"Revolución. No debemos vacilar al emplear esta palabra, tan manoseada, tan desprestigiada, manchada por tanta sangre a lo largo de la historia. Pero es la palabra que mejor define lo que estaba naciendo. Porque el giro más alto, más brusco, más radical que el mundo ha conocido, iba a producirse allí, a orillas del mar de Tiberíades.
Desgraciadamente, lo mismo que la grasa y el tiempo convierten a un vigoroso joven en un señor adiposo, así los tópicos y la mediocridad han ido deteriorando, reblandeciendo, ablandando, lo que entonces ocurrió. Y, cuando alguien nos cuenta los comienzos de la predicación de Jesús, enseguida nos imaginamos un clima de caramelo: el «dulce» maestro empezó a decir «dulces» palabras, tan bellas como aburridas. Y nos disponemos a dormirnos, como en los sermones. (...)
La voz de Jesús tocaba a rebato a la orilla del lago y crecieron los rumores, las voces, las llamadas y la gente corrió a escuchar aquella convocatoria misteriosa, a la vez que magnífica, que incitaba a algo grande.
Nos cuesta imaginarlo, acostumbrados como estamos a vivir en tanta siesta. Preferimos inventarnos una voz ronroneadora que dice palabras melifluas, invitadoras a la paz y no a la guerra, adormecedoras y no incitantes."