El momento de la muerte no es tanto un momento de verter lágrimas, sino de reavivar los recuerdos compartidos en la vida. Es el viaje desde el tiempo hacia la eternidad. Y para preparar este viaje, los heridos se transforman en sanadores. Son sanadores heridos, para quienes la herida no se queda en pus, se transforma en recurso, en ayuda, en apertura. Puesto que, siendo portadores de la herida, pueden tener credibilidad. No hablan de oídas, sino desde su vivencia. Nuestra tarea consiste en acompañar en el ocaso de la vida, poniendo humanidad.
Hay algunos aspectos problemáticos de la elaboración del duelo de un ser querido. Ante todo, hay un duelo anticipado cuando los familiares se percatan de que la vela se está apagando poco a poco. El problema son las expectativas irreales que manejamos. Deseamos que nuestros deseos se hagan realidad (que se cumplan milagros), pues de no ser así lo consideramos como una injusticia: ¿por qué Dios nos ha castigado? "Si te portas bien, Dios te va a recompensar", se ha dicho siempre. Pero en realidad, en el centro de nuestra fe está la muerte ignominiosa de Jesús, por eso hay que tomar la propia cruz.
Y la fe no nos protege de las adversidades, tragedias, sufrimientos. La fe nos ayuda a afrontar todas estas situaciones, y a comprender que no son injusticias. En la base hay falsas creencias o mitos que nos debilitan frente al dolor: pensábamos que la vida era así, que nunca nos acecharía el dolor; pero aunque hemos rezado sin parar, Dios no nos ha escuchado. Estas falsas creencias nos producen más dolor. Por eso, hay que limpiar esas creencias: la fe no es un pararrayos. Está ahí para ayudarnos a aguantar las dificultades que tenemos.
En realidad, la única certeza que tenemos en la vida es que todo puede cambiar de repente, que no podemos tener control de todo en la vida. El caso es que desconocemos los procesos de las cosas, por lo que no podemos ejercer control, ni tampoco lo necesitamos. No somos dueños de la naturaleza, más bien somos hijos de ella. Pensándolo bien, todo lo que tenemos es un regalo, antes que un derecho, y por eso tenemos el deber de valorarlo, custodiarlo. Todo es provisorio, nadie juega con todas las cartas sabidas, nada está garantizado. La vida es un misterio, y está repleta de situaciones límite, en las que no es posible tener el control de todo.
La vida es una peregrinación, un viaje que nos da la ocasión de saborear frutos, olores, sabores, pero antes o después, en una situación u otra, llegará el momento de la última respiración, y ¿quién sabe dónde nos encontrará? Es todo un misterio, y cada uno llega a ese momento con lo que ha construido en la vida: rencor, gratitud...
Y sabemos que Dios no envió a su hijo al mundo para eliminar el dolor, ni tampoco para explicar el significado del dolor. Jesús en la cruz asumió el dolor para transformarlo en medio de salvación: lo que a nuestros ojos aparece como una desgracia se puede transformar en una escuela de vida, en una gracia. La vida y el dolor se sanan amando, aliviando la tristeza de los demás desde el propio dolor y sabiduría. Se trata de poner nuestra herida al servicio del amor, de la solidaridad.
Hay también una serie de actitudes positivas a tener en cuenta a la hora de elaborar duelos. Ante todo, hemos de aceptar las inseguridades con respecto al futuro, y hemos de aprender la oración de agradecimiento por lo que tenemos. Aunque estemos encamados, podemos ver, podemos escuchar, podemos comunicarnos, podemos recordar, cosas que muchas personas no pueden hacer. Así, en lugar de subrayar lo que falta, podemos centrar la mirada en el archivo de bendiciones que nos acompañan en la vida. Y esto ayuda a mirar las cosas con equilibrio y a valorar lo recibido. Obviamente nuestros comportamientos también son importantes y nos ayudan, por lo que hemos de cuidar nuestro cuerpo, nuestra mente, que al final es decisiva, es el piloto.
La clave es comprender cómo pensamos, cuál es nuestra filosofía de vida (¿miramos solo la sombra, o también somos capaces de ver el sol?). Porque la mirada cambia el enfoque: tratar a la gente con dignidad, hacerles experimentar aire puro, nos hace bien a nosotros. Son quizás pequeños detalles, un gesto, una mirada, una oración al oído del enfermo, en los que se esconde la riqueza de la vida. El morir no es un drama en el que hay que llorar. No, es tener la suerte de estar cerca. La vida merece ser vivida, a pesar del final duro en ocasiones. Se vive una sola vez, no hay posibilidad de hacer pruebas: lo que haces, se queda. Y no hay tiempo para reparar el tiempo perdido. Se trata de amar la vida con esa fuerza, esa energía que es el amor, capaz de cambiar todos los escenarios
Hay algunos aspectos problemáticos de la elaboración del duelo de un ser querido. Ante todo, hay un duelo anticipado cuando los familiares se percatan de que la vela se está apagando poco a poco. El problema son las expectativas irreales que manejamos. Deseamos que nuestros deseos se hagan realidad (que se cumplan milagros), pues de no ser así lo consideramos como una injusticia: ¿por qué Dios nos ha castigado? "Si te portas bien, Dios te va a recompensar", se ha dicho siempre. Pero en realidad, en el centro de nuestra fe está la muerte ignominiosa de Jesús, por eso hay que tomar la propia cruz.
