ellos la Eucaristía es otra cosa.
Los curas con frecuencia vivimos bastante al margen hasta de los sentimientos religiosos de las personas de la calle. Puede resultar sorprendente pero es así. Cuando escucho me sorprenden.
¿Y qué podemos hacer? Quizá convenga una mayor cercanía de nuestras eucaristías a la vida real de la gente. Sobra un ritualismo exagerado tan desafortunado como el capricho y la falta de respeto a la profunda verdad que contiene la liturgia auténtica. O sea, respetar que la celebración es de la Iglesia y no nuestra, pero también nosotros somos un pedacito de Iglesia que necesita vivir realmente la Eucaristía conectada con "las angustias y tristezas, las alegrías y esperanzas" de todos. Nosotros también formamos parte de ese "todos"
Hay muchas prácticas pastorales que vienen a complicar esta distancia de la gente. Por ejemplo, el gusto actual por una comprensión súper emocional de la adoración y por una vivencia de la Eucaristía poco encarnada, el gusto por los lujos, la apariencia, la sobrecarga de telas y cierta parafernalia creo que perjudican a una adecuada pastoral de la Eucaristía. El pueblo necesita una verdadera vivencia de la Eucaristía por parte de quienes la celebramos habitualmente.
Como la experiencia me dice que la gente actual es más abierta que las de otras épocas no temí seguir el diálogo intentando aclarar que la eucaristía tiene una dimensión festiva y que desde luego la tendría la “primera comunión”, del mismo modo que un funeral es un momento más contenido y reflexivo, más íntimo.
Proseguimos el dialogo con estas personas proponiendo para ellos, más que para los niños, un acercamiento a la Eucaristía, que conecte con la justicia, con la solidaridad, la fraternidad, los problemas del mundo, y con sus propias vivencias que llevan toda la carga de adultez y responsabilidad que a nadie sensato se le ocurre exigir a los niños. Para nosotros los adultos puede que la Eucaristía responda a la necesidad de un alimento, un consuelo, y fuerza para un combate de amor. Para la vida de uno, para perdonar, para no devolver mal por mal, para tantas cosas que sabemos por la vida.
Quizá el diálogo fuera una primera aproximación porque percibí que había apertura a la verdad a preguntarse cual fue la vivencia de Jesús y cual puede ser la nuestra.
Enrique R. Panyagua
Los niños prepararon un mural sobre las bondades del plátano y el error de que se tiren a la basura.
También se hicieron un pequeño trabajo manual de madera