Joan Baptista Almela i Hijalva, sacerdote
revistacresol.com
Siendo como es el ser humano un ser eminentemente social, no podemos pensar en nadie que haya podido crear algo partiendo de cero. Tampoco en nuestra religión, porque ni Abraham, ni Moisés, ni ningún profeta, ni tan solo Jesús de Nazaret podían pensar partiendo de una tabula rasa. En la búsqueda de la verdad en la que la humanidad está naturalmente comprometida (esto quiere decir el primer mandamiento del Génesis: «dominad y desentrañad la tierra»), todo escalón cultural parte del anterior y lleva al posterior.
También la fe inspirada por Dios a las personas que han sido buscadoras del sentido de la vida es una fe que surge de lo que ya había y, lógicamente, estará siempre de alguna manera contaminada por los pensamientos anteriores, con la correspondiente dosis de antropomorfismos, de ritos, de hábitos, de visiones de lo que ya había. Los cristianos, por ejemplo, no podían inventar un culto de la nada, teniéndose que fijar en el templo de los hebreos los de ascendencia israelita, igual que en las basílicas y formas grecorromanas lo hicieron los de cultura griega. ¡Claro que querían hacerlo purificando lo anterior! Pero... si «natura non facit saltus», la cultura y la vida social tampoco.
Y en este proceso estamos, porque aunque dogmáticamente la Revelación está cerrada después de la muerte del último apóstol, la comprensión existencial del mensaje cristiano en cada generación no lo está, ya que no solamente se interpreta con los nuevos conocimientos, las nuevas visiones del mundo, la nueva ciencia, los nuevos derechos y las nuevas situaciones, sino que, además de interpretarse, ha de ser vivida como novedad en cada generación, pero novedad dentro de aquella manera diferente de vivir el mundo y la vida en la que cada generación inevitablemente ha de existir. La forma de vivir no condiciona y transforma la Buena Nueva de la época apostólica, que es inmutable, pero sí nuestra manera existencial de vivirla, comprenderla y transmitirla.
Ya me perdonaréis esta incursión en la teología pastoral, pero es que me preocupa mucho que la transmisión del Evangelio continúe unida a formas que ya no corresponden a la manera actual, a concepciones de Dios que ya no son comprensibles y a estilos de entender la creación que están fuera de juego. El resultado es la predicación de «un dios caprichoso», que ahora hace un milagro allí, y ahora provoca una aparición allá; ahora le da una gracia a uno y al de al lado no se la concede; un dios que nos ha hecho de una manera determinada y que, al final, quiere que lo ignoremos..., sí. Un dios tan caprichoso que a veces parece jugar maléficamente. Triste herencia del concepto del dios pagano que todavía subsiste.
Y aún me preocupa más el hecho de que muchos sacerdotes jóvenes y diversos grupos de cristianos se instalen en esa posición. ¿No ven que eso solo forma guetos donde se quiere vivir «una fe pura» sin relación exterior? ¿Olvidan que la oración del Señor es «Padre, no te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal»? «Os envío como ovejas en medio de lobos...», esto no cambiará nunca, generación tras generación. Los consejos que Jesús da en Mt 5ss y Lc 6 no van dirigidos a todos, sino a los que han aceptado la Buena Nueva, «a vosotros que escucháis». Jesús dijo a sus discípulos, a aquellos que los querían seguir, que actuasen de una forma distinta a la mundana, pero sin separarse del mundo que nos toca vivir, en contacto con este permanentemente, porque la misión precisamente es la de ser su sal. Esas ovejas en medio de lobos manifiestan, viven y transmiten otra manera de vivir la creación, que finalmente se basa en la reconciliación con uno mismo, con los otros, con los enemigos y con la creación (solo así te puedes reconciliar con Dios, "cuando vayas a presentar tu ofrenda"...), tarea reconciliadora que no va dirigida solo al clero, sino a todos, como manifiesta el evangelio de Juan cuando se les aparece en el primer día de la semana: "Se puso en medio y les dijo: "Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Recibid el Espíritu Santo; a los que perdonéis los pecados, les serán perdonados..." Aquel día, según relata Lucas, estaban los once y sus compañeros cuando llegan los de Emaús, es decir, estaban también las mujeres que habían hecho el anuncio y quién sabe qué más, pero todos son enviados con aquella misión. Claro que el clero es el encargado de manifestarlo sacramentalmente en nombre de la comunidad, pero la misión de reconciliar es para todos los creyentes, porque todos reciben la paz y el Espíritu de reconciliación.
