martes, mayo 09, 2017

MARCELINO, EL CURA INFLUYENTE POR SU NO QUERER INFLUIR

Al fallecer Marcelino Legido sentí el deber de ofrecer a la sociedad una reflexión sobre cómo este cura pobre de Castilla había sido quizá el sacerdote más influyente en España en esos años del postconcilio. 
La tesis central era que influía máximamente porque no quería influir y que su nota característica era el entusiasmo. Que yo no fuera de sus amigos más cercanos no me parece que desacredite esta idea sino todo lo contrario: nos influyó a todos. Influía porque no quería influir y su forma de "encarnación" suscitaba un entusiasmo indescriptible, su “obsesión” por desaparecer formaba parte esencial de su “carisma”. 
Este artículo tiene tres partes. Primero señalo la influencia general de Marcelino. Después ofrezco de nuevo esa idea acompañándola de aquello que puedo explicar mejor: su influencia en el Seminario de Salamanca, donde no tenía ningún cargo y apenas tenía presencia. Termino aludiendo al "otro" santo de ese momento del Seminario: Antonio Romo. Lo hago así porque creo que eso explica algo esencial: diferentes "acentos" son convergentes dentro de la espiritualidad de encarnación.



I. MARCELINO, CURA INFLUYENTE

Por ser el último ¡y sólo por eso! Marcelino Legido puede que sea el sacerdote que más nos ha influido a los curas españoles del último cuarto del siglo XX. Si hubiera querido influir habría pasado sin pena ni gloria. Como fue el último es quien es para nosotros. Marcelino no ha influido solo en sus “forofos”… nos ha influido a todos. Ha sido un gran impulsor de la espiritualidad de encarnación y ha influido en sacerdotes de una experiencia pastoral muy diferente a la suya. No temo exagerar si le sitúo en la senda del cura de Ars, Chevrier o su querido Baldomero Jiménez Duque.

Cuentan sus amigos laicos de las pequeñas comunidades cristianas en que se entregó a fondo perdido que su deseo esencial era “seguir a Jesús en sus mismas huellas”. Recuerdan con cariño que llegó al pueblo en autobús desde la más bella sencillez: “Nos pareció un tonto y resultó ser una eminencia”. Legido había sido brillante profesor de filosofía en la Universidad civil de Salamanca y tenía tres doctorados.

Pero prefirió “doctorarse” en el Señor, la Iglesia y los Pobres. Su profundidad filosófica y teológica eran portentosas pero fue más portentoso como creyente. Pasó tantas horas en el lugar donde rezaba en la Iglesia que dejó marcas en el suelo. Tenía la libertad del que de verdad sabe y vive el  Bautismo y se atrevía a pequeños cambios en la liturgia como encender todo el año el cirio pascual “porque este pueblo tan aplastado necesita la luz del Resucitado”. A mi juicio -sin embargo- su nota más eminente era su eclesialidad: “No cambies así la liturgia, no es tuya, es de la Iglesia”.

Marcelino merece libros, memoriales y lo que sea ya que ha sido un gigante porque quiso ser pequeño. Y por ello es un aliciente. Caminó las sendas del Papa Francisco desde hace casi cincuenta años. Por poner algún ejemplo, recordar que el primer capítulo de su “Evangelio a los pobres” se titula “Alegría”, y su obra teológica central “Misericordia entrañable”.

Pero era del estilo de Francisco sobre todo en esa importancia que el Obispo de Roma da a los gestos. Vivió en absoluta pobreza, reía con una absoluta limpieza de corazón, tocaba y se dejaba tocar por los pobres… Gestos proféticos permanentes… y a veces alguna palabra profética.

Colaboró con ternura a poner en la senda del Concilio a todos aquellos curas mayores entregados al mundo rural. Verle tratar con ellos era una delicia. Sacerdotes de diferentes diócesis dicen que le deben no haberse secularizado, todos los que le hemos tratado nos sentimos “formados” en alguna medida por él.
¿Y qué cargos tenía? Ninguno. ¿Desde que plataformas influía? Ninguna. Atraía, seducía sin quererlo, como los grandes apóstoles, desde el entusiasmo. Era tan verdadera su vida interior que infundía un entusiasmo indescriptible. Creo que esta era la nota característica de Marcelino: el entusiasmo.
 