Y la fe no nos protege de las adversidades, tragedias, sufrimientos. La fe nos ayuda a afrontar todas estas situaciones, y a comprender que no son injusticias. En la base hay falsas creencias o mitos que nos debilitan frente al dolor: pensábamos que la vida era así, que nunca nos acecharía el dolor; pero aunque hemos rezado sin parar, Dios no nos ha escuchado. Estas falsas creencias nos producen más dolor. Por eso, hay que limpiar esas creencias: la fe no es un pararrayos. Está ahí para ayudarnos a aguantar las dificultades que tenemos.
En realidad, la única certeza que tenemos en la vida es que todo puede cambiar de repente, que no podemos tener control de todo en la vida. El caso es que desconocemos los procesos de las cosas, por lo que no podemos ejercer control, ni tampoco lo necesitamos. No somos dueños de la naturaleza, más bien somos hijos de ella. Pensándolo bien, todo lo que tenemos es un regalo, antes que un derecho, y por eso tenemos el deber de valorarlo, custodiarlo. Todo es provisorio, nadie juega con todas las cartas sabidas, nada está garantizado. La vida es un misterio, y está repleta de situaciones límite, en las que no es posible tener el control de todo.
La vida es una peregrinación, un viaje que nos da la ocasión de saborear frutos, olores, sabores, pero antes o después, en una situación u otra, llegará el momento de la última respiración, y ¿quién sabe dónde nos encontrará? Es todo un misterio, y cada uno llega a ese momento con lo que ha construido en la vida: rencor, gratitud...
Y sabemos que Dios no envió a su hijo al mundo para eliminar el dolor, ni tampoco para explicar el significado del dolor. Jesús en la cruz asumió el dolor para transformarlo en medio de salvación: lo que a nuestros ojos aparece como una desgracia se puede transformar en una escuela de vida, en una gracia. La vida y el dolor se sanan amando, aliviando la tristeza de los demás desde el propio dolor y sabiduría. Se trata de poner nuestra herida al servicio del amor, de la solidaridad.
Hay también una serie de actitudes positivas a tener en cuenta a la hora de elaborar duelos. Ante todo, hemos de aceptar las inseguridades con respecto al futuro, y hemos de aprender la oración de agradecimiento por lo que tenemos. Aunque estemos encamados, podemos ver, podemos escuchar, podemos comunicarnos, podemos recordar, cosas que muchas personas no pueden hacer. Así, en lugar de subrayar lo que falta, podemos centrar la mirada en el archivo de bendiciones que nos acompañan en la vida. Y esto ayuda a mirar las cosas con equilibrio y a valorar lo recibido. Obviamente nuestros comportamientos también son importantes y nos ayudan, por lo que hemos de cuidar nuestro cuerpo, nuestra mente, que al final es decisiva, es el piloto.
La clave es comprender cómo pensamos, cuál es nuestra filosofía de vida (¿miramos solo la sombra, o también somos capaces de ver el sol?). Porque la mirada cambia el enfoque: tratar a la gente con dignidad, hacerles experimentar aire puro, nos hace bien a nosotros. Son quizás pequeños detalles, un gesto, una mirada, una oración al oído del enfermo, en los que se esconde la riqueza de la vida. El morir no es un drama en el que hay que llorar. No, es tener la suerte de estar cerca. La vida merece ser vivida, a pesar del final duro en ocasiones. Se vive una sola vez, no hay posibilidad de hacer pruebas: lo que haces, se queda. Y no hay tiempo para reparar el tiempo perdido. Se trata de amar la vida con esa fuerza, esa energía que es el amor, capaz de cambiar todos los escenarios
Para más info recomendamos el canal: https://www.youtube.com/@ElCaminodelduelo
Eugenio Rodríguez destaca:
La fe no es un pararrayos dice Arnaldo en esta entrevista, entre otras muchas cosas. Explica que cuando se tiene esa perspectiva tenemos un problema importante porque tener esas expectativas da más dolor todavía
Pangrazzi cree que hay que purificar y aceptar que hay incertidumbre. La gran certidumbre es que hay incertidumbre. Hay creencias que contrastar. No somos dueños de la naturaleza, somos hijos, antes que un derecho es un regalo la vida. La vida es una peregrinación.
También manifiesta que Jesús no ha traído el dolor, no lo explica, no lo suprime... ha venido a asumirlo. Una desgracia puede hacerse gracia si ponemos nuestra vida al servicio del amor.
Entre las experiencias que cuenta incluye un enfoque para la muerte en que se hace presente la canción y la acción de gracias.