El evangelio está recorrido por una teología sencilla: La teología del grano de mostaza, la de la levadura, la del vaso de agua dado al que tiene sed, la de la moneda entregada para invertirla, la teología de la vida que fructifica, la teología del inicio pequeño y poderoso de las cosas grandes.
Hoy, el texto de Mateo nos ofrece, en un relato en el que podemos subrayar tres momentos diferentes, la conocida como parábola de los talentos.
En el primer momento el Evangelio pone en escena a un señor rico y generoso que se va de viaje y distribuye su riqueza entre sus tres servidores. No busca asesor financiero… Simplemente se deja llevar por su corazón: Confía en sus colaboradores, tiene fe en ellos y los trata más como hijos que como empleados. En realidad ese es su proyecto: Que sus empleados sientan la empresa familiar como propia y más que asalariados se sientan copartícipes y accionistas de lo que también les pertenece. En resumen, en la primera parte de la parábola, a cada uno de los tres empleados le da según su capacidad y sus posibilidades y se va sin dar instrucciones.
Y llega el segundo momento: Cada uno de los empleados, con los recursos entregados, toma sus decisiones. Dos de ellos invierten, arriesgan y obtienen beneficios que fortalecen la empresa; el tercero, no arriesga nada, y para curarse en salud esconde lo que le han dado su jefe y lo devuelve tal cual. En él ha podido más el miedo al patrón que el deseo de aportar, de implicarse y complicarse la vida: “Tuve miedo, le dice a su señor…Sé que eres un hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste…Toma lo tuyo”. En las posturas de estos hombres emergen dos formas diferentes de entender la vida: implicarse, arriesgar y empujar hacia adelante o huir de cualquier responsabilidad, no querer complicarse la vida. La raya que separa las dos actitudes es el miedo.
En este tercer hombre, el regalo y la confianza de su señor se convierte en pesadilla; por eso, lo único que cuenta para él es la imagen que se ha hecho de su patrón: un jefe despiadado que está sobre él, respirando en su cuello y siempre presto al castigo. Y va y esconde sus recursos…Tiene miedo.
Y, por último, una tercera parte en esta historia: La vuelta del señor y el rendimiento de cuentas. Los dos primeros empleados han hecho lo correcto; el tercero, bloqueado por el miedo, renuncia a todo y prefiere permanecer como criado a sentirse hijo; prefiere que todo siga igual a correr riesgos que le saquen de su comodidad o le exijan responsabilidades nuevas…
El evangelio nos ofrece un retrato robot de nuestros comportamientos: Obviamente, el señor que entrega los talentos y se va sin dar instrucciones, es Dios y los empleados somos nosotros. Cada uno hemos recibido según nuestra capacidad y se nos pide rendir según nuestras posibilidades.
El señor, evidentemente sabe lo que quiere y dos de los empleados también lo saben: conocían a su señor, corrían riesgos a la hora de invertir el dinero que no era de ellos, pero sabían cómo pensaba su señor e invierten y se exponen para serle fieles. El tercero, o conocía muy poco a su señor o lo conocía mal, la imagen que tiene de su señor es una imagen depredadora… El también recibió una parte del capital de su señor, todavía la conserva, pero no se preocupó de nada más.
¿Qué nos plantea esta parábola? El problema de la parábola no es el dinero, ni el beneficio que se puede lograr…No. El tema que se plantea en la parábola es “cómo se debe gastar el tiempo de la espera, los recursos que Dios ha puesto en nuestras manos”. ¿Qué sentido tenemos de nuestra responsabilidad ante lo que hemos recibido? ¿Somos audaces en nuestras decisiones o cobardes y simples mantenedores de lo que otros no han entregado? ¿Con nuestro esfuerzo y fatiga nos empeñamos en hacer avanzar el mundo o simplemente nos contentamos con ser neutrales, con mantener lo heredado? ¿Pero, se debe ser neutral en todo? ¿Entendemos las palabras del Papa Francisco cuando dice que “prefiere una Iglesia lastimada por salir a las periferias existenciales del mundo, a una Iglesia enferma porque se queda encerrada en sus pequeñas seguridades”?
El “tercer hombre” –un título que nos evoca la gran película que lleva este nombre– al que el señor llama “perezoso y malvado”, en realidad no hizo nada malo, pero tampoco hizo el bien que se esperaba de él.
Hermosa parábola que nos hace pensar y cuestionarnos: ¿Qué hago con los recursos que Dios ha puesto en mis manos? ¿Qué estoy arriesgando por los demás? ¿Qué podría hacer y no hago por comodidad o simplemente, por no crearme problemas? ¿En qué invierto mis recursos humanos, mi tiempo, mis valores? ¿Cuáles son mis principales pecados de omisión, que nunca confieso, pero que están ahí bloqueando permanentemente mi vida?
Con frecuencia tenemos miedo a equivocarnos y preferimos no actuar, pero este evangelio nos enseña que lo peor que nos puede pasar en la vida no es equivocarnos por arriesgar, sino quedarnos inmóviles, estériles, mirando de lejos como “perros mudos” el dolor de los otros y no incorporarnos al torbellino de la vida para no mancharnos, para no errar.
Hoy celebramos la Jornada Universal del pobre con el lema: “No desvíes el rostro de ningún pobre” (Tb) ¿En realidad qué significa para mí esta frase?