II. LA INFLUENCIA DE MARCELINO EN EL SEMINARIO DE SALAMANCA

Puedo decir que Marcelino influyó mucho en aquel Seminario de Salamanca al que llegué con 11 años el 25 de septiembre de 1978. El recuerdo exacto de la fecha ya puede dar idea de que considero que es uno de los momentos decisivos de mi vida,  quizá el más decisivo. Somos muchos los que afirmamos que a los once años se puede tomar una decisión vocacional llena de sentido, aunque a la medida de esa edad.

Muchos años después me impresionó una expresión de José Antonio García sj en unos Ejercicios; ni se presentó y nos espetó: “El gran motor de la vida es el agradecimiento”. Los que vivimos aquel Seminario, los que hemos conocido -aunque sea de lejos- “las cosas” de Marcelino estamos agradecidos. Y estamos en deuda. No en una deuda apesadumbrada sino gozosa. No éramos ni somos mejores que los demás. Éramos y somos (más aún) “buenos pájaros”. Alguien se atrevió a decir: “Sí, somos una mierda, mas mierda enamorada”. Y dan ganas de responder: Amén. Así es. Amen y hagan lo que quieran. No fuimos héroes ni santos pero podemos decir con alegría que hemos vivido una experiencia entusiasmante.

1/ Un palacio por envoltorio. Pobreza verdadera
El Seminario de Salamanca tenía como envoltorio un palacio conocido como "Calatrava". Un edificio del Barroco que había pertenecido a la Orden de Calatrava y que ahora era propiedad de la diócesis. Sin embargo desde los furtivos hierbajos de la antiguamente solemne escalera de la fachada, se respiraba pobreza por todas partes. Muchas mañanas salía vaho de nuestras bocas cuando nos saludábamos alegres por la mañana. Cuando por haber una reunión de carácter diocesano se ponía la calefacción, el "derroche" acababa en cuanto salían de palacio los invitados. La comida siempre era austera y a nadie se le ocurría tirar comida. Se puso de moda en el desayuno, en unos cuantos seminaristas, abrir media barra por la mitad y quitar un buen trozo de miga antes de poner margarina y mermelada al pan. A los pocos días de empezar tal moda una mañana nos encontramos a la entrada del comedor dos mesas con los barreños con esas migas de pan del día anterior y un mensaje: cuando comamos este pan ponemos el de hoy. Cualquiera puede entender que se arregló el problema. Como parecía un palacio muchas veces aparecían los turistas. Pasamos momentos bien divertidos gastando bromas a costa de esos extraños seres que por allí asomaban y no nos producían ningún asombro. Otra de las ventajas de palacio eran los sótanos, siempre atractivos para aquella panda de aventureros.
En eso influía Marcelino; años después pudimos leer en su “Misericordia entrañable” que se puede tener alma de rico en una chabola, que ciertas estructuras no son absolutamente determinantes. Que del corazón libre brota vivir libertad y pobreza. Marcelino afirmaba, al tiempo –y esto es lo importante- la importancia de la persona y la de las estructuras; con Marcelino se llevaban mal todos los reduccionismos.