Hay que reflexionar desde la profundidad de la Buena Nueva, como la anterior, y basarse en ella para evangelizar; pero, con mucho desánimo por mi parte, veo que nos fijamos en los símbolos fantásticos que el texto evangélico tiene como toda literatura: plantar montañas en el mar, tomar el veneno sin sufrir sus efectos, aplastar leones y dragones, expulsar demonios reales, infiernos en llamas..., todo leído literalmente, todo escenas fantásticas y poéticas, pero que no han sucedido nunca ni sucederán.
Se presenta un Dios que, en vez de Padre, es caprichoso, y que, aunque la Sagrada Escritura dice claramente que el mundo, hecho por la palabra creadora era «muy bueno», de tanto en tanto ser divierte alternando el ritmo de la evolución creadora; a veces provoca visiones luminosas y apariciones misteriosas, no solo de Él, sino también de los santos; permite que un ser maléfico juegue con el don más preciado del ser humano, que es la libertad. Un Dios a quien no le importan los logros humanos y a quien le gusta el olor del incienso y que le dan culto fastuoso, cuando ya hace dos milenios que la Palabra encarnada dijo a la samaritana: «Llega la hora, mejor dicho, es ahora, que los auténticos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad» (Jo 4). Sí. Todavía no nos hemos sacudido de encima las visiones paganas de Dios. Por ejemplo, de la Acción de Gracias por haber recibido el Espíritu del que reconcilia a todos con su entrega, siempre preferimos destacar aquello que más se parece a los sacrificios paganos o del culto israelita.
¡No al Dios caprichoso! Expliquemos la historia sagrada con una interpretación existencial, histórica y humanista que pueda dar razón a las generaciones venideras y llene su constante ansiedad vital. Quedan muchas, muchas generaciones de homo sapiens, y si cada una de ellas ha de encarnar la lectura de la Buena Nueva en su condición, no pensemos nunca que ninguna de las interpretaciones, costumbres, rituales y concepciones históricas ha sido la definitiva.
Pero este trabajo solo lo podemos hacer los que hemos tenido la suerte de creer en Nuestro Señor y hemos estudiado y desentrañado el sentido de su Palabra en nuestra situación generacional. «Como el Padre me ha enviado a mí, también os envío yo a vosotros». Cada uno, dentro de su existencia generacional ha de dar un paso adelante en el camino liberador de la humanidad que lleva al Padre.
Siendo como es el ser humano un ser eminentemente social, no podemos pensar en nadie que haya podido crear algo partiendo de cero. Tampoco en nuestra religión, porque ni Abraham, ni Moisés, ni ningún profeta, ni tan solo Jesús de Nazaret podían pensar partiendo de una tabula rasa. En la búsqueda de la verdad en la que la humanidad está naturalmente comprometida (esto quiere decir el primer mandamiento del Génesis: «dominad y desentrañad la tierra»), todo escalón cultural parte del anterior y lleva al posterior.
También la fe inspirada por Dios a las personas que han sido buscadoras del sentido de la vida es una fe que surge de lo que ya había y, lógicamente, estará siempre de alguna manera contaminada por los pensamientos anteriores, con la correspondiente dosis de antropomorfismos, de ritos, de hábitos, de visiones de lo que ya había. Los cristianos, por ejemplo, no podían inventar un culto de la nada, teniéndose que fijar en el templo de los hebreos los de ascendencia israelita, igual que en las basílicas y formas grecorromanas lo hicieron los de cultura griega. ¡Claro que querían hacerlo purificando lo anterior! Pero... si «natura non facit saltus», la cultura y la vida social tampoco.
Y en este proceso estamos, porque aunque dogmáticamente la Revelación está cerrada después de la muerte del último apóstol, la comprensión existencial del mensaje cristiano en cada generación no lo está, ya que no solamente se interpreta con los nuevos conocimientos, las nuevas visiones del mundo, la nueva ciencia, los nuevos derechos y las nuevas situaciones, sino que, además de interpretarse, ha de ser vivida como novedad en cada generación, pero novedad dentro de aquella manera diferente de vivir el mundo y la vida en la que cada generación inevitablemente ha de existir. La forma de vivir no condiciona y transforma la Buena Nueva de la época apostólica, que es inmutable, pero sí nuestra manera existencial de vivirla, comprenderla y transmitirla.
