El pasado viernes me encontré la Virgen por la calle Triana. La verdad es que en otras ocasiones sí que he visto en la calle a otras vírgenes. Pero iban más adornadas. Otras flores, otras vestiduras y hasta joyas.
La del viernes era de carne y hueso. Era otra la belleza, otros los vestidos, otras las flores… el rostro sereno y bello al máximo, con arrugas y todo, como cualquier madre verdadera. Y sin joyas. Pobre y para los pobres. Me recordó a María, la de Nazaret, la la esposa de aquella familia migrante y perseguida. También iba José, fuerte como un roble, como el obrero carpintero que cuenta el Evangelio.
Me alegró sentir el calor de una Virgen manifestante. Colaboraba en una marcha solidaria. Se denunciaban las causas del hambre nada menos. Estábamos algunos curas, menos de los que debíamos. Prensa, entre poco y nada, quizá no es noticia ver a la familia santa de Nazaret por las calles ¡con esas pintas! Algunas familias -que se precian de seguidoras de la familia de Nazaret- entregaban su aburrimiento a los templos del consumo o a sus cosas.
A la familia de Nazaret les acompañaban personas de todas las edades, algo más de un centenar. No parecían gentes del poder sino pueblo. No alardeaban de nada sino que caminaban en silencio. Llevaban unos carteles en que aparecía una niña hambrienta. El texto no parecía del último premio Nóbel aunque era divino: “No matarás”. Bello en su simplicidad.
El mensaje central era verdaderamente navideño: “No más esclavos sino hermanos; trabajo sobre capital”. Un mapa del mundo con los rostros de la Humanidad sufriente era el pesebre. Mientras Herodes y compañía estaban enredados en sus asuntos los asistentes ponían calor a la noche. Bien lo decía Camilo Sánchez: ¡o luchas o te vendes!