2/ Cercanía a los marginados
Tal era la idea de pobreza que, dándose los formadores cuenta de que tenían el "palacio" desaprovechado, habilitaron un ala como albergue de transeúntes. Se apoyaron para ello en la evangélica figura de un hermanito de Foucauld que les atendía: Francesco. Los transeúntes llegaban sucios y él les facilitaba ropa, ducha y habitación personal. Usábamos el mismo inmenso comedor y las mismas mesas mezclándonos libremente con ellos. En cada mesa cenábamos seis y a veces alguno de ellos en vez de coger dos trozos de pescado cogía 5 y el mismo Rector era el que iba a “mendigar” a la cocina lo que faltaba a sus seminaristas. Nos consta que más de una vez hicieron el evangélico milagro de la multiplicación. Que los pobres no son santos por ser pobres no tuvimos que esperar a que nos lo enseñaran en ortodoxas clases de Teología. Lo supimos por entonces. Como casi todo, también esto lo aprendimos primero en la vida. Los transeúntes no eran precisamente santos aunque fueran pobres y lo mismo se sacaban la navaja ante nuestros ojos que nos intentaban vender revistas porno robadas. No recuerdo que nos escandalizaran y creo firmemente que hicieron una importante aportación a nuestras vidas. La diócesis sin embargo era un hervidero de desacuerdos. Por la "izquierda" a Caritas le parecía que aquella acción era ser "tontos útiles" por hacerles un favor al Ayuntamiento que era quien debía responsabilizarse de tal albergue; por la "derecha" imagínese el lector la oposición de los amigos de cuidar las manzanas supuestamente buenas de las manzanas supuestamente malas. Así las cosas Domingo y Antonio pensaron en plantearle el problema a los padres de los seminaristas, últimos responsables, según la doctrina de la Iglesia, de la formación de los hijos. Iban en su corazón ya dispuestos a sacrificar la experiencia, pero el pueblo –como dice ahora Francisco- tiene buen olfato y los padres apoyaron con entusiasmo a los utópicos sacerdotes gracias entre otras cosas a la confianza que estos suscitaban. El ambiente del Seminario era colosal y esto también se reflejaba en la relación entre Seminario y familias. Nuestros padres realmente veneraban a esos curas que amaban tan descarada y limpiamente a sus hijos. Marcelino influía ciertamente en todo esto. En el respeto a los padres aunque no fueran muy letrados. También influía en esta idea de trato digno a los “descartados”. Entre otros muchos detalles era más o menos sabido que Marcelino con frecuencia se echaba un cigarro (él, que no era fumador) con aquel vecino que era pobre hasta la médula.

3/ El alma de una comunidad educativa
Por debajo del envoltorio había una comunidad cristiana con un sentido portentoso de deseo sincero de vivir el Ideal del Evangelio. En la Iglesia salmantina todo estaba "tocado" de alguna manera por Marcelino Legido. Ello se debe a que lo importante de una Iglesia no son tanto sus jerarcas como los santos que habitan en ella. Los santos influyen no por la vía del reglamento sino por la del entusiasmo, de la santidad. Además de la potencia "oculta" de Marcelino en aquel Seminario operaban especialmente dos grandes curas: Domingo Martín y Antonio Romo. Sin el aval "teológico" de Marcelino aquello no se habría sostenido, pero también eran esenciales los espíritus evangélicos y bastante libres de estos dos curas. No tan llamativos pero ciertamente carismáticos. Para más alegría todavía, nuestros padres se fueron haciendo amigos. Todos nosotros admirábamos a los padres de los demás y conocíamos buena parte de sus ideales y sobre todo de sus profesiones. En este respeto por los trabajadores, por la gente sencilla también aleteaba Marcelino y su forma de tratar con ellos. Compañeros nuestros del Seminario venían de su pueblo y nosotros conocíamos a sus padres.

4/ Espíritu comunitario generalizado
El motor de la comunidad, el alma, termina logrando que todo quede teñido de espíritu comunitario. Desde los once años, durante toda la etapa del Seminario Menor (hasta los 18 aproximadamente) y después el Seminario Mayor, muchos de nosotros compartimos la convicción de que allí se respiraba que lo común siempre está por encima de lo particular. Esto no era -para nada- una suerte de colectivismo anónimo. Siempre se pretendía la promoción de cada persona pero dentro de un espíritu comunitario. A nadie se le ocurría reclamar clases particulares de nada, todo comunitario, todo era ayuda de unos para con otros. Cada mañana, después del aseo personal y antes de la oración comunitaria, hacia las 7,15, limpiábamos entre todos toda la casa  en quince minutos trepidantes y serenos como todo buen trabajo. Nos mezclábamos en grupos de diferente edad (de 11 a 17 años y los educadores) para poder ir aprendiendo todos y haciendo los mayores las tareas que exigían más fuerza. Manejábamos con destreza cepillos y fregonas propias de grandes espacios, etc. Una vez ocurrió el extraño hecho de que llegaron dos educadores nuevos que no entraron en esos turnos por considerar que esa no era su tarea y no nos causaron ningún tipo de amargura sino risa y pena por perderse esa ocasión de trabajo compartido, de construcción de comunidad. También Marcelino estaba presente en esta “obsesión” comunitaria. Así lo podíamos leer en sus folletos, en sus charlas, en sus libros. Así pasaban hermosas historias de unos a otros. La comunidad cristiana de El Cubo de don Sancho (con el hermoso nombre “Nuestra Señora de la Oh”) lo ha explicado de manera muy hermosa. Se sabía –por ejemplo- que Marcelino había colaborado como un trabajador más en algunos trabajos comunitarios realizados en El Cubo de don Sancho.