Ya me perdonaréis esta incursión en la teología pastoral, pero es que me preocupa mucho que la transmisión del Evangelio continúe unida a formas que ya no corresponden a la manera actual, a concepciones de Dios que ya no son comprensibles y a estilos de entender la creación que están fuera de juego. El resultado es la predicación de «un dios caprichoso», que ahora hace un milagro allí, y ahora provoca una aparición allá; ahora le da una gracia a uno y al de al lado no se la concede; un dios que nos ha hecho de una manera determinada y que, al final, quiere que lo ignoremos..., sí. Un dios tan caprichoso que a veces parece jugar maléficamente. Triste herencia del concepto del dios pagano que todavía subsiste.
Y aún me preocupa más el hecho de que muchos sacerdotes jóvenes y diversos grupos de cristianos se instalen en esa posición. ¿No ven que eso solo forma guetos donde se quiere vivir «una fe pura» sin relación exterior? ¿Olvidan que la oración del Señor es «Padre, no te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal»? «Os envío como ovejas en medio de lobos...», esto no cambiará nunca, generación tras generación. Los consejos que Jesús da en Mt 5ss y Lc 6 no van dirigidos a todos, sino a los que han aceptado la Buena Nueva, «a vosotros que escucháis». Jesús dijo a sus discípulos, a aquellos que los querían seguir, que actuasen de una forma distinta a la mundana, pero sin separarse del mundo que nos toca vivir, en contacto con este permanentemente, porque la misión precisamente es la de ser su sal. Esas ovejas en medio de lobos manifiestan, viven y transmiten otra manera de vivir la creación, que finalmente se basa en la reconciliación con uno mismo, con los otros, con los enemigos y con la creación (solo así te puedes reconciliar con Dios, "cuando vayas a presentar tu ofrenda"...), tarea reconciliadora que no va dirigida solo al clero, sino a todos, como manifiesta el evangelio de Juan cuando se les aparece en el primer día de la semana: "Se puso en medio y les dijo: "Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Recibid el Espíritu Santo; a los que perdonéis los pecados, les serán perdonados..." Aquel día, según relata Lucas, estaban los once y sus compañeros cuando llegan los de Emaús, es decir, estaban también las mujeres que habían hecho el anuncio y quién sabe qué más, pero todos son enviados con aquella misión. Claro que el clero es el encargado de manifestarlo sacramentalmente en nombre de la comunidad, pero la misión de reconciliar es para todos los creyentes, porque todos reciben la paz y el Espíritu de reconciliación.
Hay que reflexionar desde la profundidad de la Buena Nueva, como la anterior, y basarse en ella para evangelizar; pero, con mucho desánimo por mi parte, veo que nos fijamos en los símbolos fantásticos que el texto evangélico tiene como toda literatura: plantar montañas en el mar, tomar el veneno sin sufrir sus efectos, aplastar leones y dragones, expulsar demonios reales, infiernos en llamas..., todo leído literalmente, todo escenas fantásticas y poéticas, pero que no han sucedido nunca ni sucederán.
Se presenta un Dios que, en vez de Padre, es caprichoso, y que, aunque la Sagrada Escritura dice claramente que el mundo, hecho por la palabra creadora era «muy bueno», de tanto en tanto ser divierte alternando el ritmo de la evolución creadora; a veces provoca visiones luminosas y apariciones misteriosas, no solo de Él, sino también de los santos; permite que un ser maléfico juegue con el don más preciado del ser humano, que es la libertad. Un Dios a quien no le importan los logros humanos y a quien le gusta el olor del incienso y que le dan culto fastuoso, cuando ya hace dos milenios que la Palabra encarnada dijo a la samaritana: «Llega la hora, mejor dicho, es ahora, que los auténticos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad» (Jo 4). Sí. Todavía no nos hemos sacudido de encima las visiones paganas de Dios. Por ejemplo, de la Acción de Gracias por haber recibido el Espíritu del que reconcilia a todos con su entrega, siempre preferimos destacar aquello que más se parece a los sacrificios paganos o del culto israelita.
¡No al Dios caprichoso! Expliquemos la historia sagrada con una interpretación existencial, histórica y humanista que pueda dar razón a las generaciones venideras y llene su constante ansiedad vital. Quedan muchas, muchas generaciones de homo sapiens, y si cada una de ellas ha de encarnar la lectura de la Buena Nueva en su condición, no pensemos nunca que ninguna de las interpretaciones, costumbres, rituales y concepciones históricas ha sido la definitiva.
Pero este trabajo solo lo podemos hacer los que hemos tenido la suerte de creer en Nuestro Señor y hemos estudiado y desentrañado el sentido de su Palabra en nuestra situación generacional. «Como el Padre me ha enviado a mí, también os envío yo a vosotros». Cada uno, dentro de su existencia generacional ha de dar un paso adelante en el camino liberador de la humanidad que lleva al Padre.