Kim Phuc saluda adelantando la
mano y replegando ligeramente el cuerpo, protegiéndolo por instinto. Cuarenta
años después de ser víctima del napalm, la enorme cicatriz aún le abrasa, pero
la vietnamita compensa este distanciamiento con una gran sonrisa en su rostro
de luna.
El 8 de junio de 1972, Kim y sus
vecinos del poblado de Trang Bang fueron víctimas de un ataque estadounidense
que el joven fotógrafo Nick Ut inmortalizó en una instantánea que dio la vuelta al mundo.
Oírla revivir aquel momento cierra el estómago. “Llevábamos tres días
refugiados en un templo y de pronto oímos venir los aviones y echamos a correr.
Vi caer cuatro bombas. Oí burum burum, un
sonido más suave de lo que me esperaba, y de pronto había fuego por todas
partes, también en mi piel”.
Su ropa veraniega ardió por
completo dejando su cuerpecillo escurrido expuesto a la agresión de la cabeza a
los pies. Dos de sus primos, de seis meses y tres años, murieron abrasados.
Ella sufrió quemaduras en el 65% de la piel y necesitó injertos en el 35%.
Phuc ve a menudo a “tío Ut”,
como llama al autor de la foto. Sin ir más lejos, anteayer estuvo con él en
Colonia (Alemania) recogiendo un premio patrocinado por una marca de cámaras
fotográficas. Después, ella ha viajado a Madrid a recoger el premio que Save
The Children le entrega por la labor de su ONG —The Kim Foundation—,
que ayuda a niños víctimas de conflictos bélicos.
Phuc (49 años) tarda en
encontrar en el menú algo apto a su dieta. No toma azúcar ni arroz. “El napalm
sigue presente en mi cuerpo y tengo mucho cuidado con mi alimentación”. Insiste
en que la ensalada venga sin aliño ni queso y de segundo elige bacalao como
podía haber elegido cualquier otra “proteína”. Del cuello le cuelgan dos
cadenas: una hoja de arce y un crucifijo. La primera es el símbolo de su país
de adopción, Canadá, al que huyó durante una escala volviendo de Moscú en la
época en que estudió en Cuba —la conversación discurre en inglés pero a menudo
salta al español—. Le acompañaba su novio, también vietnamita, que ignoraba sus
planes hasta horas antes de aterrizar. “Necesitaba ser libre”, dice Phuc, que
siendo un símbolo como era fue sometida durante años al férreo control del
régimen comunista.
Preguntar por el segundo
colgante destapa la caja de Pandora. Descubrir el Nuevo Testamento supuso para
ella un punto de inflexión. “Yo vivía sufriendo. Odiaba mi vida, odiaba a la
gente normal, odiaba a quienes me habían hecho daño, las cicatrices... Leer la
palabra de Jesús me cambió. No soy una persona religiosa, pero tengo una
relación muy íntima con Dios. Rezo mucho. Cuando me duelen las heridas, rezo. Y
cuanto más lo hago, más paz encuentro. Me ha ayudado a amar y perdonar”. No se
cansa de repetirlo. “Mi misión es ayudar a otros en mi situación a perdonar, a
ser más fuertes por fuera y por dentro”.
En Canadá Phuc y su marido viven
con los padres de ella y sus dos hijos que bautizaron por doble partida —Thomas
Hoang y Stephen Binh— aunque ella les cita por su nombre anglosajón. Desde 1986
solo ha regresado una vez a Vietnam, en 2004, tras la muerte de uno de sus
hermanos, que también aparece en la foto. Va desencajado,
delante de su hermanita desnuda. “Él corría más que yo”.