5/ El trabajo es el trabajo
Cuando estudié en Doctrina social de la Iglesia que la verdadera fuente de la riqueza es el trabajo no se me movieron las cejas. Era de cajón, otra cosa más aprendida primero en la vida, sin grandes discursos. ¡Llevábamos viviéndolo tantos años! Cuando brotaban las quejas por el trabajo, cualquier compañero te preguntaba: ¿Tu padre a qué hora se levanta? ¿Y a qué se levanta? Y no había ni un minuto de discusión. Había tal veneración por el trabajo que había seminaristas que en vez del Bachillerato típico realizaban Formación Profesional. Una vez vino un profesor salesiano y nos planteó: "Muy bien, pues salen ustedes ordenados sacerdotes... ¿y a qué se van a dedicar? ¿a hacerse sangre en el ombligo de rascarse? ¡tienen que trabajar!". En aquel ambiente llegamos a cogerle asco a las formas de vida que llamábamos "burguesas" y a cualquier forma de explotación. El desprecio por lo que podríamos llamar "pasarlo bien" era absoluto, sincero, concreto y encarnado. Y quizá sea difícil de entender si no se ha vivido, pero por otra parte el ambiente era muy alegre. Nunca había una palabra contra la alegría, ni contra el placer siquiera, sino contra la explotación. ¿Y cómo se vive la alegría y el sacrificio a la vez? Pues -como todo- viviéndolo. Cuando leí a Leon Bloy señalando "un burgués es un cerdo que aspira a morir de viejo" tampoco me extrañé. Esa valoración del trabajo afianzó en nosotros el valor dado al estudio que ya habían sembrado nuestros padres en nosotros. La pérdida de tiempo nos parecía algo horroroso. La sala de televisión era un lugar nada agradable, al revés de las salas de estudio o de estar donde solíamos estudiar o compartir inquietudes. La decoración era cosa nuestra, cristiana y solidaria, con una gran presencia de santos y revolucionarios de cara al cultivo del Ideal.
En el Seminario Mayor a veces se hablaba también de ir cambiando el régimen salarial de los curas. No hacía mucha gracia a aquella "izquierda" tan moral lo de depender del Estado. Tampoco gustaba lo de devolver el salario al Estado que se lo había robado a los pobres. Se contaba (no conozco los detalles concretos) que Marcelino entregaba la paga a la comunidad y cogía lo que necesitaba, prácticamente nada; se decía que vivía más bien de lo que recibía como traductor de libros de exégesis para la editorial Sígueme. Esto formaba parte del ambiente, no era idea solo de Marcelino. Por eso, otro educador del Seminario, Antonio Romo, al acabar su etapa en el Seminario terminó fundando una cooperativa de limpieza, otra de pastores y hortelanos junto con personas en paro y hasta una fábrica de quesos, hoy boyante. En esto, una vez más, siguiendo más la moralidad que la estricta legalidad; espero que el lector confíe en la veracidad de algo en lo que no puedo entrar en más detalles.

6/Actividades complementarias
El amor por la cultura ocupaba un lugar importante. Y aunque no dejábamos de ser chiquillos que jugábamos a ver quien veía el color de las bragas de la monitora de teatro, también disfrutábamos con la realización de obras de teatro o el aprendizaje de instrumentos musicales.
Por inspiración de toda la corriente de espiritualidad de encarnación, y especialmente Legido, había un espacio semanal privilegiado. Una semana tocaba "estudio del Evangelio" y otra "escuela de la vida". En el "estudio del evangelio" profundizábamos en una lectura radical del Evangelio, sin componendas, sin fanfarronería, Evangelio puro. En la "escuela de la vida" lo mismo venía a compartir su experiencia un ciego que un alcalde. Estas dos reuniones formaban un tándem perfecto de coloquio entre fe y cultura, entre fe y vida que iba forjando nuestra vocación.
En el Seminario se sabía, incluso por nuestros propios compañeros procedentes de El Cubo, que en sus parroquias se celebraban semanas de estudios, encuentros, asambleas… que se estudiaban los partidos políticos, las elecciones, la cultura dominante, la situación sociopolítica internacional, todo…

