"Salvar perros en La Palma, no tiene costo político.
Abrir a los pobres un camino hacia el futuro, eso costaría muchos escaños.
Y ya se sabe, entre escaños y pobres, nos quedamos con los escaños... y con los perros."
“Dios no se entera”. Eso es lo que pensaban los impíos. Pero empiezo a sospechar que eso pensamos también los que aún nos decimos creyentes.
Un día sí y otro también los hijos de Dios se mueren a decenas, a docenas, y nosotros, nuestros medios de comunicación, se supone que lo mismo que nuestro Dios, continuamos haciendo política de salón, política de partido, política de parte, política de acceso al poder, miserable política deshumanizada.
Los hijos de Dios se mueren a decenas, a docenas, un día sí y otro también, y nosotros, nuestros medios de comunicación, ¿también nuestro Dios?, continuamos dedicando horas interminables a estrellas de fútbol, a resultados de fútbol, a problemas de fútbol, a escándalos de fútbol.
Los hijos de Dios se mueren a decenas, a docenas, un día sí y otro también, y nosotros, nuestros medios de comunicación, ¿también nuestro Dios?, si de alguna manera nos referimos a ellos, no es para contar el número de los hijos que se nos mueren en un día, sino el número de pateras que en un día han conseguido llegar a territorio español.
Los hijos de Dios se mueren a decenas, a docenas, un día sí y otro también, y nosotros, nuestros medios de comunicación, ¿también nuestro Dios?, ponemos la lupa en educación de perros, en look de los perros, en carnet de identidad de perros, y nos asombramos ante los “perros influencers” –los “dogfluencers”-, y otras majaderías que contribuyen a que olvidemos el sufrimiento de los pobres.
Los hijos de Dios se mueren a decenas, a docenas, un día sí y otro también, y nosotros continuamos pasando de largo, sin mirar, sin ver, sin mancharnos, sin inmutarnos, sin enterarnos de nada.
No, no es Dios el que no se entera; lo somos nosotros, sus representantes, voceros de nosotros mismos y no del Señor, amigos del poder y no del evangelio, que todo lo vemos y de todo sabemos -de política, de economía, de mercados de verano y de invierno, de la verdad y de la moral, de perros y de frivolidad-, y no reconocemos a Jesús muerto de hambre y sed en una patera, ahogado en el Estrecho, en el Atlántico, en el Mediterráneo, o tratado como un delincuente si consigue pisar nuestros sagrados territorios.
¿Hasta cuándo daremos más importancia a los perros de los ricos que a los hijos de los pobres y de Dios que mueren en nuestras fronteras?