Buenos días, es un regalo compartir mi vivencia de fe con ustedes precisamente hoy, 22 de enero, fiesta del Año Nuevo Lunar, que celebramos en Asia Oriental como uno de los días más importantes del año. Este día expresa la esperanza y el gozo ante una nueva oportunidad de llenar la vida de luz y significado.
Yo nací en Seoul, Corea, de una familia confuciana por parte de padre, que seguía fielmente sus enseñanzas de armonía social, mientras que mi madre vivía las costumbres tradicionales basadas en el ritmo natural de la vida. Pero ambos estaban abiertos al Misterio, buscaban la Verdad.
Cuando apenas tenía seis años mi madre decidió enviarme a participar en el culto de una iglesia protestante cercana todos los domingos. Ella tenía la intuición de que más allá de lo que se podía palpar, otro mundo nos envolvía y custodiaba. Allí en la iglesia todo era muy divertido. Aprendíamos cantando el nombre de los libros y personajes de la Biblia.
Pero sobre todo me encantaba escuchar lo que se decía sobre Jesús. ¡Era tan apasionante…!, y luego volver al barrio y contárselo a mis amigos. Les decía con orgullo que había conocido al Salvador de la humanidad, al que podía curar todos los males. Y deseaba de corazón que mi madre recibiera también el regalo de recuperar la salud, porque se estaba muriendo de un trastorno en los pulmones. Al poco tiempo ella falleció.
Ese amor a la persona de Jesús que se apoderó de mí, me ha acompañado toda la vida, en los momentos buenos y en otros más oscuros. Por eso no comprendo cómo algunos se empeñan en negar su fuerza salvadora. Es eso precisamente lo que yo experimenté desde pequeña: una fuerza salvadora sin límites, su capacidad de iluminar nuestra mente, su poder para traer esperanza.
Más tarde, hacia los 20 años decidí por mi cuenta sumergirme con todas las fuerzas en el estudio de la Biblia, y descubrí con gran sorpresa que era una Palabra dirigida a mí, una enseñanza de vida que me sacudía y llenaba de felicidad, que daba sentido a cada paso de mi camino. Era como mi vestido, una parte esencial de mí.
Un día, por casualidad, atraída por la belleza y armonía de una pieza musical que se escuchaba desde la calle, entré en un edificio que no conocía. Era una iglesia católica que estaban edificando, muy diferente a las iglesias protestantes que yo tan bien conocía. Me impactó una hermosa cruz que me recibió y tuve la sensación de que algo grande y nuevo me abría los brazos. No sabría expresarlo con palabras, pero pronto tuve la certeza de que yo pertenecía a este mundo diferente, una sociedad de valores nuevos conforme a Jesús, un mundo en que no hay ricos ni pobres, donde todo se comparte y se vive la solidaridad. Entonces decidí recibir el bautismo en la Iglesia Católica.
Desde entonces, la fe en Jesús se convirtió en el centro de mi identidad como persona, tanto que -queriendo o sin querer- pude transmitir su nombre a muchas personas a mi alrededor. Incluso mis familiares recibieron el bautismo. Mi padre no lo hizo, pero en su lecho de muerte, dijo: «Yo te he dado todo lo mejor que tenía; a partir de ahora, tu Dios te guiará cada día». Y estoy convencida de que así ha sido, de que él ha guiado y guía mis pasos. Sé que esto se repite en todas las circunstancias de la vida, y me siento afortunada y feliz por ello. Y me gustaría continuar aprendiendo y compartiendo el camino de la fe con todos ustedes.
Muchas gracias.
Pero sobre todo me encantaba escuchar lo que se decía sobre Jesús. ¡Era tan apasionante…!, y luego volver al barrio y contárselo a mis amigos. Les decía con orgullo que había conocido al Salvador de la humanidad, al que podía curar todos los males. Y deseaba de corazón que mi madre recibiera también el regalo de recuperar la salud, porque se estaba muriendo de un trastorno en los pulmones. Al poco tiempo ella falleció.
Ese amor a la persona de Jesús que se apoderó de mí, me ha acompañado toda la vida, en los momentos buenos y en otros más oscuros. Por eso no comprendo cómo algunos se empeñan en negar su fuerza salvadora. Es eso precisamente lo que yo experimenté desde pequeña: una fuerza salvadora sin límites, su capacidad de iluminar nuestra mente, su poder para traer esperanza.
Más tarde, hacia los 20 años decidí por mi cuenta sumergirme con todas las fuerzas en el estudio de la Biblia, y descubrí con gran sorpresa que era una Palabra dirigida a mí, una enseñanza de vida que me sacudía y llenaba de felicidad, que daba sentido a cada paso de mi camino. Era como mi vestido, una parte esencial de mí.
Un día, por casualidad, atraída por la belleza y armonía de una pieza musical que se escuchaba desde la calle, entré en un edificio que no conocía. Era una iglesia católica que estaban edificando, muy diferente a las iglesias protestantes que yo tan bien conocía. Me impactó una hermosa cruz que me recibió y tuve la sensación de que algo grande y nuevo me abría los brazos. No sabría expresarlo con palabras, pero pronto tuve la certeza de que yo pertenecía a este mundo diferente, una sociedad de valores nuevos conforme a Jesús, un mundo en que no hay ricos ni pobres, donde todo se comparte y se vive la solidaridad. Entonces decidí recibir el bautismo en la Iglesia Católica.
Desde entonces, la fe en Jesús se convirtió en el centro de mi identidad como persona, tanto que -queriendo o sin querer- pude transmitir su nombre a muchas personas a mi alrededor. Incluso mis familiares recibieron el bautismo. Mi padre no lo hizo, pero en su lecho de muerte, dijo: «Yo te he dado todo lo mejor que tenía; a partir de ahora, tu Dios te guiará cada día». Y estoy convencida de que así ha sido, de que él ha guiado y guía mis pasos. Sé que esto se repite en todas las circunstancias de la vida, y me siento afortunada y feliz por ello. Y me gustaría continuar aprendiendo y compartiendo el camino de la fe con todos ustedes.
Muchas gracias.