7/ Promoción
¿Y cómo se podía vivir el sacrificio con alegría? Se tenía un verdadero sentido de "orgullo" de pertenecer al pueblo. Pocos pecados se consideraban más graves que el "desclasamiento". Ser nuestros padres sencillos trabajadores y nosotros aspirar a burgueses era algo inconcebible. La experiencia, los cantos, la comprensión del Evangelio... todo apuntaba a que el comprometido era la forma más elevada de ser persona. Desear vivir de las rentas era considerado propio de miserables. En esto influía mucho Milani, el cura italiano, tremendamente radical y tremendamente eclesial cuyo cincuentenario estamos celebrando. La cercanía con la milaniana Casa Escuela Santiago 1 era muy grande. En ella hacían algo similar a nuestra Escuela de la Vida que llamaban Dejarse preguntar.
La idea de promoción hacía que se combatiera el asistencialismo hiriente. La cercanía a los marginados no deseaba ser desde arriba. La vieja mentalidad burguesa que creía que a los pobres había que enseñarles tenía muy mala prensa entre nosotros. Marcelino era quizá el “teórico” que nos lo inculcó más de cerca, pero representaba a una corriente mucho más amplia que defiende que la solidaridad con los pobres es un elogio del trabajo, una veneración grande por ser pobre.
La idea de promoción de Marcelino lo explican bien los amigos de El Cubo de don Sancho, le llevó a temas sociales muy importantes que se desarrollaban desde la idea de promoción. Especialmente se refieren a la Escuela, el Ayuntamiento y el Trabajo. De niños, en Calatrava, nos quedábamos asombrados porque algunos campesinos de El Cubo tenían reuniones, alguna celebrada en nuestro Seminario, porque estaban luchando por hacerse propietarios de manera socializada, de las fincas que les arrendaba la Fundación Rodríguez Fabrés. Esta Fundación les prestaba las fincas a un precio por debajo del habitual y con los beneficios ayudaba a huérfanos procedentes del campo. El análisis de Marcelino era el que hacían los movimientos obreros, según los cuales aquello era una hipocresía, una explotación a pobres que da parte de los beneficios en limosna a otros pobres más pobres.

8/Revolución y solidaridad
La propaganda que convocaba a ir al Seminario decía: ¿Dónde serviré yo más y mejor? El servicio era una auténtica obsesión. Si pertenecías a una asociación de minusválidos o a Amnistía Internacional, o cualquier cosa similar, podías saltarte los horarios comunitarios. En aquel lugar de servicio podías considerarte un enviado de una comunidad viva a la que pertenecías. Una comunidad con alta conciencia de su pequeñez pero también con alegre conciencia de sentirse poseída por un Ideal: Jesús. La conciencia "misionera" (eso que insiste ahora el Papa) era tan alta que no había colegio ni instituto dentro del Seminario. En los primeros años íbamos a un colegio público y después a un instituto normal. El instituto era más bien un instituto muy de barrio que había al otro lado del río, en un barrio obrero. Mixto por supuesto, para escándalo de algunos. En ambos sitios éramos descaradamente seminaristas y descaradamente normales como todos a esas edades. No teníamos ninguna sensación de que aquello era arriesgado o peligroso, ya escuchábamos citar una teología que desconocíamos, entre otros muchos, por ejemplo, BARTHr: "En una mano el Evangelio, en la otra el periódico" o Bonhoeffer: " El lugar del cristiano es el campamento enemigo". En esto la influencia de Marcelino era total. ¿Qué Seminario se ha atrevido a mandar a los seminaristas a un instituto "proletario" hasta la médula?
En el instituto cada uno manteníamos libremente nuestro carácter y estilo; nada de normas al respecto. Porque la libertad era nota esencial de aquel Seminario. Unos eran más de meterse en la vida académica, otros en deportes, otros en nada... Cuando tenía 15 años pude paladear una de las experiencias más importantes de mi vida. A mí las fiestas al uso no me han dicho nunca mucho, más bien nada; el caso es que no recuerdo por qué en el instituto nos suspendieron las fiestas. Y esto (lo de la suspensión por la autoridad) sí que me tocaba la fibra de la libertad. Supongo que pensé que los del Seminario no nos íbamos a quedar atrás en el combate contra la caprichosa autoridad. Total que dije literalmente al Jefe de estudios que le dieran por culo. Ahí es nada. Parece ser que eso significa un expediente. Buena cosa me importaba a mí, casi era una medalla. Por la noche, en el Seminario, Domingo -el Rector- me planteó charlar caminando. Iba yo preparado para otro combate, dispuesto a la lucha como buen gallito. Él no recordará el suceso que yo he contado algunas veces a mis amigos jóvenes. El diálogo lo llevó magistralmente. Primero desgranamos los hechos objetivamente y luego me dijo: "La fuerza que Dios nos da es para defender la Justicia "; creo que no me dijo “para nada más”… no hacía falta. El gallito se derrumbó. No mencionó ni la buena educación ni los reglamentos, ni la legalidad, ni las consecuencias académicas. Nada. Solo el Evangelio. Por eso digo que Marcelino era el alma del Seminario. No digo que el Rector no creyera sinceramente lo que decía.... pero tal vigor evangélico, tal radicalidad, tal entusiasmo, no es cosa de un individuo, es una realidad de ambiente en la cual Marcelino tenía una importancia especial. Él había suscitado una forma de leer el Evangelio y la colaboración de los demás había creado un ambiente. O sea, que pedí perdón a Julián que era el Jefe de estudios y otra equivocación se convirtió en fuente de Gracia.
Años después, en un contexto muy diferente, en el 50 aniversario de su matrimonio, Trinidad Segurado (esposa de Julián Gómez del Castillo) nos dirigió unas palabras a los miembros del Movimiento Cultural Cristiano. Fue tremendamente impactante. Trini nos pedía perdón por las veces que no nos había dejado equivocarnos. Decía que la libertad es más importante. Era el mismo lenguaje del Seminario. Por eso Trini y Julián tenían una especial amistad con Marcelino. En la Declaración de los Derechos humanos, tan fanfarrones, tan rimbombantes... falta este derecho humano esencial: el derecho a equivocarse.  Como todo gran derecho es más bien un Deber. ¡Cuánta gente se queda agazapada, pequeña, mezquina por no ejercer este Deber!

