jueves, junio 22, 2017

Grimaldi: «No es que sean religiosos y se fanaticen; son fanáticos y la religión es su coartada»

El filósofo Nicolas Grimaldi (París, 1933), profesor emérito de la Universidad de la Sorbona, ha dedicado su último libro, «Los nuevos sonámbulos» (Editorial Pasos Perdidos), a reflexionar sobre las raíces del fanatismo y de los terroristas que asesinan en nombre de una idea como si fueran sonámbulos. La prensa francesa se debate sobre si el fenómeno de Daesh en Europa se debe a la islamización del radicalismo, sostenido por el islamólogo Olivier Roy, o a la radicalización del islam, defendido por su colega Gilles Kepel. «Para Roy, todo tiene que ver más con el nihilismo de la juventud, antes con las Brigadas Rojas en Italia, o la Facción del Ejército Rojo, en Alemania, y ahora con estas «brigadas verdes», dijo Kepel a este periódico en una entrevista el pasado diciembre. «Olivier Roy considera que la ideología no tiene ninguna importancia. No digo solo que sea únicamente la radicalización del islam, hay que tener en cuenta los factores sociales, pero él exonera el islam de todo. No se trata de criminalizar el islam, sino de ver que hay una guerra en el seno de la religión para lograr la hegemonía». En su libro, Grimaldi compara los fanatismos, va a su raíz en el hombre y sus apariciones en campos tan insospechados como el arte.


En su ensayo sostiene que el fanatismo ha existido y existirá siempre.

Estamos frente a un hecho sociológico muy banal y expandido. Hay que recordar el mes de junio de 1848 en Francia o en 1870-1871, años en los que se degüella al obispo por ser obispo. También, las Brigadas Rojas en los años de plomo en Italia o la Fracción del Ejército Rojo en los años 70. No eran musulmanes y la religión no aparece en esos hechos. Hay un problema sociológico o psicopatológico porque una parte de la humanidad no se reconoce en la otra. Para que el fanatismo se desarrolle hace falta una grieta que desgarre la sociedad entera. Su origen puede ser económico, cultural o psicológico. Pero no hay ninguna homogeneidad en esos fanáticos: no son todos musulmanes. Unos han sido creados en familias católicas, luteranas sin problemas y de repente sus compañeros reconocen en ellos un radicalismo. Nadie sabe qué ha pasado. Mi ensayo no intenta dilucidar el origen de esa grieta en la sociedad sino el muelle de cualquier fanatismo.

Insiste en que los fanáticos suprimen la realidad y actúan como si estuvieran ciegos.

Cualquier creencia consiste en tomar una ficción, un relato, algo novelesco, por algo real. Tomar una ficción por una realidad y luego considerar la realidad como un pequeño obstáculo para la realización de un sueño. Ocurre cada día. Este fenómeno es propio del sueño y también del juego. Cuando soñamos, toda la realidad se borra y es algo irreal que nos obsesiona y nos invade, parecido al juego, aunque este es deliberado y el sueño, involuntario. Lo que se observa en esos deportistas es como si su exigencia fuera el juego, como si su misma existencia fuera un sueño deliberado, mientras que el sueño es involuntario: me decido a jugar, me pongo a jugar.

«Todos podemos ser fanáticos»
Se dice que los fanáticos de Daesh tienen conocimientos precarios del islam. ¿Siempre ha sido así con otros fanatismos?

La Filosofía clásica ha pensado en general que la creencia era la consecuencia de un conocimiento precario, débil, como si se tratase de un tímido ante el conocimiento. Y me parece que es una equivocación. Lo mismo describió Ortega y Gasset en «El Espectador». Decía que los fanáticos eran aquellos que tomaban una creencia como algo más válido que cualquier evidencia. La creencia no sigue una timidez de conocimiento sino una arrogancia de la voluntad: creo porque me gusta creer, que cuando creo, creo lo que me gusta y lo que quiero creer. Siempre hemos pensado o creído que lo verdadero se impone por su misma naturaleza. Ahora bien, la experiencia nos pone en evidencia lo contrario. Por eso, en el ensayo recuerdo las discrepancias entre los pintores más famosos del S. XIX, y luego que esa discordancia terminó en el Dadaísmo.

¿También eran fanáticos los negacionistas del Holocausto?

Sí. Aunque hubiera 100.000 testimonios de víctimas de los campos de concentración, aunque los ejércitos rusos y americanos entraran en Alemania y grabaran lo que vieron, unos pocos no quieren creer y es un efecto de su voluntad. Les viene posible negar lo que saben, y aunque lo sepan no quieren creerlo. En el libro, evoco el atentado de Charlie Hebdo y me planteo que si esos jóvenes hubiesen buscado en Francia gente que les tuviera más simpatía y connivencia, no habrían podido encontrar a nadie como esos periodistas. Compartían ese militantismo contra el colonialismo y neocolonialismo, esa contracultura, etc. Eran sus «mejores amigos» y querían matarlos y los mataron. ¿Por qué? No quieren saber lo que saben. No quieren ver la realidad aunque actúen sobre ella. Se han hecho ciegos a la realidad. Están obsesionados por una idea. No es que sean religiosos y se hacen fanáticos, sino que son fanáticos y la religión les propone una coartada, algo para justificar su juego.