Nosotros somos cinco hermanos, todos buenos comedores. Cuando de niños en casa de mis padres, con ocasión de algún acontecimiento o celebración había alguna cosa especial en la mesa: unas patatas fritas de aperitivo, unas pastas con el café… los hermanos nos abalanzábamos sobre ellas y rápidamente las hacíamos desaparecer. No nos parábamos a mirar si alguno aún estaba lavándose las manos y no llegaba a probarlas, o si alguien todavía andaba en la cocina terminando de recoger la mesa. No le dejábamos ni las migas. En esas ocasiones mi padre nos solía repetir: “hay que pensar en los demás”. Y muchas veces nos reíamos los hermanos y bromeábamos con esa frase. “Hay que pensar en los demás”. De chavales bromeábamos, pero tiempo después uno se da cuenta que la vida vale la pena, cuando se vive pensando en los demás.
Nuestro padre ha sido un hombre que ha hecho amigos en muchas situaciones de la vida: en el trabajo, en el pueblo, en sus aficiones, en el hospital… porque pensaba en los demás. Hoy damos gracias a Dios por su vida.
La fe en la resurrección, en una vida que continúa más allá de la muerte, no es tanto un consuelo para estos momentos, como una llamada a vivir la vida pensando en los demás.
También queremos agradeceros a todos y a cada uno de vosotros vuestras muestras de cariño hacia nosotros en estos momentos. Momentos en que se unen sentimientos tan contradictorios como la pena por la muerte de Miguel y la alegría por el testimonio de una vida como la suya.