10/ Oración
¿Y qué lugar ocupaba la oración? Central. Cada mañana teníamos Laudes. A veces alguno iba al Estudio a terminar alguna tarea porque la libertad era esencial. Era más difícil ambientalmente faltar a la Limpieza previa a Laudes. Por la tarde teníamos la Eucaristía y hasta en las reuniones de padres se debatió si debía ser algo libre en el horario. El acuerdo fue total: a la Eucaristía no se podía ir obligado ¡en el Seminario! Cierto es que se cultivaba mucho la importancia de la Eucaristía como acto solidario, como acto fraterno, como acto eclesial, como momento privilegiado de relación con Jesús.
Marcelino no venía mucho por el Seminario pero una vez que vino tuvimos una tertulia: -"Muchachos, veinte minutos de oración diarios os cambian la vida". -¿Y eso no es un muy complicado? -¡Que va! Es lo más sencillo. -Y cómo es? -Es como dialogar con un amigo. Mirar, Escuchar, Contar, Contemplar. Hacer la experiencia. Resultó ser verdad y arrebatador. Nada de broncas, nada de reglamentos... Todo venía a ser en el fondo una seducción. Todo libertad. Todo alegría, nada de ironía hiriente, nada de carcajada que se parece a una borrachera que no permite ya percibir el buen vino. Nada de vinagre porque los letrados y fariseos fustigaran aquella experiencia. Todo ello era rumiado en una oración tan sencilla como verdadera. Por eso hasta las críticas nos venían bien. Mediante la oración en vez de en vinagre se convertían en buen vino.
De Marcelino venían hasta las sugerencias de lectura. La importancia de la humildad aprendida en la propia impotencia de ser coherentes con todo aquello. Con André Louf enseñaba que hay que aprender a sentarse junto a las propias ruinas. Con san Pablo –de manera muy original- nos enseñaba que las heridas del Crucificado no son un signo de coherencia sino el Aliento del Espíritu. Desde esta perspectiva sobrenatural toda soberbia y engreimiento acababa cayendo como un castillo de naipes: “No somos mejores que los demás; lo que hemos recibido gratis hemos de darlo gratis”.

