El ángel del dolor visitó (en noviembre) mi casa.
Era hermoso y radiante.
Era hijo de Dios.
Era, aunque no lo creáis, el más alegre de cuantos conocí.
Entró en mis jardines y acarició mi sangre.
Riéndose cortó una de mis alas de trabajo y de prisa
pero dejó intactas las de la ilusión y el coraje.
Me dijo:
Ahora empieza la segunda parte de tu vida,
gemela a la otra, aunque algo tartamuda.
Vive. No gastes tus horas en hacerte preguntas.
Reordena tu escala de valores.
Pon en primera fila la amistad
(tras de la fe, se entiende)
y recuerda que Dios es bueno,
que el hombre es mucho mejor de lo que él cree,
que el mundo está bien hecho
y que vas a vivir hasta los topes el gozo mientras vivas
porque resulta
que el ángel del dolor y el ángel de Belén son el mismo.
J. L. MARTíN DESCALZO