11/ Realismo
Oración no se contrapone con realismo sino que lo afianza. Cuando fuimos de Ejercicios al Cister de Arévalo con 17 años Marcelino dedicó una noche a explicar el montaje sociopolítico del mundo. Lo llamábamos con guasa juvenil "la grua". Él defendía con dibujos que el mundo está caracterizado por la explotación de los arriba a los de abajo. Y pintaba una grúa en que los intelectuales manejaban unos medios de comunicación que atontaran a los de abajo para que mirando la televisión dejaran de contemplar la sangre. Esto lo hizo la primera noche después de cenar. Nada de perder el tiempo. Frente a eso defendía que había que volver al Jesús de Nazaret que pasó por entre esas alambradas con una flor. Era la misma propuesta de la Noviolencia. Magistral.
Esto no se contraponía con que teníamos la edad que teníamos. Los seminaristas del año anterior nos habían avisado de que las amables contemplativas en la primera comida "medían" las necesidades estomacales de los asistentes. Ni cortos ni perezosos, cada mesa se terminó absolutamente todo lo que pusieron el primer desayuno, rebañando como es debido el frutero lleno de mermelada que pusieron en cada mesa. No me explico humanamente que Marcelino logrará mantener nuestra atención en la siguiente meditación pero lo hizo. Lo que no logró es que meditáramos;  las risas lo impidieron. Toda la hospedería estuvo invadida por las sinfonías de continuas tiradas de la cadena.
Otro año fuimos de ejercicios con los cistercienses de Dueñas. Estábamos gozosos de poder volver a tan interesante lugar porque apreciábamos especialmente los cantos cistercienses (otra influencia de Marcelino) de Maitines. Y allí nos íbamos a esa peculiar oración que rompe el sueño y a hacer oración en ese momento especial de la Amanecida que culminaba con Laudes y la Eucaristía. Se contaba (no sé si es un dato científico) que la razón por la que durante años los de Salamanca habíamos estado vetados en Dueñas era que unos seminaristas de años atrás habían dejado en el libro de firmas del Hermano Rafael estas u otras palabras similares: "Sí, mucho hermano Rafael y mucha oración pero este monasterio es la principal propiedad agraria de la provincia de Palencia".

12/Todo mezclado y la eclesialidad como aglutinante.
Era bellísimo ver todo esto mezclado. Me parece que esta mezcla es la mayor Gracia de todo aquel ambiente vocacional. Religión y política, pobreza y lucha estructural, sacrificio y alegría, radicalidad y realismo, radicalmente confesantes y radicalmente de izquierdas, revolucionarios y radicalmente eclesiales. Porque pobre del que se metiera con la Iglesia. La Iglesia era la Iglesia, la realidad más entusiasmante. Los santos eran los santos, los más grandes y verdaderos revolucionarios. A nadie se le ocurría pensar que lo nuestro fuera lo mejor. La humildad era esencial. La vida contemplativa era vista con admiración. Ninguna admiración para aquel progresismo que estaba tan de moda y podía ser partidario hasta de la lucha armada. Nada de esto entraba en nuestras cabezas.
Cada año Marcelino daba Ejercicios a un buen grupo de sacerdotes en Villagarcía. Después de cenar había un espacio de diálogo, no exento de temas polémicos. La eclesialidad de Marcelino a veces fue un tema controvertido. Le planteaban temas tan delicados como el Demonio o la Personalidad corporativa del mal y él explicaba limpiamente que veía una relación difícil entre los últimos datos de la exégesis y las afirmaciones del Magisterio medieval. Y afirmaba que esperaban que se encontraran exégesis y Magisterio… pero mientras no se encontraran –decía- “yo me quedo con la opinión de la Iglesia”.

III. COLOFÓN INMEJORABLE: OTRO CURA INSIGNIFICANTE: ANTONIO ROMO
Aunque aquí hablamos de Marcelino quiero dedicar un apartado a Antonio Romo. Me parece esencial destacar que las realidades verdaderas, como la de Marcelino, no compiten con otras realidades verdaderas. Son complementarias. Antonio era distinto a Marcelino. Ciertamente que convergían en ser ambos sacerdotes muy de espiritualidad de encarnación. El año 78, Antonio volvía de pasar unos años como miembro de una asociación, el Verbum Dei, con un fuerte componente contemplativo y una fuerte espiritualidad de pobreza. Los años en Madrid, nos contaba Domingo, Antonio se los había pasando limpiando aquel sucio Metro por las noches. Escribí algo cuando no pude asistir a sus Bodas de Oro sacerdotales.
El origen trabajador marca tremendamente a este amigo. Recuerdo perfectamente a su padre. Creo que le tuvo siempre presente sin complejos. Su respeto por su padre creo que le ha llevado a trabajar como un burro toda su vida. Antonio como todo trabajador verdadero es tremendamente alegre en el esfuerzo... Recio y alegre. Muy serio, como todo trabajador, respecto de las cosas bien hechas...
Antonio comparte con Marcelino (como tantos otros) una delicada sensibilidad eclesial. Nada-nada de divertimentos progresistas. Cura-cura respetando la Iglesia y la liturgia sin rigidez alguna pero con todo amor y verdad. Con estas cosas no le visto bromear. Se enfadó cuando le modernizamos el templo en Puente Ladrillo y lo volvió todo a su sitio; también le he visto hacer la eucaristía con cognac y sin problema, no había otra cosa y habíamos ido caminando a Babilafuente. Frío a raudales; y alegría.
También percibimos en él un gran entusiasta de la vida comunitaria. Por eso hizo equipo perfecto con Domingo (el rector) en aquel Seminario. No teníamos dinero y sabían hacer el payaso los dos. Era tal el ambiente de alegría y libertad que lograron que no nos quejáramos de aquellas miserias. Les dio por incluir en el Seminario un albergue de transeúntes cuyas características ya he comentado. No nos hicieron ningún daño porque aquellos educadores tenían lo más importante que ha de tener un educador: limpieza de corazón. ¡Qué "obsesión" porque tuviéramos experiencias vitales!
¿Y era tan radical como Marcelino? De manera distinta, pero sí. Alguien -queriendo criticarlo- hizo la mejor definición: "Es que Antonio siempre está en el filo de la navaja". Eso es. Ahí le llevó Jesús y se dejó. Sufriendo tremendamente con el sufrimiento. Al filo de la navaja.  Tremendamente comprensivo con todos los sufrimientos, era -a la vez- tremendamente exigente. Cuando dirigía convivencias con jóvenes llegaba un momento en que hacia una reflexión absolutamente radical. Como no era nada solemne le puso por nombre “El Stop de fe”. Era la clásica llamada a la conversión presente en toda verdadera propuesta cristiana. Con un tono muy vivencial hacía entrar a la persona en su más profundo hondón para que se preguntara qué quería hacer con su vida delante de Jesús.
También creía en la promoción y por ello fue un gran promotor de responsabilidad. A los tres que nos ofrecimos, nos dejó hacer lo que quisimos con la revista del Seminario. Decía que ya éramos mayores para esas cosas; teníamos 33 años... entre los tres.
Antonio ha sido menos teórico que Marcelino. Da tal primacía a la Vida y al futuro que estoy seguro no recuerda nada de esto. Mejor. Ha tenido siempre tal Vida de esperanza que siempre ha dejado que le enviaran a aquellos que por alguna razón éramos considerados peligrosos (especialmente por los fariseos de cada época) y él se lo tomaba como una aventura. Cuando unos cuantos decimos que Antonio es Amigo no decimos que le creamos capaz de dar la vida por nosotros, decimos que ya la ha ido dando. Por mi parte no me molesto en darle las gracias. No le haría Gracia. Él nos ha querido por Jesús y supongo que nos dirá -junto a una solemne carcajada- solo una cosa: "Ve y haz tu lo mismo, cabrito".
 
IV.- CONCLUSIÓN

Ningún verdadero admirador de aquel Seminario decimos que fuera perfecto. Simplemente estamos agradecidos por agraciados. Pero de perfecto, nada. Eso sería una estupidez. Ni nosotros ni la estructura lo eran. Nos sobraba creernos mejores y “sabihondismo” en nuestros juicios, nos faltaba mucha encarnación, a veces agredíamos con la supuesta verdad o nuestra acción era una pose… Tantas mierdas que llevamos entre manos las personas reales.
Pero también es verdad que estamos en deuda con Marcelino y con todo aquel ambiente. Por eso nos comprometemos con alegría. Podemos decir con verdad que “hemos conocido el Amor y hemos puesto en él nuestro Ideal”.